También el silencio
Escucho la voz aguda de Stephen Steinbrink cuando se evaporan las últimas gotas de la tormenta. Hace calor y es cierto que viví en la carretera, en las cuevas, en los desiertos. Es cierto que bebí absenta junto a un desconocido mientras mi mochila apoyada en la barra se arriesgaba a perder el equilibrio.
Mimeógrafo #101
Octubre 2021
Capítulo 1
Adolfo Marchena
(España)
He visionado un video de Tom Waits y ahora escucho un vinilo y no quiero dormir y tengo ganas de escribir. ¿Qué fue de ti? ¿De aquella infancia moldeada en los bosques ahora despoblados? Me gusta, aunque no me pertenece esa voz desgarrada, quejumbrosa, como metal oxidado. Me seducen esas letras que yo también pude escribir; que un día yo también escribiré. Es difícil improvisar cuando el programa se ha vuelto loco y es loca la sensación de no controlar los vientos, la gestación, el ejército de palabras que caen con la noche como promesas y tormentas que se perdieron río abajo. Pregúntamelo otra vez, te diré la verdad; la verdad no existe y tú y yo somos como el fuego, ¿no crees? Una hoguera que se niega a traficar con los libros y quemar sus páginas. Sostuvimos la precisión de la gaviota cuando se lanza en picado para atrapar el pescado y en ambos el destino; la vida y la muerte. Repítemelo otra vez. Yo te confesaré que no tengo sueño y que escapé de una torre donde no se advertían las ventanas ni las puertas. Creí verte entre la niebla, tras una cortina, desde un ángulo imposible. Como aguacero, dentro del aguacero. En definitiva, no soy otra cosa que esa voz arrebatada que te reclama y te busca porque no tiene sueño y tal vez, tal vez tenga miedo y no estoy dispuesto a venderme, como en los viejos tiempos, como en los malos tiempos.
Mimeógrafo #102
Noviembre 2021
Capítulo 2
Adolfo Marchena
(España)
¿Dónde concluyen las sombras y comienza la realidad? Escucho a Joni Mitchell, sentada frente al piano, y leo los subtítulos en letras amarillas como un sol impresionista. En la calle, un hombre toca alto y suave el clarinete, pero nadie se detiene porque queda lejos de las enseñanzas en los grandes conservatorios y auditorios. Y cuando resulta gratis, pero hay un sombrero en el suelo con algunas monedas, nadie acude a la soledad de lo que fue abandonado y, en ocasiones, nos molesta la palabra y nos sobra, de tal manera que nos hace daño en las vértebras, como viejos alambiques derribados en plena prohibición. Y tú quedas en medio de todo esto, como si no fuera contigo o acaso fueras la protagonista de la escena, donde abofeteas a un desconocido y el director grita: corten. Se escucha, entonces, un frenazo brusco y todos miran hacia la esquina, donde ha derrapado el coche, y se olvidan del hombre del clarinete y de su música gratuita, mientras la gente se pregunta qué ha ocurrido, si ha sido casual, si han fallado los neumáticos o el conductor iba borracho. Escucho a Joni Mitchell, sentada frente al piano, y la vida me resulta un gran enigma, cuyo final presagia el comienzo de otra historia, mientras yo sigo buscándote, persiguiendo tus pasos con subtítulos en letras amarillas como un sol impresionista.
Mimeógrafo #103
Diciembre 2021
Capítulo 3
Adolfo Marchena
(España)
Mirad, exclamaron las voces, y se sentaron a dialogar como en los buenos tiempos. Se escuchaba el violín de Malikian, mil tristezas (escondidas en una botella). Disfrutas con los dioses la segunda copa, pero ocultas el misterio de su brebaje. Te infunde el valor perdido, la tristeza que provoca la muerte de la madre o del padre. La tarde en que se agotaron todas las vidas, entre la espesura y el destino. Me susurras que son necesarios los escorpiones en el postre, que se precisa del cansancio que sufrieron los pioneros en su ascenso a la montaña por primera vez. Te sientas a escuchar el rumor del río desde la otra orilla, donde no te alcanzo. Y todo percute en mí como un lamento en la distancia, en los ladridos y la congoja de la tarde. ¿Recuerdas, todavía, las mil tristezas en su avance desde la trinchera? Te hicieron de cristal y a mí de musgo. Luego llegaron, fueron llegando los países con su necesidad de arquitecturas nuevas y nos pareció todo más sereno, como la ropa tendida en los árboles del bosque. Mirad, reclamaron las voces, hemos evitado el dolor innecesario, los inútiles ejercicios en las escuelas sin pupitres. ¿Recuerdas cuando la luna caía y nos buscábamos en el páramo y lo oscuro? Supuso lo mismo, en aquel campo de batalla sin alambradas ni enemigos, sin la tierra de nadie, donde las cartas llegaban puntuales y las postales desteñían la tarde, mientras yo te buscaba de ciudad en ciudad y siempre llegaba a destiempo.
Mimeógrafo #104
Enero 2021
Capítulo 4
Adolfo Marchena
(España)
Hay palomas ocultas en los cajones de las mesillas. Visualizo un video de Nick Cave y me acuerdo de mis mejores zapatos, el corazón empañado como un espejo triste. Yo también viví en blanco y negro, cuando todo me resultaba evidente y las preguntas no existían ni hacían daño. La gente continúa siendo la misma, alabastro sin forma, proporción geométrica incorrecta, sólo que yo no pregunto, ya no pregunto, ¿dónde estabas en el noventa y dos o en el año dos mil? Como si no hubiera sucedido nada o hubiesen muerto todos los ideales. Mis viajes congelaban y detenían el tiempo, hasta que un día dejé la mochila y abandoné la esterilla y el saco de dormir. Olvidé la mochila en lo alto de un armario de la habitación y entonces dejé de formular preguntas. Hay palomas en los cajones de las mesillas que lo ensucian todo. Y los anuncios se suceden como marionetas angustiadas. Esta noche no, esta noche dejadme tranquilo, sea cualquiera la fórmula que haya escogido para abrazarme a ti. Yo también he recordado a Henry Lee y el viento se emociona como una cortina, cuando el viento sopla y la ventana está abierta, cuando el dolor parece distante y tenías la piel tan blanca. Permitidme que no enturbie su ausencia, su voz, mis recuerdos. Y me empequeñezco porque ya no me pregunto: ¿quién eras tú?, ¿con qué materia te crearon? Si no sangrabas como las canciones, los poemas o esas vivencias que se pierden en los cajones junto a las palomas.
