G. H. Cristofer (Colombia) - Monstruosidades titánicas

En el planeta Gaia del sistema estelar Gea —en el pasado, planeta KOI-4878.01 y sistema KOI-4878— a más de mil años luz del sistema solar, posibles de alcanzar gracias a las magnánimas terminales de salto de curvatura de la UN [...]

10/29/2025

Mimeógrafo
#149 | Octubre 2025

Monstruosidades titánicas

G. H. Cristofer
(Colombia)

Cita

Parte 1: Pesadilla fosilizada

En el planeta Gaia del sistema estelar Gea —en el pasado, planeta KOI-4878.01 y sistema KOI-4878— a más de mil años luz del sistema solar, posibles de alcanzar gracias a las magnánimas terminales de salto de curvatura de la UN —Unión de Naciones—. Lorena Lindqvist, André Jiménez e Hiroshi Takahashi minaban iridio, pilotando máquinas apodadas como titánicos.

Los titánicos, unidades antropomórficas por lo general de veinte metros de altura, fueron la respuesta práctica de la UN a las diferentes necesidades de las colonias espaciales con desafíos en el desplazamiento utilizando llantas y tractores oruga. Unidades prácticas puesto que tenían la capacidad de utilizar diferentes herramientas con sus manos. Tenían variadas apariencias, dependiendo del modelo, estilo del piloto y capacidad misma del titánico.

Los titánicos de André, Hiroshi y Lorena, por supuesto estaban especializados en labores de minería. Tenían articulaciones reforzadas, y sacrificaban armadura de combate por torque y movilidad.

Lorena, haciendo uso de los sensores hápticos —dispositivos que replicaban el tacto en los controles—, movió las dos manos del titánico, que portaban un martillo neumático, y rompió en varias partes una piedra gigantesca de aproximadamente cuatro mil toneladas, dejando un crujido áspero.

—¡Buenísima, Lorena! —declaró André, líder de operaciones. Quien enfocó el titánico de Lorena a través de los sensores ópticos conectados al casco colocado en su cabeza.

—Una piedra menos —dijo Lorena.

—Terminemos para comprobar si hay iridio debajo de los pedruscos —señaló Hiroshi.

Utilizando diferentes herramientas: martillos neumáticos, taladros y cuchillas, entre otros; Tenían que retirar enormes pedregones del área de minado —una excavación profunda que, en realidad, era una caverna— que colocaban al interior de los inmensos cargadores mecano-arácnidos que después llevaría la carga fuera de la mina. Y antes de finalizar la jornada laboral, llenarían los cargadores-cohete con el iridio: cuarenta por ciento del material de minado para la estación espacial orbital, sesenta por ciento para la base principal en la superficie del planeta.

—Carguen el iridio, ¡pronto! —invitó Marcus Smirnov, líder de la escolta que tripulaba un titánico de combate. Estaba cercano. Y agregó con inquietud—: Los alrededores han estado tranquilos durante mucho tiempo…

Aunque el planeta Gaia era similar al planeta tierra: humedad, temperatura y oxígeno — quizás con un nivel de oxígeno significativamente mayor—; quienes trabajaban en la intemperie siempre debían permanecer atentos ante cualquier amenaza. Necesitaban escoltas capaces: titánicos especializados en el combate con mejores armaduras, que, diferenciados de los modelos de minería, utilizaban armamento —morteros, lanzamisiles, rifles de plasma, y ametralladoras de proyectiles cinéticos de altísima potencia, capaces de atravesar muchos tipos de blindajes, y corazas de animales—. Ahí, acompañando a André, Hiroshi y Lorena, estaba el escuadrón Skull-Knights —caballeros calavera— compuesto de siete titánicos de combate, dirigido, obviamente, por Smirnov.

—¿Qué sucede teniente? —preguntó Lorena, sonriente, burlona, mientras con los guantes hápticos controlaba las manos del titánico para retirar piedras—. ¿Tiene miedo?

—¿Miedo…? —inquirió Marcus, quien completó con un análisis casi mecánico—: No tanto miedo… recelo. Siempre que hay tranquilidad en territorio hostil, surgen situaciones peligrosas…

—¿Nunca han escuchado hablar de la calma antes de la tormenta? —añadió Francis, cabo primero. Estaba arriba en el borde de la mina.

—Siempre —habló Hiroshi Takahashi—. Recuerdo que una vez, cuando estábamos en los bosques del planeta Arquímedes-3, aparecieron los Croconantes después de un largo silencio boscoso. Tuvimos que correr durante dos horas.

—¿Croconantes…? —preguntó Francis—. ¿Qué son…?

—Peleé con varios en operaciones logísticas en Arquímedes 3 —respondió Marcus de inmediato—. Son enormes monstruos, hijos de puta, dinosaurios prácticamente, más grandes, más furiosos…

—Y con escamas resistentes, dientes y garras tan duros como el mismísimo tungsteno —finalizó Hiroshi—. Atravesarlos con armamento convencional —carcajeó con desdén—, es más complejo de lo que puede parecer.

—¡Ay! —lamentó Francis—. Parecen peligrosos… pero aquí tenemos nuestras propias pesadillas vivientes.

Todos afirmaron.

—¡Cierto! —finiquitó Marcus—. Tenemos nuestras propias pesadillas…

Los mineros realmente necesitaban la escolta, porque el planeta Gaia era hostil, excesivamente. No solo hostil en su escarpada geografía, con muchas montañas que rasgaban el cielo azuleo; colinas, cavernas, hundimientos y bosques de árboles más gigantescos que las Secuoyas terrestres; sino porque había fauna muy peligrosa, fauna salida del mismo periodo cretácico terrestre, cuando los grandes reptiles dominaban la superficie; por ejemplo, estaban los Retumbantes: rinocerontes recubiertos con placas óseas, de diez metros de longitud; estaban los Cercenadores: cocodrilos con enormes mandíbulas de cientos de dientes filosos como navajas, de quince metros de longitud; estaban los Cazadores: grotescos híbridos de insectos y pájaros, normalmente de entre seis a diez metros de envergadura con afilados picos y garras capaces de perforar titanio; estaban los Revoleantes: enormes híbridos entre aves y reptiles del mismo tamaño de un antiguo avión de combate terrestre. Y, estaban los llamativos Cirvinos: ciervos blancos de seis metros de alto con astas tan duras como el acero. Así como esos, Gaia estaba habitado por muchos otros animales que podrían tragarse decenas de personas en una inhalación. Al recorrer la superficie de Gaia se podían encontrar muchas y numerosas manadas de los mencionados animales.

