Mínima esencia (Preámbulo)
El aforismo, para ser tal, debe relampaguear. En su naturaleza está la fulguración, pero también está la penetración lúcida y sucinta. Al reunir en un único libro todos mis aforismos (los que en puridad han de denominarse así), he pretendido destacar esa parte de mi obra en la que se encuentra lo más esencial y revelador de mi forma de entender la escritura y la creatividad.
ARTÍCULOS
Mimeógrafo #130
Marzo 2024
Mínima esencia
Preámbulo
Mario Pérez Antolín
(España)
El aforismo, para ser tal, debe relampaguear. En su naturaleza está la fulguración, pero también está la penetración lúcida y sucinta.
Al reunir en un único libro todos mis aforismos (los que en puridad han de denominarse así), he pretendido destacar esa parte de mi obra en la que se encuentra lo más esencial y revelador de mi forma de entender la escritura y la creatividad.
Si uno lo piensa bien, aquello que no se puede expresar en una frase quizá no debería ser dicho, porque la verbosidad únicamente añade sinsentido al sentido. No se trata, tal como yo lo entiendo, de proceder a una jibarización de los contenidos ni a un adelgazamiento de los recursos formales, sino de, partiendo de la máxima concentración de significado, alcanzar lo irreductible mediante chispazos intuitivos que conectan de manera directa con la imaginación proverbial. Por eso, cada aforismo que aquí aparece es un auténtico extracto que contiene lo más genuino de mi estilo: aquello que me pertenece por descubrimiento y que me distingue de los modelos generales. La quintaesencia de la personalidad artística.
El lector que se anime a leer este libro encontrará, antes que ejercicios de ingenio, ocurrencias varias o frases lucidas, un catálogo de pensamientos intensos que no dan la espalda, cuando procede, a la emotividad poética. Agudeza, lirismo, cognición y síntesis son los cuatro componentes fundamentales de todo buen aforismo que se precie.
La variedad de temas y de enfoques que en Mínima esencia aparecen, además de romper la monotonía de un minimalismo reiterativo, expande, a mi juicio, la comprensión fenomenológica de la realidad; objetivo último de cualquier texto, por mínimo que sea, que se mueva entre lo literario y lo filosófico. Esta estructura mixta de casi todos mis aforismos es otra de las características más visibles, ya que considero un requisito obligatorio, para que funcione este género, el perfecto ensamblaje de los componentes emocionales y los intelectuales.
En cuanto a la tonalidad, uno de los rasgos que mejor definen mi obra aforística, hay cierto consenso en la crítica a la hora de destacar el ambiente melancólico y sombrío que envuelve las imágenes. Ya sea por esta melancolía o por el escepticismo, que también abunda, lo cierto es que, si no fuera por el sentido del humor, resultarían difíciles de digerir, lo reconozco, estas píldoras existenciales.
Jaime Siles escribía lo siguiente en el prólogo de uno de mis libros: «Mario Pérez Antolín se mueve en un territorio filosófico-literario de no siempre fácil clasificación por lo amplio y complejo de los temas tratados en el mismo. Y no es que al género por el que opta le falte tradición. No, nada de eso: el suyo parte de la gnomé griega, se impregna de la sententia latina, disfruta con la geografía del aforismo, se divierte con el apotegma y alcanza esa porción de rápida y enigmática certidumbre que produce la frase encontrada, más que por la marmórea frialdad del razonamiento, por el ágil capricho que generan las misteriosas acrobacias del azar». Efectivamente este afamado poeta y ensayista describe bien los objetivos que me planteo cuando escribo: amplitud temática, consistencia hermenéutica, ubicación fronteriza, compromiso ético e innovación estética.
Ya sé que un aforismo es quizá la unidad creativa más pequeña de cuantas existen en la literatura o en el ensayo; pero, si echo en falta algunos de los apartados que antes expuse, es como si el resultado de mi capacidad analítica y artística naciera fallido. No entiendo lo micro como una reducción, sino como una captura emergentista de un todo que es mucho más que la suma de sus partes.
Por último, hago notar que esta antología marca el rumbo de un trabajo en constante evolución, cada vez más parecido a la vida misma. Razón por la cual no erraría el que llamara diario aforístico tanto a este libro como a la totalidad de mi producción en este género literarios.
