La reina Milena

En el pasillo iluminado por la débil luz de la vela, los pasos de la mujer rechinaron con la noble madera de los escalones. En la amplia casa, y en varios kilómetros alrededor, el único sonido que perturbaba la paz mortal que reinaba eran los pasos de la mujer, y cuando esta se encontraba acostada o sentada, era reemplazado por el latir de su corazón, pulsante en sus oídos.

NARRATIVA

Mariano Sholto ​(Argentina)

2/24/2024

Mimeógrafo #129
Febrero 2024

La reina Milena

Mariano Sholto
​(Argentina)

En el pasillo iluminado por la débil luz de la vela, los pasos de la mujer rechinaron con la noble madera de los escalones. En la amplia casa, y en varios kilómetros alrededor, el único sonido que perturbaba la paz mortal que reinaba eran los pasos de la mujer, y cuando esta se encontraba acostada o sentada, era reemplazado por el latir de su corazón, pulsante en sus oídos. La pequeña lengua de fuego luchaba por mantener su vínculo con la mecha cada segundo, provocando un baile incansable de luces y sombras por doquier en esa oscuridad de la cual por más que se clavaran los ojos en ella, nada te devolvía la mirada. Con el andar aletargado se trasladó cómo un fantasma en el limbo hacia la puerta de roble al final del pasillo y cuando estaba por apoyar sus huesudas manos en el picaporte escucho su llamado. Alguien llamaba su nombre, precisaban su servicio. La tos mortecina de un niño resonaba en la habitación a sus espaldas, más allá del alcance de su luz. Se olvidó de la puerta y de lo que detrás de ella había y se dirigió a esa fuente de sonido, a aquel infante que rompía como una avalancha la calma de las montañas nevadas. Y ella, cómo hábil exploradora, se dirigió a la zona que más reclamaba su interés, ya que al fin y al cabo una avalancha grande debe ser marcada en el mapa y merece cierta atención. Fue hacia el cuarto y entró sin tardar un segundo. La mujer que yacía de rodillas apoyada frente a la gran cama se volteó mirando al oscuro vacío, con la mirada de alguien que se despierta sin haber dormido, una madre que preocupada por su hija se desvive en vida y en sueños. “Querido…”. No hubo respuesta alguna. Olvidándose de esto por completo, la mujer alargó el brazo hacia el pequeño bulto que yacía con un pañuelo húmedo en la frente, ya casi seco por la temperatura de su frente. La madre tomó el trapo y lo sumergió en el balde con agua que tenía a su lado, escurre el trapo y volvió a ponerlo en la frente de su niña, temblante a pesar de las gruesas sábanas que la cubrían hasta casi perderse en ese mar de tela y sudor. En eso, la niña volvió a toser, esta vez casi hasta vomitar. Con la velocidad de un rayo la madre consiguió agarrar un balde de juguete de la niña y contuvo el vómito. La pequeña se arropo nuevamente en la cama, con el pelo más revuelto y visiblemente debilitada, pero con la misma facilidad para continuar su viaje onírico. El nuevo integrante de la habitación, posó su mano sobre la frente de la enferma y pudo ver lo que dentro de su alma sucedía. Algo que aprendió esta mujer durante los años con que su profesión cargo es que los sueños nunca son fáciles de ver o interpretar. Son cómo imágenes que se ven a través de una cortina de humo muy fina pero constante, y los sonidos son vagos, las palabras no tienen sonido alguno. Todos en el sueño saben lo que se dice aunque no se emita una sílaba, todos saben quién es el otro. La escena parece salir de un cuento fantástico: El gran paisaje de pradera verde y húmeda se extiende por el infinito, música de circo suena de todos lados, personajes fantásticos bailan y juegan en el pasto. Se revuelcan y ríen cómo niños. El mago presenta un truco imposible a los duendes, que aplauden ante el despliegue de fuegos artificiales que sale de su galería. La estatua viviente juega con las palomas y los niños alrededor de un pequeño estanque. Una avioneta pasa por lo alto con un cartel cuyas palabras no pueden leerse, pero las palabras del megáfono se escuchan claramente. “Vengan todos, vengan todos. Hoy en la fantasía de Milena, ella hará su última presentación. Vengan, vengan y disfruten de la fantasía de Milena…”.
Como un fantasma entre las damas con peineta y los astronautas recién vueltos del espacio, me moví hasta donde la muchedumbre se movía. De los confines de aquel festival llegaron más seres. Osos con sombreros, elfos cantores, pescadores ebrios, trovadores de tiempos antiguos, grupos de familias, reyes, reinas, sacerdotes, vendedores ambulantes, soñadores y soñados. Los colores eran pinceladas de Fragonard, el tacto impalpable y el aroma a pochoclos y pasto recién cortado.