Ya se habían presentado algunos incidentes con la fauna local, como el ocurrido en el punto Beta 31 al Suroeste, donde una manada de Retumbantes atacó un punto de acopio de iridio. También en el punto Theta 55 al Noreste, donde un grupo de Cazadores atacaron los titanes mineros que extraían oro. También en el punto Épsilon 17 al Sur, donde varios Cirvinos embistieron porque sí una caravana de transporte minero, los Cirvinos no eran naturalmente agresivos, pero…

Lorena agregó:

—Cuando estaba en el planeta océano Beolus, antes de aparecer las súper olas sentíamos una enorme calma en las precipitosas aguas.

—Yo no serviría para trabajar en un planeta océano —señaló Hiroshi, asustado—. No solo por las olas, sino por los gigantescos animales que habitan sus aguas casi infinitas.

—Como los Levianidos de Ursar 2 —respondió Marcus—. Ballenas de diez ojos y cien metros de largo. ¡Ja, ja!

—Los más pequeños —corrigió Lorena—. Porque supe de algunos especímenes de Levianidos de doscientos metros. ¿Pero qué más da?, si en Ursar 2 también residen los Calamerus, literalmente: calamares de cincuenta metros de largo.

—¡Ja! No… prefiero trabajar sobre la tierra… —declaró Hiroshi, alarmado. Mientras su titánico rompía, con su martillo neumático, una enorme piedra en pequeños fragmentos.

—Desde que nos apuntamos como mineros espaciales hemos enfrentado muchos peligros —dijo André y agregó—: No sé quién fue el que dijo que trabajar en la minería espacial sería fácil.

—Yo… —respondió de inmediato Hiroshi y completó—: pero no dije exactamente que trabajar en la minería espacial sería fácil… dije que trabajar en la minería espacial sería bien pago. ¿Y tenemos buena paga, André? ¿Cierto?

—Bueno, sí… Tienes razón.

Hiroshi y André se conocían hacía años. Coincidieron al prestar servicio militar en labores de guardia en una de las tantas colonias espaciales cercanas a Plutón.

—Eso sí que es cierto —señaló Francis—. Ustedes ganan dos veces más que nosotros por extraer… “roquitas”.

—¡Ja!, óiganlo, dizque “roquitas” —expresó André.

—Pues sí… “roquitas”.

—Pues son roquitas con las que se fabrican muchos de los componentes internos de la maquinaria que te protege el trasero, hijoputa —expuso André, desafiante, aunque con cierto toque irónico.

Francis chasqueó la lengua en el paladar en una obvia señal de molestia. Pero al final de cuentas era… humor…

—Solo digo que hoy espero no tener problema alguno con la fauna. Quiero llegar a la base terrestre y tomarme un whiskey. Y quedarme dormido mientras escucho tangos del siglo veinte —dijo Marcus y después de exhalar profundo ordenó a los miembros del escuadrón Skull-Knights—: Pero bueno. Sigamos patrullando…

—¡Sí, señor! —respondieron en una sola voz.

Y los titánicos de combate continuaron patrullando alrededor de la mina de iridio.

—¿Saben? —refirió Lorena a André, y a Hiroshi a través de la señal privada de los titánicos de minería.

—¿Qué? —preguntó André.

—Dinos —invitó Hiroshi.

—Quiero invitar a Amanda a tomarnos unas cervezas —respondió Lorena mientras movía una piedra enorme con su titánico.

—¿Acaso Amanda no es la de mantenimiento de titánicos en la estación espacial en órbita? —preguntó Hiroshi, efusivo. Reventó otras piedras a golpes.

—¡Sí! —confirmó Lorena—. Pienso arriesgarme e invitarla a salir.

Cuando Lorena terminó de mover la piedra, reveló un extraño pedregón con marcas que rebelaban algo atrapado al interior, igual que algún fósil, horripilante, colosal.

—¡¿Qué carajos?! —gritó Lorena tanteando la piedra.

Activaron los escáneres especiales —con los que podían ver a través de objetos sólidos—, y exhibieron gestos malsanos, retorcidos, con lo que descubrieron.

—¿Qué…? ¿Qué pasa con esa piedra…? —preguntó Hiroshi, abriendo los ojos de par en par.

—No… —negó André, preocupado, moviendo su cabeza hacia atrás—. No se trata solo de una piedra… es una criatura fosilizada…

Utilizaron taladros de precisión para reventar partes de la piedra y revelar una mayor porción de la criatura en su interior.

—¡Santos dioses! —declaró Hiroshi, quien de inmediato empezó a realizar rezos en japones.

—¡Ay! —clamó André—. ¿Q-Qué tenemos aquí?

—Aquí… Aquí Lorena… —habló nerviosa en señal abierta—. ¿Puede escucharme, Marcus?

Pasaron pocos segundos antes de recibir una respuesta:

—Aquí Marcus. ¿Qué pasó?

—Necesitamos una… ayudita…

—¿Ayudita?

—Sí. Urgente.

—¿Qué clase de “ayudita”?

—¡¿Eh?!, no sé cómo explicarlo. ¡Lleguen rápido!

Cuando los Skull-Knights llegaron y activaron los sensores de escaneo profundo, todos los pilotos revelaron pavor.

—Parece… —refirió Marcus—. Parece una criatura fosilizada.

—Sí. Criatura fosilizada… de horror —señaló Francis.

