Pensadores anónimos

¿Cómo se describe un mal del cerebro? ¿En qué momento nos damos cuenta de aquel mal? Pero principalmente, ¿Cuál es la causa? Podría darles una respuesta pero no me creerían, no si les digo dónde estuve para remediar mi problema.

Irving Antonio Aréchar (México)

1/31/2025

Mimeógrafo #140
Enero 2025

Pensadores anónimos

Irving Antonio Aréchar
(México)

Estar perdido no
resulta tan terrible”.
KEN KESEY

¿Cómo se describe un mal del cerebro? ¿En qué momento nos damos cuenta de aquel mal? Pero principalmente, ¿Cuál es la causa? Podría darles una respuesta pero no me creerían, no si les digo dónde estuve para remediar mi problema.

El lugar se llamaba “Pensadores anónimos”, un nombre muy poco usual en estos tiempos. Mi razón de estar allí es haber tentado por mi vida después de exceder mi cerebro con pensamientos excesivos de cualquier tipo, los cuales no podía describir pero tampoco detener. Era una avalancha de la que sólo podía aguantar el impacto, y llegó cuando mi familia me encontró en un rincón de mi cuarto, temblando a más no poder, pensando una y otra vez, una solución imposible. Fue en ese momento que me diagnosticaron hipervigilancia extrema y ansiedad excesiva. Por lo tanto, decidieron meterme a aquella clínica.

El lugar no era diferente a cualquier loquero del que haya escuchado antes. Fue cuando vi a la gente con quienes iba a compartir espacio, que el lugar era diferente a cualquiera que haya conocido. Sus expresiones eran muy parecidas a la mía, llenas de terror, no del lugar sino de sí mismos, miraban de un lado al otro, sin ver absolutamente nada. Igual que yo, sólo que a diferencia de ellos, aún estaba en mis cinco sentidos. En ese momento llegó el doctor a darnos los “buenos días”, los demás pacientes le devuelven el saludo, yo sólo me quedo callado y espero que todo se termine para que me den el visto bueno y pueda largarme de allí.

Nos sentamos en forma de semicírculo, donde el doctor se puso en medio para vernos a todos. Una vez que estuvimos listos, el propio doctor me presenta al resto de los enfermos, me pide que diga mi nombre y el motivo por el que estoy allí. Lo primero lo puedo entender pero lo segundo se me hace una estupidez, para qué hablar de mis motivos, si ya lo saben, son los mismos que el de estos locos.

-Me llamo Hernán. Buenos días a todos.-declaré ante todos.

Nadie quedó impresionado con mi respuesta, era muy obvia para lo que esperaban, fue cuando el doctor me pidió que explicara el origen de mis miedos e inseguridades. Me quedé en blanco después de escuchar la pregunta, no sabía qué responder, la gente me miraba con fijación, querían escuchar algo insólito de mí, no les di esa satisfacción. Después de un minuto de no oírme decir nada, el doctor me dio por terminado la presentación y pidió a alguien más que hablara de sí mismo.

La siguiente fue una joven que estaba entre sus veinticinco y treinta años, morena aunque con rasgos muy bien parecidos, sin embargo, su belleza se opacaba con su mirada de terror y su hipervigilancia que denotaba un cierto grado de locura que de milagro la dejara cuerda.

-Buenos días. Mi nombre es Esmeralda y soy adicta. Llevo mes y medio aquí. El motivo de mi llegada tuvo que ver cuando no me aceptaron el empleo que quería. Me pregunté una y otra vez por qué no quedé, había hecho las cosas bien, seguí las instrucciones al pie de la letra, dejé ellos hicieron de todo conmigo, y aun así no entré. Sufrí un colapso nervioso después de ello, mi prometido me abandonó a una semana de casarnos y las crisis aumentaron que dejé de comer y asearme, cuando mis padres me encontraron estaba hecha un desastre, fue cuando me internaron en esta clínica, donde he obtenido la ayuda que necesito. A pesar de no estar curada, me encuentro bien, si sigo así podré salir al mundo, lleno de paz y amor, que es lo que me hace falta. Muchas gracias por escucharme.

