La modelo

La tolerancia es un tema que para el ser humano, parece dividirlo, entre una cuestión de percepción, por otra de principios. Está bien querer ser un niño o niña, cuando ya somos adultos y adultas. Está bien querer ser un millonario cuando no ves un porvenir en el asunto económico. Está bien querer ser un dios, cuando en apariencia, sólo eres un individuo más en la tierra que te tocó vivir.

NARRATIVA

Irving Antonio Aréchar (México)

5/28/2024

Mimeógrafo #132
Mayo 2024

La modelo

Irving Antonio Aréchar
(México)

Él era más femenino que todas
¿verdad? Más bonita que ninguna.

LUIS ZAPATA

La tolerancia es un tema que para el ser humano, parece dividirlo, entre una cuestión de percepción, por otra de principios. Está bien querer ser un niño o niña, cuando ya somos adultos y adultas. Está bien querer ser un millonario cuando no ves un porvenir en el asunto económico. Está bien querer ser un dios, cuando en apariencia, sólo eres un individuo más en la tierra que te tocó vivir. Existe la tolerancia en todo la antes dicho, ya que también existe la frase: “No está bien, síguele la corriente y vete”. Pero lo que es más difícil de aceptar, como también de permitir, es cuando un hombre le dice al mundo: “Soy una mujer”.

Este caso le pertenece a Agustín Arreola. Desde muy pequeño, vivió la vida igual que la del cualquier niño. Pero con la diferencia, de que no lo vería igual que alguien de su mismo género. Y eso era preocupante para sus padres, al igual que sus maestros, que observaban todo: comportamiento, su semblante, sus actitudes y su forma de relacionarse con los demás niños y niñas. Tenían que hacer lo necesario para asegurarse de que entendiera que iba a tener que adaptarse a la realidad que se le impuso desde el nacimiento, si es que añoraba tener siquiera, una vida feliz.

De niño, Agustín tenía problemas para entablar juegos con los demás niños, ya que actividades, como la gallinita ciega, “el tenta” y policías y ladrones, donde incluía el contacto físico excesivo, desistía de participar. Para él, resultaba ser muy brusco y peligroso. Los otros niños, más por la influencia de sus padres que por convicción propia, le harían burla por su falta de gallardía al querer mancharse las manos y lo demás. Aquella situación, resultaría ser muy dolorosa para el niño, pero se guardaría las lágrimas, con tal de no causar otro motivo de burla.

Al llegar la adolescencia, Agustín desarrolló un impulso sexual igual de recurrente como la de cualquier hombre joven, pero su atracción no iba inclinada por las chicas, como se suponía que debía ser. Se sentía más atraído hacia su propio sexo. El más más recurrente era hacia un compañero del salón, Iván López, quien era figura en el equipo de futbol de la escuela, y un Don Juan con las chicas. Nadie imaginaría que también atraería a los hombres. Pronto Agustín se lo haría saber.

Agustín, si bien, no podía dejar a un lado lo que pensaba y lo que sentía desde la infancia, entendió, con ayuda de sus padres, que aquello no sería bien visto por el resto del mundo. Mucho menos para quien consideraba el “amor de su vida”. Se integraría en el equipo de futbol con la intención de estar más cerca de su “amor prohibido”. Debía ser cuidadoso. Esperar su momento para confesarse.

Ese momento pareció llegar un día, cuando el director de la escuela se le ocurrió hacer un concurso de belleza para las chicas de la escuela. En ese entonces, Iván salía con una alumna de dos grados menor que él y Agustín. El joven sentiría celos en cuanto supo de su relación, pero sabía que no debía demostrarlo. Sin embargo, en cuanto se enteró del concurso, pensó que sería su oportunidad de salir a la luz, sólo para él.

Tomaría un vestido viejo de su madre para confeccionarlo a su medida, pasaría en secreto a una tienda de pelucas para comprarse una, lo suficientemente larga para que su cara no resaltase ante el publico cuando la mencionasen en el concurso. Ensayaría los discursos que las participantes debían realizar cuando se les pasase a hablar, también moderaría sus tonos de voz, para sonar más como mujer, en lugar de hombre. Todo parecía quedar perfectamente calculado.

