Grunge
Los Altos habían sido siempre un rumor, nadie sabía bien a bien quienes o que eran. Supusimos que eran una banda de criminales, gente armada que aprendió a sobrevivir y defenderse, que comían de vez en vez a los más débiles. / Que equivocados estábamos.
OBRAS
Mimeógrafo #129
Febrero 2024
Capítulo 1
Mario Treviño
(México)
Flaco y yo pasamos a eso de las cuatro a casa de Alfredo a comprar cocaína y pastillas, Alfredo es el gay del pueblo, aunque se decía que era el único, nosotros sabíamos qué hay más porque tiene amantes anónimos, no preguntábamos, únicamente nos importaba que nos vendiera las drogas.
Sabía también que Flaco y algunos otros se acostaban con Alfredo cuando no tenían plata y querían algo de fiesta, se nos hacía normal, pero nunca se comentaba nada dentro de la bola de amigos, todos sabían, nadie se burlaba, ¿con qué cara?
Tocamos en la puerta de Alfredo, desde afuera, se oía un jazz estridente, casi lujurioso, la pieza estaba ya en el paroxismo, sonaba la trompeta escandalosamente por atrás, un piano sordo parecía perseguirla cansadamente, ambos, envueltos en un salvaje contrabajo que llevaba placenteros y culposos compases a nuestros oídos. Los acordes hacían retumbar las paredes de madera pintada de blanco, la casa tenía dos plantas, raro en ese pueblo. Flaco tocó la clave secreta, tres golpes seguidos, dos pausados. Volvió a hacerlo porque el jazzista del disco estaba tan tremendamente concentrado en su expresión que casi ahogaba todos los sonidos cercanos.
Unos veinte segundos después Alfredo salía al porche.
El cabello ondulado y rubio, la barba a medio pelo, una camisa abierta a medio pecho, de seda color amarillo con unos cuadrados azul ultramar y, a partir de la cintura muchas grecas y cabezas de medusa en color dorado, calzoncillos blancos, sin zapatos, Alfredo sonrió y hablo fuertemente, abrazándonos.
—¡Amigos, queridos! ¿Qué los trae por acá? Recuerdo que me llamaste, Flaco, pero no creí que vendrías —me miró y me abrazó fuertemente. Olía a loción, a sexo, a alcohol, pero no me fue desagradable.
—¡Muchacho, cómo has crecido! —dijo gritando en mi oído, sentí su aliento, supe que olía a Ginebra.
—Pasen, por favor, ahora los atiendo —caminó delante de nosotros, y Flaco entró primero, Alfredo se detuvo en la credenza del recibidor, también blanco, y tomó un vaso con “Gin”, hielo y agua tónica. Sonrió, y nos hizo el ademán de salud. Sonreímos y nos dijo, “vengan, sírvanse”. Miró a Flaco y sonriendo preguntó:
-Flaco, entonces solo quinientos pesos ¿verdad?
Flaco sonrió y me miró, yo asentí, habíamos acordado el monto desde la noche anterior. Alfredo desapareció en la puerta de la cocina.
La casa era preciosa, muy americana.
Escaleras con barandal de madera blanca y pasamanos de nogal que contrastaba hermosamente, pinturas enormes con hombres y mujeres desnudos adornaban la estancia y la doble altura donde comenzaba la escalera. Alfredo tenía buen gusto, aunque su camisa no lo demostrara.
Vi a Flaco tomar familiarmente un libro de la mesa del centro, era un libro de fotografía, y se perdió mirando las notas, no las fotos, es decir, no lo hojeaba, sino que lo leía, me habló de películas, de sensibilidad, de diafragma, velocidades, reveladores, la verdad es que no entendí nada, solo que Flaco quería o debía ser fotógrafo.
Alfredo salió dos minutos después, había comenzado otra pieza de música y ahora pude saber que lo que escuchábamos desde afuera era el disco de Art Blakey, “Moanin”, la funda del acetato estaba junto al tocadiscos.
Excelente.
Nos dio un papel blanco doblado muchas veces, hasta llegar a ser del tamaño de una moneda de dos pesos, diciendo que era lo justo y un poco más, solo porque yo había ido con Flaco.
Sonreímos nerviosos, Flaco soltó el libro y salimos sin ver con quién estaba Alfredo.
Eran las 4:15, fuimos a casa de Mariana.
Mariana era, es… La chica más guapa del pueblo, quizá del estado, heredera, rubia, bellísima, con un trasero tan redondo y desafiante, que parecía tener más cuerpo de negra, que de rubia, todos, a excepción de Flaco, teníamos diecisiete años.
Todos amábamos el grunge, y todos bebíamos tequila directo de la botella.
Caminamos un buen rato, y Flaco me hablaba de arte, de foto, de grises, de cómo sería la vida si el encuadrara las escenas; decía que todos sus amigos, nuestros amigos, éramos bellísimos, que el sería feliz si nos pudiera tomar fotos. Le creí.
La verdad es que pensaba en la excusa que le daría a mi padre cuando llegara a casa después de la fiesta, el pobre hombre apenas podía con su exmujer, mi madre, como para aguantar que yo le diera más preocupaciones.
Mi madre se fue de casa cuando yo tenía unos siete años, recuerdo un infierno de gritos y golpes un par de años antes de que desapareciera, después la frialdad, después las cervezas, una madrugada se fue, acompañada de un sujeto de cabello largo vestido de blanco. Era el terapeuta Gurú, quien le ayudaba a sanar el espíritu para ser feliz con su familia. No me dijo nada, me dio un beso y dijo, “un día lo entenderás”.
Habían pasado siete años, y seguía sin entenderla, lo único que seguía sin cambiar eran las cervezas que mi padre bebía cada noche al llegar de la fábrica.
A veces, cada par de meses, quizá, tenía arranques de lucidez e ímpetus extraordinarios, arreglábamos la casa, me enseñaba carpintería, albañilería, fontanería, y ahí con él, bebí mis primeras cervezas al calor de un domingo de verano.
Como nuestra pequeña casa jamás creció porque no tuve hermanos; el jardín de enfrente quedó intacto, y ahí gastábamos muchos sábados por la tarde. Honestamente, esos eran días felices, la escuela, la bicicleta, mis amigos, los libros, mi padre siempre llegando a la misma hora a leer, a escribir.
A beber.
Ciertamente, él era un hombre fuerte, jamás fue al gimnasio, o a correr, o algo más allá de hacer jardinería y beber, aun así el trabajo como obrero lo tenía en excelente forma. Muchas veces oí halagos de las damas del vecindario sobre él, comentarios envidiosos de los vecinos hombres, pero en general, era un hombre bello y marchito. Amaba a mi padre.
Todo eso pensaba en la calle principal del pueblo mientras lo atravesábamos a pie para llegar a la zona rica, donde estaba la casa de Mariana. Mientras yo divagaba, Flaco hablaba de Isos y distancias focales, hacía encuadres con los dedos y hablaba rápidamente, emocionado.
Al cruzar la avenida principal frente a la plaza de la iglesia, entramos a la tienda a comprar cervezas y tequila, yo no llevaba más dinero que el de la mesada y casi había gastado la mitad ya, así que no había mucho que pensar, cerveza barata y tibia y quizá algo de tequila, igual, del barato, quizá cigarrillos sin filtro. Escogí una caja de doce latas de corona, y miré a Flaco, él sonrió y me dijo, “lleva dos, yo tomo el tequila”.
No entendía bien, sabía que no llevábamos dinero, pero Flaco me encontró en la caja y llevaba dos botellas y una caja más de doce cervezas, lo miré y le pregunté con la mirada, él dijo, “el bokeh siempre es importante, entre menos veas todo, mejor ves el foco”.
No entendí, pero sacó un billete de quinientos pesos, igual al que habíamos llevado para pagar la coca, y pagó sonriente, mientras me guiñaba el ojo izquierdo.
Sentí felicidad, pero un poco de remordimiento, los tratos de Flaco y Alfredo no me gustaban del todo.
La casa de Mariana era la antigua casa del alcalde, su padre no era alcalde, pero era el dueño de medio pueblo, así que un día la compró a buen precio y la decoró y amuebló a su gusto, era exquisita. Era además, la única casa que tenía piscina decente, todas las nuestras eran piletas de agua fría, y la de esta casa era una hermosa piscina curveada llena de azulejos bajo arboles de flores enormes, flores que siempre estaban flotando amarillas contrastando con el verde del piso de la alberca, balanceándose al compás de las pequeñas olas del agua tibia.
Entramos y la música se escuchaba ya desde el jardín, el olor a cigarro y marihuana llegaba a nosotros antes de llegar siquiera al cobertizo del garaje, los coches de los padres de Mariana estaban aparcados, lo que significaba que estaban en casa, sentí pena, o miedo, pero Flaco entró como si estuviera en su casa, y me olvidé de todo.
Adentro, aun siendo menos de las 5 de la tarde, había humo espeso, una niebla gruesa que llegaba a la cara de los presentes, Flaco sonrió y se desvaneció entre gritos femeninos, pensé que era alguna amiga, yo busqué la cocina y fui a dejar las tres cajas de doce cervezas. La cocina, llena de granito beige moteado de verde y madera color verde pastel tenía una gran mesa de trabajo, larga perfecta, en ella había unas veinte cajas de las mismas que yo cargaba, las acomodé y abrí una, saqué una lata tibia, y sin destaparla comencé a deambular en la sala buscando caras conocidas.
Encontré a los chicos de tercer grado, los seis, sentados en un sofá, todos tenían cervezas o alcohol en las manos y se compartían un cigarrillo de marihuana, sus melenas alborotadas, sebosas, brillantes me parecían sacadas de una revista, Flaco tenía razón, éramos hermosos todos.
Me miraron sonrientes y me saludaron levantando las manos balbuceando, y haciendo ademanes con la cabeza y los ojos adormecidos y rojizos, saludé vagamente a todos reconociéndolos lo mejor que pude.
Salí a la terraza y encontré a mis amigos, drogados y ebrios, no podía creer que Flaco y yo hubiéramos llegado tan puntuales, y ellos ya estuvieran en ese estado, pensé de inmediato que tendría que beber mucho para alcanzarlos rápidamente.
Como todos estaban en su asunto, me senté en la escalinata que bajaba a la piscina, y abrí la cerveza que escupió espuma y derramó bastante en los bloques rosas de la cantera.
