Joana

«Joana» es un libro escrito, como relata el poeta, “del 10 de octubre de 2000 al 1 de septiembre de 2001”, en contra de los consejos de los amigos, muchos de ellos poetas, “sobre la obligada distancia entre los hechos y el poema”. Joana murió el 3 de junio de 2001, por lo que el libro está escrito en los meses anteriores y posteriores a su muerte. Un tiempo demasiado cercano al hecho, pero el poeta necesita expresar el dolor, el desamparo, la espera de la muerte de su hija, lo hace de la manera que mejor sabe, escribiendo poemas.

Enrique Arias Beaskoetxea (España)

1/3/2025

Mimeógrafo #140
Enero 2025

Joana

Enrique Arias Beaskoetxea
(España)

Reseña

«Joana»
Editorial Hiperión, 2002

Joan Margarit
(Sanahuja, Lérida, 11 de mayo de 1938-San Justo Desvern, 16 de febrero de 2021)

Joana Margarit Ribalta (20 de julio de 1970 - 3 de junio de 2001)

«Joana» es un libro escrito, como relata el poeta, “del 10 de octubre de 2000 al 1 de septiembre de 2001”, en contra de los consejos de los amigos, muchos de ellos poetas, “sobre la obligada distancia entre los hechos y el poema”. Joana murió el 3 de junio de 2001, por lo que el libro está escrito en los meses anteriores y posteriores a su muerte. Un tiempo demasiado cercano al hecho, pero el poeta necesita expresar el dolor, el desamparo, la espera de la muerte de su hija, lo hace de la manera que mejor sabe, escribiendo poemas.

Cuando Joana murió tenía apenas 30 años, padecía el síndrome de Rubinstein-Taybi, que afecta tanto a mente como a cuerpo. En su libro anterior, «Estación de Francia», Margarit relata, en el poema “Noche oscura en la calle Balmes”, el momento del nacimiento de Joana, Indefensa, pequeña, aquí llegaste / a tu sonrisa, esa suave playa, / a la dificultad de la palabra. La madre, Mariona Ribalta, y el padre observan a la recién nacida, confusas / las líneas de la mano: tus facciones / eran las nuestras y a la vez la del síndrome. Lejos de derrumbarse, encuentra un motivo al que agarrarse, Lejos de la belleza y la inteligencia / ahora solo importa la bondad. La bondad y la alegría serán las dos características que Margarit destacará siempre en su hija, forzándome a mirar a una mañana / en que, haciéndote frente, te salvó tu ternura.

El propio autor escribe, en septiembre del 2001, un prólogo al libro «Joana» que comienza con una revelación inexorable sobre la muerte: De lo que siento acerca del mañana, lo más parecido a una certeza es que Joana y yo no volveremos a vernos.

Ese “no volveremos a vernos” es lo hiere al padre, pues no hay nada más en ese instante: vida, escritura y experiencia son una única entidad. Queda la conciencia del final, asumir la ausencia es el camino a recorrer, no hay entonces otra certeza.

Recordará a su hija, a pesar de sus dificultades vitales, con las características de la fragilidad de un cristal y, sin embargo, con la capacidad de transmitir alegría y bondad.

Al no creer en otra vida, ni transmigración del alma, solo queda el desconsuelo ante la distancia desmedida que les separará a partir de ese momento, el final de la vida es el final de todo, pero el abismo que nos separa es el abismo de nunca más.

Incluso la propia mirada del poeta sobre las cosas y los seres variará hasta considerarlas extrañas, no familiares, pues ha habido dos mundos, parecidos pero desemejantes, el mundo con Joana y el mundo sin ella. Solo queda llorar en ese territorio entre dos mundos y escuchar ese “Nevermore” (nunca más) del poema de Poe.

El mundo sin Joana se parece al que vivimos juntos, pero no es lo mismo. Unas mínimas diferencias me ponen de manifiesto que las personas, los lugares, las cosas, no son las familiares. Por eso a veces lloramos, Mariona y yo, perdidos en el extraño paraje en el que nos ha abandonado la muerte de nuestra hija. El cuervo de Poe yo no dejará de repetir dentro de mí su seco Nevermore.

