Lágrimas de venganza
Ninguna furia puede ser tan grande como la que deja el dolor más intenso y nada duele más que vivir en el olvido. Para Dolores Hernández, su vida era lo más parecido al infierno, que se repetía día tras día, siendo torturada por la gente con quienes debía convivir cinco de los siete días de la semana. Su tortura tuvo una desgracia mayor, en la noche de su graduación.
NARRATIVA
Mimeógrafo #135
Agosto 2024
Lágrimas de venganza
Irving Antonio Aréchar
(México)
“He bajado de un planeta
que llaman el dolor”.
ALEXANDER DUMAS
Ninguna furia puede ser tan grande como la que deja el dolor más intenso y nada duele más que vivir en el olvido. Para Dolores Hernández, su vida era lo más parecido al infierno, que se repetía día tras día, siendo torturada por la gente con quienes debía convivir cinco de los siete días de la semana. Su tortura tuvo una desgracia mayor, en la noche de su graduación. Aquel suceso quedaría en la mente de la chica, al ser violentada en formas y niveles que ningún ser humano puede contar sin ocultar sus lágrimas. Pero para saber lo que pasó con ella, primero hay que retroceder en el tiempo, hasta el momento en que su sufrimiento dio origen.
Dolores era una adolescente tímida e introvertida pero muy buena estudiante. Sus tres años de preparatoria eran sus mejores años como estudiante, aunque también serían los más miserables como persona. Era una chica poca agraciada, nada atractiva e indispuesta a socializar con alguien. Aunque, sus pocas dotes físicas y sociales se opacaban por su constancia en el estudio, el cual, despertó las envidias de sus compañeros, que no tardaron en torturarla por ello.
Los peores alumnos resultarían ser un grupo de seis, quienes se denominaban a sí mismos, La Élite. Estaban conformados por Gabriela Méndez, Francisco Méndez, Mauricio Torres, Claudia Gómez, Emilio López y Carmen Grajales. Eran jóvenes con una vida llena de riqueza y lujos, los cuales, Dolores sólo podía imaginarse en sueños. Cada uno guardó un resentimiento a la vida, pues no había nadie que procurara por ellos. El peor caso era Gaby, quien mostraba su odio a aquél que le recordara su vida vacía.
Dolores era quien más sufría el acoso de la élite, siendo objeto de las peores infamias. Desde incendiar sus dibujos con cerillos que Emilio guardaba para fumarse su porro a escondidas, hasta quemarle la piel. Cualquier tortura que le causará angustia y dolor, la olvidaba con el arte. Era una excelente artista. No dependía de nada más que su cuaderno para recrear imágenes a mano alzada de cualquier cosa que llamase su atención de la chica. Esto generó una simpatía por parte de sus compañeros y maestros, pero también el odio de sus acosadores.
El día de la graduación se presentó para Dolores como el final de su tormento. Su madre estuvo feliz y orgullosa por haber logrado culminar esa etapa. Estaba segura de que llegaría a ser alguien importante si se lo proponía. Desafortunadamente, llegó esa noche fatal.
La élite se presentó a Dolores y su madre para darle las felicitaciones. Pero no terminó allí. A Gabriela se le ocurrió algo más. Le hizo una invitación a una fiesta en su casa, donde el salón completo era invitado. Quería incluirla en el evento. De alguna manera, entendía las intenciones de su némesis. Pero su madre insistió, pues sólo tendría una noche para compartir con sus compañeros. Un terrible error.
La fiesta albergaba un ambiente de locura total, donde los chicos saltaban y rompían todo a su paso, llenándose de alcohol y saliva de cuánta fémina estuviese al alcance. Para Dolores, era lo más parecido a un circo. Quería irse de inmediato. Estuvo a punto de hacerlo, cuando sintió una mano jalar su hombro. Se volvió y era Gabriela con el resto de la élite.