Francis lo dijo porque esa cosa al frente se alejaba de cualquier característica de los animales visualizados en Gaia o en cualquier parte del espacio explorado. Incluso parecía surgida de las peores pesadillas humanas, terror cósmico del arte. Antropomórfica en cierta medida. Apenas su dorso visible tenía dos veces el tamaño de cualquier titánico presente. Con cinco largas extremidades superiores, escuálidas —una desde la espalda— de cuatro dedos alargados. Tres calaveras apretujadas en el pectoral, calaveras con semejanzas a las humanas, también gigantes, sin cabeza en la región superior del torso. Estaba envuelta en un fluido cristalizado como ámbar, pero color negro, tal vez como petróleo…

Lorena e Hiroshi, más la primera que el segundo, tenían su percepción secuestrada en tanto miraban la horrida apariencia de la criatura.

Y es que Lorena, aunque estuviera trabajando en la minería, provenía de una reputada familia de xenobiólogos —forma común de denominar a investigadores de organismos fuera del planeta tierra—. Conocía muchas cosas sobre organismos vivientes y varias cosas en ese fósil no tenían ningún sentido funcional, al menos no para la perspectiva humana

—¿A-Acaso esas criaturas vivieron aquí en el pasado? —preguntó Francis.

—No lo sé… —respondió Marcus—. Pero ya saben. Debemos activar el protocolo 32A.

Según el protocolo 32A del reglamento de colonización de la UN, debían preservarse las especies animales nativas, y cualquier fósil debía llevarse hasta alguna de las bases científicas para obtención de información del ecosistema.

Llegada la noche terminaron de extraer el fósil. Requirieron refuerzos: quince titánicos mineros y quince titánicos de combate. Y cuatro naves de transporte de gran tamaño.

Marcus, anonadado, declaró al grupo de André, Hiroshi y Lorena:

—Realmente me da pánico ver una criatura así —Agregó—: Solo imagínense esas cosas caminando por estas tierras.

—Otra cosa me preocupa, más… —declaró Lorena.

—¿Qué? —preguntó André.

—Sí tal criatura habitó este planeta, ¿dónde están los otros…? ¿Qué los extinguió…?

Nadie respondió.

»Porque algo tuvo que extinguirlos, ¿cierto?.

—¿Algún cataclismo? ¿Enfermedad? O tal vez una criatura proveniente de afuera del planeta… —declaró André.

Hiroshi continuó haciendo rezos.

—Siendo así, debieron ser una especie inteligente —expuso Lorena—, empero eso traería otros problemas a la ecuación, porque en los más de quinientos años de exploración espacial, a pesar de los innumerables intentos de la UN por comunicarse con especies inteligentes, no establecieron contacto alguno, únicamente recibieron un silencio… abrumador.

—Buen punto —señaló André.

—Pero eso quiere decir que habitaron este planeta —completó Hiroshi quien terminó de rezar.

—Seguramente… —declaró Lorena quien miró hacia el horizonte lejano, reflexiva. Musitó mientras miraba la lejanía—: ¿cuántas cosas permanecerán ocultas bajo tierra… encima —y mirando levemente al cielo—, y fuera…

Antes de regresar a la base principal, Lorena solicitó a Marcus:

—Marcus, ¿puedes informarnos acerca de lo que descubran…?

—Sí.

Después se separaron.

Parte 2: Inicio de la pesadilla

Lorena, André e Hiroshi bebían cerveza en el bar de mineros de la base principal de la UN. Aquel lugar colmado de trabajadores, mineros en su mayoría, también algunos pocos mecánicos y soldados. Sonaba de fondo música campirana, que destacaba por la harmónica, guitarra, banjo, violín y contrabajo.

Acostumbraban a beber espumosa cerveza al finalizar la pesada jornada minera. Acto casi religioso. Hablaban de cualquier cosa: deportes, parejas, música, películas y series.

Pero esa noche a diferencia de otras tantas, Lorena aún estaba ensimismada por el fósil hallado.

—¿Qué piensas? —preguntó André a Lorena.

—Sí… —apuntaló a Hiroshi con el vaso de cerveza—. Normalmente estarías hablando hasta por los codos. Preocupa.

—¿Yo?

—Sí —confirmaron André e Hiroshi al unísono.

—Pues… Pensaba en el hallazgo de hoy. ¿Ustedes no?

—¿Te refieres al fósil?

—Pues sí, al fósil…

—¿Por qué piensas tanto en ese fósil? —preguntó Hiroshi.

—¿Es que acaso yo soy la única preocupada?

—No… pero estás pensándolo demasiado.

—También estamos preocupados, Lorena —respondió André—. No obstante, creo que poco podemos hacer preocupándonos.

Lorena exhibió gesto inquieto ante las respuestas de André y Hiroshi. Este último exhaló e invitó:

—Cuéntanos lo que te preocupa.

—No… —contestó represiva.

—Hazlo —apoyó André—. Discúlpame… Discúlpanos por ser tan patanes. Pero ahora cuéntanos…

Lorena acarició el borde del vaso con su pulgar derecho, antes de responder:

—Pienso en la criatura. Imagino su sociedad. Cómo vivirían. Su hipotética tecnología… Sus gigantescas construcciones. Trato de imaginarlo todo. Incluso, trato de imaginarlos bebiendo alcohol igual que nosotros aquí…

Hiroshi exhibió una delgada sonrisita.

»Pero no puedo. Tantas cosas de su morfología no me permiten tranquilizarme: tantas manos, tantas cabezas, tanta asimetría. El ambiente obliga especializaciones y adaptaciones físicas, pero tal grado de asimetría me parece imposible y perturbadora. Más cuando en Gaia no hemos encontrado animales asimétricos.

Ambos hombres mantuvieron gesto expectante.

»Pero es peor que no pueda imaginarme que los extinguió…

—Pues… —intentó hablar André—. Seguramente como pasó en el planeta tierra con los dinosaurios y el meteorito. Quedaron sepultados bajo toneladas de tierra. Lo dije antes: Algún cataclismo…

—Tal vez.

—Sí —completó Hiroshi—. Ahora que recuerdo… escuché meses atrás que descubrieron que hace millones de años este planeta atravesó un cataclismo.