Mimeógrafo #105
Febrero 2022
Capítulo 5
Adolfo Marchena
(España)
Escucho la voz de Jeff Bridges en una canción de la banda sonora de Crazy Heart. ¿Quién no ha perdido algo o una persona en un centro comercial? Resulta duro, lo sé, pero en ocasiones acontece. Como esas tormentas que se antojan fortuitas y acontecen. Transcurre el tiempo y te sacudes los aguaceros. Es necesario. Para que algunas vagonetas en desuso se despeñen en la memoria. Un hombre desconocido nos aleja, nos espanta con sus aires de sargento y su última orden repleta de cansancio. Es necesario olvidarse de todo, ir rellenando los huecos con la bondad zaherida. Desprendernos de las cuerdas que nos ahorcan y esos días que no debieran existir porque carecen de coartada. Acodarse en la barra y olvidarlo todo. Ignorar todos los alcoholes, para que no vuelva a suceder, para que los días se sucedan como hormigas cautelosas. Días de sol y abejas, como debieran de ser todas las horas. Prolongar este estadio, esta paz necesaria, la quietud de las colinas. No es ninguna locura, ¿o acaso crees lo contrario? Sentarse en la roca con la caña de pescar y aguardar, sabedor de que la vida puede resultar un engaño y que el pez, tarde o temprano, acabará picando. Lo que me recuerda algo, los mediodías en la ciudad amurallada, esperando con un vermut en la mano, cuando traías contigo a todos los filósofos y, de alguna manera, tratábamos de apartar a Dios de los caminos. Aquello del eterno retorno que me explicaste y que no recuerdo, mientras escucho la voz de Jeff Bridges y pienso en los lugares que no he visitado y, sin embargo, me han ubicado, como las cuevas de Granada.
Mimeógrafo #106
Marzo 2022
Capítulo 6
Adolfo Marchena
(España)
Piedras sumergidas contra la corriente y las mareas. En un ritual de variaciones como las de Goldberg, que no llego a distinguir. Estas Tonne, en una plaza de una ciudad italiana, en complicidad con las cuerdas de una guitarra y el incienso humeando desde el mástil. Paseaba por allí en el verano del 2013 y estaba solo, a la búsqueda tal vez de una plegaria, los desaires de una duda o el arpegio de la vida. La tarde me formula preguntas que yo no sé responder y el tiempo cuelga junto a las camisas blancas, en un tenderete donde las pinzas amarran mi cordura. ¿Es cierto que las demoras provocan pesadillas? Andaba tras tu pista por Italia, allá por el 2013, y la tarde se me vino encima como la promiscuidad y la ventisca de la burla. Vestía ajeno a los objetivos de las cámaras fotográficas, ignorando a los turistas. Vestía de negro, a pesar del sol y mi indiferencia hacia las cosas. ¿Qué tiempo hace en el reverso de tu abrigo? ¿Eres capaz de seducir también mis miedos? No quise alejarme de allí apresuradamente, porque sentía el olor de las flores que colgaban de las escarpias y los balcones. Tal vez fuera todo demasiado prematuro y yo demasiado joven. Y ahora, que visualizo los dedos de Estas Tonne, la gente sentada en torno suyo, comprendo que hice bien en no apresurarme. Desde entonces ando descalzo, portando el mismo traje, ya arrugado, como si fuera otro adalid más para continuar buscándote. Ofertando una y otra vez las mismas preguntas, añorándote en la geografía seductora de las evasivas y los misterios que me planteas cada vez que te imagino.
Mimeógrafo #107
Abril 2022
Capítulo 7
Adolfo Marchena
(España)
Observo gusanos al acecho, pájaros en deuda y serpientes muertas. El continente sumergido y las islas junto al rostro, en un amanecer sin prioridades. La condición onírica atrapa mi memoria hasta alcanzarte. Y entonces las mareas se detienen. Tan solo acaricié tu hombro y me detuvieron por un intento de robo, por exceso de confianza. Creí tocarte donde la carne era otra cuerda de guitarra, y así se lo hice saber al juez, alegando que sólo te buscaba. ¿Recuerdas nuestros chapuzones en aquel río donde nada envejecía? Aquello supuso algún mal entendido; alguna confusión. Regresé al lugar de los hechos escoltado por un viento que me susurraba y me hablaba, como tú acostumbrabas cuando me sentía solo. No son necesarias las lecciones y el argumento del desasosiego, me di cuenta, para hallar lo habitable y su bondad. Es necesario, me enseñaste el cortejo de la vida frente al cansancio de la muerte. Seguir avanzando, como los reptiles al margen del sol del mediodía, en un percutir del calor en las entrañas y en la piel. Es el encuentro con el instinto de supervivencia frente a lo incierto del porvenir. Como la botella abierta en el mantel dispuesto, cuando han tapiado las ventanas y te lo ponen difícil para entrar en la utopía y recordar que, no muy lejos, seguiré tus huellas hasta lo imposible.
Mimeógrafo #108
Mayo 2022
Capítulo 8
Adolfo Marchena
(España)
Cerramos los ojos pero nada desaparece en nuestro interior; ni el temor, ni el fracaso ni las deudas. La oscuridad como otro ingrediente de la estancia, junto a las baldas, los cuadros, las lámparas dormidas. Este temblor, como de hoja seca, me arrebata la arquitectura de mis sensaciones. Y todo permanece al acecho: el comienzo elemental de las historias, el ritmo, en ocasiones torpe, del relato; las visitas siempre inoportunas a los hospitales. Al acecho como animal nocturno, donde no es preciso llamar a las cosas por su nombre. No, se trata de otra necesidad más abstracta, como un cuadro del que adviertes su punto de fuga. Aplicar luego el fuego en el cuerpo, o ese ardor que se dispersa en las mocedades y ya no regresan. La tardanza de los años cuando nada se anhela y todo, uno lo cree, está perdido. Mientras tanto, en esta espera sin relojes, la voz de Tom Waits, de nuevo, me devuelve ese momento de ingravidez y de locura. Explorados todos los desiertos, las cuevas, los acantilados. Canciones que nos devuelven al instante de aquella juventud donde todo resultaba nuevo: la carretera y sus arcenes, los moteles y sus habitaciones tristes, la desfachatez de una libertad que nos vendieron ya caduca o los dibujos de la anatomía en los márgenes de los libros. Echamos la vista atrás, con la única finalidad de desandar los pasos y encontrar los campos a punto de la recolección y su cosecha.