Me limpié con la camisa de franela que llevaba atada a la cintura y me dispuse a oír, y a ver.
Dentro de la piscina estaba el gordo, que se carcajeaba ruidosamente mientras aventaba agua a uno más de mis amigos, “el cheto” le decíamos. Más allá, al fondo, estaba “el chino” con unas chicas que no identificaba, agucé la vista para ver mejor pero no alcancé a identificarlas.
Tomé un sorbo de la cerveza caliente, no me sentía gusto, quizá debería regresar a ver a mi padre y dormir.
Regresé hacia la cocina buscando el baño, vi a los chicos de tercero, y seguí por la estancia mientras buscaba la puerta del toillet.
La encontré pasando la cocina, debajo de la escalera, la puerta quedaba oculta desde donde yo estaba porque a la madre de Mariana se le había hecho muy mono poner unas enormes macetas con helechos ahí mismo y esconder asi la entrada al servicio, entre calladamente, con cierto respeto. El baño, tenía el WC de porcelana y estaba decorado igual que la cocina, el lavabo era del mismo granito beige, y los manerales y llaves eran de un latón muy dorado, impoluto.
Oriné pastosamente, en ese momento el ruido del chorro contra el espejo de agua me relajó bastante, no el orinar en sí, sino el sonido. y me lavé las manos, y salí cerrando quedamente, afuera el bullicio crecía y se percibía que vendría una fiesta de locura.
Salí con la puerta detrás de mí, mirando de reojo a la estancia y fijándome en la escalera, ¿sería prudente subir? No dudé mucho, al final todos estaban distraídos y yo quería conocer toda la casa.
Subí sin esconderme o disimular, como si ya hubiera estado muchas veces ahí, o fuera amigo íntimo de Mariana, arriba, tenía un gran vestíbulo desde donde se podía ver la estancia y la chimenea allá abajo.
Un poco más allá pasando el puente, había más macetas como las del toillet y después de estas, una pequeña sala de color rosa pastel, casi como el verde de la cocina, pero afeminado. Un par de libreros blancos llenos de libros de diferentes tamaños y colores, dispuestos organizadamente, más como si fueran elementos de decoración que herramientas para transmitir el conocimiento. En el centro de la estancia, en el techo, había un tragaluz que iluminaba delicadamente el sitio, por sus cristales esmerilados que servían de difusor. Me senté frente a una televisión enorme y apagada, y me imaginé a Mariana saliendo de su cuarto en pijama, sentarse y esperar el desayuno allá abajo.
Rumores de voces dentro de lo que parecía la alcoba principal me estresaron y bajé a la fiesta. Cuando giré en los últimos escalones vi que Mariana me miraba con cara interrogante y divertida, la mire sin saber que decir y no sé qué cara puse, pero sonreí y levanté los hombros, caminé hacia el jardín bastante cohibido.
Afuera en la piscina la gente seguía bebiendo y drogándose, Flaco y un chico que no conozco, pero que había visto con los de tercero, bailaban desenfrenadamente frente a tres muchachas sin sostén.
Todos parecían ser felices y no ser conscientes de la situación.
Sonreí y busqué en la hielera una cerveza fría por fin, la abrí y bebí un gran trago, casi la terminé; eructé sonoramente y busqué en mis bolsillos los cigarros sin filtro.
Encendí y fumé.
Después de todo el cometa seguía su camino, era el último viernes en la historia de la tierra. Desde que se dio la noticia, ya nada parecía tener importancia. Todos en absoluto parecían querer acelerar el aturdimiento.
Pensé en mi padre, y fumé de nuevo.
La música subió de volumen, casi groseramente y sin pena, canté junto a todos entrando también en el aturdimiento deseado:
“Skin the sun, fall asleep
Wish away, the soul is cheap
Lesson learned, wish me luck
Soothing burn, wake me up
I'm not like them, but I can pretend
The sun is gone, but I have a light
The day is done, but I'm having fun
I think I'm dumb”.
La absurda huida de las hormigas corriendo en círculos para salvarse del fuego.
Dios es un niño con una granja de hormigas: no planea nada.
Jonh Constantine:
El último viernes
Mimeógrafo #129
Febrero 2024
Capítulo 2
Mario Treviño
(México)
El último mes
Hacía apenas tres semanas que se supo la noticia. Como siempre, ellos lo sabían desde antes.
El asteroide 29075 1950 DA había impactado con un cuerpo celeste más pequeño y se desviaba a la tierra, se decía, según los científicos, que en el choque 29075 1950 DA se partió en tres pedazos cada uno de menos de quinientos metros de ancho, pero que cada uno de esos tres, donde cayeran, provocarían uno tras otro, el exterminio de los mamíferos y de casi todos los seres vivos hasta ese momento en el planeta. El día de la noticia, fue el día de mi cumpleaños. Era el mes de abril de 1994.
Ellos, las agencias espaciales y los científicos sabían de esto hacía meses, pero no estaban seguros de nada sobre las trayectorias de los tres pequeños imbéciles pedazos de roca espacial. A pesar de todos los cálculos, las errantes maniobras de las piedras gigantes hacían imposible saber si en el último momento se pasarían de largo saludando a los terrícolas que los verían en las pantallas de sus televisiones muertos de miedo, abrazándose entre padres e hijos, o abandonados al licor en la barra de algún bar maloliente, o como finalmente sucedió, impactarían con un tremendo combo de golpes al gordo y enfermo planeta tierra, aniquilando a la humanidad.
Increíblemente, una vez que los gobernantes y millonarios pusieron todos sus recursos en proyectos arca, o salvavidas interplanetarios, la gente de calle, la normal, se abandonó perdidamente al hedonismo. En las ciudades, los vagos proliferaron exponencialmente de un día para otro, yo mismo reconocí a tipos de cierta clase, o a famosos de los espectáculos deambular ebrios por las calles casi buscando ser atropellados.
Se amontonaban en las esquinas, en los callejones, en los portales, en los parques. Ahí, como en una maravillosa secta de la perdición, todos, hombres y mujeres protagonizaban orgias intensas antes los impasibles ojos de la policía. Los delincuentes, o los que quisieron serlo y nunca se atrevieron, tenían rienda suelta. Existía en cierto modo la ley del más fuerte, pero al saber el final tan cercano, inminente, y justo, a nadie le importa ya nada.
Fueron los dias en que el ego de la humanidad desapareció.
Todo lo que el sistema nos había inculcado, todo lo que pudieras comprar para impresionar a alguien, tu maravilloso cuerpo, tu estupendo auto, tu bella esposa, no tenían sentido. Al determinarse el día final, desapareció la vanidad aprendida en la televisión, desaparecían también los celos, la posesividad, ahora era inútil ya pretender ser lo que no eras, era inútil esconder tus sentimientos más primitivos, como por mencionar algunos: comer por placer, fornicar, matar, gritar, ahora estaban de cierta manera permitidos, porque la llamada ley social había muerto. No había hombres sojuzgando hombres, solo había primates a punto de desaparecer, y todos querían aprovechar sus últimos dias.
Hubo saqueos, asesinatos, incendios, suicidios en masa, o solitarios, explosiones, guerra de pandillas, pandillas en donde increíblemente podías encontrar a sacerdotes armados y feroces asi como a decanos de universidad peleando salvajemente, solo por desesperación.
Ira sin sentido, tristeza sin motivo, sabiduría de último minuto para consumir en la comodidad de tu cama.
En el pueblo, al menos en lo que nos enteramos, solo hubo un par de casos extremos de abandono, por lo demás, lo único diferente fue que todos se convirtieron en las personas más amables, ebrias y felices que hubiera conocido, lamentablemente, mi padre seguía yendo a la fábrica, ahí pasaba el tiempo con dos amigos, los demás obreros, ingenieros, técnicos, choferes, etcétera, abandonaron las labores.
La fábrica era de televisores, y a nadie le importaba ya alguna noticia o espectáculo, a nadie le importaba ya su aspecto, o su olor, o el de alguien más. Pero ellos tres, como paladines de las buenas maneras, seguían trabajando en lo que fuera con las maquinas apagadas. El dinero ya no era problema, los almacenes grandes que no fueron saqueados, estaban abandonados, solo funcionaban, la iglesia, la pequeña tienda de abarrotes, y la licorería, que por algún tipo de insana costumbre seguían aceptando dinero, y seguían vaciando sus bodegas.
La costumbre también es una droga, quizá la más peligrosa de todas.
Nosotros por nuestra parte, dejamos de recibir clases, pero seguimos yendo a las aulas, que ahora se habían convertido en cuartos llenos de mugre, chicos peleando o fornicando entre ellos, o golpeando a algún otro, me parecía asombroso como ante la sombra de la muerte, la vanidad y el recato se diluyen como humedad bajo el sol. Como si la costumbre religiosa cristiana inhibidora de deseos cavernarios, se desprendiera del alma humana cual hoja del árbol ante un ventarrón de muerte próxima.
No obstante, hubo las reacciones contrarias, se escuchaba en las noticias que en algún país de centro América, las iglesias estaban abarrotadas, gente golpeándose la espalda, hincada por dias, con los brazos al cielo, ciudades pequeñas donde hubo hasta dos semanas sin delitos, la policía reportó a un violador después de esto, con lo que se reinició la cuenta de días sin delitos.
Algunos de nosotros, hablábamos de cosas normales, aun había energía eléctrica, y las redes de Internet aunque con apagones, seguían funcionando casi normalmente, algunos de los reporteros, al igual que mi padre y los mencionados paladines, seguían haciendo su labor, seguían informando, claro que al abandono de las costumbres, la censura ya no existía.
Llovieron confesiones de todo tipo en los conductores de televisión, recuerdo como en el segundo día, mi chica favorita del clima, bailó desnudándose, diciendo que siempre quiso ser stripper.
O el señor maduro que comenzó a maldecir a sus padres, al dueño de la televisora, a sus compañeros, exhibiendo casos de abuso, exhibiéndose el mismo como abusador, llorando y carcajeándose mientras sacaba un revolver Smith & Wesson y se volaba la cabeza frente a las cámaras que quedaban fijas después, y nadie cortaba la transmisión.
Recuerdo también como algunas bandas de rock tocaban sus piezas por largas jornadas, drogándose y bebiendo sin vergüenza.