—¿Cataclismo? ¿Qué cataclismo? —preguntó Lorena. Orientó hacia Hiroshi su mirada hambrienta de información.

—Algún evento masivo quemó la superficie del planeta. No se sabe a ciencia cierta que fue.

—¿Cómo te enteraste? —preguntó André, abriendo mucho ambos ojos.

—Hace días a hurtadillas escuché a dos científicos que hablaban en el bazar —sonrió con timidez.

—Supongo que, así como pasó con nuestro planeta y los dinosaurios, también pasó con especies aquí.

—Exacto.

—No lo sé muchachos, siento algo demasiado extraño en todo esto —Lorena se bebió la cerveza e indicó—: Creo que mejor iré a dormir.

—Espéranos —invitó Hiroshi bebiendo el restante de cerveza.

André se bebió de golpe el contenido de su vaso, como si fuera agua.

Y los tres marcharon a descansar.

Al día siguiente, camino al hangar, Lorena notó algunos movimientos apresurados del personal científico en la base. Mantenían gestos inquietos y nerviosos. Mientras los miraba atentamente, preguntó para sí misma:

—¿Qué fue lo que sucedió…?

—¿Qué? —inquirió André quien escuchó el murmullo, pero no lo entendió.

—Preguntaba “¿qué sucedió?”.

—¿Quién sabe?, aquí todos mantienen en carreras.

—Relájate Lorena —invitó Hiroshi.

—Está bien… Creo…

Se reunieron con los Skull-Knights en el hangar. Guardaron los titánicos en la bodega de carga del transporte de alta velocidad —vehículo volador capaz de levantar doscientas toneladas— y se acomodaron en el área de pasajeros. Apretaron sus cinturones de seguridad, y a volar.

El viaje hasta el área de trabajo solía durar unos cincuenta minutos a cuatrocientos kilómetros por hora. Podían observar a través de los redondos ventanales en los costados, hectáreas completas de territorio salvaje, selvas y montañas, y los animales propios del planeta, pululando por ahí. Como sucede siempre, al principio solía ser una vista interesante, pero después del centésimo viaje se volvía muy cansino, paisaje y después olvido. Por lo que los pasajeros solían escuchar música con sus reproductores personales, conversar o dormir.

Mientras viajaban, Marcus, sentado cerca al grupo de mineros, llamó su atención:

—Esta mañana, antes de venir, hablé con Jamid, un amigo de confianza en el área científica. Parece que hallaron algo extraño e inexplicable en el fósil que encontraron.

—¿Sí? —preguntó Lorena, inquieta. Recordó los movimientos apresurados del personal científico antes de abordar.

—¿Qué cosa? —preguntó André, mostrando gesto circunspecto.

—No sé cómo decirlo…

—Dilo… —invitó Lorena.

—Eh… parece que no era una única criatura fosilizada, eran cuatro…

—¿Cu-Cuatro? —cuestionó André, sorprendido.

—¿Pero…?, ¿cómo? —refirió Hiroshi.

—Sí, verán… —completó Marcus.

Todos mostraron gestos anonadados.

»Parece que tres organismos de similares características fueron asimilados por algún otro de mayor tamaño.

Todos intercambiaron miradas de preocupación.

—¿Asimilados? —preguntó Lorena—. No entiendo. ¿Quieres decir que una criatura se fusionó con las otras tres? ¿O se los comió?

Lorena recordó en cuestión de segundos las tres calaveras en el dorso de la criatura. Entonces consideró que las calaveras podrían pertenecer a entidades independientes y tendrían cinco manos de seis porque una extremidad terminó destrozada de alguna manera. Pero en aquel momento Lorena intentó comprender la cuarta criatura, aquella que sostenía las otras tres.

—¡Eh…! —Marcus no supo que decir en un primer momento.

—Explícanos —invitó Hiroshi.

André asintió.

—Miren —refirió Marcus ante las miradas de inquietud—. Solo sé lo que Jamid me contó. Pero no se asusten. Aún falta que hagan varias pruebas genéticas.

Asintieron con una sensación de malestar enorme que no se iba, principalmente Lorena; porque estaban minando en un ambiente que, aunque creyeron conocido, resultó considerablemente ignoto.

Cuando el transporte de alta velocidad llegó al destino, todos abordaron sus titánicos. Había una regla inquebrantable en el exterior de los edificios de las colonias: ninguno caminaba, todos en vehículos o titánicos: siempre.

No obstante, encontraron un panorama completamente diferente al de otros días. Decenas de investigadores y combatientes en modelos de titánicos privados de la UN, estaban revisando el lugar. Recogían piedras y restos, escaneaban los alrededores.

Todos se acercaron hasta el titánico completamente blanco, líder del grupo. Dentro estaba el general Willington Freeman.

Otros titánicos de la UN rodearon al grupo de André y de Marcus, apuntaron las boquillas de sus cañones plasma hacia los recién llegados.

—¡Huy! —expresó Hiroshi, asustado.

—¿Qué pasa? —preguntó André.

—Aléjense —invitó Willington.

—¿Alejarnos? —preguntó André como líder del grupo—. Tenemos órdenes directas desde los altos mandos de la base para minar este lugar. Aquí subyacen enormes concentraciones de iridio…

—Bueno, eso era hasta ayer —respondió Willington de inmediato—. Ahora nosotros tenemos el control del lugar. Órdenes directas de la UN. Están por encima de los altos mandos de la base, aquí en Gaia.

—Pero… ¿por qué no nos avisaron? —preguntó André.

—No sé. No me interesa —refirió Willington—. Ahora aléjense.

Los titánicos que apuntaban sus cañones, manteniendo la formación, avanzaron varios pasos.

—¡Mierda! —lamentó Marcus al percibir tan amenazante movimiento.

André cerró el canal abierto para que solo escucharan los mineros y los Skull-Knights:

—¡Qué hijo de puta es ese Willington!

—Un total cabrón —indicó Marcus.

—¡Aléjense! —insistió Willington, esta vez utilizando un tono más amenazante—. Última oportunidad.

