Sabak' Ché (México) - El vuelo de la memoria:
Cada otoño, millones de mariposas monarca emprenden un viaje que parece imposible: atraviesan miles de kilómetros desde Canadá y Estados Unidos hasta llegar a los bosques templados de oyamel en Michoacán y el Estado de México.

Mimeógrafo 
#149 | Octubre 2025
El vuelo de la memoria:

la mariposa monarca y la cultura de su migración en México

Sabak’ Ché
(México)
“Las mariposas monarca son un milagro en movimiento: llevan en sus alas no solo el peso de miles de kilómetros, sino también el misterio de la memoria de los pueblos.”
— Homero Aridjis, Tiempo de ángeles (1994)
El símbolo en movimiento
Cada otoño, millones de mariposas monarca emprenden un viaje que parece imposible: atraviesan miles de kilómetros desde Canadá y Estados Unidos hasta llegar a los bosques templados de oyamel en Michoacán y el Estado de México. Este fenómeno, que mezcla la precisión de la biología con el misterio de la naturaleza, ha sido observado durante siglos por comunidades que, más allá de lo científico, lo interpretaron como un signo sagrado. La mariposa no solo es un insecto en tránsito; es también un símbolo cultural, un puente entre el tiempo, la memoria y la espiritualidad de los pueblos.
México, tierra donde la monarca culmina su travesía, se convierte así en un escenario en el que se cruzan las historias naturales con las narrativas culturales. La llegada de las mariposas coincide con fechas cargadas de sentido: el Día de Muertos, cuando los vivos recuerdan a sus muertos y celebran el retorno de las almas. En este encuentro, la mariposa adquiere la fuerza de un mito viviente: no solo migra, sino que regresa como portadora de memorias.
A lo largo de este ensayo exploraremos cómo la migración de la mariposa monarca ha inspirado creencias, rituales y expresiones artísticas. Más allá de un fenómeno biológico, su arribo ha dado forma a imaginarios colectivos que atraviesan generaciones, recordándonos que la cultura se nutre también de los ciclos naturales. La monarca, al desplegar sus alas anaranjadas en los cielos de octubre y noviembre, nos recuerda que la vida y la muerte están unidas por un mismo vuelo.
El viaje mítico de la mariposa
La migración de la mariposa monarca es uno de los fenómenos naturales más sorprendentes del planeta. Ninguna de las mariposas que emprende el viaje de regreso a México ha recorrido antes esa ruta: son descendientes de varias generaciones que nacieron y murieron en el camino. Sin embargo, encuentran los mismos bosques, los mismos árboles, como si llevaran inscrita en sus alas una memoria ancestral. Este misterio biológico ha inspirado, desde tiempos antiguos, lecturas simbólicas que convierten a la monarca en un mito en movimiento.
En muchas culturas mesoamericanas, los insectos alados estaban ligados al tránsito entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Los mexicas, por ejemplo, creían que las almas de los guerreros caídos y de las mujeres muertas en parto regresaban a la tierra convertidas en mariposas y colibríes. El batir de alas era, en este sentido, la huella de una presencia espiritual que volvía desde el más allá. Así, la migración de las monarcas se ha interpretado como un eterno retorno: un ciclo de muerte y renacimiento que se despliega en el aire.
El mito se potencia al considerar el carácter colectivo de la travesía. No viaja una mariposa aislada, sino millones, formando nubes vivientes que pintan de naranja y negro los cielos. Esta multitud migrante refleja también la fuerza de lo comunitario, de los destinos compartidos. En su fragilidad aparente —cuerpos diminutos expuestos a tormentas, depredadores y cambios climáticos— se revela una fortaleza profunda: la de la perseverancia y la fidelidad a un camino que las trasciende.
Desde esta mirada, la mariposa se convierte en un espejo para los seres humanos. Su viaje nos recuerda que el movimiento no es solo desplazamiento físico, sino también tránsito espiritual, búsqueda de sentido, retorno a los orígenes. La monarca, en su peregrinación, encarna un mito viviente que conecta la biología con la poesía, la ciencia con la espiritualidad.
Mariposa y tradición: Día de Muertos
En México, la llegada de la mariposa monarca no es casual ni indiferente: su arribo coincide con las celebraciones del Día de Muertos, los primeros días de noviembre. Para muchas comunidades, esta sincronía no es mera coincidencia, sino una confirmación de lo sagrado. Las mariposas, ligeras y silenciosas, son vistas como portadoras de almas, como espíritus que retornan al mundo de los vivos en el tiempo de la memoria.