El libro está dedicado a su esposa Mariona y sus dos hijos supervivientes, Mónica y Carles. Antes de Joana, había perdido a Anna, recién nacida. A ambas las recordará enterrándolas juntas y escribiendo un poema sobre sus lápidas cercanas.

Los últimos meses de Joana son días que transcurren en el hospital, entre horas muertas mirando por la ventana observando la noche, las luces, los coches, el nuestro, en el que iremos en silencio, / bajo la lluvia hacia el dolor futuro, dice en “Mientras tú duermes”; tratando de no rendirse a lo inevitable, en medio de una extravagante calma, Tenía tanto miedo / a tener que dejarte sola un día. […] este es mi consuelo: no habrá más desamparo, ya que el mío.

Al finalizar el año escribe “El alba en Cádiz” sabiendo que este será el último mes de diciembre juntos, He oído tu nombre pronunciado / en la lengua del mar. Y dice que te vas. Toda la naturaleza proclama su partida, ya nunca sabrá qué comprendió uno del otro, llegará el dolor, este no puede ser un mal dolor, si proviene de Joana el dolor se transformará en la búsqueda de una voz perdida.

La asunción de esa pérdida se alarga a la Navidad, las luces son lágrimas en la lluvia, recuerda una navidad pasada con su hija sonriente, pero no puede imaginar una navidad futura, Temblorosas, las luces en las calles: / todas se han apagado, de repente, por ti.

El arquitecto Joan Margarit intenta construir una estructura sobre la que basar el desconsuelo que le está produciendo la cercanía de la muerte de su hija. Como los autores de la “poesía confesional” norteamericana, el poeta denomina el mundo externo con equilibrio, con mesura, sin metáforas dolientes, mientras que el mundo interno camina a un ritmo distinto, está viviendo una cuenta atrás de la que se conoce el inicio pero no la fecha exacta del final. Escribe con versos claros, diáfanos, subjetivos pero no alejados de la comprensión de cualquier otro ser humano.

La muerte se quiere llevar a Joana, pero el poeta la vuelve a traer, una y otra vez, a sus poemas como un ser de luz, alegría y bondad que aún no ha sido arrancado de sus manos.

«Ser su padre ha significado estar siempre junto a lo más delicado y bondadoso que puede ofrecer la vida».

En el año 2001, la enfermedad va empeorando, el rostro de la muchacha, / que la morfina había endurecido. Apenas puede reconocer en ese rostro a su hija querida, por lo que se aferra al pasado, a las fotografías, a la memoria de un tiempo anterior al que está padeciendo, suficientes recuerdos con que fingir la vida.

Rememora los días pasados junto al mar, en un pequeño apartamento, oyendo el sonido del viento y el mar; casi parece una el cuadro de una marina pintada para ellos, ahora sabe que “La felicidad” se estaba acabando, el olvido ha empezado / y, lejos de nosotros, no existimos. / Son unos días de felicidad.

En “Historia natural”, ese cuadro se ha convertido en un fondo de paisaje en el que solo existen los rostros de las personas que ama, mientras escucha a la muerte golpeando la puerta, Me encuentro / al médico durante la visita / ceremoniosa del anochecer / y, con tal de no hablar, asiento a todo.

La madre de Joana, Mariona Ribalta, pasa las últimas noches acostada con su hija, hablándole en voz baja, velando la noche a la espera de la muerte, Todo el pasado de ella son tus manos: / treinta amorosos años al fondo de tus palmas, se dice en el poema “Madre e hija”. Manos que acarician a la hija como si fuera aún una niña, aunque la alegría de Joana se vaya apagando y la vida se escapa.

Aunque se esté preparado para esa muerte inminente, aunque la mente lo haya procesado como un evento inexorable que ya dura ocho meses, en un rincón del corazón estalla una súplica, estar muriéndote es vivir aún. / De esta invernal mañana, amable y tibia, / por favor, no te vayas, no te vayas./ dice al final del poema “Súplica”.

En la víspera de la muerte de Joana, el poeta escribe “Último paseo” en el que la propia Joana relata sus últimas horas pasadas en la cama, sin comer, sin abrir los ojos; sin embargo, sale a un balcón desde el que escucha una voz proveniente de la calle, me habló con una voz como la de mi madre, / que dormía en su cama junto a mí. Sueña que repentinamente desaparece el cansancio, puede caminar sin muletas, salir a la calle como si no existiera la enfermedad, sentirse alegre y ligera; después se gira hacia ese balcón por el que se había asomado, Dije adiós a mi padre y a mi madre. / La vida me eligió para su amor. / También la muerte.

