Karla Hernández Jiménez (México) - Culto astral
Desde que el líder nos dijo que teníamos que empacar para trasladarnos a este desierto, intuí que la situación se estaba saliendo de control.


Mimeógrafo #144
Mayo 2025
Culto astral
Karla Hernández Jiménez
(México)
Cita
Sonora, México
Desde que el líder nos dijo que teníamos que empacar para trasladarnos a este desierto, intuí que la situación se estaba saliendo de control.
Ya llevábamos un buen tiempo fingiendo tras la fachada de una iglesia traída desde el otro lado de la frontera, de esas que proliferaban en cada espacio del país y que salían a predicar todos los fines de semana.
La fachada era perfecta, nadie hubiera podido notar la diferencia de las plegarias de esa iglesia con los cánticos que entonábamos cada vez que llegaban los días de los sacrificios. Todo marchaba bien, no habíamos tenido esta suerte en años a pesar de las condiciones climáticas.
Lo único que no comprendía era el por qué nuestro líder se empeñó en traernos aquí, y no lo comprendí bien hasta que este año comenzó la onda de calor. Por un momento, pensé que se trataría de un castigo por todas las personas que murieron en nuestros rituales, en especial aquellas niñas perdidas que después acabaron en un canal de desagüe.
Pero la primera noche que ocurrió eso, finalmente entendí las intenciones que nos llevaron a todos allí.
Esa tarde todo parecía igual que siempre. Cuando las primeras luces comenzaron a salir, todo mundo estaba asombrado, lanzando exclamaciones y gritos de admiración conforme las luces se acercaban cada vez más a todos nosotros, bañándonos en su luminiscencia.
Jamás había visto una aurora boreal en toda mi vida, y estaba seguro que aquello había estado en las visiones del líder.
Aunque quedé fascinado por las luces, admito que entre la belleza de esos colores sonrosados pude observar la señal de que una tragedia se avecinaba.
Justo cuando iba a pedirles a mis padres que volviéramos adentro del refugio, el líder vociferó que una nueva era estaba por empezar, que el mundo no volvería a ser el mismo, que se acercaban los días de la furia.
–Es por eso que voy a necesitar que todos ustedes, hijos, sirvan como el digno sacrificio de estos tiempos que nos acechan.
Apenas acabó de decir eso, cuando comenzaron a sonar varios disparos de distintas direcciones, abriendo fuego en medio de la multitud.
Mis padres fallecieron de forma instantánea, pero el tiro que se alojó en mi hombro aún no me desangraba por completo. Contemplé con horror lo que sucedió después,
El líder, aquel que se creía un sumo sacerdote, alzó la vista hacia el cielo, esperando por una señal que no llegaba de esa aurora que esparcía su luz.
Tal como se había predicho mucho antes de su nacimiento, ese año llegarían los iluminados para acabar con los impuros en la Tierra.
Entre grandes vociferaciones, apuntando con sus huesudos dedos hacia las estrellas, el líder dijo con sorna, enseñando aquellos dientes amarillentos revelados por una sonrisa socarrona que había que rendir homenaje con la sangre de los pecadores que no estuvieron dispuestos a seguir las enseñanzas de los dioses iluminados que estaban más allá de los astros.
Mientras la sangre seguía derramándose, el cielo se tornaba de un color rojizo, era como si el sacrificio iluminara la noche de un vivo tono carmesí.
Los espantosos gritos de los pocos superviviente que trataban de huir, fueron amortiguados por la soledad del desierto. Yo solo deseaba caer en la inconsciencia, ya no quería ver más de esa carnicería.
De repente, una luz cegadora entró en la habitación para regocijo del líder que no cabía en sí de tanta felicidad.
Eran ellos, los iluminados habían llegado para escogerlo como la raza superior de la Tierra, aquel que gobernaría cuando todo lo demás hubiera sido arrasado por completo por los días de furia y desesperación.
La luz pasó a una increíble velocidad por toda la habitación, mientras que a su paso dejaba un reguero de sangre y tripas que se esparcían por todos los rincones.
El líder tenía serios problemas para conservar sus intestinos en su sitio y, al mismo tiempo, le costaba mucho trabajo mantenerse en pie.
Un simple mensaje en el suelo se dibujó con la sangre de todos los presentes: “Fallaste”.
Se había equivocado, los iluminados no lo había escogido sin importar el sacrificio que les ofrendó. Al igual que aquellos que habían sido sacrificados, el líder terminó desangrándose en medio de lamentos, con las tripas machacadas, aplastadas y cubiertas de tierra.
Al día siguiente me encontraron medio muerto, casi aplastado por los cuerpos sin vida de otros miembros, la policía creyó que se había tratado de un suicidio colectivo, un acto como el de otras sectas que habían proliferado luego de que comenzara la nueva era.
Quería hacerlos salir de su error, pero estaba de más. No había forma adecuada de decirles que en realidad la locura boreal había provocado toda esta gran masacre.
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