Todos aplaudieron de manera estridente y compacta. Aquella declaración de la chica me puso los pelos de punta, yo siempre creí que yo era el único que la pasaba mal. Claro, aún no he dicho cuál. Sin embargo, después de escucharla, comencé a preguntarme si los demás internados padecieron un problema similar o peor. Fue cuando se presentó otra mujer pero más joven que Esmeralda.

-Buenos días. Mi nombre es Alejandra y soy adicta. Llevo aquí quince días. El motivo de mi llegada fue debido a que padezco miedos nocturnos. Esto sucedió después de que mi mamá se casó con mi padrastro, él resultaba ser muy bueno conmigo al principio, me llevaba a la escuela, me compraba obsequios siempre, me trataba como una princesa, eso me gustaba, y más a mi madre, quien le preocupaba que no fuera bueno conmigo. Y resultó ser exactamente eso. El dulce padre que mi madre quería para mí, el que me compraba todo tipo de cosas, abusaba de mí en las noches, mientras mi madre dormía. No pude contarle lo sucedido, mi padrastro me amenazó con dejarnos a las dos a la calle si decía algo. Aquel infierno duró cinco años, hasta que en mi cumpleaños diecisiete, mi madre lo descubrió. Al día siguiente, la policía se lo llevó y nunca más lo volvimos a ver. A pesar de ello, su recuerdo lo tenía retratado en mi mente, volviéndose un fantasma oscuro que me asediaba por las noches. Mi madre intentó resolverlo con el psicólogo pero tampoco pudo ayudarme. Es cuando descubrió sobre esta clínica. Ya llevo dos semanas, aún tengo miedo de dormir, pero me siento más tranquila de decir esto. Muchas gracias por escucharme.

La chica guardó silencio después de contar su historia, la gente aplaudió de la misma forma que la historia anterior. Si antes había sentido que la primera anécdota era abrumadora, esta última me llenó los pelos de punta. ¿Qué tan enferma puede estar la gente para querer enfermar a otros? Veía que el doctor me miraba impaciente, como si quisiera que expusiera mi caso. Nuevamente, decidí pasar la oportunidad. Es cuando vi a un joven, tal vez de la misma edad que Alejandra, alzar la mano para hablar de su asunto con el grupo. El doctor dio su autorización y el chico empezó a hablar.

-Buenos días. Mi nombre es Ernesto y soy adicto. Llevo dos meses aquí, soy de los primeros que llegaron a “Pensadores anónimos”. Dijeron en el juzgado que yo era un caso especial. La verdad no podría decir lo mismo. Mi condición no era tan trágico como el de mis compañeras. El motivo era haber reprobado el examen de admisión para la universidad. Había estudiado un chingo para ello, me preparé incansablemente durante un año para conseguir esa entrada y tras recibir esa noticia en el correo, mi mundo se desmoronó. Mi padre me reprochó durante un mes, tratándome como basura enfrente de todos; mi madre no podía ni mirarme, se acordaba de todas las veces que les había presumido a todos que conseguiría el pase sin ningún problema y que sería el primero en entrar, ahora ni ganas tenía de reconfortarme, ya ni siquiera de ayudarme de los insultos de mi padre. No podía comer, ni dormir, ni siquiera pude continuar con mi vida, sólo pensaba en lo mucho que les había fallado. Comencé a consumir drogas, únicamente somníferos, para dormir, ya que me salían unas ojeras terribles después de un mes de no pegar el ojo. Cuando se dieron cuenta mis padres decidieron llevarme a un especialista. Él les recomendó este programa, mis padres me llevaron de inmediato y vi con quienes compartiría experiencias. Algunos pudieron salir, otros no, sólo quedo yo de la primera generación. Espero estar afuera un día de estos, feliz y libre. Muchas gracias por escucharme.

El ritual de siempre no se hacía esperar. La historia del chico fue incomoda aunque no tan impactante como sus dos compañeras. El doctor continuó mirándome pero esquivaba su mirada. Otros alzaron su mano, hasta que una doctora salió de alguna habitación secreta para anunciar que se terminó el tiempo. Había esquivado la bala por esta vez.