El concurso se llevaría a cabo en la tarde, dándoles a las concursantes tiempo para prepararse apropiadamente. También le daría tiempo a Agustín para ajustar a su “verdadero yo”. Utilizó el estuche de su madre para darse el retoque que necesitaba. Cuando terminó, se veía irreconocible. Incluso podía decirse, que realmente, era una mujer. Se veía como una mujer, caminaba igual que una mujer y hablaba como tal. Sólo le faltaba algo más: el nombre. ¿Qué nombre sería apropiado para ese hombre, con esencia de mujer? Se le ocurrió el nombre de “Amanda”. El nombre sería lo único que cambió, creería que el apellido no sería tan relevante, al momento de nombrar a las concursantes.

Llegó a la escuela, media hora antes del evento, para darse un último retoque, no por el hecho de verse más bello para sí mismo o para Iván, sino para no ser descubierto ante la vista de lo que sería su público. Veía detrás del telón cómo los padres de las concursantes, igual que los compañeros, amigos y novios de las chicas estaban sentados a pocos metros del escenario, aguardando el momento en el que todas saldrían.

Podía ver a Iván, sentado cerca de una mujer mayor, que no era su madre, pero que platicaba amistosamente, como si realmente lo fuera. Sospechó que podía ser la madre de su novia, quien lo invitó para que la apoyara en aquel concurso. Se sentía triste por no ser él la causa de su llegada. Pero le demostraría que lo merecía más que su propia pareja.

Llegado el momento en que daría inicio el concurso, el director de la escuela dio orden de abrir el telón, y dejar salir a las chicas y Agustín. Todo era grandioso por parte de las adolescentes, que mostraban su repertorio: sus vestidos y sus rostros. Pero sería Agustín quien acapararía la atención del público, sobre todo el varonil. Las miradas expectantes y fascinantes que los hombres jóvenes y adultos mostraban hacia el joven modelo, conocida, únicamente, como Amanda Arreola, quien posaba su vestido con alegría y elegancia, denotando una mirada llena de brillo e inocencia. Pero cuando notó que Iván demostró cierta atracción con la mirada, es cuando aquel sentimiento de felicidad, se convertiría en gozo absoluto.

Llegó el momento de hacer las votaciones. El público anotaba el nombre de su concursante favorita. Las chicas estaban nerviosas por el resultado. Sin embargo, su preocupación era por saber cuánto duraría la votación. Por lo demás, le tenía sin cuidado. Su único anhelo, era obtener la atención de Iván. Pero fue cuando lo llamaron con su nombre, que Agustín entendió que había ganado el concurso. Una felicidad doble para la joven modelo.

Pasaría hasta el final del escenario, para recibir su premio, que sería un listón blanco, de tela barata, con la leyenda: “Miss secundaria técnica #3”. Agustín estaba a punto de dar un discurso improvisado ante el público que lo eligió ganador. Veía como la novia de Iván, denotaba entre furia y tristeza. Otro factor a alegrarse por su logro. Por desgracia, no contó con que sus padres también estarían en el concurso, viéndolo y escuchándolo.

La madre de Agustín no se guardaría las palabras en la boca, y les confesó a todos quien era y lo que era. La misma reacción que hace poco denotaban ella y su esposo ante la presencia de su hijo en el concurso, la tendrían todos, al saber quién era exactamente. Agustín quedaría helado, por el miedo y la vergüenza, al ver sus expresiones de asco y repulsión, ante la inminente verdad. Trataría de buscar clemencia en Iván, pero sólo lo miraría con el mismo sentimiento que los demás. Agustín no tuvo más remedio, que abandonar la escuela, y más tarde, toda su vida pasada.

Su nueva vida que le depararía muchos tropiezos, como también le dejaría varias marcas. Si bien, las calles le darían la oportunidad de poder declararse como “volteado”, como muchas veces le escuchó decir a su padre, sobre los hombres homosexuales que les gustaba vestirse de mujer, éstas no serían clementes con él sólo por ser mejor que cualquiera de los prostitutos con quienes entablaría amistad.

