M.S. Alonso (Venezuela) – Historia de un ave

Cuando Clementina llegó a nuestras vidas, lo hizo bajo las alas del ángel de la muerte. Mi abuela paterna había fallecido dieciséis días antes de su llegada. Ella misma, antes del fallecimiento de mi abuela, había tenido una crisis de la enfermedad que cuatro años después se la llevaría.

4/22/2025

Mimeógrafo #143
Abril 2025

Fotografía:

Historia de un ave

M.S. Alonso
(Venezuela)

Cita

Cuando Clementina llegó a nuestras vidas, lo hizo bajo las alas del ángel de la muerte. Mi abuela paterna había fallecido dieciséis días antes de su llegada. Ella misma, antes del fallecimiento de mi abuela, había tenido una crisis de la enfermedad que cuatro años después se la llevaría.

Clementina era un loro hembra de la especie Amazona ochrocephala, mejor conocido como loro real amazónico. Una amiga de mi tía Isabel, se la regaló cuando ella se mudó de casa, en 2007. Como sabía que a ella le gustaban los animales, quiso darle un compañero; y lo escribo en masculino y no en femenino, porque inicialmente se creyó que Clementina era macho, y le decían Lorito.

Cuando Lorito fue vendido a la amiga de Isabel, era un ave muy joven que, no estando acostumbrada al encierro de las jaulas, comenzó a quitarse las plumas. Dicha acción la ejecutaba, debido a la ansiedad y depresión que le generaba el no poder ir y venir libre, tal y como es la naturaleza de toda ave.

En vista del daño que se realizaba a sí mismo Lorito, Isabel compró una jaula de mayor espacio. Si bien fue cierto, que Lorito dejo de auto-mutilarse después de un año, también era cierto, que mi tía pasaba la mayor parte del día en su trabajo, y no tenía tiempo para jugar o alimentar a su compañero. Por tal motivo, ella procuraba pasar con Lorito todo el fin de semana.

Aun así, Isabel no dejaba de sentirse culpable. Sabía que toda ave necesita de aire libre y la casa donde ella vivía, era tan pequeña y encerrada que Lorito no tuvo ningún contacto con árboles, ni mucho menos con otras aves durante dos años.

Cierto día, Isabel pensó que lo mejor para Lorito, era estar en un lugar donde el contacto con la naturaleza primara en sus días. Gracias a este pensamiento, el pequeño ser vivo, llega a casa de Betania, madre de Isabel y mi abuela. En la casa materna de Isabel, Lorito encontraría parte de lo que necesitaba.

Los días de Lorito, iniciaban a las 06:30am, con la llamada de alguna parvada de loros de la zona. Joel, hermano de Isabel, se encargaba de sacar su jaula a esa hora, para colocarla debajo de una mata de mango que tenía más de veinte años de sembrada. Cada tarde, al marcar el reloj las 06:30pm, Joel volvía a meter la jaula de Lorito en la casa.

Fue en la casa de Betania donde Lorito puso un huevo, dándose cuenta todos de esta manera, que era Lorita y no Lorito. Isabel procuraba visitarla los fines de semana, pero poco a poco las visitas se fueron espaciando.

Con los años, Lorita desarrollo una enfermedad común en las aves en cautiverio, cuando no se les higieniza la jaula a diario. Ella tuvo crisis recurrentes por dicha enfermedad, solo que debido a la falta de veterinarios especialistas en aves, no se supo hasta después de su muerte cual era la dolencia que la aquejaba.

Cuando estuvo en nuestra casa, procuramos cuidarla y darle mucho amor. Le higienizábamos la jaula a diario, pero aun así, el daño estaba hecho. Por más que luché por salvarla durante dos años, no pude. Lorito, cuyo nombre era ya por ese entonces, Clementina, murió entre mis manos de un infarto fulminante, en el comedor de la casa.

El tiempo, ese sabio amigo, me enseñó que las aves no deben estar en cautiverio sino vivir su vida en libertad, como lo hacemos los animales humanos. Ellas nacen para cantar a Gaia y surcar los cielos.

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