Terminaban tocando incoherencias, llorando, tirados en el escenario, que solía ser la sala de su casa. Sus hijos lloraban preguntando que le pasaba su padre, mientras una mujer delgada y exquisita, los levantaba y se alejaba de ahí con ellos en brazos, supusimos que era la madre de los pequeños.
Veía a los nuevos vagos tristes, con la mirada perdida, la boca abierta hablando con sus manos o quemando hormigas en un árbol.
Un martes, uno de esos recién vueltos vagos, estaba en la plaza de la iglesia, estaba mucho más delgado que yo, el pelo enmarañado y rojo, con manchas que tenían pinta de ser mugre de semanas, y aun así mechones muy rojos, casi incandescentes, era frágil, pero agradable de ver, llevaba una guitarra en buen estado, sucia, con quemaduras de cigarro en el puente y en el cuerpo.
Estaba tocando muy suave, como acariciando las cuerdas, su vos potentísima y rugosa, comenzó a cantar y me pare a escucharlo, encendí un cigarrillo y le miraba los pies, descalzos.
El siguió ensimismado cantando una pieza tristísima mientras el atardecer nos decía que habíamos gastado un día más de los pocos que nos quedaban.
“…I'm better than this
Don't leave me so cold
I'm buried beneath the stones
I just want to hold on
I know I'm worth your love
Enough
I don't think
There's such a thing…”
De la ironía, o de lo inútil que es el despertar de la conciencia en un suicida durante su corto o largo viaje de la cornisa al piso.
Mimeógrafo #130
Marzo 2024
Capítulo 3
Mario Treviño
(México)
El último año.
Las personas dejaron de consumir lo que hasta hacía un año les era habitual, todos los sistemas de comercio colapsaron, quienes no aprendieron a producir sus legumbres, sufrían de anemia, o peor, se volvían asaltantes primerizos, obteniendo muy malos resultados ante vecinos armados y organizados. Previsiblemente, luego del primer año, la carne comenzó a obtenerse de otros lados.
Sin ley, solo la fuerza imperaba, y ante una muerte inminente, la moralidad se desvanece inexorablemente...
El instinto puro, el primitivo, surgió desde lo profundo de la humanidad, esta humanidad que esperaba su fin.
En ese lapso, menor a un año, el mundo se quebró. Las grandes ciudades se convirtieron en escenarios apocalípticos llenos de humo y fuego, sin electricidad fue más difícil aún curar a los heridos que, por alguna razón insistían en sanar, aun sabiendo de la muerte programada. Quizá el espíritu humano habla en un idioma que no entiende de derrotas, quizá la esperanza es una mentira inducida en su ADN, para que el parásito dentro de ti encuentre la manera de cambiar de huésped, mientras agotas tu vitalidad.
Los que se curaban, veían con decepción muy pronto que ya no valía la pena aferrarse.
Ya no valía la pena nada.
En los pueblos, donde la gente era menos y donde todos se conocían desde niños, las cosas eran diferentes, quizá hasta la llegada de los familiares urbanos que, en una absurda huida, llegaban a la provincia pensando que lejos de las ciudades encontrarían tal vez, alguna oportunidad de sobrevivir.
Así vimos incendiarse algunos pueblos no tan cercanos, pero si los más próximos, torres de humo negro, torres inclinadas y enormes, aunque a la distancia parecían solo un árbol más de entre los miles del bosque.
En la mayoría de los poblados se abandonaron al trabajo y a ignorar lo que pasaba esperando que alguien lo resolviera.
Como siempre.
Había comida y verduras para dos años, pero ya no había dos años.
Lo que había era la inminencia de un fin democrático, sin matices de castas o dinero, urbano o rural.
Un fin totalitario.
Las noticias sobre antropofagia no tardaron mucho en llegar al pueblo, primero como rumores, luego por las noticias que aún se daban por la TV, comenzó en las ciudades capitales.
Creo que siempre estuvo más pervertida la mente de las personas allá, que las de los pueblos, probablemente fue siempre la alimentación, probablemente la rutina, probablemente la televisión, el teléfono. Cuando surgieron los caníbales, los niños fueron las primeras víctimas, desaparecían por las noches, y no pasó mucho tiempo antes de que se los robaran a plena luz del día; sé, de hecho, que este era el único sentimiento de la vida anterior que no cambió, porque los padres seguían defendiendo ferozmente a sus críos, aun a costa de la propia integridad.
Luego, la evidencia de jaulas y mataderos en gran volumen, donde había personas de todo tipo. Los caníbales de temporada se habían organizado y se habían armado, iban a la antigua usanza inglesa, es decir invadían los lugares más pobres y tomaban prisioneros, solo que en lugar de esclavizarlos o comerciar con ellos, los hervían con patatas y huevos fritos.
Los rumores crecían cada semana, y cada semana miraba a mi padre llegar y sentarse en el sofá a mirar TV, beber cervezas y dormir para el domingo hacer el patio. Nada cambiaba hasta que un día la TV dejó de transmitir.
Y enfrentarse a la realidad fue ineludible.
En nuestra alacena hacia comida aún, en las orillas del pueblo era relativamente sencillo conseguir legumbres, así que teníamos una calma densa y falsa, todos los habitantes, flaco, mariana, y los demás amigos fingían que no pasaba nada.
Me recordaba el video de un grupo musical donde muñecas de plástico se derretían ante el calor del sol, así nosotros manteniendo cobardemente una mentira, gastándonos la vida en fiestas y paseos.
No me parecía mal, vamos... ¿qué más se podía hacer?
Tampoco era buena opción sentarse a llorar a los diecisiete años.
Era tiempo de decidir, y solo había dos caminos, el primero, quizá el que escogía la mayoría de las personas que era quedarse a merced del destino y esperar el fin, o el que escogimos nosotros, disfrutar por completo cada minuto, el hedonismo era tal vez, la única recompensa a una muerte tan temprana, tan estéril.
Nos divertía la idea de vivir la situación como si estuviéramos en una película, pero ese amargo sabor que se siente en la garganta y llega al corazón cada que recordábamos que no habría más, eclipsaba el pequeño placer del caos general.
Mi padre seguía sin abandonar sus días en la fábrica y nosotros teníamos mucho tiempo libre. Poco a poco los apagones fueron más seguidos, más prolongados, al pueblo iban llegando cientos de personas extrañas, estas personas que nunca se quedaban, solo pasaban, pedían algo de agua y seguían su camino, la única entrada y la salida del pueblo se comenzó a llenar de autos abandonados.
Decenas de autos de todo tipo, ordenados y alienados casi perfectamente en la glorieta donde si conducías, podías decidir no entrar y regresar por donde llegaste, la mayoría aparcaba junto al último auto y continuaba caminando hacia no sé dónde. No había mucho combustible en las reservas, y no había manera de llenar los tanques sin un generador que funcionaba con combustible.
Personalmente me gustan los Buick, su línea y esa sensación de status me llamaban la atención más que los deportivos o algunos autos del viejo continente. Y por supuesto que había un par de ellos en el espacio de entrada a nuestro pueblo, el que más me gustaba era un “Century” color azul celeste con vivos cromados, lo había dejado una pareja que no tenía dinero ni mercancía para más gas, dicen que la mujer intercambio su cuerpo con el tendero por unas botellas de alcohol y dicen también que su marido aceptó. Yo no me di cuenta de nada, solo lo sé de los rumores, ahora había un par de Buick’s en la entrada del pueblo.
Y ese lugar se convirtió en nuestro lugar de reunión, subíamos a los toldos de los autos más lujosos y bailábamos sin camisa sobre ellos, yo bailaba, aunque comenzara a llover, veía a Mariana sonriéndome, y disimular que no me veía mientras carcajeaba con sus amigas señalándome, y más gozaba al bailar.
Abría el tequila mientras la lluvia mojaba mi torso, bebía un gran trago que me hacía eructar ruidosamente. Ahora que lo pienso, era inaudito que siguieran vendiendo alcohol. Que todas las casas tuvieran una buena ración de alcohol, verduras, y cerveza.
Un día, a Alfredo se le acabó la droga, y todos supimos que se fue del pueblo en su motocicleta en busca de más, no lo he vuelto a ver, creo que nadie supo nada más de él.
Para nosotros la vida continuó solo con pocos cambios, las fiestas eran los jueves, cada vez había personajes más extraños en ellas, el juez, el alcalde, uno de esos días el mismísimo cura de la parroquia fumó marihuana con los chicos de tercer grado, bebió vodka con los padres de Mariana, y terminó en la casa de alguno de todos ellos, nadie preguntó nada. El mismo cura que me corrió del templo por preguntarle insistentemente sobre el pasaje de Marcos, cap. 14, vers. 51-52.
La decencia, es un invento que se diluye ante el fin.
Estos últimos días no me gusta el camino de regreso a casa después de que oscurecer, ya que por las noches salen miles de insectos, salen del suelo, de las coladeras, de las rendijas.
Miles de cucarachas llenan la acera de camino a casa, tantas son que crispean cuando caminas sobre ellas sin poder evitar el aplastarlas.
Quizá están huyendo a algún lugar donde se salvarán, leí no sé dónde, hace mucho, que las cucarachas serían los únicos sobrevivientes de un cataclismo mundial, ahora por algunos momentos tenía ganas de ser una de ellas.
Deseaba, tontamente, sobrevivir.
Whatever makes you happy
Whatever you want
You're so fuckin' special
I wish I was special
But I'm a creep
I'm a weirdo
What the hell am I doin' here?
I don't belong here
I don't belong here
De cómo los hombres creen que fornican como manejan, y por qué siempre creen que conducen un Ferrari.
O de cómo un hombre se convierte en hombre cuando sabe que nadie vendrá a salvarlo.
Mimeógrafo #130
Marzo 2024
Capítulo 4
Mario Treviño
(México)
El fin, el comienzo.
Llevaba ya dos años mejorando en la terapia, por el abandono materno había comenzado a tener ataques de ansiedad que derivaron gravemente a los ataques de pánico, los medicamentos me habían ayudado mucho, y podía tener una vida normal, a excepción de algunos lapsos donde las lecturas, cuando eran interesantes, me hacían hundirme durante horas o días dentro de mi propia mente y me era difícil, muy difícil discernir la realidad de la fantasía. Eso evidentemente se había terminado, ahora estaba más sano que una cabra en la montaña.