Gaby la invitó a formar parte del ambiente, pero Dolores ya estaba incómoda con lo que vio durante su corto tiempo en la casa. Sin embargo, la anfitriona le aseguró que no se preocupara por el desmadre de los invitados. La invitó a subirse a un cuarto más tranquilo y poder disfrutar de la fiesta. Insegura pero consciente de la situación, Dolores aceptó, siendo guiada por la elite hasta su cuarto, donde le tendría preparado una horrida sorpresa.
El cuarto estaba pintado de rosa brillante, con varios posters de bandas juveniles famosas del momento y la cama acolchada, ofreciendo comodidad para quien quisiera tomar asiento o acostarse. Gabriela la invitó a sentarse, pero Dolores no quiso, no se sentía segura de sus intenciones. Es cuando mandó a Carmen a revisar en uno de sus cajones y entregarle a Dolores una carpeta plástica, con todos los dibujos que había hecho en clase de arte durante sus tres años de preparatoria. Dolores no entendía esa reacción, hasta que Gabriela le pidió que se lo firmara. Es cuando la chica entró en un momento de vulnerabilidad alegre. Se los firmó, forjándose la idea de que, por fin, le agradaba a su compañera. Resultó ser falso.
Gabriela tiró los dibujos a una papelera que tenía a lado de su escritorio, después le prendió fuego al bote, consumiéndolo por completo. Aturdida y confusa, Dolores le pregunto por qué hizo eso. Gabriela se rio en su cara y más tarde le indicó con la mirada a Francisco, Emilio y Mauricio que se encargaran de ella.
Los tres chicos tomaron de los brazos y hombros a Dolores, ella intentó zafarse, pero eran demasiado fuertes. Carmen cerró con llave la puerta, Claudia tomó su celular y preparó la cámara para grabar lo que estaba por suceder. Gabriela dio orden a sus cómplices varoniles de hacerle lo que quisieran. Dolores no pudo evitar lo que vendría: los tres encima de ella, lastimándola con sus miembros en todas partes, golpeándola en el rostro repetidas veces, escuchando a las chicas carcajearse con su dolor, hasta que se desmayó. Minutos más tarde, despertó en la calle, desnuda, con las marcas en su cuerpo y rostro, afirmando que todo fue real.
Sin nadie que la ayudara a volver a casa, tomó su ropa y marchó a pie. Su madre quedó atónita al ver el estado de su hija. Sintió el corazón salirse de su pecho. A Dolores se les salieron las lágrimas, tras contar lo sucedido. Para su desgracia, esa misma reacción no sucedió con la gente que tomó su declaración, al día siguiente, cuando fueron a la delegación a denunciar el crimen.
La policía afirmó que no habría forma de arrestarlos, ya que sus familias eran muy influyentes para zafarse de la justicia. De nuevo, el dolor de Dolores se acrecentó a niveles que no pudo controlar. La joven y su madre saldrían de allí, desconsoladas por la humillación, a manos de un sistema que no las protegió, ni las protegería.
Pasó una semana tras lo que pasó. La noticia se volvió tendencia en las redes sociales gracias a Gabriela con ayuda de su grupo. Mostraron el video de su violación a todos los celulares de sus excompañeros. Se burlarían de ella, afirmando que “ella lo quiso y disfrutó”. Los demás chicos le darían crédito a esas acusaciones, señalando a Dolores de ser una “ofrecida”.
Se intentó hacer algo por parte de los maestros que se ganaron su apoyo de la chica, pero no se logró nada. La escuela, los padres de familia, todos estaban contra la chica debido al video y lo que decían en internet. Muy pronto se irían contra su madre, llamándola “puta” y “zorra regalada”. El director dio la última palabra con la frase: “Por ella ya no se preocupen, es un caso perdido”. El asunto quedó en el olvido, igual que a la chica.
La inocencia de Dolores quedó ultrajada, su reputación arruinada, más tarde sería su futuro. La universidad a la que quiso asistir se enteró del video y sus comentarios. No tuvieron otra opción que negarle su acceso. La chica lo perdía todo. Sufriría un colapso nervioso que la dejó en cama por tres días. Cuando se recuperó no dijo nada, quedó en un estado de completa impasibilidad, con una mirada penetrante que podía derretir un polo.