Mimeógrafo #109
Junio 2022
Capítulo 9
Adolfo Marchena
(España)
Soy aquel que creíste perdido en el camino y su búsqueda. Deseaba confesarte, como Elliott Murphy frente a un contestador, borracho, a las tantas de la madrugada, que he visto demasiadas promesas incumplidas como para hacerme el listo. No te hablaré tampoco de la cobardía, sabes que me deshice de ella hace tiempo, cuando plagiaron mis canciones y después el juez no me creyó y más tarde me dieron una paliza tres tipos que vestían como Ángeles del Infierno. Te confieso, eso también lo sabes, que durante una época habitó tanto fango en mi interior, que me olvidé de ciertas virtudes y costumbres necesarias. Olvidé la grandeza de un solo verso y el sentido de tantas cosas que parecían no tener valor alguno. ¿Lo recuerdas? Aquellas noches en que fumábamos cualquier tabaco y nada importaba hasta que perdimos la química del amor. Déjame que te busque ahora en la noche, en los bosques que habitaron mi infancia, en la primera línea del conflicto, si es preciso. Aunque hace tiempo que ya sólo le susurro a la nada y los maniquíes de los escaparates. Como sucede ahora, que me ausento ante tanto silencio y desnudez. Me giro y encuentro los mismos rostros taciturnos. Individuos que no saben interpretar el manual de uso de la alegría. He preparado un sobre con el dinero que me prestaste la última noche, cuando iba ciego y todos los seres humanos me parecían farolas tristes y apagadas. Tú también parecías distinta aquella noche. Comprendí, entonces, que las cosas habían cambiado entre tú y yo. Consideré, entonces, que cargar con mi mochila y arrojarme a la intemperie era lo más sensato y tú no te opusiste.
Mimeógrafo #110
Julio 2022
Capítulo 10
Adolfo Marchena
(España)
Hemos contemplado demasiados amaneceres, pero ahora nos resulta imposible distinguir la tonalidad de las primeras luces. Escucho a Jay McShann y el recuerdo me devuelve tus ojos abiertos como búho al acecho de una presa confiada y desprevenida. Eso imagino, si me lo permites, allá donde te encuentres, siempre por delante de mis pasos. Observo el movimiento y la danza de los días, su diáspora de calendario. En este antro, cuyas paredes rebosan retratos en blanco y negro y donde jugamos a las cartas y nos apostamos el alma, los anillos, la cerveza; la esperanza, incluso. Mientras el piano suena y la voz de Jay me convida a regresar a las murallas de tu antigua ciudad. Los juncos han quedado amontonados en las orillas del río y no soy capaz de distinguir la paciencia de los ancianos que aguardan la llegada del último tranvía. De repente alguien se enfada y es como si el mundo se hubiese transformado en una pecera sin habitantes, en una ciudad bombardeada. El hielo fractura los cristales de nuestras ventanas y penetra el frío. Un frío aterrador que impedía hervir el agua para preparar la sopa o el café. El saxo acompaña también esta voz desgarrada que habla de pueblos del sur a la deriva. ¿No es cierto que todo fue real? ¿O acaso, ahora lo imagino como aquel escritor que anticipó el primer viaje a la luna? Porque sí, porque algo se quedó contigo y yo lo busco en esta mesa de promiscuidad y tahúres ebrios, sin olvidar que pregoné mi adiós, cuando en realidad deseaba quedarme a tu lado y masticar tus besos, una vez más. La última noche que pasé a tu lado para, luego, perder el sentido común y el equilibrio.
Mimeógrafo #111
Agosto 2022
Capítulo 11
Adolfo Marchena
(España)
Mira Jay, las aguas transcurren lentas y me concedes siete minutos para escribir, mientras tú sostienes el micrófono con las manos húmedas. Ya sé que eres negro y no son tiempos, como en Nueva Orleans, ¿te acuerdas? Has engordado, como yo, y te acodas como un viejo sabio en la barra de ese bar que nunca cierra antes del alba. ¿Quiénes somos, a fin de cuentas? Nadie cree que seamos amigos y nos sequemos el sudor de la frente el uno al otro. Que en ciertas ocasiones escribo las letras para ti y tal vez tuvimos un mismo padre, aunque yo sea blanco. Todos piensan que son meras conjeturas, que en ocasiones bebemos demasiado y divagamos. Conoces perfectamente mi pasado porque, al fin y al cabo, crecimos en la misma calle. Cuando entra papá Jones, a pesar de todo, sospecho que no pinta nada entre vosotros, que es otra historia, aunque de algún modo me aceptéis. Me aceptan los otros negros porque tú eres mi amigo y les has convencido. Te lo escuché decir una noche de silbidos y risas, cuando parecía que yo no me percataba porque había tomado demasiadas copas y pastillas. Pero lo supe, Jay, lo observaba todo. No te fíes de los que te hacen promesas y a continuación te dan la espalda y siguen con su vida, con su historias y embustes. ¿Entiendes por qué te mentí en aquel momento? Lo sé, a ti también te sucede lo mismo. Dejamos de creer en la bondad y se nos acelera el pulso con eso que tú y yo sabemos. Olvidamos aquellos amores que poblaron nuestras vidas y nos persignamos ante la siguiente partida. Es cuanto puedo decirte, Jay, y sé que me comprendes, porque no es necesario ser hermano de sangre para abarcar la geografía de la nobleza, a pesar de nuestras diferencias. ¿No crees?
Mimeógrafo #112
Septiembre 2022
Capítulo 12
Adolfo Marchena
(España)
Podría estar así toda la noche, contándote historias de mi infancia o hablándote del desierto de Gobi o desvelándote aspectos sobre la vida del escritor John Kennedy Toole, que se suicidó a los 31 años. ¿Qué pudo pasar por su cabeza? Van Morrison no me lo aclara, en una oscura noche de 1973, cuando yo apenas tenía seis años. Hablamos de fechas y enigmas, tenlo en cuenta, como si fuese el plano de una ciudad o la cartografía de un cuerpo que no se desvanece como la niebla. Ahora viajo en metro y me descubro, si cabe, más débil y también más torpe. Mucho más indeciso, lo confieso. Desde que te sueño me he transformado en insecto, pero continúo mirándome al espejo, afeitándome, falsificando pasaportes de pieles y arrugas y contornos de ojos cansados. La noche es una caja de cerillas húmeda donde no consigo encender el fósforo adecuado y me abraso las yemas de los dedos. Y este puto cigarrillo se me derrite como el hielo en una copa, una noche de fiesta donde los comensales se niegan a regresar a casa. ¿No fue suficiente con la última? ¿La que nos derribó, a pesar del hartazgo de tanto bourbon? Aquellas navidades, era el último día del año, viajé en taxi hasta su ciudad amurallada. El taxi me dejó en el centro de la plaza y contemplé cómo se alejaba entre las estrechas calles de la ciudad antigua. No me costó demasiado encontrar el sueño, después de escapar de los espacios acotados, pero me desperté con una tremenda resaca, como si todo fueran diálogos en mi interior. La confusión ante aquellas lenguas conque me hablaban todos los hombres y mujeres, contándome historias sobre el vaho en los espejos y la estrechez de la buhardilla, donde aguardaré tu regreso hasta la próxima resaca.
