La mirada desnudante
Realizando los preparativos para la gran cena que daremos en casa hoy, 16 invitados y seremos atendidos por dos meseros, Joel y Humberto, quienes casi siempre vienen a los eventos que realizamos. Sacamos la vajilla alemana de la abuela, que estaba guardada en la despensa de la cocina; deseamos que sea un evento que deje huella. Después sacamos las copas de cristal cortado, pasaron a que se revisaran con guantes de algodón puestos, checando que no tuvieran alguna mancha.
NARRATIVA
Fotografía: Carlos Abraham
Mimeógrafo #116
Enero 2023
La mirada desnudante
Carlos Abraham
(México-Líbano)
Realizando los preparativos para la gran cena que daremos en casa hoy, 16 invitados y seremos atendidos por dos meseros, Joel y Humberto, quienes casi siempre vienen a los eventos que realizamos.
Sacamos la vajilla alemana de la abuela, que estaba guardada en la despensa de la cocina; deseamos que sea un evento que deje huella. Después sacamos las copas de cristal cortado, pasaron a que se revisaran con guantes de algodón puestos, checando que no tuvieran alguna mancha.
Llegó el momento de seleccionar el mantel de la mesa alargada; se tomó la decisión por uno traído desde Medio Oriente, de color rojo claro, que combina perfecto con la vajilla que tiene detalles de suaves de flores color rosa.
Llegaron los dos meseros que apoyarían esa noche, muy presentados, se veían bien con su pantalón negro de marca, se les marcaba sus apretados y formados glúteos.
Continuaron ellos, colocando la mesa con detalles y perfección. Un candelabro de tres velas en cada extremo, colocaron unas velas de color plateado y al centro un estupendo arreglo de flores en un formidable centro de cristal cortado. Lucía impresionante, va a lograr robar las miradas.
Al prender las 12 luces del candil de cristal cortado, se iluminaba tan espectacularmente el ambiente, que hacía lucir los pectorales de estos dos meseros. Traían sus camisas blancas y en el puño trae un bordado con las iniciales de mi apellido, así, cuando vieran los invitados, notarán que todo está al cien por ciento con detalles demasiados cuidados.
Llegó la hora de que comenzaran a llegar los invitados. Los recibía un mesero con una copa de champaña y el otro tomaba de ellas su abrigo de pieles para guardarlo en el closet de invitados.
Lucían sus movimientos para lograr atenderlos, luego los pasaban a sentar a la gran sala, ahí entre platicas escuchábamos las suaves notas del pianista.
Cuando estábamos ya todos reunidos, pasamos a sentarnos a la mesa; cada mesero acompañaba a cada invitado para jalar la silla para que se sentaran. Trajeron de la cocina las soperas y platones para servir los alimentos, fue una cena estupenda realizada por un chef que nos recomendaron, mientras atendían los meseros Humberto y Joel. Humberto que, aparte de sencillo era algo coqueto, cuando pasaba por mi lugar acercaba su rodilla a la mía, giraba su cabeza para vernos con una mira completamente desnudante.
Llegó un momento en el que me paré a la cocina y, sin que Joel notara, jalé a Humberto para llevármelo a otra parte de la casa. Estaba con una cara de no saber qué pasaba, ahí nos miramos para comenzar rápidamente a desabotonarnos cada uno la camisa del otro, después de tocar nuestros pectorales nos dimos un apasionado beso el que quedó en, ¿volvería a pasar?
Nos abotonamos cada uno nuestras camisas y regresamos nuevamente a nuestros deberes. Joel vio llegar a Humberto algo sudado, no dijo nada por el momento, después me enteré de que le estuvo preguntando por qué había desaparecido unos minutos en el trabajo.
Quedaron estas preguntas: ¿Joel se imaginaría todo lo que pasó? ¿Tendría ganas de que hubiera sido él, el que se hubiera marchado con el anfitrión?