—¡Vale! ¡Vale!, no es necesario recurrir a la violencia —respondió André para todos—. Nos iremos…

Regresaron al transporte de alta velocidad. Antes de guardar los titánicos en la bodega, André intentó comunicarse con los altos mandos de la base para confirmación, no obstante, no obtuvo respuesta, solo ruido blanco. Un ruido blanco inquietante, molesto…

—Sospechoso todo esto —respondió Lorena.

—¿Por qué? —preguntó Marcus.

—Porque encontramos un fósil ayer y ahora la UN se moviliza hasta aquí.

—Tal vez por el protocolo 32A —habló Francis.

—Hasta donde sé la UN jamás ha movilizado de tal manera escuadrones para investigar un fósil.

Permanecieron callados, reflexivos.

»Creo que hay más de lo que nos permiten saber —completó Lorena.

—Tal vez tienes razón.

En aquel tiempo, mientras hablaban, recibieron en el sistema de cómputo en los visores de realidad aumentada un mensaje de alerta proveniente de la base principal. Dandole sentido al ruido blanco al intentar comunicarse André. Situación que inquietó a todos, incluso de aquellos bajo órdenes de Willington. Algo atacó la base principal. Había varios heridos y muchos muertos.

—Debemos volver —refirió Marcus, apresurado.

—¡Sí, señor!

—Seguro —confirmó André.

Lorena e Hiroshi confirmaron.

Sin embargo, Lorena sintió una especie de malestar primitivo, instinto de supervivencia, tensando cada parte de su cuerpo, que le recordó muchos momentos cuando enfrentó situaciones adversas en las colonias espaciales, estaba segura de manera inefable que la alerta se relacionaba con ese fósil encontrado.

—¡Regresaremos también…!

Quien habló de último era Willington, quien arribó, con los otros titánicos, cerca del transporte de alta velocidad.

—¿Por qué? —preguntó Marcus, molesto.

—Órdenes son órdenes.

—¿Ordenes?

—Desde arriba. Debemos verificar lo sucedido.

Lorena modificó el sistema de comunicación para hablarle a quienes conocía:

—Tengo el terrible presentimiento que algo realmente horrible ocurrió en la base principal…

Parte 3: Pesadilla despertada

Desde lejos observaron la base principal destruida, ardiendo en feroces llamas, edificios derrumbados, humaradas gigantescas que crecían más altas que muchas montañas en Gaia, y en el fondo continuaban resonando gemidos, gritos, disparos y explosiones. La muralla exterior intacta indicaba que el ataque no provino desde afuera, sino desde dentro.

Lorena mostró pavor cuando detalló lo sucedido.

El transporte cesó su avance a trescientos metros de la base.

—¡No puedo continuar! —declaró el piloto del vehículo, aprensivo. Abrió la compuerta trasera—. Perdónenme. Cuestiones de seguridad.

Por lo que todos debieron caminar hasta la bodega del transporte, abordar los titánicos, tomar cualquier cosa que sirviera como arma y salir al exterior. Avanzaron cerca de la base y sintieron algunas explosiones resonantes.

—¿Qué diablos sucedió? —preguntó André.

—No lo sé, pero… —intentó hablar Hiroshi que marchaba cercano de la muralla, empero, antes de poder culminar sus palabras, algo grande se le abalanzó encima al titánico aplastándolo como si fuera una mera lata de sardinas. Explotaron los restos del titánico y no se alcanzó a divisar lo que lo atacó.

—¡Hiroshi! ¡¿Amigo?! —gritó André, quien manipuló los controles de su titánico para mover el taladro al frente como si fuera una lanza.

—¿Hiroshi…? ¡Hiroshi! —lamentó Lorena.

—¡Mierda! —chilló Marcus. Notando el deseo de André por acercarse hasta el titánico destrozado de Hiroshi, advirtió—: ¡Quieto, André!

André frenó su intento con esa advertencia punzante.

Otro titánico, cerca del incidente, terminó avasallado por esa misma cosa. Explotó de manera poderosa cerca de un edificio, que decayó encima de un animal ignoto que avanzaba cercano, atrapándolos.

—¡¿Que nos ataca?!

Otro titánico fue embestido, esta vez por un animal enorme a cuatro patas que continuó arrastrando la maquina hasta estrellarla contra la muralla, lugar donde explotó de manera impresionante.

Aparentemente se trataba de un rugiente Retumbante, pero… quienes detallaron al animal con los reflectores de los titánicos, incluyendo a Lorena, descubrieron aterrados que era en realidad una grotesca abominación. Retumbante de cuatro cabezas, hibridado con otras cosas orgánicas palpitantes que afloraban en su cubierta como tumores: venas y arterias; y órganos adicionales: manos, patas y cabezas de otras especies animales, y restos de titánicos clavados en sus carnes: armazones, extremidades, cabezas, pedazos de metal, cables y motores.

Lorena, observándolo inquieta, recordó las calaveras en el pecho del fósil asimétrico. Reclamó:

—¡Dios mío! —Empezó a retroceder; primero despacio, después aceleró directo al transporte.

—¡¿Qué-Qué es eso?! —inquirió Marcus.

—¡No tengo idea, señor! —respondió Francis.

Todos los titánicos de combate, incluyendo los Skull-Knigths bajo órdenes de Marcus, establecieron formación defensiva y empezaron a dispararle al monstruo, entre destellos de disparos, entre tronares de las detonaciones de las armas y de los impactos. Energéticos y cinéticos.

Muchos de los disparos rebotaron en la gruesa coraza de la abominación, aunque los que lograron atravesarla simplemente se hundieron en sus carnes como si la bestia fuera una esponja; no, incluso eran absorbidos como si fuera alguna especie de estructura gelatinosa.

—¡Volvamos! —gritó André, quien de inmediato siguió a Lorena.

Lorena y André descubrieron aterrados que el vehículo había despegado, alejándose frenéticamente, dejándolos ahí, tirados.

—Estamos jodidos… ¡Realmente jodidos! —lamentó Lorena quien empezó a sollozar.

—Demonios… —prosiguió André. Pausó e invitó—: ¡Ven conmigo…!