Mimeógrafo #113
Octubre 2022
Capítulo 13
Adolfo Marchena
(España)
Yo también quise ir a L. A. Calculo las distancias, como si estuviese en un cuadrilátero y me disfrazo de boxeador al que la vida ha noqueado en algún momento. ¿Lo has pensado alguna vez? Ni siquiera me lo planteo, los golpes recibidos, y recuerdo aquel coche de un amigo, recién sacado el carnet, escuchando a Loquillo y pensando en la curva cerrada que cercioró una vida. Pero se hizo preciso continuar ¿no crees? Y tal vez ahora L. A. se encuentre más cerca de lo que nunca pensé, en mi ignorancia de autoestopista sin temor a las noches al raso. El eterno retorno como un tatuaje explorando toda mi espalda. Se adhiere a mi piel el abrazo y el deseo de otras pieles. O acaso el nulo contacto con la realidad que se nos plantea, lineal y plana, como una novela inacabada, como el inciso de un catedrático ante la hemeroteca de sus días contados. Me hablan de la movida y pienso, joder, yo también tuve la mía, aún las tengo, pero no voy vendiendo ínfulas imaginarias. Amarga, traslúcida, inquieta, transparente, oscura, temerosa. ¿Cuántos adjetivos se llevó el tiempo? Caen, en las primaveras distantes, objetos que el tiempo atrae con su fugacidad de horas estáticas e insensibles. Y es hora de partir, seguramente, hacia el interior de uno mismo y de la extensión que desconocemos. Ahorrar para comprarse un pasaje al Tíbet. ¿Demasiado extremo? No lo sé, a veces el cansancio ante tus silencios prolongados, me provocan la búsqueda de nuevas perspectivas. Aunque te siga buscando y las fuentes conserven el agua donde una noche de San Juan nos sumergimos y quemamos un papel donde habíamos escrito nuestros deseos. No sé los tuyos; los míos jamás se cumplieron.
Mimeógrafo #114
Noviembre 2022
Capítulo 14
Adolfo Marchena
(España)
En actitud pensativa Jhonny Cash interpreta Solitary Man y su voz se vuelve de óxido con las estrellas en su lugar como un viejo dicho zen, donde cada copo de nieve cae en su sitio. Para ser de palabra es preciso también ser de fuego y de aire, de temeridad y espera, de enigma y fuga. Como nosotros lo fuimos, o eso creo ahora, cuando ha transcurrido el tiempo y la memoria lo cancela todo. Nos esperamos a las diez aunque sé muy bien que nunca llegará esa hora como tampoco llegarás tú. ¿Qué otra cosa podíamos hacer, si el amor se nos agotaba respirando? Hay ciudades amargas, como la bilis, ciudades que nunca se cansan de pisar alfombras rojas, objetos que no le pertenecen, pastelerías cerradas, fábricas abandonadas. Ciudades que te expropian de la cordura y te convierten en un lobo estepario, como el estribillo de esta canción que suena ahora, donde los posesivos son hechizo y fantasmas de la noche. Lo que un día fuimos, no sé, la congregación de toda la ruindad, para luego aniquilarla. Recordar esos viejos amigos que un día también se pelearon con nosotros por una caja de cartón o un calendario plastificado. Eran otros tiempos, qué duda cabe, y lo que construimos se ha transformado en hostilidad hacia esos lugares que frecuentábamos. Pero no creas, por dentro, muy adentro, la fiera continua con su hambre de perpetuidad y rosas, la palabra que un día nos invadiese dejando nuestras playas sin arena ni turistas. Porque sé, lo intuyo, que nunca llegarán las diez ni tú regresarás, tampoco.
Mimeógrafo #115
Diciembre 2022
Capítulo 15
Adolfo Marchena
(España)
Un pájaro sobrevuela la azotea de nuestros temores y la decadencia, mientras escucho Song to the Siren, de Tim Buckley. La brisa agita la cebada, por debajo de las murallas, cuando emplazo al gatillo, cerca del costado izquierdo. Algo concluye, tal vez aquello que no nos dijimos cuando debimos hablar. Las intenciones de una promiscuidad hecha de impuestos nos impiden calibrar la bondad de las cosas. Una palabra más alta que la otra se asoma en su indecencia para anunciarte la hora en que las gaviotas regresarán de su festín de pescado y pan mojado. Te quise en silencio, mientras afuera todo tronaba; lo incierto, también y las mejillas cuarteadas. ¿Qué mostrarle, entonces, a Dios? Cuando no nos queda nada más, acaso, que una voluntad corrupta y una sonrisa ocasional, de labios amargados. Hubo ruido de pestañas después de nuestro último encuentro; ruido de ausencia. Surgieron grietas en las paredes, como si fueran a caerse dejando a la intemperie nuestra andanza, los armarios, las costumbres, los electrodomésticos de la cocina. Desde entonces no ha cesado mi dolor en los costados, como una taquicardia de hormigas en su oficio de idas y venidas. Ahora compongo, paso a paso, la travesía por los desiertos y su paradoja. El viento me susurra: ¿qué supone la amistad? Lo sospecho. Un punto junto a otro que no interfiere en la cuadratura del círculo. Lo que no vi, o no supe ver, entonces. Lo que negué tres veces, como un apóstol que sucumbe al fracaso. Lo que no quise creer del amor y se tornó sospecha. Pero no importa, ya no importa, ahora reconozco los titulares del periódico mientras te espero y el café se enfría. Siempre –e inevitablemente- acaba enfriándose cada mañana. Ese momento del día que aguardo con impaciencia y donde, una y otra vez, acontece lo mismo.
Mimeógrafo #118
Marzo 2023
Capítulo 16
Adolfo Marchena
(España)
La necesidad se aproxima como animal hambriento y famélico, cauteloso; siempre a la deriva y la intemperie. ¿Lo adviertes, Van (Morrison)? La inutilidad de aquellos que se lamentan a escondidas y reconocen su falsa identidad y sus ideales quebrados como las flores secas en los patios, habitando las macetas que cuelgan de las paredes blancas. La culpa infecta la piel y brota entonces el sentimiento que mucho tiempo atrás conjugaron los diez, y tantos, mandamientos, que sobraron. Y me percato, amor, que nadie encontrará ninguna prueba en la escena de esta pasión y su historia sin final ni the end, como en las películas de Hollywood. No te ofendas si te digo: amor, permíteme la caricia y el verbo una vez más, posiblemente la última, para alejarme y no regresar, reconociendo que, por fin, me siento libre a pesar de todas las camisas de fuerza y sus candados. Resulta imposible determinar la voluntad última de las cosas, de los objetos y esos encuentros, tan casuales, que acostumbran repetirse una y otra vez para acabar convirtiéndose en otro Sísifo, cargando con la misma piedra. Crecen hierbajos en mis alrededores, surgen praderas, manantiales, y se rebelan los árboles contra un único cielo inapetente. La imaginación supera esas historias ya escritas y narradas por los hombres y mujeres que trafican con la palabra, de pueblo en pueblo, transitando los caminos en carretas y el fuego, luego, de la noche. Por eso escribo (yo también), entre otras cosas y prosigo narrando la historia que me convoca a ti sin saber (o engañándome) que nunca te alcanzaré en esta vida. ¿Lo adviertes, Van? Una vez más tu música me incita a bailar, a pesar del cansancio y del camino transitado, persiguiendo esa Fe, que no sé y dudo ya si existe o no; si me hace bien. ¿Cuántos pasos nos quedan para encontrar algo por lo que no dudar? No me pongáis más obstáculos, os lo pido, antes de calibrar el desconcierto y el reflejo del desasosiego en el reflejo de mi realidad y lo perpetuo. Soy, es cierto, lo prohibido y el descontento, el manifiesto de todo lo deshabitado, el anhelo, el naufragio de los hombres y mujeres sin identidad ni pasaporte, que en su éxodo, anhelan, a pesar de todo, alguna tierra prometida o esa patria sin fronteras donde no añorar la casa de los padres.
