La reina abeja
El amor tiende a ser el más sentimiento más puro y tierno, como también el más impredecible y oscuro de todos, te hace feliz con la pareja correcta, como también cegarte ante la persona equivocada. Mi caso resultó ser lo segundo. Me sobrarían las palabras para describirlo todo. A esa persona se lo di todo, incluyendo mi vida. Me sentí tan ciego por ella, que no me di cuenta del daño que me causó, hasta que fue muy tarde.
Mimeógrafo #137
Octubre 2024
La reina abeja
Irving Antonio Aréchar
(México)
“Para poder expresar conceptos,
y de ese modo creer, es necesario
conocer exactamente la naturaleza
del objeto de esa creencia”.
MARQUÉS DE SADE
El amor tiende a ser el más sentimiento más puro y tierno, como también el más impredecible y oscuro de todos, te hace feliz con la pareja correcta, como también cegarte ante la persona equivocada. Mi caso resultó ser lo segundo. Me sobrarían las palabras para describirlo todo. A esa persona se lo di todo, incluyendo mi vida. Me sentí tan ciego por ella, que no me di cuenta del daño que me causó, hasta que fue muy tarde.
Su nombre era Antonieta Aguirre. La conocí por primera vez en la primaria, cuando sólo piensas en jugar y conseguir cuanta chuchería se te ocurra. No quedaría para nada impresionado, era una niña extraña que provenía de una familia igual de extraña. En clases y durante el recreo, era tan callada que parecía una tumba, no te dabas cuenta de su existencia hasta que alguien mencionara su nombre. Su hermano, por otro lado, nos caía bien a mi hermano y a mí. Era al único que soportábamos. Ni siquiera a su otra hermana de Antonieta podía tenerla cerca de lo igual de loca que era. Llegué incluso hasta de sentir lastima por las dos. Después de lo que pasó, retiro lo dicho.
La última vez que vi a Antonieta fue en la graduación, se veía risueña, a la manera de ver de los adultos. La verdad es que nunca le tomé importancia. Pero quince años después, en un giro impredecible y, en cierto sentido, cruel, nos reencontramos ella y yo. Íbamos acompañados con nuestras madres, en un encuentro casual como cualquiera, nos dimos un saludo seco, que fue suficiente para empezar la chispa que daría inicio el enamoramiento.
Quedé deslumbrado. Resultó ser diferente de cuando éramos niños. Todo en ella había cambiado, o al menos eso me pareció después de más de una década. Ella se presentó más segura que la última vez. Empezó a hablarme como nunca lo hizo antes, empezó a coquetearme, o al menos eso me quiso explicar mi madre (la verdad, esa parte nunca entenderé en las mujeres). Nos fuimos por lados separados, pero desde ese momento sentí algo en mi cuerpo que no podía describir, ni mucho menos ignorar, los ojos se me brillaron como nunca. A partir de ese instante, no quería saber de nadie más que Antonieta.
Pasó dos días después de aquel reencuentro, cuando tuvimos nuestra primera cita. No fue la gran cosa pero nos sirvió para hablar sobre nosotros, lo que pasó en la escuela y después. Nunca fui alguien de hablar sobre mi vida. Pero estaba tan interesado en ella, que lo dejé pasar por alto. Ella también me contaría sobre su vida. Resultó ser más interesante que lo mío. Nos despediríamos al llegar a su casa. Me regaló un beso de despedida que me hizo ver estrellas y sentir mariposas en el estómago. Cuando llegué a mi casa para contarle a mi madre lo que pasó, me advirtió que tuviera cuidado con ella. Le dije que exageraba, pues físicamente no podría conmigo ni con ningún hombre. Fue cuando me mencionó lo siguiente: “La mujer no necesita tocarte para infringirte dolor”. Ante eso ya no supe qué decir. Ahora puedo decir que tenía razón.
Ante esa primera cita no quise saber de nadie más que Antonieta. Su cabello rubio brillante, sus ojos verdes resplandecientes, su hermosa figura, todo de ella me encantaba. Ya había tenido relaciones anteriores a ella, incluso en la primaria. Pero ninguna como ella. Era como si me hubiera embrujado desde aquel reencuentro. No podía sacarla de mi mente.
Salimos durante tres semanas. No ganaba mucho pero podía darme mis lujos, como invitarla al parque, llevarla al cine, entre otras salidas. Pero luego entendí que Antonieta era una chica que había que complacer con cosas muy caras. Era lo que considero una “reina abeja”. Pero estaba tan enamorado, que no lo veía mal, al contrario, lo consideré o un reto que podía ganar. Para desgracia mía, terminé perdiendo y de forma muy cara y dolorosa.