La tradición oral ha conservado esta creencia en varias regiones del país, en especial en Michoacán, donde las comunidades purépechas vinculan la presencia de la mariposa con el regreso de los difuntos. El vuelo de las monarcas se entrelaza con el aroma del cempasúchil, con las velas encendidas en los altares y con los alimentos dispuestos en ofrenda. Así, la naturaleza se convierte en cómplice de la cultura: el ciclo migratorio de un insecto se funde con el ciclo ritual de un pueblo.
El Día de Muertos, con su riqueza estética y simbólica, encuentra en la mariposa un reflejo perfecto: su levedad representa la fragilidad de la vida; su viaje, el tránsito de las almas; su regreso, la promesa de la memoria. No es extraño que, en muchos altares, además de flores y fotografías, aparezcan imágenes o figuras de mariposas, recordándonos que la memoria de los muertos no se extingue, sino que toma forma en aquello que vuela y regresa cada año.
En este sentido, la mariposa monarca no solo acompaña la festividad, sino que la enriquece con una dimensión natural que la vuelve aún más universal. En cada aleteo se percibe una correspondencia íntima entre la vida humana y los ritmos del mundo. La muerte, lejos de ser final, se vuelve tránsito y retorno. Y las mariposas, al llegar en multitudes, nos recuerdan que los muertos regresan juntos, como comunidad, a visitar a los vivos.
Territorio y memoria colectiva
El viaje de la mariposa monarca culmina en un territorio muy específico: los bosques de oyamel y pino en Michoacán y el Estado de México. Allí, entre montañas y neblina, se encuentran los santuarios que cada año reciben a millones de mariposas, transformando el paisaje en un templo vivo. Estos sitios no son únicamente espacios naturales de conservación; se han convertido también en lugares de memoria cultural y espiritual.
Para las comunidades que habitan cerca de los santuarios, la llegada de la mariposa es un acontecimiento que va más allá de lo biológico. Es un tiempo de comunión con la naturaleza y de reafirmación de la identidad comunitaria. Los pueblos organizan rituales, festividades y ceremonias en honor al arribo de las monarcas, integrando en sus prácticas cotidianas la certeza de que este fenómeno es parte esencial de su historia colectiva. La cultura, en este caso, no está separada del entorno natural: se entrelaza con él.
Los bosques donde se posan las mariposas son también territorios cargados de memoria. Cada árbol que las sostiene se convierte en guardián de generaciones, en columna viva que atestigua la continuidad de la vida. Las personas que visitan los santuarios hablan de un silencio especial, interrumpido solo por el roce de miles de alas. En ese murmullo alado, el territorio se vuelve voz y eco de la memoria compartida entre humanos y naturaleza.
Además, la dimensión comunitaria de estos espacios ha generado prácticas de protección y cuidado. Muchas comunidades locales participan activamente en proyectos de conservación, conscientes de que su propia historia está ligada al destino de las mariposas. Cuidar los bosques, impedir la tala y promover un turismo responsable no son solo actos ecológicos, sino también culturales: gestos que aseguran la continuidad de un legado que da sentido a la vida en común.
La mariposa, al volver cada año al mismo lugar, nos recuerda que la memoria no es abstracta: necesita de territorios concretos para arraigarse. Así, los santuarios en México se convierten en archivos vivos donde se conserva no solo la historia natural de un insecto, sino también la historia espiritual de un pueblo que la reconoce como parte de sí mismo.
Arte, literatura y mariposas
La migración de la mariposa monarca no solo ha inspirado creencias y rituales comunitarios, también ha dejado una huella profunda en las expresiones artísticas. Desde la literatura hasta la pintura, pasando por la música y el cine, la monarca se ha convertido en un símbolo recurrente de belleza, resistencia y memoria. Su presencia en el arte confirma que no hablamos únicamente de un fenómeno biológico, sino de una experiencia cultural capaz de conmover y transformar sensibilidades.
En la poesía, la mariposa ha sido evocada como metáfora de la fragilidad y de la fugacidad de la vida. El escritor michoacano Homero Aridjis, gran defensor de la naturaleza y de las mariposas, dedicó numerosos poemas y ensayos a la monarca, a la que describió como “un milagro en movimiento”. En sus versos, el aleteo de estos insectos se convierte en la respiración misma del tiempo, en un lenguaje que comunica lo humano con lo natural.
En las artes visuales, la mariposa monarca aparece como un motivo de color y transformación. Su característico tono anaranjado, delineado en negro, ha inspirado murales en pueblos de Michoacán, obras de pintura contemporánea y hasta tatuajes que simbolizan cambio, resiliencia y renacimiento. El arte urbano, especialmente en comunidades cercanas a los santuarios, ha adoptado a la monarca como emblema de identidad, pintando sus alas en muros y plazas como recordatorio de orgullo y pertenencia.