Las siguientes semanas transcurrieron lentamente, pero me sirvieron para entender mi problema. Tuvieron que instalarme en un cuarto pequeño, sucio y deteriorado, con buen olor, claro, pero libre de tecnología y cualquier cosa que pudiera ser una distracción e impedir mi mejoría. Mis doctores me recetaron analgésicos para dormir, en bajas cantidades. No querían una recaída, como solía pasar con los pacientes que se instalan por primera vez. Pasaba mis noches en vela, creyendo que si me dormía, pensaría en extremo como antes. Pero no fue así, la medicina hacía su trabajo. Cada fin de semana nos reuníamos de nuevo, con el fin de escuchar nuestras historias. Todos levantaban su mano, excepto yo. Sólo quería largarme lo más rápido posible.

De repente, un hombre, como de treinta o cuarenta años, quien no sabía de su existencia hasta ese momento, comenzó a relatar su caso.

-Buenos días. Mi nombre es Alfonso y soy adicto. Estoy en pensadores anónimos desde hace tres semanas. Me he sentido mejor en las últimas dos, anoche pude dormir después de cinco años. ¿El motivo? Mi hijo. Él era un muchacho como muchos de los que están presentes. Era muy aplicado en la escuela y siempre llegaba a casa a buena hora, era honesto y servicial con su madre y conmigo. Y de repente, dejó de serlo. Empezó a hacer amistades con personas mayores, a quienes mi esposa y yo consideramos como indeseables. Intentamos hacerle entender ese aspecto a nuestro hijo pero él no lo aceptaba. Mi esposa quería acusarlos con la policía, pero yo le avisé que no llegara a ese extremo. Que todo estaría bien. Me equivoqué. Una noche, me quedé dormido en el sillón, mientras esperaba que mi hijo llegara a la casa de sus viajes clandestinos que sostenía con esas gentes, cuando escuché que llamaban a la puerta. Era la policía. Me hablaron de mi hijo y les pregunté qué ocurrió con él. Me explicaron lo ocurrido: muerto por robo. Sus amigos se dieron a la fuga, mientras él agonizaba en medio de la calle, como un perro, producto de una bala perdida que el dueño de la tienda a la que robaron él y sus supuestos amigos cometieron. Mi esposa preguntó qué ocurría. Yo no encontré las palabras para contarle lo que pasó, es cuando la policía le revela la verdad. Mi esposa se desplomó. Su llanto fue tan grande que despertó a los vecinos. Todos preguntaban qué pasó y la verdad se supo en toda la cuadra esa noche. Mi vida y mi matrimonio se acabaron después aquel terrible suceso. Pasaba las noches en vela, vagando en las calles, preguntándome una y otra vez, “¿Dónde está mi hijo?”, hasta que mi hermano se dio cuenta de mi problema y decidió meterme a pensadores anónimos a finales del mes pasado. Sigo aquí desde entonces, y espero poder mejorar pronto, para seguir con mi vida, sobre todo, recuperar el amor que perdí, aunque sea un poco. Muchas gracias por escucharme.

Todos aplaudieron eufóricamente, yo sólo me quedé helado, como la primera historia que escuché. Una cosa es la violación y no poder conseguir el pase al trabajo y universidad que uno quiere, de eso la gente se recupera; pero perder un hijo, quién puede salir de ese trance. Yo no podría. Me puse a pensar de nuevo y de allí no salí. El doctor me llamó para pedirme que diera mi testimonio pero no le hice caso. Estaba muy absorto para escucharlo. Es cuando escuché a alguien más decir “yo”, que me recuperé de mi ensimismamiento.