Lorena siguió a André, alejándose, aún más, del campo de batalla.

—¡Ay! —lloriqueó Marcus del otro lado, quien operaba el titánico para recargar el rifle, pero el arma parecía atascada—. ¡Tengo que recargar! ¡Tengo que recargar!

—¡Igual…! —gritó Francis.

—¡¿Qué es eso?! —preguntó uno de los pilotos en el escuadrón de la UN, envuelto en completo pavor.

Y es que la pregunta surgió cuando observaron que, de entre los restos de la edificación derrumbada, surgió un monstruo antropomórfico de largas extremidades superiores, parecía un extraño y enorme híbrido: cuerpo de humano, extremidades y cabeza de ciervo.

Pero eso no se quedó ahí…

El hibrido humano-cirvino se acercó hasta la abominación Retumbante. Y empezaron a adherirse como si sus pieles, músculos y huesos, fueran de plástico derretido. Surgió una garra enorme en un costado del, tan, asimétrico monstruo. Quedó con las cabezas que ya estaban en el Retumbante y el híbrido humano-cirvino. Y duplicó el tamaño original.

—¡Disparen! —ordenó Willington.

Dispararon cientos de proyectiles al monstruo que repelió la gran mayoría, y recibió otra gran parte, generándole daños moderados a mínimos.

Entonces la abominación, agitando su garra de manera bestial, arremetió contra los titánicos de combate.

Los titánicos de Francis y de Marcus lograron esquivar el ataque con rápidos saltos laterales, ayudándose de los propulsores, pero no lo consiguieron otros tres titánicos del escuadrón Skull-Knights que terminaron retorcidos, y explotaron en una impresionante onda de plasma.

Las carnes de la abominación se frieron, revelando órganos retorcidos y huesos deformados, pero pronto, demasiado rápido, empezó a reconstruirse de manera inverosímil. Cambió la forma de monstruo de retazos animales en un organismo antropomorfo elongado, considerablemente alto y de largas extremidades con pequeñas manos por cada dedo, con múltiples ojos pequeños, y oscuros, profundos como la misma noche, inundando su cabeza. Resultó en alguna forma acelerada de reconfiguración biogenética.

—¡Mierda! —declaró Lorena al ver tal monstruosidad que lentamente se erguía. Musitó para sí misma—: Eso es una adaptación acelerada…

—¡Vá-Vámonos! —gritó Marcus a Francis, quien terminó aceptando.

Mientras los dos retrocedían hasta donde estaban Lorena y André, los otros titánicos de la UN continuaron atacando al monstruo con poderosas ráfagas cinéticas. No obstante, los titánicos en combate poco lograron, fueron destruidos, uno a uno, hasta que quedaron dos titánicos: el de Willington y otro de algún piloto desconocido.

La cabeza del monstruo se abrió en ocho partes, igual que una flor de loto, y terminó tragándose la mitad del titánico del piloto desconocido. Explotó dentro de las fauces y poco daño hizo. Después, en un más que grotesco acto, empezó a asimilar las partes de la máquina.

Willington intentó escapar, si bien el monstruo lo envolvió con una de sus extremidades de muchas pequeñas manos y terminó estallándolo contra el suelo, después de martillarlo repetidamente. Willington gritó con desesperación mientras era golpeado, antes de explotar.

Marcus y Francis pilotaron sus titánicos varios metros hasta ubicarse cerca de donde estaban Lorena y André. Estaban asustados porque parecía que el monstruo estaba dispuesto a seguirles, empero pronto estallaron en él varios cañonazos de plasma. Observaron que descendía una nave de línea de la UN, origen de los cañonazos. Continuó disparando.

Lorena respiró alivianada, pero pronto sintió pavor porque descubrió que desde las ruinas de la base surgieron otros animales: Cirvinos, Cercenadores, Retumbantes, Revoleantes, asimismo otros tantos mezclados y reconfigurados; infectados, ciertamente, porque Lorena lo entendió, aquello era una infección, bacteriana, fúngica o viral, fuese lo que fuese, convirtió la ya terrible fauna de Gaia en monstruos del averno. Seguramente una infección cósmica perdida en el tiempo que afectó algunos seres vivos con mala suerte.

Decenas de alertas surgieron en la computadora del titánico de Lorena. Mensajes que llegaron para todos. Lorena comprobó en los mensajes información de emergencia que indicaba diversos ataques de los monstruos, no solo en la base principal, también en otras bases secundarias. Esto causó inquietud en Lorena porque se suponía que el fósil hallado era el responsable y estaba en la base principal. No había manera que llegase hasta otros lugares.

En respuesta las torretas de la nave de línea de la UN dispararon andanadas contra los monstruos. Mientras muchas lucecitas refulgentes descendían desde órbita, cohetes de escape, que sacarían los sobrevivientes de la superficie del planeta. Ya la superficie de Gaia no era un lugar seguro.

Lorena ingresó en un cohete, acompañada de André, Marcus y Francis. Mientras el portón del Cohete se cerraba, Lorena comprobó cómo la criatura original que encontraron el día anterior, aquella mezcla antropomorfa de varias calaveras y cinco extremidades, renqueante, lenta pero constante, avanzaba hacia los cohetes; si bien antes que los alcanzaran, despegaron hasta la estación espacial en órbita.

Mientras ascendían, Lorena comprobó a través de una de las ventanas como la fauna de Gaia alrededor de la base principal estaba siendo sometida por la infección.

—¡Dios mío…! —fue lo único que pudo decir.

Parte 4: Pesadilla explicitada

Los destellos blancos, estériles e impolutos, del área médica en la instalación espacial contrastaban con la inmensa oscuridad espacial con titilantes estrellas que se vislumbraba a través de las ventanas en los muros acerados. Afuera estaba Gaia, antes un planeta con varias bases tipo colonia, actualmente convertido en un infierno apocalíptico, surgido de la mente de algún artista de horror cósmico.