Y me gustaba, ahora tenía amigos, escuchaba música, y sobre todo ya no me hacía falta mamá. Los veranos eran hermosos, olían a follaje, a campo, el sol brillaba doradamente a través de las hojas de los árboles y calentaba el agua de nuestras piletas sin calefacción, no era necesaria.
De pronto, comenzaron las noticias y los rumores, toda la felicidad que había sentido, se eclipsaba lentamente al darnos cuenta que los rumores eran ciertos, el mundo terminaría pronto, o al menos el mundo que yo conocía ese era el mundo de Flaco, de Mariana, de Gordo, de todos mis amigos.
Mi mundo.
—¿Sabes que ya no hay esperanza verdad? —yo estaba perdido dentro de esos ojos café verdoso, quizá le contaba las pestañas.
Había venido a casa a tocar mi ventana a las cuatro de la mañana, llevaba una botella de tinto, y dos cervezas de lata, calientes.
Tibias quiero decir, las llevaba en su regazo, y eso las hacía más valiosas.
Me había despertado en calzoncillos y con el pelo enmarañado, jamás tuve un cabello lindo, era más bien delgado y esponjado, de león.
Quizá si hubiera tiempo, podría haber sido un señor con panza y poco pelo, grandes manos y una espalda enorme, casi como la de mi padre (aunque los rasgos heredados de mi madre no me hacían tan atlético como él). Pero ya no había tiempo para eso, ya no había nada.
Ella, sin embargo, estaba hermosa, demacrada y hermosa, también ebria, pero hermosa.
Había venido a mi casa aun de noche para hablar, el motivo: se sentía sola y le parecía que yo era el único chico que podía entenderla.
Me halagaba, pero no la entendí, aunque fingía que sí. Todo lo que fuera por estar cerca de ella.
Asentí, pero, aunque sabía lo de las noticias sobre el final, no entendía que ya no hubiera esperanza. Es decir, la esperanza siempre ha sido el gusano que mueve a los humanos, durante toda la historia que conocemos, la esperanza muere al final, yo no entendía que hacer con eso, ¿qué hacer con la esperanza? Cuando vi caer los grandes imperios actuales por no encontrar solución, y lo mejor que pudieron hacer todos fue huir, abandonándolo todo.
Ella no trajo sacacorchos, pero abrimos la botella con un cuchillo y algo de golpes en la pared.
Estábamos sentados bajo la buganvilia, en las bancas del jardín ya comenzaba a amanecer.
Podía sentir su tibieza justo al lado mío, no podía pensar, solo la miraba y la escuchaba.
Ella dijo: -Siempre quise ser arquitecto, como mi abuelo, construir cosas de la nada, generar sentimientos dentro de espacios con cierta luz, cierto color, ciertas vistas...- continuó.
Miró la punta de sus pies, descalzos, y sonrió, pero lagrimas rebeldes salieron de sus hermosos ojos.
La abracé sin pensar, le dije aun sin pensar que todo estará bien.
Todo estará bien.
Qué mentira tan grande.
Hicimos el amor calladamente, tímidamente, entre el césped y las piedras de concreto que nos servían de camino en el jardín. Fue mi primera vez, nunca supe qué número fui para ella, no me interesaba. Ahora no quería que se terminara el mundo.
Le dije que iría a ponerme algo de ropa a mi habitación, la invité a pasar y se negó sonrojándose, vaya contradicción sabiendo lo que había pasado apenas unos minutos antes. Me vestí lo más rápidamente que pude, ella me esperaba en el jardín para acompañarla a casa, cuando salí ya no estaba, ni ella ni su bicicleta, solo una botella de vino ya vacía, otra llena por la mitad y dos latas de cerveza. Me decepcionó un poco pero el recuerdo de su aroma y de su cuerpo eclipsaba fuertemente cualquier sentimiento de decepción. Tomé las cervezas y las botellas, derramé el vino en el jardín y deposité ambas botellas vacías en la basura, las cervezas las llevé a mi cuarto.
Sonreía ampliamente mientras me tiré en la cama y recordaba paso por paso todo lo que había pasado, moría por ver a Flaco y contarle.
Dormí otro rato, hasta que el sol estaba bastante arriba.
Flaco llegó a mi casa un par de horas después, estaba alarmado y me quería decir algo, pero no se atrevía, lo confronté y le pregunté directamente qué pasaba.
—¡Es Mariana, ha desaparecido desde anoche, no la encontramos! —dijo mientras miraba a través de mí, como cuando se busca la luna entre las nubes del cielo nocturno.
—Vine porque sé que te importa mucho, pero no me habían autorizado a decirte nada, hasta que revisáramos los lugares en donde estaría normalmente, su padre me pidió especialmente que te preguntara yo, y que te pidiera unirte a la brigada de búsqueda. ¿quieres venir? —me dijo al tiempo que yo ya me ataba los zapatos, lo empujé hacia la puerta y tomamos las bicicletas, me miró y a pesar de la gravedad de la circunstancia me preguntó sonriente: ¿tomaste anoche? Tienes esa cara de resaca y desvelo…
No lo dejé continuar. Monté en la bici y fuimos a casa de Mariana, me preguntaba si había soñado, los comentarios de flaco me hacían pensar que, si fue real, ¿pero desde qué hora salió de casa?, ¿dónde se encontraba ahora? ¿Fui al único que visitó?
Llegamos a la antigua casa del alcalde, la casa que ahora era de la familia de Mariana y había un montón de gente, ya todo estaba estructurado, el padre de ella apenas me vio y se dirigió a mí.
—Muchacho, tú le gustas mucho, siempre habla de ti, por favor, dime que está contigo, ¿sabes a dónde fue? ¡Ten piedad! —lo miré y no abrí la boca, negué con la cabeza y él se alejó aventándome decepcionado.
Flaco que presenció todo, se rio, y dijo:
—¡Ah!, con que le gustas mucho, ¿eh? —lo miré y le hice un gesto de fastidio, pero no pude evitar una sonrisa, pensaba que ella ya había hablado con sus padres sorbe mí, y que no me había dado cuenta de nada, no imaginaba absolutamente nada de eso, y ahora, Mariana estaba desaparecida.
Desaparecida.
Vi en los grupos de búsqueda el mapa por donde habían estado y salí hacia esos lugares en la bici, Flaco me dijo que esperara porque la estructura era hacer un barrido por zonas para ser más efectivos, se temía de algún animal, de los caníbales, de todo, pero yo sabía dónde había estado Mariana, en la madrugada, si ellos habían empezado por la zona norte a esa hora, ella perfectamente pudo verlos y esconderse, o llegar después que ellos revisaran esa parte del bosque. Yo la conocía muy bien y hacia allá fui.
Tenía muchísimas ganas de verla de nuevo, y por supuesto la inquietud me ahogaba, ¿porque había huido de casa? ¿Dónde estaba ahora? ¿Por qué no me contó nada?
Las preguntas me rebotaban en la cabeza mientras pedaleaba a toda velocidad, poco a poco llegue a la cima de una pequeña montaña boscosa que protege al pueblo de los vientos del norte, en una de las curvas del camino construyeron desde hacía sesenta años, una planicie con bancas y algunos asadores, era un mirador con una vista hermosa y gigantesca.
Pensaba llegar ahí y descansar, para orientarme y continuar.
Cuando llegué a la curva, algo me dejo sin aliento, el otrora bosque que esperaba ver, era ahora un montón de troncos sin follaje, árido y de color macilento. De algunos puntos salía humo o polvo, no supe distinguirlos bien debido a la sorpresa, ahora entendía por qué las personas que llegaban lloraban y agradecían tanto, sin embargo, cualquiera en su sano juicio no se alejaría mucho de ahí, el pueblo era digámoslo así, un oasis.
Un oasis con agua, comida y protegido por las montañas. El paisaje más allá de nuestro cerco de montañas era un desastre completo, restos secos de árboles, las cimas de las montañas que recordaba con nieve y bosques, eran ahora de color tierra, sin bosque, con cientos de troncos vacíos, y muertos.
Ahora el escalofrío me recorrió la espina, al pensar que Mariana pudiera estar por ahí, en algún lado corriendo peligro sin alimentos ni agua, o a merced de las bandas de forajidos caníbales que empezaban a acercarse al pueblo, seguramente los rumores de la riqueza natural que aun poseíamos llenarían de hostiles las calles donde paseábamos en bicicleta, esto pasaría muy pronto.
Y tendríamos que estar preparados.
Pero primero tenía que encontrar a Mariana.
Where you going for tomorrow?
Where you going with that mask I found?
And I feel, and I feel
When the dogs begin to smell her
Will she smell alone?
And I feel so much depends on the weather
So, is it raining in your bedroom?
And I see that these are the eyes of disarray
Would you even care?
De por qué un optimista piensa que este es el mejor mundo posible y un pesimista tiene miedo de que eso sea verdad, o de por qué la sabiduría nos llega cuando ya no nos sirve de nada.
Mimeógrafo #131
Abril 2024
Capítulo 5
Mario Treviño
(México)
Basura
Llevábamos tres dias rondando el pueblo, tres dias sin dormir, apenas comimos un par de veces y seguíamos buscando.
Los mayores iban caminando en fila, como la llamada operación hormiga. Cada uno barría unos cinco metros de bosque, intentando encontrar a Mariana, o lo que quedara de ella. La mente nos daba mil vueltas, ¿habrán sido los caníbales? ¿Huyó para morir lejos de todos nosotros? ¿Estaba ahora sentada en un árbol riéndose a carcajadas mientras la buscamos desesperados?
Yo recorrí la parte norte del pueblo, salí por todo el camino y luego por las veredas del bosque. Siempre me detuve en la cerca de la fábrica donde papa trabajaba, miraba la cerca y me perdía por instantes, una cerca normal, de malla ciclónica con púas en la parte alta, y despues, el propio edificio que era tan alto y robusto que no había manera de entrar si no por las puertas, y claro que si entrabas te verían desde cualquier parte de la nave, que tenía incluso los sanitarios dentro de ella.
Si Mariana hubiera llegado ahí, mi padre me hubiera mencionado cualquier cosa extraña, me hubiera dicho cualquier cosa sobre mariana… ¿o no?
Hoy era jueves, y no había dormido mucho en toda la semana desde que Mariana fue a buscarme a casa, ahora no sabía si realmente fue a verme, o lo soñé.
