Guillermo Ríos Bonilla (Colombia-México) - Sementerio

La noche era más que inspiradora, muchos lugares oscuros y propicios se insinuaban por todas partes. A esta hora la gente no molestaría por estos lares. O quién sabe, tal vez no seamos los únicos con la misma idea.

10/17/2025

Mimeógrafo
#149 | Octubre 2025

Sementerio

(Réquiem por un polvo y otras senXualidades)

Guillermo Ríos Bonilla
(Colombia-México)

Cita

Ella, una puta muy zorra o una zorra muy puta, para el caso los sinónimos se convertían en curiosos pleonasmos. La mentira duele más que el disparo directo de la verdad. Es como aventarte una plasta de mierda en la cara y luego comértela con algo de leche de vaca. Me quedaba el consuelo que había disfrutado de su cuerpo por ocho meses.

Aspiré el cigarrillo. Expulsé el humo.

Pasamos por el cementerio.

—¿Entramos? —le pregunté.

—¿Para qué? —me respondió, frunciendo el entrecejo.

—¿Recuerdas la fantasía que alguna vez te dije?

—¿La de hacerlo en un cementerio?

—Exacto. Sería una bonita metáfora.

—¿Sería una bonita metáfora?

No sé si me entendió. La repetición de mis palabras como pregunta me decía que no. Su silencio era indescifrable. Una zorra no piensa, sólo culea, culea como puta imparable. Por eso la quise tanto.

La noche era más que inspiradora, muchos lugares oscuros y propicios se insinuaban por todas partes. A esta hora la gente no molestaría por estos lares. O quién sabe, tal vez no seamos los únicos con la misma idea. Hay muchos que disfrutan del dogging[1], incluso en un cementerio. Arrojé el cigarrillo.

—¿Te le mides?

Su cara parecía no dar señales de contestar y no me importó.

—¡Ándale!

—Okey.

La halé hacia el cementerio y nos internamos en sus entrañas de muerte: “pinche cursi”, me dije.

—¡Oye! ¡Me da miedo!

—Yo te lo quito.

“Tus calzones, ahorita mismo te los quito”, me dije.

Ella no dijo nada. Así es mejor, calladita se ve más bonita. “Con que gima es suficiente”, eso me dijo un amigo cuando le hice un comentario sobre una amiga en común que cada vez que hablaba decía pendejadas.

Pasamos por algunas tumbas y en cuanto encontré una apropiada, junto a dos secciones de bloques de tumbas que nos ocultaban de ojos inoportunos, la acosé contra la pared.

Nos citamos. Los dos ya habíamos terminado la relación de novios, y sólo la cité para que habláramos y eso pensé que haríamos. Cuando estábamos juntos, nos veíamos los domingos, y siempre le pedía que viniera en falda, porque así es más fácil meter mano. Por eso, en cuanto la vi con falda, inmediatamente me di cuenta de que ella no quería hablar, lo que deseaba era coger, como la buena zorra que siempre fue (o es). Le gusta la verga, siempre le ha gustado, aunque me jure una y otra vez que yo fui quien le despertó la sexualidad, el gusto por el sexo; porque, según decía, con su pareja anterior siempre se preguntaba para qué la gente coge. A otro perro con ese hueso.

De eso me di cuenta la primera vez que me lo mamó. No mamaba mal, sabía cómo mover los labios y la lengua, cómo tragarse cada centímetro de carne que llegaba a su voraz entrada. En eso se conoce la experiencia sexual de una mujer: en la manera como lo mama. A veces tenía que decirle: “Oye, mi vida, ya déjame algo para mear, ¿no?”. Ella se reía y decía: “Okey, voy a seguir con tus güevitos, pero luego sigo, ¿va?”. Y los succionaba y los succionaba, y yo sentía que los conductos deferentes[2] crujían y ya no estaban “deferentes”, sino diferentes. Mi pene se ponía más morado que ojos de boxeador recién noqueado. “Es que no sé qué tiene tu pene que me gusta mucho”. Sí, cómo no, zorra, no sé qué tiene tu boca que te gustan los plátanos con crema.

Empecé a besarle la boca, el cuello, después las orejas. Le metí la mano bajo la falda, hice a un lado su tanga y palpé su botoncito del placer. Su concha parecía piscina.

—No sé qué tienen tus besos que me prenden tanto.

“Deja de decir pendejadas, los romanticismos en estos momentos no funcionan, tú te prendes con sólo ver cagar a un perro”, dije para mis adentros.

Ella gemía, la palabra “así” se repetía con más intensidad cada vez que mis dedos hurgaban entre los pliegues de su babeante vagina. Me bajé hasta su entrepierna, y abrí mi boca para besar su pozo, comerme sus labios y saborear sus mieles. Sus gemidos hacían resonancia en el lugar.

“¿A qué horas llegarán?”, me preguntaba.

Antes de venir para acá contacté a unas personas. Ellos estuvieron de acuerdo. Les dije que la señal para que se presentaran cuidadosamente serían los gemidos de mi novia. La señal estaba activada. Eran tres personas que me contactaron por Internet para encuentros con parejas, como buenos terceros. No cobraban, todo por mero placer.