-Buenos días. Mi nombre es Justina y soy adicta. Llevo apenas un día en pensadores anónimos. Apenas ayer me instalaron. Llevo un año con mi problema. ¿Motivo? Mi esposo me maltrató por casi diez años que sostuvimos de matrimonio. Recuerdo el día que lo conocí. Era en la secundaria. Andaba con mis amigas, mientras veíamos un partido de fútbol intercolegial que organizaba la escuela. Él jugaba para otra secundaria, pero en el momento que lo vi sentí una electricidad que me recorrió el cuerpo. En ese momento, supe que no habría nadie con quien quisiera estar que con él. Nos dimos un saludo corto, aunque nuestras miradas no se apartaban, al final, nos dimos nuestros números de celular. Desde ese momento comenzamos poco a poco nuestra relación. La hicimos formal en la preparatoria. Al acabar la universidad me pidió casarme con él. Estaba feliz de la vida. Sería la esposa del hombre de mis sueños. Al año, se convirtió en el hombre de mis pesadillas. Me celaba en todas partes y en todo momento, siempre exigiendo que le dijera dónde iba y con quién. No podía respirar a lado suyo, las noches se volvían un tormento para mí, pues siempre quería que lo satisficiera sexualmente. Yo no quería. Llegó a violarme cada noche durante seis meses, hasta que descubrí que me engañaba con mis amigas. Le pedí el divorcio y él se negó, esa vez me golpeó tan duro que estuve en el hospital por dos semanas. Mis padres se enteraron de lo ocurrido y llamaron a la policía. Ellos vieron mis heridas y con eso fue suficiente para encerrarlo. No ha salido de la cárcel desde entonces. Me mudé con mis padres al salir del hospital. Creí que estaría tranquila después, pero aquella experiencia me dejó tan traumada, que no podía dormir en las noches, tampoco quería salir de la casa. Tenía repetidos pensamientos sobre mi exesposo llegando a la casa de mis padres para rematarme. Mis padres acudieron al doctor hace tres días y ayer me instalaron a pensadores anónimos. Es un duro camino que debo recorrer, pero me siento bien, ahora que he contado mi historia con ustedes. Espero poder aliviarme también de la mente, como también del corazón. Muchísimas gracias.-todos aplaudieron al unísono, provocando en la paciente soltar unas cuantas lágrimas.

Cada historia que he escuchado hasta ahora me ha dejado atónito, al punto de que me sea imposible poder dar mi versión. Mi caso lo siento insignificante para que sea escuchada por estas personas. Incluso, no parece que mi caso sea motivo para que siga en esta clínica. Me debo ir, me tengo que ir. Pensaba en una forma de convencer al doctor y al juez que autorizó que me metieran allí, que me dieran el visto bueno y me sacaran de ese lugar. No era la gran cosa. Lo sabían ellos, sólo no querían aceptarlo.

De repente, escucho la voz aguda, femenil, como de una adolescente, pedir permiso para contar su historia. El doctor le concede el permiso y todos ponemos atención a su testimonio.

-Buenos días. Mi nombre es Victoria y soy adicta. Al igual que el señor Alfonso, yo llevo tres semanas en pensadores anónimos. No me había animado a contar mi historia hasta este momento. No creí que fuera necesario, pues mi caso lo siento insignificante. ¿Mi motivo? Siempre querer ser perfecta. Desde pequeña mis padres me inculcaron a que debo ser la primera en todo: estudios, deportes y popularidad. Solían decirme: “Si no eres la primera, eres la última”. Fue así que me dediqué a ser siempre la primera en todo. Me desvelaba todas las noches estudiando para sacar las mejores calificaciones. Elegía los deportes que podía dominar y me preparaba todas las tardes para llegar a ser la mejor. Incluso, me dediqué a coquetear con el chico más popular de la escuela, no porque me gustara, sino para obtener toda la atención. Tenía que ser la mejor en todo, sólo así, mis padres me considerarían la más apta en su escala social. Pero luego llegaron las pruebas para la universidad. Al igual que el compañero Ernesto, me dediqué en cuerpo y alma en tratar de conseguir mi pase, pero no a cualquier escuela, a la UNAM. Es la mejor casa de estudios en el país. Si lograba entrar me pondrían en un pedestal mis padres. Sería la mejor estudiante, deportista e hija que hayan tenido en sus vidas. Para mi desgracia, no quedé. La noticia lo sentí como un puñal en el corazón. No podía explicar lo que consideraba como una infamia. No pude pensar con claridad, arrojé mi computadora al piso, rompí todo lo que había en mi cuarto, grité lo más fuerte que pude hasta que mi garganta explotó. Mis padres se asustaron por mi actitud, tuvieron que internarme al hospital por tres días. Cuando supieron cuál era el origen de mi padecimiento, cambiaron su trato conmigo, mi padre ya no me miraba como antes, mi madre tampoco, me trataban como si fuera una apestada, un fracaso. No lo toleré. Me angustiaba en todo momento, con mis amigas y con mis maestros, incluso ataqué a uno de ellos cuando me pasó personalmente un reporte que había escrito días antes, con una calificación de nueve. Me alteré tanto que le ensarté un lapicero de punta fina en el cuello, por la zona de la yugular. Todos quedaron petrificados ante esa escena. Las autoridades me metieron en reclusión, hasta que el juez organizó con mis padres y el doctor una estadía en pensadores anónimos. Al día siguiente llegué aquí, viendo todo tipo de rostros dementes y perdidos, agobiados por sus pensamientos, igual que yo. Pero ya estoy mejor, por ahora. Todavía me falta mucho por procesar pero ya llevo un gran avance, ¿no es así? Muchas gracias por escucharme.