Mimeógrafo #119
Abril 2023
Capítulo 17
Adolfo Marchena
(España)
Janis, a ti te lo puedo confesar, mientras recitas un poema o cantas Piece of my heart. Ya no viajo en la bebida —aquel tequila y su ronquera— para temblar después en la cartografía de mi cuerpo magullado. ¿Recuerdas aquella semana, cuando desembarcamos en la cama y todo parecía eterno? En su cama, Janis, quiero aclarar. Porque siempre fue su cama, a pesar de sus continuas ofertas donde me ofertaba un amor que no existía y sólo la mentira rondaba el colchón y todo el aire que se colaba a través de la ventana. Aquella cama suya, tan lejana ahora para mí, como un campo de trigo en algún pueblo de Bolivia o el Congo o las islas del pacífico, que tan lejano me queda. O esos campos, cada vez más acotados por las ciudades, que dignifican el abandono de la tierra fértil y la sed de los jornaleros cuando concluye la faena. En ocasiones pienso que no soy yo quien escribe, el que respira y quien esquiva, o trata de esquivar los golpes y la imprudencia ante los fueros de una vida que se equivoca una y otra vez, continuamente. Aquello en lo que creo y todavía germina, es otra mentira, otra ilusión que tarde o temprano se convertirá en un aguacero que me sacudirá más fuerte, será, como a Vallejo, en un París donde no moriré, porque ya es tarde para regresar a sus calles y las orillas del Sena. No sé si resulta un consuelo o un engaño pensar que un día fui correcto, ahora que mis vicios viajan al ritmo de las canciones que son tuyas, vieja Janis, cuando te confieso que nunca supe cómo responder frente a ese ocaso de todo lo bueno y lo bello; lo imprescindible. Mi confusión, cuando las campanas se pliegan ante la madrugada, cerca de nuestro hogar. Pero si te sirve de consuelo, si alguna vez llegan a ti estas palabras, quiero que sepas que ya aprendí, es cierto, a atarme los cordones de las botas. Y también aprendí a escuchar y dejar de hablar, y así como se lo confieso a Janis, te confieso a ti que más de una vez he pensado en lo nuestro y su final incierto. Pero reconozco que ya es tarde para vestir camisas inútiles y pantalones desteñidos. Y todo me resulta absurdo en esa espera donde todos mienten y yo contemplo las polillas, aproximándose a la luz, como si nunca hubieras existido. Seguramente, contemplarás desde tu atalaya aquella cama donde abandoné mis temblores y el último orgasmo que me brindaste, como si fuera algún elixir de no sé qué Dios o de qué Diosa. Y eso es todo, Janis, y no sé si te interesará mucho o poco o acaso no haya dicho absolutamente nada. No lo sé, vieja Janis, aunque ya ni siquiera importa porque, en el fondo; ¿qué importancia tienen los avatares, incluso los nuestros, que no son nada?
Mimeógrafo #120
Mayo 2023
Capítulo 18
Adolfo Marchena
(España)
Soportaba el peso del mundo con una mano mientras acariciaba tu espalda y se consumían las farolas de puro agotamiento y envidia. Aún retengo el temblor y tus enigmas; el escalofrío en su tránsito por la palma de mi mano, mientras escucho a Kris Kristofferson, cantando Me And Bobby McGee, allá por 1979. Y pienso que Dios, de alguna manera, forjó su venganza creando al ser humano y sus disparates y a vergüenza. El poeta de la mediocridad me sorprende con sus versos, que anuncia a gritos, como si fuera Gauguin cortándote la oreja, destrozando (el muy canalla) las claraboyas que dan al cielo y su perpetuidad de azules y de brillo, cuando cae la noche. Luego me reprochas mis continuos silencios; tan necesarios para no volverme majareta ¿No te percatas de que, a menudo, nadie nos obliga a decir nada? Porque únicamente se requiere del silencio de las catedrales, los acueductos, las rupturas que no tienen sentido. Sólo se precisa del equilibrio y la bondad de todas las balanzas que calibran la tragedia y su memoria. En aquel extraño lugar me encontraba yo, sentado junto a ella, muy próximos a la belleza de una Alhambra iluminada en una noche de pensiones e inquietudes; forasteros que buscaban el nombre de una callejuela y su destino. Contemplábamos sus alcazabas y palacios, mientras el último hielo se deshacía en mi combinado de ron y desperdicio. Los mochileros pretendían el cobijo y se mezclaban entre el murmullo de la gente y la competencia desleal de los hostales. Yo me sentía inapetente y no tenía hambre y el estómago vacío. Todavía lo recuerdo y el sabor de la bebida retorna a mi paladar y me siento de nuevo mareado. Los minutos se aferran al reloj como piel de serpiente que se desprende y se adhiere a mi cuerpo. Las sensaciones regresan y las brújulas no encuentran el norte y no sé guiarme por las estrellas Estoy perdido en ese mundo andalusí y no me importa. Intuyo que es la única manera de mantenerte viva, en esta soledad donde Kris Kristofferson me acompaña para susurrar al viento y decirme que todo es necesario, como la soledad, para pensarte, bajo aquella luz sobre la Alhambra en un caluroso mes de setiembre que, como el insomnio, me atrapa cada noche para impedirme el sueño y derrotarme, una vez más; continuamente.