Los autores de aforismos y, de forma sobresaliente, Mario Pérez Antolín, aspiran sobre todo a expresar lo máximo mediante lo mínimo. Lo que me ha llevado a dos campos de referencia:
Al del propio Mario Pérez Antolín, que dice con toda claridad:
“¿Qué es un aforismo sino pensar bellamente y de forma concisa, añadiendo fulguración a la ideación?”
Y:
“Mis aforismos son como miniaturas en un cajón inmenso.”
Más, para Mario Pérez Antolín el simple hecho de “Enunciar” es: “capacidad de decir el mayor número de ideas con el menor número de palabras”.
Esta condición mínimo-máximo del aforismo, elevada por Mario Pérez Antolín a auténtica pasión, tiene un componente afectivo, que nuestro autor expresa así:
“El que no te emociona con dos frases, mejor que no te aburra con un tratado. Por eso escribo aforismos.”
Esta frase, en la que de nuevo nos topamos con la constelación “mínimo-máximo”, tiene un complemento en esta otra, que pone de relieve la capacidad del autor para la observación psicológica:
“Habitualmente, el que menos tiene que decir es el que más tiene que hablar.”
El segundo campo de referencia al que me han llevado los aforismos de Mario Pérez Antolín (MPA) no es el fantásticamente roturado y labrado por Francisco de Quevedo, Baltasar Gracián o Saavedra Fajardo, que fueron los primeros autores en los que pensé conforme leía los aforismos de MPA, sino al cultivado por el mayor de los artistas del surrealismo. Me refiero, claro está, al gran pintor y también escritor Salvador Dalí, con el que tuve tantas y tan interesantes conversaciones.
Cuando, entre el 1 y el 19 de noviembre de 1979 escribí, a requerimiento suyo, un comentario sobre su cuadro El Príncipe del ensueño, que el pintor entregó a S. M. el Rey Juan Carlos como regalo el 9 de ese mes, una de las cosas que allí digo es lo mucho que le gustaba decir a Dalí “lo mínimo que llega a lo máximo” para significar que el artista debe aspirar a expresar lo máximo con lo mínimo.[1]
Y dos años después, cuando el 10 de octubre de 1982, publiqué en El País – La Cultura[2] un artículo titulado “Últimos enigmas”, escribí:
“Lo mínimo que desarrolla un efecto máximo siempre ha fascinado a Dalí”.
Si he querido citar esas frases de Dalí, que justificarían la excelencia del aforismo como arte literaria, es porque el Dalí surrealista de los años 30, al desarrollar el “método paranoico-crítico” al inicio de ese decenio[3] en El mito trágico del Ángelus de Millet, se proponía ante todo poner en relación, incluso casar o fundir, imágenes opuestas. Y así, en su Vida secreta, dice que “no comprendo por qué, cuando pido una langosta, no me sirven nunca un teléfono hervido” y habla de: “teléfono frappé, teléfono color de menta, teléfono afrodisíaco, teléfono-langosta”, y otras modalidades telefónicas no menos surrealistas.
Digo esto porque es justamente el intento de armonizar contrarios conceptuales o de jugar con ellos una constante en las creaciones aforísticas de Pérez Antolín, el cual se acerca al surrealismo a través de una vía, que expresa muy bien en este aforismo, tan daliniano por otro lado:
“De entre nuestros órganos, ninguno tan logrado como la boca. Muerde y besa. Te hace pasar del placer al dolor sin que notes la diferencia”.
Y en este otro:
“En cuestión de sentimientos la única certeza posible es: “Te odio, amor mío”.”
Con el que dice “Conseguir la belleza nombrando cosas bellas no tiene mérito. Una composición hermosa hecha de engendros sería arrebatadora”, MPA describe de la forma más exacta y breve el arte surrealista que revelan numerosas obras de Dalí.
Si la única diferencia entre la locura y Dalí es que Dalí no estaba loco, a pesar de que en tantas de sus pinturas se revelan los fondos más delirantes de la psique, otro tanto viene a decir Pérez Antolín, cuando escribe:
“Hay un momento en que los disparates de los locos suenan tan desmesurados, que parecen cuerdos.”
Y:
“Escribo para que otros caigan en mi locura y yo me deshaga de ella.”
Esta pulsión filosófico-surrealista que se percibe en los enunciados de MPA tienen su origen en particulares estados de la mente que nuestro autor expresa mediante estas tres frases:
“En estas notas escribo lo primero que se me ocurre, cuando menos me lo espero y dando al resultado la menor importancia posible”.
