Leyenda de una diosa indígena

Nací en un país donde las leyendas se respiran en el viento. Las más populares, se cuentan en las plazas y teatros, así como también, en las esquinas de las ciudades. El país donde nací, cuyo nombre es República Bolivariana de Venezuela, se encuentra al norte de la línea ecuatorial, en la costa septentrional de América del Sur.

NARRATIVA

M.S. Alonso (Venezuela)

8/23/2024

Mimeógrafo #135
Agosto 2024

Leyenda de una diosa indígena

M.S. Alonso
(Venezuela)

Nací en un país donde las leyendas se respiran en el viento. Las más populares, se cuentan en las plazas y teatros, así como también, en las esquinas de las ciudades. El país donde nací, cuyo nombre es República Bolivariana de Venezuela, se encuentra al norte de la línea ecuatorial, en la costa septentrional de América del Sur.

De generación a generación se cuenta que, durante la época de la conquista española, uno de los líderes de los indios caquetíos, tuvo una hija de ojos azules como el cielo, con una mujer blanca. El medico brujo de la tribu, había vaticinado con antelación, el nacimiento de una niña con la misma característica; agregando, además, que debía ser sacrificada, pues de no hacerlo, les traería desgracias a todos. El líder, cuyo nombre fue Yaracuy, no escuchó el sortilegio que envolvía a su hija en el halo de la catástrofe. Era su hija, no podía entregarla al médico brujo o asesinarla. Por tal motivo, construyó en los límites de sus tierras una choza para ella. Prefirió resguardar a la pequeña alejada de su gente; siendo custodiada por 22 de sus mejores guerreros.

Así pasaron los años, la niña creció y se hizo mujer. Un día, aunque era mediodía, los custodios se durmieron. Tan notable hecho, no fue desaprovechado por la joven de piel blanca, cabello largo tan oscuro como las plumas de los cuervos y ojos de cielo, que nunca había estado fuera de la choza, sin su padre. Anonadada por las plantas, los animales que se movían a su alrededor, la joven caminó hasta llegar al río, lugar donde, por primera vez, vio su reflejo. El gran Dios Anaconda, morador de las adyacencias y señor del rio, también la vio, enamorándose de ella a primera vista. Cuentan que su codicia fue tal, que se la comió, apresándola para sí.

Su padre, el líder del pueblo indio, la lloró. Al recibir la temible noticia, también lanzó un grito de guerra. Inclusive, el pueblo se unió a su dolor para vengarse de la cruel serpiente, por haber cometido tal osadía. La tribu entera, dio caza al animal para asesinarlo. Como espíritu de la naturaleza que era, la Anaconda comenzó a hincharse, provocando que las aguas del rio se desbordaran. Acabando de esa manera con todos sus atacantes.

A la actualidad, cuentan los habitantes de los alrededores que, la serpiente creció tanto que explotó, dejando salir a la joven indígena, cuyo nombre era Yara. Desde ese entonces, Yara es una Diosa protectora de los pueblos indígenas de Venezuela y otros países de Sudamérica. Está vinculada a la protección de la naturaleza, el amor y la paz. Con la llegada del catolicismo, pasó a ser llamada María Lionza, por María de la Onza del Prado de Talavera de Nivar. Su culto sigue vigente a lo largo y ancho del país.