Mimeógrafo #121
Junio 2023
Capítulo 19
Adolfo Marchena
(España)
Los pájaros se alejan tras el último amanecer donde la niebla ocupa las ausencias de la fórmula inexacta, de todo lo perdido y lo prohibido. Alguien avanza y yo contemplo sus espaldas anchas (como las de Platón), mientras escucho Imagine, de Jhon Lennon. Yo también imagino que alguien sospecha del continuo deterioro de una vida y sus pesquisas y esconde también una pistola de agua entre las ropas. Todos los rifles se vuelven inservibles ante la duda y el óxido y los dedos congelados. Flores y plumas de pájaros rebeldes rondan mi frente y un autobús se cruza en mi camino, a punto de atropellarme. Todos los enigmas se resuelven y las ecuaciones, porque ya nada importa, en ese momento de quietud y de penumbras, donde sólo cuenta la palabra que incumplimos o las promesas que, luego descubrimos, resultaron imposibles. ¿Recuerdas, cuando vestía de negro y todos preguntaban el motivo? Ya me cansé de las respuestas, porque no tiene sentido, como andar desnudo por el mundo, cuando el arcoíris es siempre el mismo y los colores habitan sólo en los arcoíris. En todas las fotografías han recortado mi cabeza y en su lugar ahora hay ausencia y el fondo blanco de una página plastificada, en un álbum donde quedó inmortalizada nuestra vida y todo su argumento. Enciendo un cigarrillo en esos lugares donde no está permitido el humo y pienso en la hipocresía de los insomnes que duermen con las luces encendidas; pienso en los tubos de escape de los coches y en las fábricas y sus desechos y los peces muertos y algunos que, todavía, agonizan en la orilla. Apuntaló recortes de prensa donde los artistas anhelan su sombra antes que el cuerpo, en una pared que necesita una capa de pintura. Mientras el mundo gira, o eso dicen, y algunos firman libros en las ferias del ganado y estraperlo y yo deseo, por encima de todo, continuar escribiendo en esa soledad donde nunca acontece nada y, sin embargo, todo es posible en la destreza de lo imposible...
Mimeógrafo #128
Enero 2024
Capítulo 20
Adolfo Marchena
(España)
La ilusión se sostiene en el recuerdo, como los abrazos que aguardan la llegada del próximo tranvía. Las nubes se suceden y transforman, mientras cobijamos nuestra inquietud en los bolsillos. Escucho a Warren Haynes, que me aproxima un poco lo imposible y todo el abandono; la guitarra afinada y afilada, el escenario y los alcoholes, la vida y sus ofensas. Todo se negocia, incluso el sueño de la libertad. ¿O acaso no distinguimos la realidad del miedo? Regreso a un hemisferio antiguo. Me lo permito entre el público que tararea y los héroes que poblaron nuestra niñez y que pudieron ser nuestros mayores. Recuerdo que no siempre las puertas se encontraban cerradas. La brisa se colaba y nunca descubrí las rendijas y el misterio. Llegaba hasta el salón, la cocina con su fuego de leña, no lo sé, llegaba desde los pájaros que se posaban en el tejado de la vieja casa. Pensé que todo estaba perdido y por un momento me figuré otro, donde el mundo resultaba obsceno y yo me precipitaba hacia el abismo. Palpitan las alas del pájaro, como mi fraseo a destiempo, congeladas, o esos ritmos heredados por el mestizaje. No nos dijimos adiós y lo echo en falta. La vida, te percatas, es eso: un pequeño hurto, una ensoñación, cadencia de fugacidad y eternidades. Todos nos preguntamos lo mismo, cuando nos damos cuenta de que la vida es eso, el reverso de los espejos mostrándonos el alma. Sábanas que se blanquean al sol junto a la huerta de la cabaña o ese pueblo de paredes blancas, donde te conocí y ya no regresaré jamás.
Mimeógrafo #129
Febrero 2024
Capítulo 21
Adolfo Marchena
(España)
También te lo preguntas, Warren. Siempre parece ser lo mismo. Las mismas horas, una y otra vez; los mismos despertadores; el mismo temor a ser juzgado bajo acusaciones que nada tienen que ver contigo. No dejo de pisar el acelerador de este viejo coche que un día me llevó a los Alpes franceses, muy cerca del Mont Blanc. Perdí un tapacubos en algún lugar de la autopista. Me detuve en los canales con cuarenta grados de fiebre, hasta dormirme, bajo el efecto de una pastilla. Siempre se pierde algo, incluso la temperatura, cuando nos abandonamos y olvidamos la bondad. Hallamos más en el camino que el simple desgaste de los neumáticos. El camino, ese temblor que nos guía hacia la edad adulta, haciéndonos más viejos, inevitablemente. ¿Comprendiste algo aquella tarde en que cogí la mochila y salí a la carretera, para avanzar, haciendo autoestop, a ninguna parte? Supe de noches al raso, junto a muretes de piedra, supe de gasolineras que me proporcionaban agua; supe de chavales que desearon ser mayores para experimentar el desasosiego. Mientras tanto, tú te teñías el pelo o te recortabas las uñas de los pies. Tal vez yo hubiese hecho lo mismo, de haber estado en tu lugar. No me importó nada ofrecer mi cuerpo como moneda de cambio para conseguir algo de dinero o de comida. ¿Sabes? Aún lo recuerdo; me quedé dormido sin el miedo ni temor al mañana, a la cosecha venidera, al fuego de adentro, cuando no se espera nada y todo resulta aún posible.
Mimeógrafo #130
Marzo 2024
Capítulo 22
Adolfo Marchena
(España)
Calma, háblame pausado, con el ritmo y la cadencia de la guitarra de John Williams en los Recuerdos de la Alhambra. Esos recuerdos que conforman los juguetes que se perdieron detrás de todas las infancias. El devenir llegó más tarde cargado de noches despistadas y repletas de alcohol. Porque todo arde en las casas expropiadas y en muchas ocasiones, en la de nuestros padres. Contemplo un edificio detrás de las cortinas y la partitura donde Mozart escribió el misterio de las notas. Parece un edificio renacentista, aunque hace tiempo que dejé de distinguir el estilo arquitectónico, como ese amor en el que se gestaban los laberintos y la hambruna. Hay un amanecer detrás de cada boca y yo me siento mudo. El vacío lo pretende todo y dejamos de hablarnos. Parece triste, mirar desde arriba, muy arriba, este planeta que se desgaja como una mandarina. ¿Recuerdas la plaza de España, en Sevilla? Con sus carruajes en la noche y los turistas, mientras tú me esperabas en la Sierra. Esa noche, la claustrofobia de un tablao flamenco me hizo olvidar por un momento la arquitectura de tu rostro. Anotaba versos en libretas negras que se fundieron con la luz roja que iluminaba el escenario. Aquella noche, embriagado por el fino, respiré el perfume del azahar y del romero. Obcecado con la memoria, reviví el trayecto de aquel autobús que me condujo a tu pueblo la primera de las veces. Las curvas cerradas, el verde otoñal, la impaciencia que desprendía mi cuerpo en el deseo de verte y quedarse para siempre en la fragilidad de una mentira y lo incierto de su tránsito hacia la tarde nueva.