Quería darle una sorpresa, quería cumplir mi fantasía, a la cual ella siempre había dicho que no, pero con la boca, pues en su interior lo deseaba. Una vez me dijo que un trío es mejor con dos hombres y una mujer, porque los dos pueden darle más placer y disfrute a la mujer.

—Así es desde tu punto de vista —le dije esa vez.

Con dos mujeres y un hombre es más dificultoso para él satisfacerlas.

—Desde tu punto de vista, a menos que las dos mujeres se den sus buenos lengüetazos —le contesté.

Su comentario me dio a entender que el tripichín, el sándwich con doble carne, no le era indiferente aunque lo negara, una manera indirecta de decir que no le era de nada ajena la fantasía en grupos, no sólo con dos, sino hasta un lechoso bukkake[3] o gangbang[4].

Dejé de lengüetearla y ella se bajó a lo que más le gusta: tener siempre la boca llena, el embutido entre sus labios. Para eso es la mejor.

Miré a mi alrededor y vi a las tres personas que había contactado. Con una señal de mi mano les pedí que esperaran un poco. Dejé que ella se deleitara con mi sable por unos instantes.

Saqué un trozo de tela y le pedí que se lo colocara.

—Pero… —dijo.

—Tú déjate llevar. ¿O no confías en mí?

—Pues es que después de lo que pasó…

—¿Sí o no?

—No sé. La verdad no sé, pero hazlo. Ya qué, ya me tienes toda mojada.

Tomé su rostro entre mis manos y la besé. Amarré el trozo de tela alrededor de su cabeza de modo que le cubriera los ojos. Le indiqué que retornara a hacer maravillas con su boca y su lengua.

—¿Como Alicia?

—Tú come, Alicia, y haz maravillas en el país.

Ella se rio. Le pedí a uno de los convocados que se acercara. Me quité de su boca y dejé que el invitado ofreciera su pene a mi querida Mamá-Dora. Ella, o no notó la diferencia o estaba tan en trance que se hizo la pendeja, porque siguió mamando como si nada. Así, a cada uno de los que llegaron.

Después, con señas les pedí que se alejaran un poco. Ellos se mantenían en silencio.

—¿Dónde estás? —preguntó.

—Aquí, voy detrás de ti.

—¿Me vas a coger por ahí?

—No, golosa, sé que te encanta, pero sólo quiero atar tus manos para que sigamos jugando.

Dibujó una sonrisa en su rostro. “Hay que amarrar a la yegua porque cuando se dé cuenta, quién sabe cómo reaccione”, me decía. Tomé sus manos y las até con una cuerda que había traído.

—¿Y de dónde se te ocurrió esto?

—Ya ves. Fantasías de uno.

—¿Pero todavía me quieres a pesar de lo que pasó?

—Claro. No te he podido sacar de mi cabeza.

¿Lo que pasó? Sí, lo que pasó fue algo simple pero doloroso. Desde que inicié la relación con ella, la desconfianza era como una piedra en el zapato, una espina atorada en la garganta después de haber comido pescado, un grano en el culo, para ser más románticos. La coincidencia entre lo que ella decía y los hechos era tan oscura como la coloración diferente del orto[5] con respecto al resto de la piel del cuerpo.

Hasta que la intuición se paró frente a mí y me dijo: “Escúchame”. Y lo hice. Ella, es decir Mamá-Dora, me dijo que ese día no podíamos vernos porque tenía que llegar temprano a su casa, para bañar a su hijo y acostarlo a dormir. Es una excusa viable, si no fuera algo un tanto frecuente, y cuando llamaba a su casa ella no estaba o no había llegado de su trabajo.

Esa vez decidí irme hasta su morada a esperarla a que llegara para ver si acudía sola o acompañada. Protegido por unos arbustos, esperé a unos cuantos metros de la entrada de su casa. Pasados unos minutos, ella llegó sola. Me dije, entonces: “Bueno, sólo eran suposiciones mías, nada de qué preocuparse”. En eso cavilaba, cuando sonó mi celular. Era ella.

—Amor, no te había hablado porque mi mamá estaba en el teléfono y no lo desocupaba y apenas lo dejó libre.

—¿Y por qué no me llamaste al celular?

—Ah, ¿no me crees? Si gustas puedes llamar a la casa y verás que aquí estoy. Hace una hora que llegué.

¿Llegó hace una hora? ¡Alto! ¡Un momento! ¡Luces rojas!

—A ver, ¿por qué me mientes?

—¿Qué dices?

—Yo estaba frente a tu casa y te vi llegar. Tenías un suéter rojo. ¿Por qué me dices que hace una hora llegaste?

—Ah, ¿me estás espiando? Mira, ya estoy hasta la madre…

—¡Yo también estoy hasta la madre! Esto se acabó, ya no más, pinche zorra.

—¿Qué te pasa?

Colgué.

A la semana siguiente nos vimos para entregarle unas cosas que le tenía. Nos despedimos y dijimos adiós.