A mención de varios empleados en las calles, los precios por cada encuentro ocasional varían de acuerdo a lo que el cliente era y pedía. Para Agustín, tenía la fortuna de que su apariencia atraía a hombres pobres como adinerados. También atraía mujeres, pero estás no le interesaban en absoluto. Le parecían muy toscas e insensibles. Los clientes varoniles, por otro lado, lo atraían en aumento, que su nuevo empleo no le parecía tan asqueroso como muchos adultos le había platicado al respecto.

Pero tras sufrir un evento desafortunado con un cliente que lo maltrataría excesivamente al joven, dejándolo en el hospital por cinco días, entendió los peligros de intimar demasiado con los clientes. Pensó que debía pensar en buscar una mejor manera de atraer a los hombres, y estar seguro al mismo tiempo.

Las dos cosas salieron de la nada, como si fuera una caja sorpresa, cuando un hombre misterioso llegó en la esquina a la que frecuentaba Agustín para esperar a sus clientes. Pero aquel tipo era distinto. Tenía una vestimenta muy fina, zapatos y relojes de lujos, y una forma de hablar muy refinada, para ser un trabajador común y corriente. De repente pidió la atención del joven, y Agustín fue de inmediato, para atender el llamado del hombre, sin imaginar que le tendría una oferta, en ese momento, difícil de rechazar.

El trabajo consistía en hacer de bailarina-modelo en un cabaret que tenía de negocio, al otro extremo de la ciudad. Le prometería una cantidad exorbitante de dinero, a cambio de entretener a los clientes, tanto hombres como mujeres, haciendo de lo que mejor sabía hacer: maravillar al público. Agustín, sin pensarlo dos veces, aceptó, guardando la poca ropa que tenía consigo, entre ellas, el vestido de su madre que arregló para entrar al concurso de la escuela, y marchándose esa misma noche, dejando esa vida, para empezar otra, supuestamente mejor.

La primera noche de trabajo en el cabaret, Agustín preparó todo para que estuviese perfecto esta vez. Estaría más seguro en esa ocasión, pues sabía que nadie que alguna vez conoció pudiese estar de imprevisto en aquel lugar. No había nada de qué preocuparse. Y a punto de salir al escenario, con la misma apariencia y vestimenta de la última vez, se mostró ante el mundo, con su nombre falso, que más tarde sería recordado por todo hombre que la haya visto modelar, como también actuar y contonearse con su acostumbrada cadencia y soltura. Aplaudirían todos, dándoles besos y miradas coquetas a los hombres, que le aplaudían con tenor fuerte, agradeciendo la “joven modelo”, su atención, al igual que sus aplausos.

Después del bochorno que sufrió tras lo ocurrido con sus padres e Iván en la escuela, Agustín estaba seguro de que nadie debía saber la verdad. Se guardaría el secreto a la tumba, o hasta nuevo aviso. Sufriría, como había sufrido en su niñez y el comienzo de su adolescencia. Pero no le importaba. Con su nueva vida en el cabaret, podría ser lo que él siempre quiso. Más tarde, averiguaría su lado oscuro.

Conforme iba mostrándole al público su don del modelaje, más gente nueva iba al lugar, sólo para observarlo a él, a su “nuevo yo”. La atención que recibía, le daba por implementar en su acto, otras habilidades, como el canto y el baile. Agustín ensayaría en su nuevo departamento, pagado por el dueño del cabaret, con la condición de que no hiciera otra cosa que entretener. Ensayaría incansablemente sus pasos de bailes y su canto, hasta perfeccionarlo totalmente. Cuando lo sacaba a relucir sus nuevos talentos, el lugar se volvía un concierto de silbidos, aclamando sus contoneos danzanticos y su canto, lloviéndole rosas, dinero, y besos, muchos besos, de los hombres que el joven añoraba ver todos los días. ¿Por qué? Sólo alguien que ha descubierto el amor de sí mismo, con la desgracia de no haber encontrado el amor en alguien más, lo puede entender.