Mimeógrafo #131
Abril 2024
Capítulo 23
Adolfo Marchena
(España)
Entre la fatiga y la destreza buscamos la casa y no siempre la encontramos o nos ponemos de acuerdo. Como Kutxi Romero cuando escribe poesía o canta en Marea. Me aproximo a la primavera, en ese vínculo también con la palabra y la música de fondo. Como animal hambriento que se plantea la estrategia y la persecución de la presa sorteando cepos y alambradas. ¿Por qué no me lo preguntaste entonces? Cuando nos cambiábamos de piel como de prendas interiores en los probadores de los grandes almacenes. Aquella tarde en la peluquería, en ese intento de teñirnos el pelo, vivimos momentos de ternura. Salí de allí con el cabello morado en lugar de ese blanco platino que pretendía. Parecíamos otros y nos apalancamos en El Búho, donde la camarera nos anticipó sus avatares, cercana ya la madrugada. ¿Recuerdas aquella noche en el teatro, a cuyas funciones asistíamos cada viernes? Aquel día la obra me pesaba y el temblor me incomodaba. Tenía la sensación de que todo me oprimía. Te advertí que no siempre se precisa del silencio para encontrar el ruido. Salimos de allí, del teatro, procurando no molestar a nadie. Y te lo confesé, que mi nombre, en ese momento, se encogía ante tu presencia. Con el transcurrir de los días, superé aquel temblor y luego todo fue sobre ruedas. Me purifiqué y me pacifiqué; hice las paces conmigo mismo. Hasta mi regreso a la intemperie, una vez más. Luego descubrí que estaba abocado a los arcenes de las carreteras secundarias, cada vez más infrecuentes. Fue entonces, a finales del siglo XX, cuando entendí que mis días de autoestop y carretera habían concluido.
Mimeógrafo #132
Mayo 2024
Capítulo 24
Adolfo Marchena
(España)
Reside en mí esa ambición tan alejada de la fama como el hambre. No repetir aquellas etapas –que fueron secuencias- donde se entrecruzaban la locura y la genialidad; lo divino y lo humano. Suena de fondo Quique González y comprendo que también estuve a punto de llamarte mil veces. Pero algo me retuvo y supe, más tarde, que habías cambiado el número de teléfono. La antigua línea me respondía a través de un contestador que estabas fuera de cobertura o lo tenías apagado. Lo intenté una y otra vez. Después de tantas mañanas indispuestas, no distinguía el yo del otro que siempre me acompaña Y el espejo me sonreía cada vez que me afeitaba. No supimos advertir que los cimientos eran débiles, que el hormigón se desvanecía entre los dedos. La distancia y los campos deshabitados se interpusieron entre nosotros, después de quemar el motor de un coche a mi regreso de El Escorial. No supe o no quise comprenderlo entonces porque me pesaban los párpados, las opiniones, los naufragios. El vacío quedó suspendido en el aire y todas las esquinas de las calles se convirtieron en cómplices de lo absurdo. Mientras los peatones se arrollaban o hacían cola en el supermercado. Las complicaciones se acumulan como el cansancio después de una batalla. ¿Qué sería del mundo, si no? Si todos pudieran apretar un gatillo y salir airosos, sin ninguna culpa ni remordimiento. Ahora me dedico a reparar antiguas voluntades y subsanar ciertos equívocos de aquel hombre que navegó a la deriva. Un hombre que buscaba en la musicalidad de la vida y la literatura, la distancia entre dos pasos, con el único fin de no tropezar de nuevo con la misma piedra y la caída inoportuna.
Mimeógrafo #133
Junio 2024
Capítulo 25
Adolfo Marchena
(España)
Que no nos atrape la sensación de fraude, pensaba durante aquellos inviernos, donde tú combatías el frío con la estufa y a mí me sobraba el edredón. La vida es esa dualidad de rostros, mirando cada uno hacia un lado, en esa oscuridad que provocan las farolas suspendidas. El silencio a las dos de la madrugada, cuando todo parece detenido. La noche y sus costumbres, el momento donde los relojes se toman un respiro. Todo aquello representó el instante necesario y ahora no soy sino la consecuencia de un pasado que se desvirtúa en esa perpetuidad recalcitrante. La soledad y sus pautas de conducta, donde todo tiene cabida, incluso el anhelo y la desesperación de los insomnes. Escucho de fondo a Silvio Rodríguez y se me vienen otros tiempos. Una época donde se cumplieron los designios, como si aquella historia ya estuviera escrita. Yo dudada entonces de las cosas y no encontraba el motivo y el rechazo que a veces sentía hacia el mundo y su declive. Pensaba, a menudo, que no basta con un beso, una caricia o las buenas pretensiones. Me cuestionaba en qué momento se extravió la inocencia y aquella manera de entender las cosas. ¿Cuánto dejamos en el tintero, para no herirnos o por miedo? Te confieso, cuando ya ni estás ni existes, que todo aquello aconteció realmente. Que hubo dolor y amor; ignoro en qué medida. Me pregunto si estaba equivocado, defendiendo todas esas causas perdidas que tanto me atraen y me seducen. De vez en cuando miro hacia atrás y veo lo que se perdió y lo que se ganó, antes de que llegasen la decepción y el abandono.
Mimeógrafo #134
Julio 2024
Capítulo 26
Adolfo Marchena
(España)
Escucho Ballad of Easy Rider, de Roger McGuinn y avanzo por la carretera en motocicleta como Dennis Hopper y Peter Fonda en la película. En ocasiones pienso que este tiempo no me corresponde y el camión se me echa encima a toda velocidad. Es evidente que el conductor detesta a los hippies y los tipos como yo. En aquellos tiempos ceñidos a la intolerancia y los oídos sordos. Esa mentalidad que niega las libertades. El presente se presentaba entonces como una fórmula caduca y envenenada. Me disgustaba la intromisión en mi vida por parte de aquellos que trataban de orquestar mis días y el destino. Esas normas que tratan de imponerte y yo negándoles la única fórmula de la felicidad. Cada vez tengo más cerca el camión y acelero. Pudiera representar el final de la historia, pero no, aún queda margen para regresar a tu ciudad amurallada. Quiero darte una sorpresa, ¿sabes? Y llegar antes de la medianoche. Con el depósito casi vacío busco la gasolinera más cercana, donde tomaré una cerveza y no volveré a sentirme triste, aunque me quede tirado en la carretera. Antes de llegar, hago una última parada en una comuna de hippies, donde algunos integrantes dudan de mi autenticidad. Me miran con desconfianza y evalúan mi vestimenta y mi sombrero negro. Me ofrecen agua y tabaco y esconden la maría y el ácido. Algunos leen poemas de Allen Ginsberg; su inevitable aullido. Evito demorarme y me despido de todos, no sea que el camión regrese con malas intenciones o me sorprenda la tormenta, antes de cruzar el límite del horizonte y sus murallas.