La chica dejó de hablar y todos aplaudimos igual que en las pláticas anteriores. En ese momento, sentí el cuerpo flojo, como si me faltaran las fuerzas. La historia de esa chica me dejó choqueado, a tal punto que, por primera vez desde quién sabe cuánto tiempo, dejé de sobrepensar las cosas. Debía hablar al respecto. El doctor me miró como siempre, pero esta vez alcé la mano y di mi testimonio.

-Buenos días. Mi nombre es Hernán y soy adicto. Llevo un mes aquí, y la verdad no entiendo la razón por la que estamos aquí. Pero sí sé el motivo por el que todos recaímos: sobrepensar las cosas. Sufrimos un percance que nos hizo fijarnos en un solo pensamiento, hasta que lo convertimos en toda nuestra vida, eso nos hizo apartarnos de quienes amamos. ¿Mi motivo? Salir de la escuela sin tener un plan de vida. ¿Qué puedo decir al respecto? Me divertí en la escuela, disfruté cada momento que viví, hasta el punto de perderme en esos recuerdos, incluso después de haberme graduado. Cada oportunidad de trascender en la vida la veía opacada por los buenos recuerdos con mis compañeros y amigos de la escuela, hasta que ellos se fueron de mi vida, por lo tanto, también los buenos momentos. Me sentí desahuciado por un año, perdiendo las amistades que alguna vez tuve, oportunidades laborales que no volvieron y la felicidad de sentir un amor verdadero. Todo eso lo perdí en un año, sino es que más, por sobrepensar en una vida que ya pasó. No me quedó nada, excepto mis padres. Hasta que ellos decidieron que fue suficiente de cuidarme. Al día siguiente de meterme a pensadores anónimos, recibí un correo que decía que cedían mis derechos de liberación al doctor, ya que no querían tener contacto conmigo. Pedí a gritos en mi cabeza que me sacaran de aquí para salir a buscarlos y pedir que me perdonen y me den una segunda oportunidad. Pero ahora sé que, lamentablemente, es no va a ser posible. Ya los perdí, perdí a mis amigos y a alguien con quien pude tener una vida de amor y ensueño. Sin embargo me tengo a mí mismo. Es lo que me debe importar desde ahora, y aunque no cuente con nada ni con nadie, sé que tendré paz al final del camino. Muchas gracias por escucharme.

Al terminar de contar mi historia, escuché los aplausos sórdidos, acompañados con silbidos llenos de júbilo, que denotaban una algarabía que no había presenciado desde que salí de la universidad. El doctor se levantó de su asiento y me dio su mano para estrechársela. Nos dimos un abrazo y fue cuando él me dijo lo siguiente: “-Finalmente diste el primer paso. Ya estás más cerca, mi estimado”. Le di las gracias por el comentario y tomó su respectivo asiento. Lo miré detenidamente, por primera vez no tenía nada que pensar. Me sentí libre. Alguien más alzó la mano para poder hablar, y todos guardamos silencio, atentos y alegres.