Lorena era última en la hilera de revisión. Miraba su reflejo en una de las ventanas. Afligida —igual que todos en el lugar— por las incontables pérdidas humanas, Lamentaba profundamente la muerte de Hiroshi, también del estado emocional de André quien fue amigo de él durante años.

La puerta de la cabina médica se abrió con un vibrato metálico. André salió cabizbajo, entristecido. Lorena intentó hablarle, pero de inmediato fue interrumpida por un enfermero que habló desde adentro:

—Lindqvist, sigues.

—Espérame André… —invitó Lorena y André asintió, trémulo.

Lorena ingresó en la cabina médica.

Dentro estaba el doctor Carter, vestido en un traje médico ajustado, revisaba diversos datos flotantes en una pantalla holográfica encima de su escritorio. Carter hizo un gesto amigable para que Lorena se acercara, y agregó:

—Lindqvist, bienvenida.

—Gracias, doctor Carter.

Carter invitó a Lorena a sentarse en una silla al frente. Dejó de revisar los datos en la pantalla. Acercándose hasta Lorena con múltiples instrumentos médicos para tomarle los signos vitales, preguntó:

—¿Cómo te sientes?

—Bien, doctor Carter, supongo.

—Un “supongo” en otras condiciones podría ser un signo de alarma —refirió mientras le tomaba los signos vitales—. Pero aquí sabemos lo que sucedió. Terrible… Lamento mucho las pérdidas humanas.

—Gracias doctor. Sí, realmente estoy… —exhaló profundo—, perpleja. No consigo asimilarlo.

—Sinceramente dudo que tengas la presión arterial en buen estado —refirió mientras manipulaba el tensiómetro.

—Más que seguro.

Carter conocía a Lorena de muchos años, porque estudió con uno de sus hermanos mayores. Coincidieron en encontrarse en la estación espacial en la órbita de Gaia. Ambos se trataban con bastante amabilidad, incluso confianza.

—Tienes la presión arterial elevada… pero nada que amerite una especial preocupación.

—Entonces adivinaste…

—Sí… Tú eres la última de mis pacientes — Pocos sobrevivieron en la base principal, pero los otros doctores están al límite de atención. Creo que después de atenderte me enviarán algunos pacientes adicionales.

—Salario extra —intentó sonreír.

—Cierto. Nunca cae mal —Pausó. Acercó un sensor a los ojos de Lorena—. Ya sabes cómo funciona el aparato. Mira las luces, fijamente.

Lorena asintió y miró las luces.

»Listo. Perfecto —respondió después de un breve instante.

Carter se acomodó en la silla detrás del escritorio y empezó a teclear en la pantalla holográfica.

—Tú que trabajas en el área médica, ¿saben qué fue lo que atacó las bases?

Carter alzó su mirada hacia Lorena, con una fijeza preocupante.

—Esa mirada no es común en ti Carter.

Carter miró la puerta de entrada y, cuando regresó la mirada a Lorena, respondió:

—Hace poco tuvimos un consejo de seguridad, aquí en la estación espacial. Lorena, parece que ustedes encontraron un espécimen bastante extraño, y peligroso.

—Eso lo sé, Carter, pero quiero saber que era. Tengo una sensación incómoda desde que lo encontramos. Además, eran cuatro. Cuatro criaturas fusionadas.

—Ciertamente, eran cuatro criaturas, pero solo una de ellas poseía una genética activa.

—¿Genética activa? —Abrió muchos los ojos—. ¿Estaba viva?

—Parece que estaba en un estado de hibernación, aunque tenía notables daños físicos. En la UN lo denominaron “Organismo metamórfico”.

—Nombre poco alentador. Aunque con lo que vi, que podía hacer con las criaturas, ¡vaya sentido tiene!

—Bueno, parece ser una criatura devoradora de biomasa…

Lorena permaneció atenta. Carter continuaba explicando y haciendo gesticulaciones de preocupación mientras tanto:

»Esa criatura consume tejidos orgánicos, pero adapta en su código genético nuevos datos…

—¿Nuevos datos? ¿genética? —interrumpió Lorena.

—Exacto. Parece no tener un límite en su capacidad de adaptación, crecimiento y división.

—Por eso se expandió rápido alrededor de la base principal. Supongo. Buscaba nueva biomasa e información genética.

—Desde luego. Encontraron un bastardo, hijo de puta, que podría acabar con cualquier aglomeración orgánica en cuestión de horas.

Lorena sintió escalofríos. Recordó las calaveras adheridas en el torso de la criatura.

—¿Saben de donde provenían las calaveras?

—No. Aunque creen en varias hipótesis…

—A ver…

—La primera opción fue que una especie nativa en el planeta terminó devorada por el organismo metamórfico.

—¿Y quien derrotó al organismo metamórfico?, porque dijiste que, además de hibernar, tenía daños.

—Seguramente el planeta tuvo la buena suerte de sufrir un cataclismo que erradicó la superficie.

Ambos hablaron al mismo tiempo:

—Como el meteorito y los dinosaurios.

Ambos sonrieron. Carter continuó:

—Entonces el organismo metamórfico quedó sepultado… hasta que ustedes lo encontraron. Tal vez el cataclismo fue tan poderoso que todo en la superficie terminó hecho polvo, y solo quedaron vestigios dentro de la tierra. Supongo puede haber más criaturas así, enterradas…

—¡Vale!, fuimos responsables de causar el final de muchas especies animales. Como los jinetes del apocalipsis…

—Tranquila, era una cuestión de tiempo para que alguien encontrara el organismo metamórfico.

—Pero erradicamos las especies de un planeta… Y, desencadenamos una secuencia apocalíptica.

—¡Nah!, recuerda Lorena que tenemos un vasto registro genético de las especies en cada planeta colonizado. Podemos clonarlas y mantenerlas en las estaciones hábitat.

—No es que me genere tranquilidad… —respondió Lorena después de exhalar profundo. Pausó y agregó—: ¿Cuál es la segunda opción?

—Seguramente algunos viajeros espaciales terminaron estrellándose en la superficie del planeta. Posiblemente ya estarían infectados o terminarían infectados en el trayecto.

—¡Carajo…!

—Literalmente.