Pedaleé hasta la malla, y rodeé la cerca por el lado del bosque, por momentos olvidaba que era lo que buscaba.
Dentro del edifico había ruido de máquinas, luces de funcionamiento, todo parecía normal, normal pero sin obreros, yo sabía que solo mi padre y dos amigos estaban ahí, y que iban solo por la costumbre y el miedo a enfrentar el fin del mundo. Me detuve un momento antes de llegar a la caseta de vigilancia, esta se desplantaba justo cruzando el rio por un puente exclusivo para la entrada de la fábrica, es como si el rio fuera la frontera del edificio con el mundo, el lugar era hermoso y entendía perfecto que mi padre amara ir a ese lugar.
Junto a la caseta del vigilante, hacia el norte, había una puerta para las vías del ferrocarril, una vez que vine a visitar a mi padre esas puertas estaban abiertas, recién había pasado el tren y pude ver dos líneas de acero alejarse juntas sin tocarse hasta donde se perdía mi vista en el horizonte.
El viento que venía a través de esas vías fue el más frio y más directo que yo recordara de mi niñez.
Ahora ambas puertas estaban cerradas.
Dejé la bicicleta a un lado de la caseta y entre por entre los dos batientes de la puerta principal, que solo servían para detener autos, pero alguien como yo cabía fácilmente, decidí ir a preguntar a mi padre como iba, y que tal se la pasaba con sus amigos en ese viejo edificio del norte del pueblo.
Los ruidos dentro, hacían imperceptible mi llegada, hasta que tuviera que acceder por algunas de las puertas de la nave, que como ya he dicho, llevaban directamente al interior.
En el pueblo, las personas que no tenían nada que hacer seguían buscando a la muchacha rubia. Muchos decían que los caníbales habían llegado a la zona del pueblo y la habían secuestrado para llevarla a los mataderos de los que se rumoreaba en la ciudad. Esos muchos andaban armados hasta altas horas de la noche cazando a cualquier extraño que se hubiera internado en las calles del pueblo sin saber lo que pasaba, varias veces escuchamos altercados que siempre terminaban mal para los desprevenidos viajeros.
El improvisado consejo de búsqueda y rescate, no hacia mas que cuchichear y agravar la situación, pero ante lo inevitable no había mucho que hacer, igual íbamos a morir muy pronto ya.
Había dentro de todos los rumores uno consistente, perenne en los chismes de pueblo, en los comentarios susurrados en las esquinas, en los persignados que se confesaban en la parroquia del padre que ahora iba a muchas fiestas de mis amigos.
Se supo de ellos hace meses, se hacen llamar Los Altos. En su mayoría son personas jóvenes que viven o se han ido a vivir a lo alto de las montañas donde no hay humo, ni polvo, y la lluvia no es acida. Se dice que bajan en pequeños grupos a robar comida, a robar gente.
Solo son rumores pero ese en especial era consistente, siempre era el que mas temor provocaba a la gente del pueblo.
En esto pensaba cuando entré a la fabrica por la puerta principal, entre silbando y buscando en las alturas a mi padre, era el silbido de la familia pero nadie lo contesto. En la nave de la fábrica había pasillos elevados muy pegados a los muros pero sin rozarlos, dejaban espacio suficiente para que no hubiera manera de ensuciarlos con algo. Todos construidos de metal, unas mesas de producción a todo lo largo de la nave, y luego una zona de montacargas donde se veía una plataforma alta y ahí embarcaban los camiones llenos hasta reventar de cajas llenas de lo que sea que fabricaran en la nave, además de televisores.
La música provenía del sótano, en realidad pense que mi padre y sus amigos estarían en el sótano haciendo alguna cosa para perder el tiempo, la música era sobre un hombre enojado con sus amigos, y gritaba mucho.
Bajé todos los escalones hasta el final y pude ver que no había nadie, o no los había visto, quizá estaban en otra parte del edificio, seguí caminando y al llegar a la parte este del sótano, debajo de las escaleras por donde había bajado, había unas mesas de acero inoxidable, tres mesas alineadas por su lado ancho, un olor a oxido y acido lastimaron un poco mi nariz.
Había agua en el piso, manchas levemente rojas. Nada raro, solo que esta era una fábrica de televisores, y no se lavaba nada, aun en el sótano el agua era restringida, sin duda mi padre y sus amigos estaban realizando algunas cosas fuera del trabajo, usando las mismas herramientas.
Salí por la puerta de atrás y rodeé el edificio por completo, no encontré a nadie, la música seguía sonando y yo grité algunas veces por mi padre, pero nadie respondió.
Recordé a Flaco, realmente me gustaría que estuviera ahora aquí.
Podría por ejemplo rodear al mismo tiempo en sentido contrario y asi barreríamos hasta dar con mi padre. Pero no estaba, la fabrica estaba mas vacía que las botellas de cerveza del refri de papá.
Caminé hacia la caseta por mi bicicleta y estaba dispuesto a ir a mi casa por una buena ducha, una siesta, y un bistec con papas.
La decepción llenaba mi pecho, no sabia bien qué pasaba, desde que vi a Mariana la última vez, todo parecía borroso, el fin del mundo, el inminente choque del asteroide asesino, el fin de la humanidad palidecía solo por no encontrarla.
Y yo, yo la buscaba por todos lados sin saber nada de ella.
Mientras me subía a la bicicleta empecé a tararear la canción que estaba en la nave principal, yo tambien me sentí enojado, me sentí abandonado, me sentí basura, me sentí GRUNGE.
On a wave of mutilation
Wave of mutilation
Wave of mutilation
Wave, wave
I've kissed mermaids, rode the El Niño
Walked the sand with the crustaceans
Could find my way to Mariana.
De por qué los perros no saben qué hacer una vez que alcanzan el auto que persiguen.
Mimeógrafo #131
Abril 2024
Capítulo 6
Mario Treviño
(México)
Los altos
Habían bajado hacia una semana, nos habían estudiado, nos habían seguido, programado, probado, engañado, y hasta se habían infiltrado entre la gente del pueblo, quiero decir, se habían hecho pasar por gente de mi edad, y jamas sospeche de ellos. Quizá era la tribu mas habilidosa de la que haya oído jamas.
Gente cazadora, campista, superviviente, armados, estrategas, expertos en sobrevivir, gente preparada para el fin del mundo. No es que ellos fueran a sobrevivir, pero al menos demostraban ser los alfas en la crisis final, era como si ellos supieran algo que nosotros no, como si se hubieran enterado antes del asteroide asesino.
Mariana se había ido con ellos, no me cabía duda. Su visita a mi casa fue una especie de despedida, o quizá me quería llevar y no se atrevió al final.
Como sea, me sentía estúpidamente despechado.
Sentía celos inmensos al pensar que prefirió dejar todo lo que teníamos, lo que guardábamos como un tesoro, por irse en pos de una pandilla de mercenarios hambrientos y abusivos. Creo que en realidad no eran celos por Mariana, si no por las aventuras que tendría antes de morir, y que yo jamas podría ni de lejos comparar o imaginar. No me entendía ni yo, todo era una crisis por todos lados, y a veces me descubría esperando al asteroide en lugar de temerlo.
No confiaba en nadie, Flaco había desaparecido con el pretexto de buscar a Mariana, la gente del pueblo llevaba una semana dando vueltas inútilmente, mi padre no había estado en la fábrica, y justo ahora la policía tocaba la puerta del jardín de enfrente.
Me asomé y miré a un amigo de mi padre que ahora fungía como comandante, me miró. Sonrió y me dijo:
—Randy ha muerto, necesitamos hablar con tu padre —lo miré estupefacto, mi padre apenas había salido con Randy por la noche, de hecho la misma noche en que mariana me había ido a buscar.
Randy siempre ha sido como mi familia, amigo de mi padre desde que recuerdo, y ahora estaba muerto, y murió justo cuando mi padre estuvo con él.
Todo se estaba volviendo un caos, un caos desagradable.
Extrañaba a Flaco, así que pensé en salir a caminar, en la estancia estaban mis zapatos tenis, los puse y até correctamente, tal como me enseñaron en el instituto donde me dieron la terapia. Vi la habitación de mi padre y en su cama había un monton de papeles y folders, supuse que habría salido de prisa.
—Prisa, ¿para qué? ¿Por qué? ¿No se daba cuenta de que ya nada tenía caso? —pensé.
La policía llamó a mi padre a una cita por la muerte de un amigo, Randy; yo lo consideraba como un tío, pero inexplicablemente no me sorprendía su muerte.
Por la noche, dejé la bicicleta y entré a casa, mi papá ya estaba ahí y sin decir nada señaló el sofá con la cara. Me senté y me tendió una cerveza fría.
Acepté.
Me contó exactamente lo que pasó esta mañana…
“Lo único que recuerdo es que llegué cansado y ebrio a casa, no me desvestí, solo me quité los zapatos. Desperté a las seis de la mañana y mi hijo ya se había ido a la escuela, eso supuse.
Aun en cama, revisé los mensajes y las llamadas, no había nada nuevo.
No hay nada más solitario que no tener a quién darle los buenos días, o quién te salude, los perros nos habían abandonado ya hacia un par de semanas, huyeron por el agujero de la verja donde crecía la enredadera de bugambilias, llena de espinas, llena de flores color rosa, esa enredadera, esa que ella tanto me pidió plantar para cuando creciera le hiciera un arco y poner las sillas del jardín ahí.
Ahora es una hermosa planta, llena de flores, cubriendo los muebles, muebles vacíos.
Era sábado, un día soleado y con viento fresco, era marzo, era un bello día.
La ventana de la recamara tenía justo esa vista, hacia el poniente, los atardeceres daban una luz preciosa entre el follaje y las flores, siempre imaginé esa mesa llena de jarras de té, y cerveza, carne asada, y sonrisas.
Solo estaba la luz y los muebles, ni sonrisas, ni comida, ni bebida.
A eso de las nueve de la mañana me llamaron para avisarme que Randy había muerto, se voló la cabeza con un tiro en la boca.
Randy siempre fue algo extraño, era un nerd en toda la palabra, a mí y a mi hijo nos caía muy bien, quizá era el único amigo que me quedaba después de que ella se fue.
La llamada era de la policía, me explicaban que como fui la última persona que estuvo con él, había con certeza, sospechas de que yo lo hubiera asesinado.