El gentío rodeaba un estadio despampanante, de varios metros de largo y ancho, con gigantescas cortinas cayendo a los costados, que variaba desde la más cercana al público de un rojo brillante hasta tonos más oscuros cayendo finalmente a una tela negra cómo una sombra que hacían a la vez de fondo, decorado con puntos blancos y azules, que hacían de estrellas. Contrastaba con el sol radiante que caía perpendicular al escenario. Todos cuchicheaban y reían esperando que el show comience. La música de circo paró lentamente y fue reemplazada por trompetas, ya estaba por comenzar. Todos rompieron en aplausos y alharacas cuando un caballero alto, vestido (o disfrazado) de un alto mando militar se paró en la mitad del escenario y comenzó un discurso. El factor onírico le dejó al intruso del sueño las nociones básicas de aquel sueño. Era la última presentación de Milena, la reina de todos, que emprendería un viaje cuyo destino era desconocido para todos, probablemente para siempre. Al final del discurso cuando este detalle entró en juego, la multitud como si fuera una sola conciencia, un solo corazón latiendo dentro de la mente de la niña, lloraron e imploraron que no se vaya. ¿Quién los gobernará en su ausencia? ¿Cómo se reemplaza la ausencia de un ser creador cuando es lo único que se tiene? El militar en el escenario mostró simpatía con su público y lloró ante estas noticias que a todos tomaban por sorpresa y que tanto los quemaba por dentro. Dio paso al inicio de la despedida, secándose las lágrimas y con el inicio de un vals proveniente del mismísimo aire se retiró rápidamente atravesando el telón del fondo. Como una marioneta la niña durmiente, la reina Milena, como era llamada allí, apareció ante la efervescente agitación del pueblo. Gritaban su nombre y le pedían que no los abandonara, que los llevará con él o se quedara, que no podían vivir sin ella. Alaridos, quejas, llantos animalescos, todo en uno formaba una cacofonía de dolor y pena. Las caras se desencajaron y las cuerdas vocales se dañaron ante el esfuerzo por ser oídos. Los animales volvían a sus instintos y se sacudían en el suelo o salían corriendo entre la gente. El vals tomó fuerza y dos figuras aparecieron por cada costado, causando cierta calma en el nervio vivo en que se habían convertido esos seres, aplicaron un bálsamo de intriga y expectación.
Estas figuras se movieron al centro del escenario, ahora una pista de baile. Las dos figuras humanoides, porque de humanas sólo tenían la forma de los miembros y el cuerpo, carecían de facciones faciales, orejas, bello, o cualquier otro rastro de humanidad. Milena, que colgaba en el aire, descendió en el aire y se desplomó suavemente en el sueño, con los brazos todavía en el aire, retenidos por alguna magia invisible. La música se detuvo, todo se detuvo. Todos miraban en un trance inexplicable las dos agraciadas figuras que posaban a cada lado de la reina del subconsciente. Nubes negras cubrieron el refulgente sol y dejaron todo en penumbras, resaltando las luces del escenario. El vals repentinamente empezó a sonar y los seres, uno negro y otro blanco, comenzaron la disputa por la reina. Se movían con agilidad y se contorsionaba en movimientos finos pero sólidos. La niña, inconsciente, se movía cómo un muñeco de trapo entre el tironeo y el afloje de los humanos monocromáticos sin pausa. Uno tiraba hasta casi tenerla en sus brazos cuando del otro lado tiraban con tanta fuerza que equilibraba la balanza. Algunos de manera incontrolable gritaban cuando estaba por llegar al ser negro y se relajaban cuando se acercaba al blanco. No tardó en volverse un acto en grupo, en el que vitoreaban y alentaban al ser blanco, cuando casi llegaba a los brazos del humanoide blanco. Este acto se prolongó durante cierto tiempo mientras el clima empeoraba al igual que la energía de los dos seres y el público que presenciaba este vaivén de la posesión, de una vez y para siempre, del cuerpo de la reina. La música se volvía cada vez más fuerte y la fuerza de los protagonistas de la obra disminuía. Pronto, la figura blanca tomó ventaja sobre su opuesto y dio los tirones definitivos para captar en un abrazo a la marioneta todavía durmiente. La felicidad histérica volvió a aflorar y la alegría se volvió total entre todos los presentes. Se volvió una demostración de habilidades circenses, un coro general vitoreaba el nombre de la reina, el triunfo de la luz sobre oscuridad absoluta, el triunfo del bien sobre el mal. En el escenario, la reina Milena abría los ojos para despertar.
El fantasma apartó la mano de la frente ardiente de la niña, que mostraba sus brillantes pupilas después de días de pelea. Su madre la abrazó y le agradeció a todos los santos por traerle de vuelta a su flor y razón de vivir. La flama de la vela se erguía verticalmente, imperturbable. El ser invisible había visto suficiente y podía seguir su infinito camino cumpliendo con lo pactado. Había ganado justamente, la reina Milena podría seguir reinando. Entre la ida y vuelta de su alma, la muerte simplemente no había sido lo suficientemente fuerte para poseerla esta vez.