Su fama le provocaba una atención obsesiva por los hombres que le dejaban obsequios en todo momento, imaginando que él era “ella”. Tan pronto se daría cuenta, de que se había vuelto un objeto codiciado. Al final de cada función, le llegaba a su estudio, ramos gigantes de rosas, junto con notas que decían, “Para mi querida Amanda, de tu admirador secreto”. Junto con las rosas, habría todo tipo de joyería exótica, acompañado con vestidos finos, con mejor diseño que el suyo, mostrado todas las noches, en cada función. Un detalle que para él sería muy bello, pero que más tarde, vendría con un precio muy alto.

Tras una noche de haber hecho su acto de siempre y ganarse los aplausos de la gente, el jefe lo llamaría para indicarle estar presentable, porque le tocaba dar una función especial, en una fiesta de influyentes, en la que él y su joven sensación, eran invitados. La fiesta se llevaría a cabo en una residencia muy alejada de la ciudad. Casi podía decirse que colindaba con Plan de Ayala. Agustín aceptó la invitación, muy a pesar de que tal vez no estuviese de humor para entablar conversación con la gente, después de lo que tuvo que hacer hace poco en el cabaret.

Como era su costumbre, tras el momento previo de hacer su acto, se preparaba para encantar a su público, pero esta vez, fuera del escenario, y de su zona de confort. Pero no se mostraba a disgusto con el cambio. El ambiente era tranquilo hasta cierto punto, pero cálido para el joven modelo. A todos los invitados los saludaba con su encanto natural, sonriéndoles en todo momento, a hombres y mujeres que lo volteaban a ver, con miradas que alcanzaba a notar como muy lascivas, como si intentaran desnudarlo en mil formas posibles, impensables para cualquier ser humano decente.

Agustín, muy lejos de sentirse incómodo, lo disfrutaba. La atención que no tuvo antes, de su familia y amigos, era cosa del pasado, comparado con la que había obtenido, en los meses que trabajó en el cabaret, hasta esa noche. Cambiaría de parecer, tras un reencuentro inesperado.

Iván, después de haber reconocido a su mejor amigo de la escuela, con ayuda de su familia, trataría de olvidar lo ocurrido en el concurso de belleza, enfocándose en sus obligaciones. Sobre todo, en su novia, que más tarde sería prometida. Pero no dejaría de pensar en su antiguo amigo, que ocultaba una faceta suya que no creía posible. Y que ahora, en aquella fiesta, que también fue invitado, presenciaría nuevamente, despertando en él, y también en Agustín, viejos y dolorosos recuerdos. Pero nadie diría nada al respecto.

Agustín estaba nervioso tras el reencuentro con quien fue su mejor amigo y amor prohibido. Temía que fuera a revelar su identidad, como lo hizo su madre. Pero, para fortuna suya, aquello no ocurrió. Ambos se saludarían como si fuera la primera vez que se vieron, y se despidieron, sin decir nada más. Se encontrarían nuevamente, para ver una función por parte del joven modelo, que tendría algo más insólito de antemano.

La gente en la fiesta, aguardaba expectante la entrada en acto de su estrella. Agustín sólo pensaba en hacer su acto lo más rápido posible, para no tener que quedarse más tiempo, y ver a Iván, una vez más. Se pondría uno de sus vestidos que se le dio de regalo, se quitaría la joyería costosa pero pesada para poder hacer su número. Se apagarían las luces en el salón, dejando iluminado solo el escenario, para su gran entrada. Cuando salió, miles de hombres chiflaban y aplaudían por él, y Agustín, conmovido, sólo podía pensar en darle su público lo que quería, de forma rápida.

Lamentablemente, Agustín no sólo les daría una coreografía de baile y una canción melódica. En esa ocasión, les daría la satisfacción a todos los hombres invitados en la fiesta de probar su cuerpo joven. Ya no sería rosas lo que le llegaría a caer al joven modelo, ahora eran manos que lo sujetaban de todas partes, impidiendo que pudiese salir de allí, cuánto antes.

Asustado, Agustín pidió ayuda a su jefe, pero éste no inmutaría en absoluto. Los hombres lo tumbarían al suelo, le arrancarían el vestido a jirones, dejando ver el enorme miembro que tenía el joven. Pero no se mostraban asustados, tampoco los detuvo a esa turba lasciva y lujuriosa, que pedía un pedazo de carne suya para cada uno. El joven modelo gritaría a todo pulmón, pidiendo auxilio, que jamás llegaría.