Sospechas burdas, yo jamás he asesinado a alguien, quizá lo he deseado, pero nunca lo he hecho. Y menos si hablamos del único amigo de la familia rota a la que trataba de mantener sin sobresaltos. Contesté las preguntas, confirmé una cita y colgué.
El maldito de Randy ahora había hecho algo que si bien no me sorprendía, si me molestaba, con todo, era mi amigo.
La conversación de esa noche, la última que lo vieron con vida, giró en torno a mi dolor, a mi miedo, pero sí recuerdo que Randy habló sobre un final rotundo, sobre un nuevo grupo de amigos que lo invitaba a vacacionar y él nunca fue bueno para hacer amigos, en fin, sonreía y miraba al piso, decía que ya nada tenía caso, en un momento de la noche, me miró fijamente y me dijo:
“Disfruta, amigo, disfruta como si fuera el ultimo día, abraza a tu hijo y sonríe”. Lo ignoré pensando que era un consejo para no enterrarme en el dolor. Después, recordando, encontré que esa idea del final rotundo, había sido recurrente en los últimos viernes. Randy era un genio escondido, abandonó un gran trabajo en ciudad capital, y se refugió en nuestro pueblo, su carácter huraño siempre fue la causa de todo, sin embargo nos sorprendía con sus datos y predicciones estadísticas en política, o economía, siempre sabia más que todos nosotros, y siempre lo ignorábamos hasta que llegaba a realizarse su predicción.
—Mi padre revisaba sus notas en un cuaderno y continuaba, como queriendo memorizar un discurso—.
Me levanté y fui a la ducha, me vestí con pantalones deportivos y una playera vieja, pensaba en podar el césped del jardín, beber unas cervezas y dormir toda la tarde, ahora el gobierno había cancelado la liga de futbol, asi que no había nada que mirar en la tele. Pero con esta llamada, todo había cambiado, busqué una camisa, me la puse frente al espejo y no me sentí cómodo, regresé a los pants y la playera vieja.
Frei dos huevos, con un pedazo de panceta que tenía en la nevera hacía ya dos semanas, aun asi, no estaba mala, comí lento y bebí una cerveza grande. Gracias a dios por las cervezas en botellas de litro y cuarto. Me puse los tenis y fui al auto.
En el asiento del copiloto estaba un paquete de folders y papeles, no recuerdo haberlos subido, pero ahí estaban, quizá Randy los había puesto ahí.
Los abrí, y había un montón de recortes de periódico, impresiones de revistas alarmistas, notas a mano y textos resaltados. Estuve dentro del auto unos quince minutos leyendo y revisando, no entendí nada, solo que un asteroide había chocado con otro y que quizá, solo quizá habría peligro de choque con la tierra.
Los textos en mandarín, y en alemán, no los entendí, pero supuse que hablarían de lo mismo.
Le puse las ligas de nuevo y me llevé el expediente a la sala, pero decidí ponerlos en mi cuarto, ¿para qué dejar ese desorden en la sala?
Manejé a la estación de policía, ahí estaba Ramón, el jefe de la estación, amigo y conocido mío desde la infancia.
En cuanto me vio estacionar, se asomó por la puerta con tela mosquitera sacó una mano y me hizo señas para que pasara directamente.
El caso no tenía muchas vueltas, la hora de la muerte y el atestiguamiento de los vecinos, aclaraban que a esa hora yo estaba en mi cama sin zapatos, sin embargo, las preguntas tenían que hacerse.
Omití lo del expediente del auto, pero hablé de todo lo que conocía, ahora tenía que ponerme la camisa de antes para hacer los funerales de Randy.
—Me dijo y me cerró el ojo—.
Eso, querido hijo, es lo que pasó hoy, y desde que vi a Randy por la noche, así que si pensabas que tu viejo es un asesino, lamento desilusionarte”.
Asentí y terminé la cerveza. Salimos a las bancas del jardín y me preguntó:
—¿Han encontrado ya a Mariana? Quizá deberías ir con sus padres y preguntar más, quizá hay pistas que ellos no han visto —me miró, y guiñando el ojo izquierdo me dijo: “¿no lo crees?”
Fui a dormir, lo necesitaba, Mariana no aparecía, y yo estaba destruido, Randy muerto, y mi padre sin su amigo, sin su esposa, solo me tenía a mí.
A lo lejos, el pueblo seguía vivo. Vivo mientras pudiera, y yo solo quería dormir, sin soñar, sin saber, solo descansar.
Down in a hole and I don't know if I can be saved
See my heart I decorate it like a grave
You don't understand who they thought
I was supposed to be
Look at me now a man
Who won't let himself be
Down in a hole, feelin' so small
Down in a hole, losin' my soul
I'd like to fly, but my wings have been so denied.
De por qué las flores que caen de los árboles nunca hacen ruido; solo se deslizan sin que nadie note que han muerto.
Mimeógrafo #132
Mayo 2024
Capítulo 7
Mario Treviño
(México)
Acá todo ha seguido igual, Mariana no aparece, mi padre con sus amigos y el asunto de la policía, Randy y los apuntes que, ahora he leído también yo, me han parecido un tejido de circunstancias que no me importan mucho, ya no importa nada. Parece que nadie se da cuenta de que los días nos siguen contados, no como antes, que morir era estar en una larga fila donde no sabías tu turno, solo lo suponías, o lo que creías en tu alma que era maso menos tu turno, ¿qué se dice? —¿después de treintaicinco es más justa la muerte? — quizá porque ya hay un tramo vivido, o también se decía un “era muy joven para morir”, o el clásico, “ya estaba sufriendo mucho, esa no es vida, ahora descansa”. Pero hoy, la fila no es vertical si no horizontal, todos en diferencia de días o semanas en menos de dos meses moriremos, importantes o no, jóvenes o no.
Ya no hay mas caso a todo lo que hemos aprendido de los victoriosos que escribieron la historia según sus caprichos.
Hay un alboroto general y rudo por los rumores de Los Altos, pero va más por el ego que por la vida misma.
Incluso yo les tengo más celos por llevarse a Mariana, que por las pocas semanas que puedan sobrevivir después de la tragedia.
O eso digo a mis amigos.
Hoy es jueves otra vez, creo, ya no tenemos certeza de los días y el tiempo. El mundo naturalmente sigue su curso, solo las alimañas se ven preparadas para lo que viene, las ratas, las cucarachas, las aves.
Flaco me dice que ella estará bien, que si ha muerto aun estará mejor que lo que nos toca vivir a nosotros.
Mi padre sigue huyendo a su agujero en la fábrica, no sé qué hace, no encuentro consuelo en él, se ha vuelto hosco, y creo entenderlo. Me mira, me abraza y llora.
Y yo lloro con él.
Siento rabia, me parece injusto que se corte la vida para la cual fui criado y no haya remedio.
Ahora la televisión, cuando hay señal, es tomada por grupos anti caníbales, gente armada y descortés, en su mayoría personas que normalmente eran policías o militares, pero tambien personas civiles que encuentran en la violencia un consuelo. Cada día, he ido tomando mas conciencia de como comer menos, de conservar los granos, de recuperar agua de lluvia, pero no tengo idea de que me va a servir.
He seguido saliendo todos los días por los caminos a buscar indicios de Mariana, de Los Altos, de algo que me de rumbo.
Pero termino las noches en casa de mariana, bebiendo la cerveza que poco a poco se acaba, el alcohol parece interminable y me parece gracioso a veces, pero entiendo que los adultos, solo quieran estar adormecidos, disfrutando sus sentidos, y que entre todo esto, nosotros, hagamos lo mismo.
Decidí hablar con los padres de Mariana, quiero saber más, no de ella, que probablemente está muerta, si no de lo que saben, que saben de Los Altos, que saben de Randy y sus apuntes.
Quizá haya algo que me de un rumbo para morir sonriente, tal vez, dentro de todo este caos, encuentre algo que me haga sentir limpio, una lluvia que calme el ardor de mi alma.
Estamos de nuevo en la entrada del pueblo, todos están ebrios o drogados, incluso yo. Los chicos de tercer grado, descaradamente fornican entre ellos, y hay ya algunos padres de mis amigos participando, no me gusta.
En otras circunstancias sería el sueño de muchos adolescentes, pero yo veo que el cielo se nubla, y me subo al toldo del Buick, y me dejo llevar por la cinta que puso uno de los chicos de mi grado, lo conozco, es el gordo de tercer grado y también es amigo Flaco y de Mariana, solo balbucea, y sigue emborrachándose, yo, sintiéndome completamente solo dentro de la multitud, en el toldo del Buick, me quito la camisa mientras una lluvia que ya no es pura, me humedece tiernamente primero, y luego me abraza con su golpeteo violento hasta que ya no escucho a nadie, ya no veo nada, solo veo dentro mí, sigo cantando.
I just want someone to say to me
Oh, oh, oh, oh
I'll always be there when you wake, yeah, yeah
You know I'd like to keep my cheeks dry today, hey
So stay with me and I'll have it made (I'll have it made)
And I don't understand why I sleep all day
And I start to complain that there's no rain
And all I can do is read a book to stay awake
And it rips my life away, but it's a great escape
Escape
Escape
Escape
O de cómo el vacío se vuelve protagonista, y a veces hasta se extraña, como si fuera un compañero de juerga.
Mimeógrafo #132
Mayo 2024
Capítulo 8
Mario Treviño
(México)
A Mariana le había asustado terriblemente el fin del mundo, se iba a casa de Clara y ahí bebían ron y tinto previamente robado de casa de sus padres, o de los de Clara.
Aunque los padres de ambas se molestaron, nadie les dijo nada, no había para que, todos morirían en muy poco tiempo y quizá solo les dejaban disfrutar la juventud, la poca que podían disfrutar ahora. A ellas les gustaba tirarse en el césped y mirar las nubes mientras enumeraban a los chicos guapos de colegio. Clara se convirtió su amiga desde que llegó al pueblo, Mariana y sus padres venían de ciudad capital porque su padre había dicho que estaba cansado del mundanal ruido. Y ella tan pequeña y tan frágil y tan rubita, tuvo que acostumbrarse a vivir en este pueblo quieto sin las grandes tiendas, sin los autos, sin los parques, sin los cines, sin los teatros, solo iba de vez en vez a saludar a su tía Gertrudis un domingo al azar, tía, que a ella siempre le parecía un fantasma.