Un mes después nos comunicamos de nuevo. La llamé y quedamos de vernos para hablar. Pero antes había planeado lo del anuncio. Por fortuna, ella aceptó; o si no, todo habría valido madres. Pasamos por el cementerio.

—Nos van a ver y van a creer que me estás secuestrando.

—Tú tranquila. Relájate y disfruta.

Le hice una señal a los recién llegados.

—Te tengo una sorpresa.

Los tres convocados se acercaron y empezaron a tocarle las tetas y las nalgas.

—¡No! ¿Quiénes están ahí? ¿Dónde estás?

—Tú tranquila. Relájate y disfruta.

—¿Egtog agustada? ¿Nog quiego? Nog…

Uno de los presentes le metió el pene en la boca. Ella trataba de resistirse, hacerse la difícil, la no facilota, pero era una resistencia sin fuerza, parecía más coquetería insinuante, hasta que se desbordó y mamó los penes que se ponían frente a su rostro. “Tú mama, que para eso naciste”, yo me decía. Verla parecía contemplar a un hambriento frente a un bufé, no hallaba qué agarrar y meterse a la boca, hasta las tres espadas le cabían al tiempo, la tragasables. Su boca era un pozo profundo que succionaba, como aspiradora, cada mástil que llegaba a su entrada. ¡Qué poético me sentía en ese momento!

Uno de ellos la levantó y la recostó sobre un montículo de concreto. Sus nalgas expuestas eran la bendición del paraíso. Hermosas, ofrecían una entrada babeante y coqueta que ella amenizaba con leves movimientos de su cadera. En serio que en potencia podemos ser cualquier cosa, pero es en acto donde se conoce la verdadera osadía o esencia. La ocasión hace al ladrón. Nunca digas de esta agua no beberé porque más temprano que tarde te dará una sed intensa.

Uno de los invitados abrió las nalgas de ella como un libro y se lo dejó ir completo de golpe. Ella gritó de placer y puso rígido su cuerpo, pero poco a poco se fue relajando y a disfrutar se ha dicho. A mamar y a follar que el mundo se va a acabar. Cada vez se parecía a una calculadora: más, más, más, repetía ante cada envestida. Otro se puso en frente y la calló por un momento poniéndole delante el biberón, el cual tragó como infante hambriento. El tercero los veía coger mientras le jalaba el pescuezo al ganso.

Decidí ponerme a filmar con mi celular. Puse el Rec. y la pantalla del celular me ofrecía el panorama de una mujer más ensartada que brocheta, con tres fierros dentro en cuanto cambiaron de posición: uno abajo, ella encima, otro por detrás y uno más adelante.

Todas las entradas ocupadas, no había manera de más espacio, a menos que le gustara por la nariz y las orejas, y creo que si hubiera modo también las ocuparía. Sus gemidos en nada se asemejaban a gritos fantasmales, pero si salieran los muertos y fantasmas cada uno encontraría oficio a sus manos y dedos o, quién sabe, hasta armarían una orgía zombi. Sería genial, de sólo imaginarla pintaría más que un cuadro surrealista, con título incluido, Bacchanalia post mortem, y en latín para que sonara más mamón.

Mamá-Dora continuaba gozando de las embestidas, como trapiche[6] exprimiendo caña y sacando el guarapo; como motosierra: no deja palo parado; como bandera: hasta en la luna la clavan; como vasito de agua: no se le niega a nadie; como paleta: todos la chupan, etc., etc., etc…

Me fui alejando y los dejé, o la dejé, ella estaba tan concentrada en su labor que ni se dio cuenta. Mi objetivo estaba cumplido. Sólo mencionaré que este video me servirá para completar mi propósito subiéndolo a Internet. Pero la parte principal la menciono a continuación con los detalles del anuncio:

ANUNCIO

Sexo: Hombre
Busca: Pareja buscando grupo
Edad: Entre los 25 y 35 años
Detalle: Se busca a personas con enfermedad venérea
terminal para orgía con mi novia. Detalles al momento
del contacto.

Teléfono: **********

Correo electrónico: ************

[1] Dogging: Es la práctica sexual que consiste en tener sexo en lugares públicos, de forma anónima, sin compromisos, con la presencia de otras personas que observan o, incluso, se unen a la práctica sexual. Suele darse en lugares como parques, playas, bosques, descampados cercanos a zonas urbanas, baños públicos y áreas de servicio.

[2] Conductos deferentes: El conducto deferente es un canal del aparato reproductor masculino, que se origina en los testículos y lleva a los espermatozoides hasta la próstata. También se le llama conducto del esperma.

[3] Bukkake: Es un género pornográfico y una práctica de sexo en grupo, donde una serie de varones se turnan para eyacular sobre una persona, ya sea varón o mujer.

[4] Gangbang: Es un tipo particular de orgía en la que una mujer o un hombre mantiene relaciones sexuales con tres o más hombres por turnos o al mismo tiempo.

[5] Orto: Culo o ano.

[6] Trapiche: Especie de molino utilizado para extraer el jugo de la caña o guarapo.