“Mis logros más destacados se han producido después de divagaciones sin propósito.”
“Desconfío de los filósofos que no tienen corazonadas. Los mejores hallazgos solo se dejan vislumbrar con ayuda del pálpito.”
Queda, pues, claro que la literatura aforística de MPA tiene mucho de surrealismo daliniano conceptual, de la misma manera que la obra artística de Dalí tiene no poco de aforística, cosa que hasta ahora nadie había dicho, ni siquiera yo mismo. Pero, ¿cuáles son los asuntos que más le inquietan, estimulan, incitan a MPA? No es fácil resumirlos, pues, obviamente, Mario Pérez Antolín no pretende construir un sistema. No obstante, hay algunos que me parecen esenciales en Mínima esencia. Esos asuntos son: El Yo -o sea, el propio autor-; la persona y las relaciones humanas y sociales; Dios y algunos aspectos de la política y la religión; y el conocimiento y la verdad.
¿Qué nos dice Pérez Antolín sobre sí mismo? La respuesta se puede encontrar en estas frases, en las que el auto-retratista echa también un desencantado vistazo al mundo en general y, particularmente, al mundo que lo rodea y en que le ha tocado vivir:
“Yo no soy único. Necesariamente tengo que estar repetido en un multiverso infinito donde ocurre una finitud de acontecimientos.”
“Doy gracias a los que me critican, al menos me tienen en cuenta.”
“Habitualmente el precio que paga el reconocimiento de la posteridad es el desprecio de la actualidad.”
Y MPA llega verse a sí mismo como si protagonizase un cuadro, no sé si de Dalí o de Escher:
“He encontrado a uno que asegura haberme matado. No le hagáis caso. Yo solo soy mi único asesino. El destructor prematuro de mi presencia aquí.”
En relación con el mundo de las ideas, esencial en Mínima esencia, nos confía:
“A medida que afianzo mis ideas se me borra mi ideología.”
Lo que tiene su complemento en esta otra afirmación:
“El paso de la idea a la ideología obliga a convertir al pensante en creyente.”
El gran Ortega, en El hombre y la gente, diferenciaba con gran finura las “ideas” de las “creencias”. No cabe duda que en la variada tropa de estas últimas figuran las ideologías.
Más de una vez el lector de Mínima esencia se pregunta cuál es el ideal de escritor que tiene MPA. El autor contesta con esta frase:
“El escritor minoritario se conforma con el aprecio de un público selecto. Quiere admiradores admirables.”
Y también, de alguna manera, con esta otra
“¡Quién pudiera interpretar como el actor y aplaudir como el espectador, siendo este acto simultáneo, único y el mismo!”
Tanta importancia tiene la materia literaria, o sea, las palabras, para Mario Pérez Antolín, que nos confiesa de forma directa: “El ser está en las palabras; lo que no se nombra carece de esencia.”
Qué amenaza se cierne sobre el mundo de las palabras es una pregunta que tanto el autor como el lector se hace conforme va avanzando por el paisaje de Mínima esencia. La amenaza es clara. Se llama… las pantallas.
“La pantalla se adapta mejor que la página a nuestra repentina fascinación por la avasalladora superficialidad cinética de los contenidos efímeros.”
Así es nuestro mundo: un mundo cinético y superficial tiranizado por la pareja que forman Efímero y Pantalla. Esperemos que no tarde en llegar el divorcio.
Miremos ahora qué nos dice MPA sobre la vida, sobre Dios, sobre la religión. Nos dice cosas que estimulan sin duda nuestra inteligencia, pero que también ponen en tela de juicio la bondad de la existencia. Leamos:
“Que la vida era una estafa, lo aprendí pronto. Tardé algo más en comprender que se trataba de una estafa mal tramada.”
“De haber sabido que la vida era esto, no digo yo que fuera a no nacer, pero sería un nacimiento para una prematura muerte.”
¿Y qué dice MPA sobre Dios?
“Dios no admite la proliferación; con Él sobra y basta. Por ello sus supuestas criaturas, lejos de afirmar su existencia, la niegan.”
“Dios se deja amar, pero no se deja comprender; sabe de la disyuntividad de estas dos operaciones.”