Una mujer alta, delgada y rubia, de cara hermosa, pero de mirada terriblemente fría y antipática, siempre vestida de traje azul marino casi negro, Mariana no recordaba haberla visto nunca con vestidos de algún otro color, esta tía vivía en lo alto de una torre de departamentos lujosos en el centro en la zona más exclusiva del pais, con todo un piso para ella y sus gatos. La tía Gertrudis siempre fue un misterio, parecía que el padre de Mariana le temía, y le temía mucho, y eso nunca le terminó de gustar.
Clara y Mariana bromeaban con la tía Gertrudis cada vez que se echaban en el pasto del jardín, decían con voz tenebrosa: “soy Gertruuuudiiis”, y se carcajeaban hasta las lágrimas, pero en septiembre del 91 la tía se arrojó por la ventana del departamento y murió dos segundos después.
Hubo muchísima gente en el sepelio, gente del gobierno, de la prensa, gente importante y anónima, el padre de Mariana parecía ahora tener más miedo que cuando su tía Gertrudis estaba viva, desde entonces, todo cambió, no era tan pequeña asi que recordaba que en casa todo eran cuchicheos y miradas esquivas cuando se hablaba de la tía Gertrudis. La buena tía Gertrudis, la bruja de los gatos, la científica loca que trabajaba en el gobierno viajando por todo el mundo, de eso hacia tres años ya, y su padre aun no sabía decirle claramente por qué se mató.
Clara y Mariana, eran amigas de Flaco y Alfredo, les gustaba pedir a Flaco que les trajera algunas píldoras para relajarse, y se las daban a la madre de Clara para que se desmayara cinco minutos después de tomarlas, y entonces sacaban botellas de vino o latas de cerveza de la alacena y corrían a la entrada del pueblo donde últimamente se reunían todos a beber, bailar, y tratar de olvidar que el fin del mundo estaba a la vuelta de la esquina.
Para Mariana esto era una anécdota más, no entendía la inmensidad del fin, su mente no acotaba la humanidad ni el fin de la misma, siempre mimada y de vida fácil, los riesgos eran solo diversión de la que sí había consecuencias, su padre la rescataba, con un encierro de viernes, y los deberes de escuela en sábado.
Entre Clara y ella, se contaban lo que harían despues del meteoro, se contaban como se armarían y cazarían presas para comer, como conseguirían ser las mujeres de los hombres alfa que sobrevivirán y serían las reinas de un nuevo reino, de un nuevo mundo, donde ellas tendrían los mismos privilegios de ahora o quizá más, porque no habría tantas rubitas bonitas que sobrevivieran. Incluso decidieron compartir al esposo si es que no había mas hombres, y para sellar el pacto, se besaron en la boca, y metieron sus manos en la entrepierna de la otra hasta llegar al orgasmo, así quedaba jurado el pacto de hermandad.
Poco a poco el tema fue tomando seriedad, las muertes, los ataques, el deterioro, fue escalando exponencialmente y de un día a otro, se daban cuenta que su pequeño pueblo era uno de los pocos lugares que no había sido aun apedreado por el espacio, que el pequeño valle protegido por montañas es uno de los pocos lugares fértiles del continente.
Que la gente, la gente mala, estaba llegando inevitablemente.
Una vez después de estar en el jardín de su casa y acompañar a Clara hasta el portal, volvió a su cuarto para ducharse, se quitaba la ropa cuando escuchó una discusión en la biblioteca de la escalera, era un hombre de unos cuarenta años, con tipo de nerd, hablando con su padre, y este le reclamaba el no haber dado a conocer la situación real de los eventos que sucedían, su padre, como nunca lo había visto, estaba furioso y tremendamente histérico, le decía a su interlocutor que bajara la voz, mientras explicaba que nada podía detener lo que se venía, que lo mejor era vivir bien antes del fin y no acelerar el sufrimiento.
El tipo gritaba: “¡Por dios, es que tienes que avisar, o todo será peor, ellos están preparados y nos consumirán como ganado!”
Mientras su padre, solo negaba y decía:
—Ya todo está terminado, de cualquier forma, sucederá —tomó un paquete de documentos y los metió en el cajón del escritorio blanco, dando por terminada la conversación—. Estaremos dando fiestas cada viernes en casa, si llegas eres bienvenido Randy —y se retiró, dejando al hombre parado, mirando la puerta que se cerró, y lentamente rodeó la maceta de helechos para bajar la escalera y desaparecer, segundos después escuchó el motor de un auto y cómo este se alejaba de su casa.
Al planeta le quedaban semanas a lo mucho y ellos planeaban fiestas. Se escabulló al cajón del escritorio en la sala, y vio una carpeta llena de copias y recortes, todos eran sobre el asteroide, se hablaba de su tía, del eclipse meses antes de que ella muriera, de secretos por revelarse, de cómo de todos modos no había esperanza de sobrevivir.
Mariana con el corazón roto, llena de asombro y decepción decidió entonces, perder cualquier tipo de cordura y abandonarse a la vida, era una pataleta, pero ¿qué más podía hacer una chica mimada de diecisiete años de edad en mil novecientos noventa y cuatro ante la inminente muerte del planeta?
Vivir los últimos meses a toda velocidad, gastarse el cuerpo sin recato.
Escogió de entre todos los chicos al que le entregaría su virginidad, debía ser apuesto, pero tambien debería ser especial y mirarla, mirarla como Clara y ella lo habían visto en las películas, que no hubiera duda.
Mariana lo había estado viendo desde primer grado, le encantaba como llevaba sus tenis Converse completamente sucios, su pelo castaño cayendo onduladamente en la frente y sobre las orejas. Lo que más le gustaba era los hoyuelos que se le hacían en los mofletes cuando sonreía. Era un chico muy atractivo para su edad, y sin embargo las pocas veces que habló con él le pareció más inteligente que apuesto. Sus padres estaban algo intrigados por este chico que le gustaba, sin embargo, no se había dado nada aun entre ellos. Bueno eso lo arregló el maldito fin del mundo, con toda la vorágine que había por el final, pudo estar cerca de él y hablarle, y, por la forma en que el la miraba, parecía que no era indiferente a sus sentimientos. Las cosas sucedieron muy rápido, en menos de dos meses ya sentía un amor enraizado, fuerte, y sin salida por ese chico, que vivía a la orilla del pueblo.
Estaba acostada y era mas de media noche cuando escucho rumores y gritos, su padre estaba histérico y preocupado, golpeaba cosas, y comenzó a llamarla a gritos.
—¡Mariana! Mariana ven en este momento, carajo! —gritó.
—¿Qué pasa padre, por qué los gritos? —salió de su recamara frotándose los ojos por el deslumbramiento.
—¿La carpeta, ¿dónde la has puesto? ¡La necesito! —le mostraba el cajón abierto y vacío donde ella vió la carpeta llena de recortes, carpeta que ahora no estaba.
—No lo sé pa’, no sé de qué hablas, además en esta casa entra mucha gente todas las semanas, seguramente alguno de ellos… —el padre bajó acelerada y violentamente a la sala donde se escuchaban aún los gritos de furia.
Mariana volvió a la cama, se metió en las sabanas y decidió que la próxima noche sería la noche, por la mañana se aseguraría de saber dónde vivía el chico de los hoyuelos y después, o si, después sería la chica mas feliz del fin del mundo.
My baby loves me
I'm so happy
Happy makes me
A modern girl
Took my money
And bought a TV
TV brings me closer to the world
My whole life
Looked like a picture of a sunny day
My whole life
Was like a picture of a sunny day
De cómo las mariposas se acercan tanto al fuego que se queman las alas, o de cómo el saber también te hace daño.
Mimeógrafo #133
Junio 2024
Capítulo 9
Mario Treviño
(México)
Los Altos habían sido siempre un rumor, nadie sabía bien a bien quienes o que eran. Supusimos que eran una banda de criminales, gente armada que aprendió a sobrevivir y defenderse, que comían de vez en vez a los más débiles.
Que equivocados estábamos.
Los Altos son familiares directos y amigos cercanos de gente muy importante, de gente que supo desde años atrás que estaba pasando y que iba a pasar.
Gertrudis y Randy habían estado muy cerca de esas personas, el grupo se nombraba IAWN (Red Internacional de Alerta de Asteroides) era una agencia especializada en lo que estaba pasando en el planeta, ellos la IAWN, sabían desde hacía años que el asteroide 29075 1950 DA se había partido en pedazos, y que poco a poco había estado cayendo en la tierra. Ellos si notaron las señales que los medios de comunicación ocultaron primero y que luego renombraron. Las sequias, los incendios enormes y seguidos que llenaron la atmosfera de humos y gases, ese cielo siempre gris y sin nubes que tuvimos durante dos o tres años. Las enfermedades respiratorias comunes, crónicas y mortales que poco a poco se nos hicieron normales.
Los Altos tenían un plan, un plan que los países ricos y pobres sabían desde el inicio, por eso no hubo proyectiles en el espacio, por eso decían que no había salvación. Siempre supieron que podrían escapar y tener posibilidad de sobrevivir si planeaban bien que hacer durante la crisis después de los impactos. Aun de esto tenían certeza, habían calculado todas las posibles zonas de impacto, y habían preparado las zonas más alejadas, con más posibilidades de sobre vivir.
Dentro de esas zonas, estaba mi pueblo, el pueblo de Flaco, el de Mariana, el pueblo de mi padre y su enigmática fábrica de televisores, ahora desierta, energizada y luminosa, pero desierta.
Los Altos habían reclutado a Mariana y a mi padre, no tenía certeza de ello.
Pero tampoco tenía dudas.
Todo esto lo supe después de hablar con el padre de Mariana, la sabia todo y no hizo nada porque pensaba que en el último momento los científicos del mundo encontrarían una solución. Jamás pensó en estas ciudades refugio que los millonarios del mundo construyeron opacamente desde más de dos años atrás, ciudades que expulsaban a miles de millones de personas, condenados a muerte, desechados como basura, sin aspirar a que sus genes siguieran replicándose en nuevas generaciones, desperdicios humanos, suciedad genética, y en cierta forma, tenían razón.
Ahora la depuración se haría de forma natural, los más fuertes sobrevivirían, y los demás moriremos. Me parecía justo, el dinero sirvió por fin para hacer algo bueno, aunque de mala forma a mis amigos y a mí nos tocará la peor parte.