“El día después de la muerte” es apenas un esbozo de poema, un rememoranza del joven padre acompañando a su hija con muletas, pero ya nada volverá a ser igual ni podrá volver a ocurrir; es el momento de asumir la certeza de la muerte, Jamás, ni tú ni yo recordaremos / haber sido este padre y esta hija.

El día del entierro, “El final”, un largo cortejo se dirige a un cementerio en una mañana de primavera, y enfrente el mar, la eternidad del mar; el poeta tiene la sensación de que todo vuelve al principio del tiempo en que ella aún no estaba en su vida, el mañana solo traerá su silencio, y mis palabras sobre ti no tienen más sentido / que la herrumbrosa cerradura / de una puerta que no abre a sitio alguno.

Los padres vacían los armarios de su hija, en el poema “Espacio y tiempo”, es el tiempo de asumir el vacío dejado por la hija ausente, que ahora permanece solo en los retratos; todo es más oscuro ahora, los muebles, la escalera, la baranda a la que agarraba la niña, Y la casa, / grande y vacía ahora, / a su propio silencio mira y mira.

Meses después el poeta recuerda sus tiempos de estudiante de arquitectura, “Profesor Bonaventura Bassegoda”, cuando un profesor, autoridad en Cimientos Profundos, comenzaba sus clases diciendo: Señores, buenos días / hoy hace tantos años, tantos meses / y tantos días que murió mi hija. El profesor se emocionaba hasta las lágrimas, un hombre corpulento llora ante un auditorio de jóvenes que respetan ese momento de fragilidad; mas hoy es el poeta quien tiempo después cuenta el tiempo de la larga ausencia, porque mi hija, ahora hace dos meses, / tres días y seis horas / que tiene sus profundos cimientos en la muerte.

Joana está enterrada, “Lápida”, junto a su hermana Anna que apenas vivió unos meses en 1967, más de treinta años después ambas reposan juntas bajo un epitafio, Nuestra memoria guarda vuestros nombres / en una leve playa que jamás / figurará en los mapas de los barcos.

El poeta aún espera las manos de la hija, que tantas veces cogió, mientras intenta acostumbrarse a su ausencia, Ya ha pasado un verano sin tus ojos / y el mar también habrá de acostumbrarse. También las calles, delante de su puerta, esperan los pasos de la ausente, como solo sabe esperar una calle, inerte y sin desesperanza, Y a mí me colma esta voluntad / de que me toques y de que me mires / de que me digas qué hago con mi vida.

En el último poema del libro, “Al fondo de la noche”, el poeta se lamenta por no recordar tanto a sus dos hijas muertas, el olvido gana terreno, y pide perdón, El tiempo ha ido dejando sobre la cicatriz / su polvorienta arcilla. En una mañana fría, pone un leño en la chimenea, resurgen las llamas que calentarán la casa, prepara café, desde la habitación llega la voz de la madre, Qué buen olor. / Has madrugado mucho esta mañana.

El libro finaliza con una cita de Philip Larkin, que bien puede resumir la intención y el propósito de este libro, What will survive of us is love. (Lo que nos sobrevivirá es el amor).

“El sentimiento que ahora me domina es el desamparo”, escribía Joan Margarit en el prólogo de este libro cuando apareció en 2002. Años después se reedita, con motivo de la concesión del Premio Cervantes 2019. En el prólogo —Poesía y verdad— Luis García Montero explica que “la conciencia del final, la obligación de acostumbrarse a la ausencia, las nuevas formas de sentir el alma clavada al suelo marcan un proceso que va de la posibilidad de apurar lo que quedaba de vida en los momentos del estar muriéndose hasta el vocabulario de un mundo que nombra una y otra vez a la hija muerta para traerla de nuevo a la vida. Se escribe desde el desamparo con voluntad de no engañarse, pero con el deseo de conservar aquello que tiene que ver de forma verdadera con el propio yo y sus relaciones con el mundo. Ya no se trata solo de recordar, sino de configurar los modos y la razones del recuerdo para darle una coherencia al significado de nuestro presente.”