Pero su rechazo a la universidad no sería su última desgracia. Al día siguiente de su recuperación, su madre contrajo un derrame cerebral. La pobre mujer no aguantó la presión por el asunto de su hija y falleció una semana después. La única familia que tuvo se fue de este mundo, dejándola sola. Pero no lloró. Ya no tenía más lágrimas que derramar. Sólo enterró a su madre y visitó a cada integrante de la élite, únicamente, a desearles suerte en su futuro. Esa sería la última vez que la verían a Dolores, hasta doce años después.
El tiempo transcurrió prematuramente. La vida de los antagonistas transcendió tal y como supusieron. Gabriela estudió administración de empresas en España, fundó su cadena de bienes raíces, la cual tuvo éxito de inmediato. Francisco estudió lo mismo, con la diferencia que lo hizo en México, eso no demeritó que él se hiciera cargo de la empresa de su padre, a diferencia de su hermana. Emilio estudio ingeniería mecánica, creó y fundó su propio taller de autos, donde la gente de prestigio iba a dejarles sus vehículos para su reparación. Claudia estudió comunicaciones, después trabajó en Televisa, reportando las noticias nacionales y mundiales, ganando prestigio en el medio. Carmen estudió modas, fundando, con ayuda de su familia, su tienda de ropa, vendiendo las marcas más costosas en el mundo, ganando reconocimiento en la sociedad. Por último, Mauricio estudió derecho, se graduaría con honores, entrando en varios despachos jurídicos de renombre, encerrando a los peores criminales de Chiapas y México. Sus vidas se habían convertido en una odisea de logros y méritos. Más gratificante era para Gabriela, quien, a diferencia del resto de la élite, era la única que había conseguido comprometerse con alguien y tener una hija, Julieta. Pero muy pronto, aquella felicidad desmedida, se convertiría en un torbellino de dolor y lágrimas.
La escuela donde estudiaron organizó sus acostumbrados convivios anuales. Toda la generación estuvo presente para celebrar el evento, acompañado de sus respectivas familias, reviviendo los buenos y malos momentos. No contaron con que recibirían una visita impensable.
Dolores entró por la puerta principal como en sus tiempos de estudiante, pero muy diferente. Su aspecto físico era lo más parecido a una modelo recién sacada de las revistas para adultos. Todos quedaron boquiabiertos, no podían creer que su compañera menos agraciada en el pasado, se presentara como “símbolo sexual”. Pero luego todo cambió, al cautivar la mirada penetrante que adoptó tras la noche que le marcó de por vida. Es cuando apareció la élite.
Dolores y Gabriela se miraron de frente, se pudo sentir la tensión entre las dos. Luego la mirada de Dolores pasó a los demás del grupo. A diferencia de su líder, los otros integrantes se sentían intimidados con su mirada penetrante. Guardaron distancia, dejando a Gaby sola con su némesis.
—Ha pasado mucho tiempo, Dolores —dijo Gabriela con recelo, acompañado con un tono de soberbia.
—Doce años, dos meses, siete días, tres horas, cuarenta minutos y quince segundos, Gabriela —expuso Dolores sin parpadear un momento.
—¿¡Acaso llevaste la cuenta, mujer!? —preguntó Gabriela impávida.
—Por supuesto. A diferencia de ustedes, mi futuro estaba puesto en esperar el momento en que nos volviésemos a ver. Conté cada segundo, minuto, hora, día, semana, mes y año, con la esperanza de tener esta oportunidad —la mirada penetrante de Dolores se desvió para revisar al resto de la élite, quienes no podían ocultar su temor ante su respuesta.
—Bueno, ya nos vimos, Dolores. Ahora te pido que disfrutes de la fiesta —dijo Gabriela, intentando calmar la tensión.
—Oh, Gabriela. No tienes idea de cuánto tiempo desee este momento. Disfrutaré el evento y lo que seguirá después —emanó una media sonrisa, lo cual incomodó aún más a la élite.