Era viernes de madrugada y pedaleaba a casa, estaba rendido, tenía polvo por todos lados, Flaco me había regalado un par de pastillas y me dijo:
―Chico, tómalas que no nos queda más que hacer, todo eso que me cuentas parece una alucinación tuya, esto te ayudara a dormir ―tomé las dos capsulas con tequila y no dije nada, no servía hablar, ya no quería seguir despierto, deseaba que el fin del mundo llegar ya, como lo habían dicho en las noticias, y no poco a poco como decía el padre de Mariana.
Flaco se quedó bebiendo en casa de los padres de Mariana, y al parecer a nadie le importaba ya seguirla buscando, o siquiera saber en que acabó. Yo sentía algo extraño, quizá la echaba de menos, quizá seguía enfadado. Quizá solo era cansancio y las drogas, pero me fui a casa a dormir.
O ese era mi plan.
Cuando llegué, las luces estaban encendidas, en el living, estaban mi padre y dos amigos de la fábrica que yo no conocía realmente, al abrir la puerta me miraron fijamente, mi padre se levantó de la silla, y me abrió una cerveza, al tiempo que decía, -siéntate, tengo muchas cosas que contarte-.
Él y sus amigos me contaron todo lo que sabían de los Altos, quienes eran, de donde venían, y porque estaban en el pueblo. Me enseñaron después el folder rojo, y me explicaron los recortes, me tradujeron los reportes de periódicos en mandarín, inglés, alemán, ruso. Yo jamás tuve idea de que mi padre supiera tantos idiomas, pero el de manera muy natural me dijo: ―Beneficios de trabajar en una compañía internacional ―y sonrió guiñándome el ojo como cuando me contaba cuentos de superhéroes y yo le preguntaba alguna razón por la que fueran inverosímiles las historias.
Contaron detalle a detalle, como evolucionó la historia humana hasta lo que se hoy, que la sociedad se destruyó a sí misma cuando ante la muerte inminente, los constructos dejaron de ser útiles y solo quedaba la idea de la supervivencia o en mi caso y el de la mayoría, el hedonismo al más alto nivel, sin la tenebrosa idea de perder un paraíso inexistente, o el cronometro indicando que cada día quedaba menos tiempo para disfrutar de todo aquello que les diera placer a los humanos.
Escuché atento y hambriento de saber, pero en mi cabeza, a cada pregunta quedaba una perenne, y Mariana, ¿dónde está? ¿Está bien? Pregunta que no hice, hasta un par de horas después, cuando comenzaba a clarear.
―No lo sé, pero quizá la pregunta que deberías hacer es: si ella quiere saber de ti, y eso pequeño, lo sabrás dentro de un rato―. Yo no sabía si reír, llorar, o contarles que estaba súper drogado cuando empezaron a contarme todo eso.
Solo atiné a asentir cuando mi padre dijo: ―toma, esta mochila lleva lo más importante, no necesitas nada más, acompáñanos, y después todo será más claro, partimos en treinta minutos, haz las llamadas que tengas que hacer, sin contarle a nadie lo que sabes, toma lo que quieras conservar, nos vamos en media hora―.
Me acosté en la cama, suspiré y no pensaba en nada más que en volver a ver a Mariana, pero tomé una cinta, el walkman, y una botella de bourbon de la vitrina.
Unos minutos después, estábamos en el auto de mi padre y vi con claridad que enfilábamos hacia la fábrica, temblaba de incertidumbre, pero no dije nada, solo le subí el volumen a la música y esperé.
Some say the end is near
Some say we'll see Armageddon soon
Certainly hope we will
I sure could use a vacation from
This bullshit three ring circus sideshow
Of freaks here in this hopeless fucking hole we call L.A.
The only way to fix it is to flush it all away
Any fucking time, any fucking day
Learn to swim, see you down in Arizona Bay.
De cómo El desengaño camina sonriendo detrás del entusiasmo.
Ya veo al cristal del desengaño, que soy polvo, nada y viento.
P. C. B.
Mimeógrafo #133
Junio 2024
Capítulo 10
Mario Treviño
(México)
El sótano de la fábrica se había convertido en una sala llena de gente ocupada yendo y viniendo, faxes, llamadas, televisores a color de tamaño gigante, reconocí a personas que habían desaparecido del pueblo y que estaban ahora aquí, con documentos en las manos y discutiendo entre ellas.
Yo estaba un poco high aun, la cabeza me daba vueltas. Me recosté por unos instantes y me dormí profundamente. El mundo se había convertido en un mar de gelatina, con personas gelatina, con perros gelatina, plantas radioactivas que danzaban sensualmente mientras susurraban una melodía suave, miraba las caras de Mariana, el flaco, de mi papa, todos se escurrían como esculturas multicolor, hermosos helados tornasol derritiéndose al sol de la playa, nubes de color azul en un cielo de color purpura que era atravesado por aves de colores que dejaban estelas de chispas color dorado…
Desperté por el agua fría que me arrojaron.
Grité sintiendo que me ahogaba, y una bofetada me hizo reaccionar y recordar la noche pasada, estaba aún en el sofá del sótano de la fábrica.
Mariana estaba jadeante frente a mí, con un cubo en la mano, y con una sonrisa entre avergonzada y anhelante. Me froté los ojos pensando que seguía durmiendo, ella me abrazó tan fuerte que sentí que se el corazón se me detuvo por segundos, largos y maravillosos segundos.
Nos besamos interminablemente y a mí ya no me importaba nada más, ni siquiera el fin del mundo. Me llevo por los rincones del bunker improvisado, me explicó todo, como de a poco se había generado una esperanza de vida, una esperanza que los altos habían venido a proclamar. Me explicó que según los análisis habría lugares que no serían afectados mortalmente por el asteroide, que había posibilidades enormes, hasta del cuarenta porciento de salir con vida y empezar una nueva era de la humanidad. Que nuestro valle estaba en esa lista primero, que los cambios en la trayectoria del asteroide habían cambiado y también llegarían los pedazos a nuestra casa. Sus ojos se apagaron cuando me explicó también, que ya no quedaba tiempo.
Que nos habíamos enterado demasiado tarde, que definitivamente el mundo se acababa para nosotros y no había más que hacer.
Aunque consiguiéramos un avión y después vehículos veloces para subir a las montañas elegidas, no llegaríamos antes del lunes de la próxima semana.
Todo apuntaba a que ese era nuestro último martes.
Los últimos días, la gente se veía ahora callada y sin esperanza.
Ya no había más. El esfuerzo que habían hecho había sido completamente estéril. Así como mi búsqueda de Mariana las semanas pasadas.
La resignación se había apoderado de todos, maldecían a Randy y al padre de Mariana, ellos no conocían a la tía Gertrudis, seguramente también la odiarían.
Volvimos a casa juntos mi padre sus amigos, mariana y yo.
Caminábamos muy lentamente a pesar de que llovía incansablemente, reímos un poco sabiendo que no había más esperanza.
Que la siguiente semana comenzarían a caer los pedazos de rocas incandescentes que llenarían más de humo nuestro bosque, que saturarían poco a poco nuestra atmosfera. Que matarían a todos sin distinción.
I wish I was like you
Easily amused
Find my nest of salt
Everything is my fault
I'll take all the blame
Aqua sea foam shame
Sunburn freezer burn
Choking on the ashes of her enemy
In the sun
In the sun, I feel as one
In the sun
De cómo no hay mayor dolor, que recordar los tiempos felices desde la miseria.
D.A.
Mimeógrafo #133
Junio 2024
Capítulo final
Mario Treviño
(México)
Al final todo sucedió como lo habían predicho Los Altos, los pedazos de roca caían a diestra y siniestra sobre el planeta que no explotó como todos pensamos, si no que se fue incendiando como un enorme puro, poco a poco, humeando.
El sol se comenzó a hacer oscuro, el cielo blanco, muy blanco. Todos han muerto, mis amigos, mi padre, seguramente mi madre.
Ya no puedo hacer nada, estoy quemado hasta los ojos, mis dedos apenas responden sin dolor, no escucho nada, la luz ciega mis ojos, pero no pasa nada, en realidad siento paz, y quiero fumar.
A penas logro sacar el cigarrillo, y difícilmente lo enciendo, aspiro y miro el cielo blanco, no siento mi cuerpo, pequeño, frágil, ya nada me responde. Hace apenas unos segundos estaba completo, y justo ahora quiero fumar, solo pienso en lo que pude haber hecho, en lo que deje ir, pero ya no puedo más, tengo sueño. Aspiro el humo, tiento mis piernas, no hay sangre, pero sé que este es el fin. Desearía haber nacido antes, haber besado a Mariana antes, pero no se puede, el tiempo no perdona a nadie.
Estoy agonizando, pronto moriré.
No me fue tan mal, solo me desangro por los poros, y sigo fumando.
Desde el suelo, el mundo se ve enorme, retador, pero ya no estaré, los sobrevivientes harán lo que puedan, y nadie recordará lo que vivimos.
¿Así es la muerte?
¿Así me voy arrancado de un mundo que apenas conocí?
Me ahogo, pero sigo fumando, sigo escuchando esa melodía, y tengo sueño.
Al menos besé a la chica más linda del pueblo.
Te extraño madre.
Te extraño padre, gracias por no abandonarme.
Tengo sueño… dormiré.
Como la flor (Como la flor)
Con tanto amor (Con tanto amor)
Me diste tú, se marchitó
Me marcho hoy, yo sé perder
Pero, aay, cómo me duele
Aay, cómo me duele
Si vieras cómo duele perder tu amor
Con tu adiós, te llevas mi corazón
No sé si pueda volver amar
Porque te di todo el amor que pude dar
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A diez mil kilómetros de ahí, una mujer, madura, esbelta y muy bella, le gritaba furiosamente a uno de los comandantes de los Altos. Los bellos ojos lloraban de rabia, pateaba la mesa y lo abofeteaba, entre sollozos le ordenaba una inmediata misión de rescate, misión a un pueblito lejano y ahora consumido por las llamas.
Él le dijo, -señora, ya no hay nada que hacer- ella entendía perfectamente que ya no había nada que hacer.
-perdóname hijo- susurró la mujer, y se desmayó mientras miraba una lluvia de meteoros encendidos caer a lo lejos, allá abajo, donde la gente normal vivía, donde ella vivió también alguna vez hace mucho tiempo.
FIN