Mimeógrafo #135
Agosto 2024
Capítulo 27
Adolfo Marchena
(España)
Tal vez no lo supe expresar. Y esta sensación impregna todos los sonidos que escucho y que me ocupan: el susurro, los fuegos de artificio, las tormentas, la musicalidad de los tejados. Me fijo en el rostro repleto de surcos de Lou Reed cantando Perfect Day y pienso en cosas que pueden romperse como una cuerda, el amor o las páginas de un libro. En ocasiones, dudar se hace imprescindible para sacudirse la sombra que tu cuerpo proyecta contra el suelo. Que no te pertenece y te persigue ciega. La noche es menos cobarde y no rehúye los callejones sin salida. Al contrario, se adentra más allá de la incertidumbre y el peligro. Como esos desiertos que dejan las ausencias en la piel, cuando tu cuerpo es lejanía. El recuerdo devuelve los matices de un perfume, el rumor del agua que emana de los caños de la fuente, los pasos del último transeúnte de regreso a casa. ¿Por qué no me cogiste el teléfono durante estos siglos ya vividos? Siglos de soledades e intemperie. Más tarde me percato de que las escusas son verdades a medias. El acontecimiento llega por sí solo, sin esperar a nadie ni nada. Sólo los locos reconocen el desenlace y el desafío del destino. La identidad de esos personajes que se transforman cada noche y se convierten en madres, padres, asesinos, galanes, artistas; en desconocidos que se besan a destiempo.
Mimeógrafo #136
Septiembre 2024
Capítulo 28
Adolfo Marchena
(España)
Me esforcé con el único fin de recolectar amapolas y desplegar luego la libertad que obtuvimos como agua clandestina. Suena la guitarra de Bert Jansch y pienso que las cosas con las que gozamos un día chocaron contra un muro de hormigón. ¿Cuál fue el motivo que nos llevó al colapso y detuvo nuestro amor? Si aspiramos a la libertad por qué negar la sensación de plenitud y gozo; la búsqueda. Lo he meditado mucho desde tu adiós definitivo. Y pienso que nuestro amor entró en barrena por puro aburrimiento y cobardía. Una tarde tuve una premonición y quise creer que así acontecería; que nunca concluiría nuestra historia. Me equivoqué. No supe anticipar que aquellas conversaciones sobre las costumbres de los pueblos se quedarían a medias. Asistíamos al teatro, cada viernes; leíamos la letra pequeña de los contratos; tomábamos el vermú cuando regresabas de dar clases en el instituto. Nunca cedimos ante el aburrimiento o la desidia; o eso parecía. Blues Run The Game, mostraba la carátula como título del vinilo. Vivíamos en la convicción de que ocultar nuestros sentimientos nos abocaría hacia un campo de fracasos. Lo ignoraba entonces, que la confianza en exceso te hace bajar la guardia. Quisiera preguntártelo, pero hace mucho tiempo que dejamos atrás la indiferencia. Busqué como aprendiz el argumento de la frase. Para comprender que la soledad formaba parte de nuestra piel y nuestras manos. Que tu nombre ocupó un lugar ahora desatendido y los violines sin cuerdas tras el último concierto.
Mimeógrafo #137
Octubre 2024
Capítulo 29
Adolfo Marchena
(España)
Hay algo que me pertenece en la voz de Leonard Cohen, como el remite desconocido de una carta sellada en el extranjero. Especulo con la posibilidad de concebir tu vejez como parte mía. Escondo mis miserias no por vergüenza sino por decoro. Me conoces demasiado, me conociste, o por el contrario, lo desconocías todo sobre mí. Los pescadores cargan sacos de patatas en la bodega del barco. Los trapecistas juegan al póquer antes de lanzarse desde las alturas, sin red que amortigue la caída. Hay algo en la voz de Leonard Cohen que me devuelve espejos viejos, agrietados como una democracia. Mentira, es todo mentira. ¿No os dais cuenta? Pero en nosotros no existió el cuento de la lechera ni el lobo feroz. Me hablabas de la antigua Grecia y yo me cubría por las noches, cuando el frío asomaba sus tentáculos de humedad y premoniciones. Suponía lo mismo que mi libertad en los bosques de la infancia y ahora comprendo tu cansancio ante mi desgana de transformar el agua en vino. Hacía lo posible por avanzar a tu ritmo sin perder mis pasos o convertirme en sombra. Cuantas veces me elevé desde el suelo al cielo para evitar otro conflicto. Es la voz que escucho, grave, que me convoca a las estaciones harapientas donde escogíamos la ruta del metro o el tren de alta velocidad. Cuando yo no creía en las mentiras y éramos felices, o acaso me sorprendiese sonriendo ante la nada, que resulta de la ignorancia o es el porvenir de tantas cosas que parecían necesarias y resultaron luego, inservibles.
Mimeógrafo #138
Noviembre 2024
Capítulo 30
Adolfo Marchena
(España)
Escucho la voz aguda de Stephen Steinbrink cuando se evaporan las últimas gotas de la tormenta. Hace calor y es cierto que viví en la carretera, en las cuevas, en los desiertos. Es cierto que bebí absenta junto a un desconocido mientras mi mochila apoyada en la barra se arriesgaba a perder el equilibrio. De madrugada me sorprendía el sol en una casa abandonada, cercana la plaza. No existía la fragilidad a pesar de algunas miradas reprobatorias, del sentimiento único que convoca el rezo y la no violencia. ¿Qué más podía hacer, entonces? La bondad de algunos desconocidos llenaba mi estómago y saciaba mi sed. En alguna ocasión, mi ego respiraba, cuando la noche se suspendía de las farolas y un muchacho me decía que amaba mi poesía. Eran otros tiempos, desde luego, donde no existían las cortinas porque las ventanas habían perdido el pudor. Tal vez me equivocase, sonriendo ante las pirámides imaginarias, los surtidores de gasolina, donde me indicaban la dirección correcta sin necesidad de mirar el plano. De regreso a casa, agotado, a esa casa que ya no era de nadie, ni tuya ni mía, escruté nuevas escenas con otros personajes secundarios. Tu presencia dejó de ser adictiva y no aconteció nada, en aquellos tiempos donde los escritores jugaban a la experiencia o la diferencia; a ser malditos. Lo último que te dije fue que mis últimos cinco duros se los tragó una cabina telefónica. A veces echo de menos el camino, aquella bondad, lo innombrable. Y perpetúo mi soledad a sabiendas de que más vale callar a tiempo que malgastar una quimera.