Iván quedaría petrificado ante esa escena. Minutos antes, se escondería en un pequeño cuarto que servía para encuentros casuales, para no tener que presenciar, lo que imaginó, ser la misma situación que en la escuela. Pero luego escucharía el alboroto y saldría de inmediato, solo para ver la tremenda “orgía” que le propinaban al joven, en contra de su voluntad. Escucharía a su antiguo amigo pedir a gritos que lo ayudase. Pero Iván, se daría la vuelta, y se metió de nuevo al salón. No podría hacer nada más. Ya que, si lo hacía, la gente se daría cuenta de que conocía la identidad de la modelo, por lo que, podían pensar lo peor de él, y más tarde de su familia. No le quedó más remedio, esperar a que todo terminara.

Cuando acabó todo, los hombres que se subieron en el escenario, se acomodaron sus pantalones, y se bajaron de allí, dejando al joven modelo, tumbado en el piso, preguntándose: “¿Por qué me pasó a mí?” Intentaría levantarse en varias ocasiones, sin tener éxito las primeras dos veces. Después de la tercera, se levantó por fin, saliendo de la casa, no sin antes que le recordara su jefe verse la noche siguiente. Más tarde sabría que ya no habría una noche más.

Agustín encontraría la salida de la casa, llevándolo a un callejón oscuro, donde recorrería su interior, esperando encontrar el rumbo a casa. Agobiado por los golpes y la violación, no pudo seguir caminando la calle oscura. Se acostó a lado de unos botes de basura, sin importar que estuviese a lado de inmundicia, de animal y de humano. Es cuando vio una figura oscura y grande, venir en dirección suya. Con el riesgo de ser atacado, nuevamente, esta vez lucharía contra esa sombra enorme. Pero luego, la sombra le hablaría, para decirle su nombre. Resultó ser Iván.

Agustín estuvo feliz de encontrar a su amigo de la escuela llegar en su auxilio, pero también estaba decepcionado por la actitud negligente que optó, ante el acto salvaje que cometieron los demás invitados en contra suya. Declaró que no era justo lo que le pasó, ni mucho menos lo que dejó su amigo que le pasara. Iván no pudo decir nada. Sólo lloró ante su antiguo amigo, moribundo. Agustín, tras sentir las lágrimas del hombre que alguna vez amó, reconoció que estuvo mal lo que hizo esa noche en la fiesta, al igual que hace mucho tiempo, en la escuela. Ambos se abrazaron, como buenos amigos, mientras esperaban el momento, en que ambos se despedirían por última vez.

La muerte de Agustín dejó un hueco enorme en el corazón de Iván, como también el de sus padres y los amigos que obtuvo durante su experiencia en las calles. Con el tiempo, todos supieron qué provocó su muerte. O en este caso, quién. Había que hacer justicia por él. O por ella. Ya no era Agustín. A él lo mataron su familia y la gente de la escuela. A Amanda la mató su jefe y la gente que los invitó a la fiesta, de la que fue parte Iván. Él enfrentaría su castigo. Al igual que los demás hombres que la violaron. Lo más importante, era rendir tributo a la víctima.

La marcha por los derechos LGBT tuvo lugar en las calles centrales de la ciudad, donde se vio a todos aquellos que sufren de desigualdad, sólo por ser lo que ellos siempre habían querido ser, pero que nunca se les dio el permiso, ni se les tomó en serio. Ya ni siquiera el respeto que se merecen. Por eso, desfilaron con sus atuendos extravagantes, su maquillaje excesivo, y la voz aguda que se les caracterizaba, siendo escuchados por la gente que pasaba por el centro, repudiándolos con su odio y asco, sólo por querer ser ellos mismos.

Pero no importaba, era un momento para honrar a alguien, que al igual que el resto de su gente, sufren el destino de ser erradicados, sólo por querer ser algo que, por naturaleza, no pueden llegar a ser. No por eso, deben dejar de tener respeto. El hombre no siempre se verá como hombre, pero el humano, siempre se verá como humano, y merece ser tratado, como humano. Y eso, nos los enseñó Agustín “Amanda” Arreola, la modelo.