Mariano Ruiz Montani (Argentina) - Jornada musical

Ninguna precisión, ninguna ruta rehúsa o se abstiene / de señalar el itinerario de automóviles y trenes / hasta tu vibrante paisaje, el edén escondido, / de aves, de pájaros, al sol adormecido. / En la severa iniciación de la jornada, / transitan las calles hurlinguenses arboladas / los mistos cuyo canto se oye a diario [...]

6/20/2025

Fotografía:

Mimeógrafo #145
Junio 2025

Jornada musical

Mariano Ruiz Montani
(Argentina)

(tomado de Pájaros de Hurlingham)

Ninguna precisión, ninguna ruta rehúsa o se abstiene
de señalar el itinerario de automóviles y trenes
hasta tu vibrante paisaje, el edén escondido,
de aves, de pájaros, al sol adormecido.
En la severa iniciación de la jornada,
transitan las calles hurlinguenses arboladas
los mistos cuyo canto se oye a diario
fundido a la emisión de alguna radio.
Sobre la bomba de agua en un jardín trasero,
cantan el tordo, la calandria, el tímido jilguero,
henchido el pecho, con una exaltación
aguda y dulcísima, trémulo el corazón.
Oh aves de Hurlingham, cuya obertura proletaria
es diana ineludible de obreros y operarias,
oh timbre matutino también tus primores
desadormecen latifundios de grandes señores.
Plagados están el cielo y los árboles de esta tierra
de criaturas, de fofas nubes, de virutas de una cierra
que corre rauda como el riego de cuneta
junto al ceibo donde canta parca la tijereta.
Guarda el álamo el leñatero, los sauces se enlazan
a los antiguos guarangos, y mientras las horas pasan
toman el churrinche y el benteveo las acacias negras
amarradas por higuerones, por cuscutas, por hiedras.
Ya al sur revolotean tus campos, impacientes, los zorzales,
planeando sobre bañados y coloridos basurales,
respirando en los jardines tus olores,
entre pórticos y estatuas y lustrosos corredores,
la frescura del jazmín, el rosal, la malvarrosa,
anidando en la palmera, en la acacia, en la azotea pegajosa.
La canción y la siesta el reposo acunan,
y en la fronda de los árboles los nidos se acumulan
de pirinchos, de calandrias y de chorlos,
hechos de pastos y residuos, ansiados logros.
Aprovechan el descanso las cotorras angurrientas,
deslizándose entre nísperos y veredas polvorientas,
a orillas de zanjones y arrollos relumbrantes,
perturbando la quietud con desconcertantes
peleas en la tarde despoblada
de fatigados ancianos, de madres acostadas.
Y al dar las cinco los comedidos teros
despiertan para el té, con cantos lastimeros,
al niño inglés, al peón embriagado
con almibaradas disonancias, con sueños fracasados.
De las antenas transmisoras se adueñan,
urdiendo a esas alturas, las cigüeñas,
su nidal con hierbas sustraídas de Tesei, y no osan
resentir el cumplimiento de su tarea minuciosa
al cantar al mismo tiempo, todo el día,
graznidos espeluznantes, cacofonías.
Anuncia el soplido del silbato,
asido al gorgoriteo de los patos,
el portón que al cerrarse libera ahora
al peón, al capataz, a la humilde trabajadora
que regresando a su casa se persigna
al pasar frente a la iglesia, pura y digna,
aguardando en la parada el transporte colectivo,
confortada bajo el manto del rocío.
Gorjean con el cuello ancho y plomo
de su gris armadura guerrera, los palomos,
chirridos inarmónicos, masculinos,
isócronos compases del canto vespertino,
compitiendo a la par con el tuyuyú y la gallineta
y el metálico timbre de alguna bicicleta.
Lejos del Barrio Inglés, en la pobreza,
surge a la hora del acaso la tristeza,
es la voz de las aves que se queja tras las hojas
del futuro, del pasado, de la presente congoja.
Acompañan al transpirado jornalero
el dulce píar de cucos y jilgueros,
desde la explotadora fábrica hasta el modesto suburbio,
tanto en sus dichas como en el infortunio,
y a la par de este dulce vaivén dialéctico
resplandecen de súbito los postes del alumbrado eléctrico.
Atorrantes mirasoles en bandadas
se alzan sobre troncos, alambrados y cañadas,
y buscan también refugio en la alameda
que el tierno consuelo del hogar remeda.
En un confín de Morris se recortan largamente,
contrapuestas al lejano horizonte de la muerte,
las violáceas sombras de zancudos,
garzas, cucharetas y flamencos mudos
cuando buscan el silencio, como lo hacen los trabajadores
en las urbanizaciones precarias, al concluir sus labores.
Arden en la cúpula celeste,
las primeras estrellas de la Perla del Oeste.
Atemperados espacios métricos
suenan, inspirados por el búho, como tétricos
llantos a la hora del espanto,
ausentes las figuras de los santos,
despojando al firmamento de todo lirismo,
precipitando la noche a un profundo abismo.
Posados en los aleros de galpones
se escucha el resoplar de lechuzones,
que parecen besarse lentamente
a la espera de arrumacos, con mirada indiferente.
Y con el corazón resuscitado y regente hasta la aurora se oirá repetir
al cuco, el insistido anhelo de vivir.

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