Y yendo a un asunto más concreto, el de la vida socio-política y su prolongación religiosa, Mario Pérez Antolín nos dice certeramente:
“Cuando la porra no puede mantener a raya a una multitud, se convierte en báculo.”
Así es que MPA acaba confesándonos sin ambages:
“Soy un agnóstico al que le gusta la oración, por eso leo poesía.”
Y recordando tal vez el tiempo de su infancia y adolescencia en que, tras hacer detenido examen de conciencia, se dirigía dentro de la iglesia a un confesionario, dice:
“El confesionario era el lugar de nuestros secretos. Ahora lo es el buscador de internet.”
Si ahora pasamos al territorio de la moral, Pérez Antolín no tarda en detectar escondidas contradicciones, como las que refleja este enunciado:
“Detrás, seguramente, de un moralista hay un inmoral. Detrás de un puritano se esconde un libertino. Solo el transgresor predica con el ejemplo.”
Estas provocativas observaciones se entienden en alguien que afirma:
“Lo inhumano es tan humano como lo humano.”
En cuanto a las relaciones sociales, yo destacaría estos acerados y acertados pensamientos:
“Realizar un acto desinteresado supera la capacidad mental del ser humano. Entra dentro de los fenómenos paranormales.”
“El rencor es un estimulante tan potente como el amor, y da sentido a la vida que no tiene sentido.”
“Búscate una pareja parecida en las aficiones y opuesta en las conductas, si quieres conservarla.”
También la política es un tema que sale a relucir en Mínima esencia. Veamos estas muestras, en las que, como suele ocurrir en el libro, el autor hace gala de un profundo y desencantado conocimiento de la psique humana:
“Uno llega a dirigente cuando sigue defendiendo, con más ímpetu si cabe, aquello en lo que ya no cree sin que nadie note la diferencia.”
“Un cambio político profundo únicamente se produce cuando hay más rabia que miedo en la mayoría postergada.”
“Las causas de las guerras futuras están escritas en las cláusulas de los tratados de paz presentes.”
“Lo malo de los sistemas es que solo podemos construirlos desde dentro y, una vez terminados, se convierten en nuestra cárcel.”
Lógicamente, una de las principales preocupaciones de MPA es la búsqueda de la verdad, incluso cuando lo hace al precio de desvalorizarla para, de ese modo, intentar revalorizarla:
“A mí no me interesa la verdad, sino su oponente: el descreimiento interrogativo.”
Lo que se entiende, pues, como dice en otra parte, “No alcanzamos la verdad porque no estamos preparados para ella. Su sola visión nos desintegraría.”
La conclusión a la que llega MPA es inevitable:
“El secreto es el refugio de la verdad.”
Es que, como bien sabe nuestro autor, “El sufrimiento es el precio que hay que pagar por el don de la lucidez.”
A pesar de su apóstrofe contra la verdad y de su descreimiento interrogativo, M. P. Antolín observa con lucidez que “Entre las muchas capacidades humanas, la coordinación es la que marca la diferencia” y “¿Qué sería de nuestro entendimiento sin los nexos?”
Pero enfilemos ya hacia el final de estas consideraciones, que, a diferencia de los aforismos, amenazan con volverse demasiado largas. Cuando leemos “Hoy a nadie sorprende que el hombre o la mujer se desnuden en público. Un striptease del alma, eso sí que sería un escándalo”, nos damos cuenta de que Mario Pérez Antolín ha pretendido, con su libro de mínimas esencias, hacer eso. Hacer un striptease del alma. O, al menos, intentarlo.
Y, de pronto, cuando ya me disponía a poner fin a estos apresurados párrafos, en los que no sé si he logrado decir lo máximo con lo mínimo, se me ha ocurrido un aforismo que en cierto modo resume la visión del mundo que MPA me ha proporcionado con la lectura de su Mínima esencia. Es un aforismo que dice así:
“No hay cosa más surrealista que eso que llamamos realidad.”
O:
“La realidad…, ¿puede haber algo más surrealista?”
Pero si he de resumir la obra aforística de MPA, y, por ese medio, revelar su ideal de la vida y de las letras, no tengo más que recurrir a estos dos aforismos, los últimos que voy a someter a la consideración del benévolo lector:
“Deberían subtitularnos cuando pensamos y, cuando hablamos, deberían enmudecernos.”
“Emocionar como un poeta, contar como un novelista, pensar como un filósofo y, sobre todo, callar como un cartujo.”