La música y el cine también han recogido este símbolo. En canciones populares, la mariposa representa tanto la nostalgia del migrante humano que regresa a su tierra, como la esperanza de continuidad frente a la adversidad. En el cine documental, la migración de la monarca se ha retratado como un espectáculo natural y espiritual, capaz de poner en diálogo la ciencia con la poética de la imagen.
Cada representación artística, en sus múltiples formas, revela que la mariposa monarca es un espejo donde los seres humanos se proyectan. En ella se condensan temas universales: la vulnerabilidad, la búsqueda de origen, la memoria de los muertos, la celebración de la vida. Así, las alas de la monarca se despliegan también como lienzos culturales donde la humanidad escribe su propio relato.
Ecología y cultura: un destino compartido
Hablar de la mariposa monarca es hablar también de su fragilidad. El viaje que millones de estos insectos realizan cada año depende de un delicado equilibrio natural: bosques de oyamel que les brindan refugio, climas templados que permiten su reposo y campos floridos que les ofrecen alimento. Sin embargo, este equilibrio se encuentra amenazado por la deforestación, el cambio climático y el uso de pesticidas en las zonas agrícolas de Norteamérica.
La desaparición de hábitats no es solo una pérdida ecológica; implica también la erosión de un símbolo cultural profundamente arraigado en México. Si la mariposa monarca dejara de migrar, no solo perderíamos un fenómeno natural de belleza única, sino también un puente simbólico que une a las comunidades con su memoria ancestral y con su espiritualidad. Cuidar a la mariposa es, por tanto, cuidar también un patrimonio cultural inmaterial.
En este sentido, la ecología se entrelaza con la cultura. Los esfuerzos de conservación —tanto locales como internacionales— no solo buscan proteger a un insecto, sino también resguardar un legado que ha nutrido la identidad de pueblos enteros. Las comunidades que participan en programas de reforestación, en la vigilancia contra la tala clandestina o en proyectos de turismo ecológico, entienden que cada árbol protegido es también un altar para las mariposas y, por extensión, un altar para la memoria de sus muertos
La resiliencia de la monarca se convierte en una lección para los seres humanos. Así como ellas recorren miles de kilómetros enfrentando tormentas y vientos contrarios, también nosotros estamos llamados a resistir y a cuidar lo que nos sostiene. Su migración nos enseña que la vida se preserva en comunidad, en colaboración y en respeto mutuo. La cultura, en este sentido, no es ajena a la ecología: ambas se sostienen en el mismo vuelo compartido.
Alas que sostienen el tiempo
La migración de la mariposa monarca es un fenómeno donde naturaleza y cultura se entrelazan de manera inseparable. No es únicamente el viaje de un insecto frágil, sino la manifestación de un mito vivo que ha acompañado a comunidades enteras en su relación con la memoria, la muerte y la vida. Cada otoño, cuando millones de mariposas pintan de naranja los cielos de México, el tiempo parece plegarse: lo ancestral se hace presente, y la memoria colectiva se renueva en un ciclo eterno.
En su travesía se resume la paradoja de lo efímero y lo perdurable. La mariposa vive apenas unas semanas, pero su viaje ha continuado durante siglos. Su fragilidad corporal se opone a la fuerza de un destino común, transmitido de generación en generación. Esa continuidad convierte a la monarca en símbolo de esperanza: recordatorio de que, incluso en medio de la vulnerabilidad, la vida encuentra formas de persistir.
La cultura mexicana ha sabido reconocer en este fenómeno algo más que biología. La llegada de la mariposa se funde con las celebraciones del Día de Muertos, con los rituales comunitarios, con el arte y la poesía. La mariposa se convierte así en una maestra silenciosa, uniendo lo humano y lo natural en un mismo vuelo. Su presencia nos enseña que la memoria no se guarda solo en palabras o monumentos, sino también en los ritmos de la tierra y en los seres que regresan cada año.
Hoy, la amenaza que pesa sobre su migración nos invita a reflexionar: cuidar de la mariposa es cuidar también de nosotros mismos, de nuestra cultura y de nuestra memoria. Si sus alas sostienen el tiempo, protegerlas es garantizar que ese tiempo siga latiendo en los cielos de octubre y noviembre
La mariposa monarca nos deja, finalmente, una lección de humildad: que lo más pequeño puede contener lo más grande, y que en el aleteo de un ser frágil cabe la eternidad de un pueblo.
Bibliografía
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- Vargas, Diana. “El vuelo de la memoria: arte y migración de la mariposa monarca en Michoacán.” Cuadernos de Arte y Cultura, vol. 14, no. 2 (2020): 88–103. 