Los seis chicos se fueron de inmediato, dejando sola a Dolores, ella todavía seguía al grupo con la mirada. A partir de ese momento, Gabriela y los demás estaban seguros de que no sería la última vez que sabrían de ella. Y así fue.
Más temprano que tarde, descubrieron que Dolores manejaba un hospital que fundó poco después de morir su esposo, según por “causas naturales”. Los pacientes llegaban con dolencias extremas, que de la nada, desaparecían de inmediato. Todo el mundo estaba impresionado por la forma que los enfermos entraban y salían, con todos sus males aliviados al instante. Gabriela no tardó en mostrar su descontento, quien buscó, como la última vez, una forma de hacerla sufrir. Pero Dolores atacaría primero, como no lo hizo en el pasado.
El primero sería Francisco. El tipo, aparte de ser un tirano déspota con sus empleados, también era un adicto al sexo. Acosaba a las empleadas jóvenes y las amenazaba con despedirlas, si no sostenían encuentros carnales con él. Por las noches, utilizaba su oficina como burdel, donde sostenía orgías demenciales con acompañantes sexuales, dejándoles grandes fajos de billetes y repetir la siguiente ocasión. No contó con que su última noche, sería Dolores su nueva acompañante. Pero esta vez, ella jugaría con él. Lo amarró de las extremidades y con unas pinzas enormes, le aplicó un torniquete en sus partes íntimas. El sufrimiento de Francisco fue tan grande que lloraba descontroladamente, pidiendo clemencia a su torturadora. Dolores reía al oír el pedido de su víctima. Le recordó la noche que él y sus cómplices la violaron y se burlaron. A Francisco le tomó un instante en averiguar su identidad. Para su desgracia, Dolores no le dejó deleitarse con su descubrimiento. Con fuerza, apretó su miembro hasta arrancárselo de su cuerpo. Francisco grito a todo pulmón por el dolor, viendo como salía sangre de donde se estuvo antes su falo. Al día siguiente, los demás empleados lo encontrarían desangrado y muerto.
La siguiente sería Carmen. Igual que su amigo, ella también guardaba un secreto oscuro. Su mercancía era traficada por gente muy peligrosa, la cual, le pedían algo a cambio: su cuerpo. A Dolores no le fue difícil saber su crimen, como tampoco averiguar cómo arruinarla. Las mismas personas que operaban con Carmen, trabajaban para ella. Les ordenaría poner cámaras y micrófonos dentro de la tienda para observar el momento en que hacía el intercambio. Quedaría un registro que Dolores mandó de inmediato a la delegación. Carmen no supo qué hacer cuando la policía vino por ella. En cuanto su familia supo lo que hizo, cortaron comunicación con ella. Por primera vez en su mísera existencia, estaba sola. Dolores se deleitó con la escena que montó Carmen, tras llorar a todo pulmón al declararle su. Su primera noche en la cárcel resultó demasiado para ella, que se ahorcó con la sábana de su cama amarrada a la ventana de su celda. Dos menos.
El siguiente sería Emilio. A Dolores le tomaría dos semanas averiguar su mundo y alrededores. El tipo no sólo era un mecánico, también un traficante de drogas. Dolores entendió que era debido a la venta de drogas que mantenía su otro negocio. Sería fácil. Se convertiría en una compradora. Emilio le vendería su producto, sin hacer preguntas. No contó con que grabaría la venta y se lo mandaría a la policía. El mismo plan que resultó con Carmen. Cuando llegaron para llevárselo, acababa de recibir nuevo cargamento. Los cargos eran iguales: de veinticinco a perpetua. A diferencia de su compañera, a Emilio lo matarían en su misma celda. Sus vendedores le harían pagar con creces su error. Acabó tirado en el suelo de su celda, bañado en sangre, con la cara golpeada. Tres menos, faltaban tres.