Cuando cumplimos el primer mes, le pregunté si quería formalizar nuestra relación. Ella estaba de acuerdo, siempre y cuando cumpliéramos tres meses. Yo estaba dispuesto a hacer lo que sea, con tal de que fuera mi novia. Ella me dijo que lo haría un verdadero reto. Me aseguraría de que me hartaría de ella antes del tiempo estimado, pues afirmaba ser una mujer difícil y así fue. Al pasar el tiempo, me hizo todo tipo de juegos y bromas de mal gusto, como esperar una semana sin hablarle, no andas de las manos en las citas, hablar de cosas despectivas sobre mí forma indirecta, soportar ver a sus amigos tomarla de las manos y abrazarla, mientras que yo no podía. Era como tener estatua de porcelana en la repisa, sólo podía admirar su belleza de lejos.
La semana previa a cumplirse los tres meses tendría una reunión familiar y la quise invitar a Antonieta. Ella dijo que no podría porque su madre se lo prohibió. Intenté pedirle permiso a la señora pero no quiso. Triste, sólo pude pasar tiempo ese día en su casa, donde hablamos como siempre lo hacíamos y nos reíamos de las tonterías que decíamos. Quise darle un beso pero no me dejó, como siempre, quería esperar a que se cumplieran los tres meses. Ya me estaba desesperando. Utilicé un momento in fraganti para tomarla desprevenida y besarla como la primera cita. Cuando me aparté, su reacción fue de espanto. No me dijo nada pero me dio señal de que me fuera. Intenté disculparme pero no me lo aceptó. Tardé una semana para volver a saber de ella.
Fui a su casa para disculparme y celebrar los tres meses de habernos visto. No contaría con que estarían varios de sus amigos, quienes me reclamaron de “haberla agredido, sexualmente”. No entendí de qué estaban hablando, exigí hablar con Antonieta para aclarar esa mentira. Los chicos no me dejaron entrar. Me embistieron a la calle y me molieron a puños y patadas hasta caer al suelo, sin que Antonieta o alguien más salieran para evitarlo. Fue cuando me desmallé que me dejaron en paz, se metieron a la casa y ya no los volví a ver. Regresé a mi casa, golpeado, triste y confundido.
Pasó un mes tras lo ocurrido, empecé a salir con alguien más, no era la gran cosa para mí pero me servía para olvidar a Antonieta, o al menos eso pensé. La chica era linda y atenta conmigo, no era exigente con lo que le daba ni intentaba hacerme a un lado. Podía decirse que era la novia perfecta. Sin embargo, a pesar de su atención y amor, no podía sacarme a Antonieta de la cabeza, realmente quería estar con ella. Pero ya era muy tarde. Fue cuando recibí una visita inesperada.
Estaba Antonieta frente a mi puerta, con expresión de miedo y vergüenza en su cara, al principio no entendía qué motivos tenia para venir a mi casa. En los casi tres meses que salimos jamás mostró interés en ir.
-¿Cómo te ha ido?-me preguntó preocupada.
-Bien.-respondí secamente, quería que supiera lo que significó para mí aquel día y cómo me afectó.
Ella lo entendió de inmediato, empezó a llorar y a decir que estaba arrepentida de lo que pasó. Dijo que no sabía que sus amigos me harían lo que me hicieron. Que sólo sería una intimidación nada más. Al principio no entendí lo que quiso decir, fue entonces que me afirmó que era parte de una broma que quería hacerme desde hace tiempo. Intenté controlarme para no inquietar a mi madre que escuchaba la conversación, pero por dentro me decía: ¡No chingues, Antonieta!
-Discúlpame. En serio quiero arreglar las cosas. Claro, si tú quieres.
En ese momento no sabía qué decir al respeto. Lo que pasó me dejó muy destrozado, física y emocionalmente. No quería saber nada de Antonieta. Incluso me hice de otra novia para olvidarla. Pero no podía. Sentía la necesidad de volver con ella y no entendía por qué. Tenía mil pensamientos en la cabeza y sólo pude decirle que lo pensaría. Antonieta no dijo nada más y se fue.
Tras una semana de pensarla, decidí perdonarla. Ese mismo día también decidí terminar la relación, la pobre no podía entender qué había pasado, sólo le dije que lo nuestro no funcionaba y que era mejor terminar. Ella se fue de mi vida de inmediato. Una persona normal hubiera hecho lo contrario. Pero claro, yo nunca me he considerado normal. Incluso mi madre me dijo que era un idiota por terminar con mi novia, y más idiota con volver con Antonieta. Me recordó aquella frase: “la mujer no necesita tocarte para infringirte dolor”. Pero hice caso omiso. Mi deseo por Antonieta era más fuerte que mi sentido común. Me saldría el tiro por la culata.
Salimos como la primera vez, cambiamos nuestra rutina por una más condescendiente para los dos. Fue mi idea esta vez. Ella no quedó muy contenta, estaba acostumbrada a tomar el control. Pero esta vez, sería yo quien tomara la batuta y ella lo entendió de inmediato. No me diría nada. Sabía que podía mandarla a volar si me hacía algún berrinche. Se lo advertí cuando le dije que quería intentarlo de nuevo.
Mis amigos tampoco quedaron contentos con nuestro regreso. Estaban convencidos de que me volvería a hacer lo mismo o algo mucho peor. Yo les aseguré que no sería así. ¡Cómo me equivoqué!
