Mariano Ruiz Montani (Argentina) - Loro

Alegrábame de niño la frenética cháchara del loro, / de inspirado pico, africada siringe entre los sicomoros, / procedente de oscuras y remotas distancias, / lo observaba siempre retornar con ansias [...]

10/23/2025

Mimeógrafo
#149 | Octubre 2025

Loro

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Mariano Ruiz Montani
(Argentina)

(tomado de “Pájaros de Hurlingham“)

Alegrábame de niño la frenética cháchara del loro,
de inspirado pico, africada siringe entre los sicomoros,
procedente de oscuras y remotas distancias,
lo observaba siempre retornar con ansias
al campo en los veranos, a la aurora, al sol, al día,
a los huertos con frutales, a una jaula aún vacía,
llenando con sus gritos urbes y enormes cielos,
extendiendo infatigable su raudo y ambiguo vuelo
que auguraba con sus sombras una suerte venturosa,
que aseguraba con sus sobras psitacosis desastrosas.
De Tesei y Languevin eran los pagos
que al loro cobijaban en sus paisajes venerados,
permitiéndole vagar, vivir y comer hasta saciarse
brevas, fruta madura y girasoles antes de cosecharse,
contemplando, rezagado, el molino, los senderos, un atajo,
dos recolectores andariegos y al labriego en su trabajo.
Hurgaba también, intemperante, casas y calles desiertas
a la hora en que todas las cosas parecen muertas,
y en escuálidos jardines, sobre el bambú, se mecía,
como si en esa pose lograse una fotografía
con sus pequeños ojos perdidos en horizontes fabulosos
o en sepulcrales canteros florecidos, silencioso.
Y más allá de las sendas, del boscaje, de baldíos,
al llegar a las márgenes de algún lejano río,
se alzaba en el aire para luego arrojarse, guaso,
sobre la cristalina superficie del agua, raso,
hundiendo apenas sus patas y el vientre henchido,
elevándose pronto con el corazón estremecido,
bañado en la frescura insubstancial de aquel paraje,
sirviéndose luego entre el verde follaje
de algún arbusto o frondosa morera
plagados de bayas, orugas o gusanos de seda.
Lo hallaba también en las noticias, temerario,
en la estación de trenes, en un puesto de diarios,
envilecido por un cruel deslumbramiento,
cayendo en bandadas desde el firmamento,
en concomitantes nubes negras que se agrandaban
sobre pueblos indefensos que la invasión toleraban
en forma heroica y desavenida,
bajo el manto de la noche que les daba guarida,
mientras el grito feroz y quejumbroso del loro buscaba desesperadamente
la sosa calma perdida de la pampa bonaerense.
Al trashojar las páginas de un libro descubría, diseminada,
su silueta entre barcos, cañones y piedras horadadas,
en tramas bien urdidas con piratas, en ficciones,
adornadas con figuras coloreadas, ilustraciones.
De los tonos de la selva, del cielo y de la horchata,
se cubría con sus plumas verdes, azules y escarlatas,
y el brillo de su rostro y la belleza, prez y gala,
eran del color del aire, delicada porcelana,
que en la quietud de una sala regalaba su misterio,
fiel a su monotonía, en eterno cautiverio.
Y también en farmacias lo encontraba loable, erguido,
en aparadores repletos de jarabes y medicamentos permitidos,
junto a frascos de Murano, morteros e inyecciones,
sordo el mundo a sus vanas exultaciones,
inflexible en su dicha, y para siempre prolongado
su garbo, en una caja de cristal, embalsamado.

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