La siguiente sería Claudia. Su crimen no era tan serio como los últimos tres. Su gran ascenso como presentadora de Televisa se debía a que, una vez, compartió sábanas con su jefe. Sería una noticia fuerte, echaría por la borda su carrera. Pero eso a Dolores eso no le era suficiente. Quería acabar con su vida, tal y como ella acabó con la suya. Pronto descubrió que guardó por doce años su celular que utilizó para grabarla esa noche. Aún tenía el video. Era suficiente para ella. Pero para conseguirlo, debía hacer algo que odiaba. Se hizo su amiga. Después de un mes, se ganó su amistad y su confianza. Lo que más quería era el celular y lo consiguió. Al día siguiente fue a la delegación y les mostró el video, más la noticia del amorío que sostuvo con su jefe. No habría arresto, pues lo acontecido prescribió. Pero quedaría expuesta de por vida, al igual que Mauricio y Gabriela. Claudia no aguantó la vergüenza tras verse expuesta. Se lanzó de un peñasco y acabó con su vida. Sólo faltaban dos.
Tras saberse expuesto por la estupidez de su compinche, Mauricio trató de cubrir sus huellas. Esto para Dolores representó un problema, ya que de por sí le resultaba difícil poder descubrir alguna falta, con lo ocurrido con Claudia, sería mayor el esfuerzo. Pero, tras intensa búsqueda, descubrió sus crímenes. Era un apostador compulsivo y un corrupto. Al parecer, la gente que representaba era la peor escoria de la sociedad y él se aseguraba de sacarlos de la cárcel, con tal de que le ayudaran con su problema de apuestas. Dolores tenía la trampa perfecta. Asistiría al mismo casino que él. Le apostaría una cantidad grande, lo cual, no le quedó remedio a Mauricio que aceptar. Lo perdió todo. Pronto, sus acreedores le exigieron la liquidación. Como no pudo pagarla, le darían el golpe de gracia. Una bala bastó para acabar con él. Sólo faltaba una.
Gabriela era diferente al resto de la élite. Se hizo respetar en su medio, forjó un negocio legítimo, sin negocios turbios ni conexiones impropias de por medio. Estaba limpia. Pero tras ser expuesta por el video en el celular de Claudia, su mundo se arruinó. Su esposo e hija, sus “mejores premios” como les llamaba siempre, la abandonarían en cuanto supieron la verdad acerca de su esposa y madre. No tardó en ubicar a la responsable. Sin embargo, Dolores se preparó para la ocasión. Borró su pasado antes de casarse con su esposo, así que Gabriela no tenía nada con qué exponerla, mucho menos arruinarla. La ira de Gaby emanó de sus entrañas. Quería desquitarse de inmediato. Fue al hospital cobrar cuentas. Dolores no haría nada. No tenía por qué. Sólo llamó a la policía y que ellos hicieran el trabajo por ella. Gabriela ya había hecho suficiente para que la encerraran por vandalismo. Terminó en la cárcel, por un tiempo de cinco años. Pero no importó, estaba acabada. No se suicidaría, pues no era tan valiente para llegar a esos extremos. A diferencia de los otros miembros, Dolores la visitaría a la cárcel, sólo para verla. Se deleitó con admirarla tal y como siempre había sido. Se marcharía sin decir nada, dejando a su némesis, ignorando sus gritos que imploraban que volviera. Por fin, obtuvo su venganza.
En la tumba de su madre, conmemorando el doceavo año de su muerte, recordó los buenos momentos que vivió antes de su travesía. Pero no era suficiente para olvidar el agobio, el dolor, la ira y el deseo de venganza. Se dio cuenta de que nada lo sería. Sacó de su bolso un enorme revolver y se lo metió en la boca. Medio segundo después disparó, con los paseantes del panteón escuchando el estruendo de la detonación.
Cuando la gente fue a ver el origen del disparo, Dolores estaba recostada boca abajo sobre la lápida que llevaba la inscripción: “amada esposa y madre”. Su cabeza sangraba a borbotones, se había volado la tapa de los sesos, dando punto final a todo.