Tras cumplirse otros tres meses, decidí que era momento de formalizar. Antonieta lo quiso hacer en su casa, quería aprovechar que su familia estaría completa para escuchar la noticia. Por mí no había problema. Llegó el momento y cuando estábamos ante tanto felicidad y regocijo, aproveché para decir que por fin éramos pareja. Todos nos dieron las felicitaciones por ello. Antonieta no mostró alegría, ni enojo ni nada. Nadie más que yo se dio cuenta. Eso me inquietó. Le expliqué a su madre al respecto y ella me dijo que esa era su forma de “mostrarle sus sentimientos a la gente”. Resultó muy tétrico para mí. Estaba en un terreno que tenía de perder si presionaba más. Decidí dejarlo a un lado por el momento.
Los meses siguientes me sentí estar en el paraíso, tenía a quien consideraba “el amor de mi vida”, era cuestión de tiempo para que fuéramos algo más. Pero ella no se sentía así. Me repudiaba cada vez que podía, decidía andar con sus amigos de fiesta en fiesta, gastando dinero que ahorraba para cosas más importantes. Cada vez consumía más y más, llegando a cansar a mi familia y amigos, que se alejaron, dejándome solo. La amaba tanto que no podía frenar lo que sentía, incluso sabiendo que me hacía daño.
El día que todo terminó fue cuando a Antonieta se le ocurrió celebrar nuestro primer año de novios en su casa, como siempre. Antes quería pasar a ver a mi madre para convivir con ella. Ella no quería. Yo sabía que nunca le cayó bien a mi madre. Tampoco mi madre le tenía aprecio a Antonieta, sobre todo después de la golpiza que sus amigos me dieron. Incluso estoy seguro de que le cayó mal desde la primaria. Las mujeres saben detectar cosas que los hombres no. Pero bueno, eso para mí ya era típico, una madre jamás mostrará confianza a quien es tu pareja, aunque te haga feliz. Pero esta vez tuvo razón.
Después de un tiempo de convivencia breve con mi madre, fuimos a casa, donde nos esperaban impacientes. Antonieta me echó la culpa por haber llegado tarde. Le expliqué a su madre el motivo de nuestra tardanza y ella entendió. Antonieta estaba molesta por no hacerle caso a su capricho. Ese día sería el último que la haría enojar.
En la mesa cenábamos ante un silencio incómodo, es cuando sentí mi cuerpo arder tras el primer bocado que hice a la comida de mi exsuegra, fue como si un alambre de púas raspara mis entrañas sin saber por qué. Pedía ayuda a Antonieta pero sólo se dedicó a comer, al igual que su madre. Caí al suelo de golpe, me convulsionaba al punto que mis ojos se desorbitaban y sacaba saliva de mi boca. Antonieta provechó para revelarme la horrible verdad: su intención al ser mi novia fue para hacerme sufrir, ¿por qué?, le era divertido jugar con la gente que creía más especial que ella, como amenazas que debía tratar primero como mascotas, antes de masticarlas y tirarlas como si fueran chicles. Todo resultó ser un juego, ni más ni menos.
Mientras agonizaba, también me explicó que su madre confabulaba con ella para llevar a cabo su juego macabro. Le causaba diversión ver mi preocupación por hacerte feliz. Reveló haberse burlado de mí cada vez. Incluso en ese momento, mientras moría lenta y dolorosamente, se reían en mi cara por última vez. Las fuerzas se me escapaban de mi cuerpo, intenté llegar a Antonieta y asestarle aunque sea un golpe por su maldad. Mi exsuegra me puso boca arriba con uno de sus pies, sólo para terminar de ver su sufrimiento. Antonieta se puso hincó hacia mí para desearme un bello viaje al paraíso, por último, me daría un beso leve en los labios, sólo para saborear el veneno escarlata de su ser. Con eso, me despedí de este mundo.
Después de aquel asesinato, me convertí en un espectador espiritual que vio como mi exnovia y exsuegra se llevaban mi cuerpo a donde nadie lo supiera. Les dirían a todos que la abandoné sin explicación alguna. Mi madre no se creería esa mentira barata, iría a su casa para saber la verdad, junto con varios policías para verificarlo. Antonieta contaría la misma historia, al igual que su madre. Los policías no encontrarían nada. No había más que hacer. Y sin más, quedé en el olvido.
Ahora sí pueden decirme, “te lo dije”, ya que siempre supe que algo así iba a suceder. El amor me cegó siempre y no quería ver, ni escuchar, ni pensar. Pero el amor ilógico e impredecible, te hace pensar en lo más bello y positivo en el ser humano, sin importar que sea real o no. Al final, termina convirtiéndose en una caja de Pandora, donde ves aquellos horrores, sin poder hacer algo al respecto. A mí me tocó una llamada Antonieta Aguirre y, como ella, hay muchas que buscan una víctima para sus juegos enfermizos, donde sólo les interesa la satisfacción por el dolor y sufrimiento. Esto es sólo el principio.