Mínimo-Máximo
Ignacio Gómez de Liaño
Emocionar como un poeta, contar como un novelista, pensar como un filósofo y, sobre todo, callar como un cartujo.
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En una pareja, la confianza destruye la pasión con el martillo de la verdad.
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El amor nos anestesia el costado por el que entra la espada del desamor.
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Bien mirado, la topografía emocional del afecto se reduce a llorar, reír, bostezar.
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Nadie hay tan poderoso que se permita desobedecer sus inclinaciones.
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El que no te emociona con dos frases, mejor que no te aburra con un tratado. Por eso escribo aforismos.
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Uno llega a dirigente cuando sigue defendiendo, con más ímpetu si cabe, aquello en lo que ya no cree sin que nadie note la diferencia.
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La historia es pródiga en grandilocuentes acontecimientos inútiles y en nimios detalles cruciales.
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Lo bueno de las causas perdidas es que nunca se pueden echar a perder.
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La ironía sutil no deja damnificados.
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Casi siempre el ornato oculta una falta alarmante de penetración.
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Desde el púlpito, los dogmas caen como bombas de precisión sobre la población indefensa.
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En las historias corrientes de las personas insignificantes encuentro el sentido heroico de la renuncia.
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Doy gracias a los que me critican, al menos me tienen en cuenta.
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Un testamento es un ajuste de cuentas del que nadie nos pedirá cuentas.
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Con la primera mentira acaba la infancia, con la primera nostalgia empieza la vejez.
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Las causas de las guerras futuras están escritas en las cláusulas de los tratados de paz presentes.
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La devoción auténtica consiste en seguir admirando al otro después de treinta años viéndolo en zapatillas.
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Hemos pasado de condenar herejías a diagnosticar patologías. De la teopolítica a la biopolítica.
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¿Te has parado a pensar si detrás de tus caprichos hay una fisiología que manda y una psicología que obedece?
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¿Qué tendrá el prestigio, que una sola falta lo arruina y mil méritos no lo alcanzan?
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Hincha al vanidoso con lisonjas hasta que reviente. Siempre será mayor tu capacidad de cebar que la suya de digerir.
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Si te colocaron en un puesto, pregúntate a quién sirves; si te lo ganaste, pregúntate para qué sirves.
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Mi primera experiencia como hombre libre se produjo el día en que desobedecí una orden y pagué por ello.
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Esta, en la que todos piensan, de la que todos huyen y por la que todos sufren, es la más cruel de las certezas.
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El político que profesa una ideología se parece al operario que quiere reparar cualquier desperfecto con un solo tipo de herramienta en su caja.
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La reputación es tan fácil de perder como difícil de recuperar.
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La mentira se nutre de trozos de verdad debidamente desubicados.
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El latido cruel de la migraña hace que el latido sordo del corazón parezca una flor desflorada.
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Declaramos los rasgos fundamentales de nuestra personalidad con la entonación antes que con la opinión.
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Siempre habrá quien no te perdone el favor que le hiciste.
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Habitualmente, el que menos tiene que decir es el que más tiene que hablar.
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Con el paso de los años vamos perdiendo la capacidad de asombro y la sustituimos por la capacidad de espanto.
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Hacer demostración de agudeza zahiriendo únicamente a las personas sin ingenio es la mayor de las pobrezas.
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La derrota es lo único que nos humaniza; pletóricos damos miedo.
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Hoy a nadie sorprende que el hombre o la mujer se desnuden en público. Un estriptis del alma, eso sí que sería un escándalo.
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El sufrimiento es el precio que hay que pagar por el don de la lucidez.
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No quiero ser el que sufre un accidente cuando practica para no accidentarse. En ocasiones, la anticipación despierta la desgracia.
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Solo se les deja ganar a los niños y a los reyes. Tal vez sea porque hay muy poca distancia entre el máximo poder y la máxima debilidad.
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Hay una edad para creer y otra para renegar. Lo importante es que en medio haya una edad para discurrir.
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Tan solo somos una ínfima parte del infinito. Y, aun así, me parece demasiado.
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Si quieres que la ruina se cebe con alguien, basta con alabarlo efusivamente delante de sus compañeros. La envidia hará el resto.
*
No hay sujeto sin sujeción. Somos alguien porque estamos atrapados por algo.
Selección de Mínima esencia
Mario Pérez Antolín