—Pero, ¿y los restos de la nave?

—¿Y quién dice que se quedaron cerca de la nave?

—Buen punto. ¿Y la tercera opción?

—Esta opción es inclusive más oscura que las anteriores… Encontramos un arma biológica de aniquilación.

—¿Qué? —Lorena, afiló la mirada. Sintió pavor y confusión.

—Tal vez la criatura fue creada por otra especie superior para destruir otras especies. Piénsalo… Arrojas al organismo metamórfico en un planeta con una especie que quieres eliminar, entonces esperar que el trabajo esté terminado. Y supongo tendrían la opción de desactivarla de alguna manera, no lo sé. ¿Quemando la superficie? Realmente es bastante confuso.

—¡Y perturbador!

—Y perturbador…. —Carter repitió la expresión de Lorena en corroboración.

—¿Qué sucederá ahora?

—No tengo mucha información al respecto. Supongo que ustedes serán reubicados en algún otro sistema estelar. Pero aquí la UN deberá controlar ese problemita.

Lorena mantuvo su mirada afilada clavada en la de Carter.

»Seguramente la UN trate de recuperar algunas muestras del organismo metamórfico… ya sabes, para estudiarlo.

—¡Son estupideces!

—Estupideces o no, son los que ordenan. Seguramente cuando todo esté controlado terminaran quemando la superficie con una bomba de retroalimentación de oxígeno.

—Destruirán el planeta, y cualquier animal… y planta…

—Sí, por varios años. Pero sabes que prefieren controlar amenazas de raíz que dejarlas pululando para que después sean imparables.

Lorena se sacudió la cabeza, frustrada. Terminó de hablar con el doctor Carter, salió de la cabina médica y caminó al dormitorio de André. Tocó la puerta.

André abrió la puerta y empezó a llorar. Ambos se abrazaron.

Parte 5: Pesadilla eterna

Pasaron siete largos días. Es que abordo de una estación espacial los días se hacían eternos, más cuando las personas se habían acostumbrado al trabajo en la superficie planetaria en Gaia.

Desde el ataque del organismo metamórfico, la UN había realizado varias misiones de combate, tratando de controlar el avance del organismo, muchas con pésimos resultados, donde las soldados e investigadores involucrados terminaron asimilados. Registraban 10764 muertes y 5671 desaparecidos, cuarta parte de los muertos y de los desaparecidos ocurrieron durante las misiones. Aun así, las misiones continuaron. No se detendrían. Por lo que múltiples naves de combate, cargueros y demás, estaban cerca de la estación espacial en órbita. Durante ese día varias naves de pasajeros habían estado anclándose y desanclándose de la estación espacial, había un constante flujo de personas. Muchas caras nuevas; algunas conocidas, otras no tanto.

Lorena y André estaba sentados en una de las mesas del área pública, revisaban los documentos de reubicación de la UN.

—Creo que elegiré Teegarden B —habló Lorena entre tanto miraba el documento.

—¿Teegarden B? —preguntó André quien exhibía una barba de varios días, obvia carencia de afeitado—. Lindo destino. Lejano, pero lindo. Aunque ¿qué pasó con Amanda?, porque ella seguirá aquí.

—¿Amanda? —mostró gesto de confusión— ¡Ah!, no, después de lo sucedido aborté el intento de invitarla a salir. No quiero involucrarme en asuntos emocionales después de lo sucedido.

—Oh…

—¿Dónde iras, André?

—Pues… —André se mostró meditativo—. Seguramente regrese al sistema solar.

Lorena mostró gesto atónito.

—¿Sistema solar? —Movió su cabeza en negación—. Vámonos a Teegarden B.

—No, Lorena. Creo que para mí es mejor estar en un lugar sin tantas “aventuras”. Prefiero algo establecido, que por establecer.

—Pero…

—No, Lorena —insistió.

—Está bien —repuso Lorena. Sonrió—. Entonces nos iremos al sistema solar. Juntos.

—¿Qué?

—Que nos iremos al sistema solar —Mantuvo una sonrisa sincera en su rostro.

Aquella respuesta de Lorena causó felicidad en André.

En aquel momento las luces parpadearon.

—Fallo en la energía tal vez —habló André.

—Seguramente.

Pero las luces continuaron parpadeando. Todos en el lugar mostraron aprensión, porque, aunque los fallos de las luces podían ocurrir, estaban flotando en el espacio y un fallo de energía podría resultar catastrófico.

—¡¿Ah?! ¿Qué pasó?

—Parece que ocurrió un fallo de energía…

En aquel instante, acompañando el parpadeo de luces, surgió un estremecimiento portentoso en la estructura de la estación espacial que empezó como un retumbar, luego el rugido metálico aumentante catapultó el pánico de los que estaban reunidos en el lugar.

—¡Carajo! —repuso Lorena quien se alzó de la silla, veloz como liebre. André también se levantó.

Las luces rojas de emergencia se activaron y a través de los parlantes en las esquinas del salón una voz femenina anunció:

—¡Todos en calma diríjanse a las bahías de evacuación!

Lorena intercambio miradas inquietas con André, e invitó a dirigirse al lugar.

—Debo recoger algunas cosas en mi cubículo.

—Apresurémonos —habló ella.

Caminaron hasta la puerta del área pública. Varias personas hacían fila para salir, cuando desde el otro lado alguien gritó:

—¡Vienen! ¡Devuélvanse! ¡Devuélvanse! —quien gritaba estaba sumamente desesperado como si hubiese visto el horror directamente hacia los ojos.

Nuevamente la voz femenina anunció a través de los parlantes:

—¡Todos diríjanse en calma a las bahías de evacuación!

“Calma”, hermosa invitación de difícil aplicación. Muchos gritos surgieron y varias personas salieron a correr. Muchos cayeron al suelo y fueron pisoteados, generando un creciente caos como una bola de nieve.

Lorena y André retrocedieron, temblorosos.

Fue es ese momento que desde el fondo del pasillo surgió un chillido agónico. En la puerta apareció una persona mutada, monstruosa, con sus extremidades superiores alargadas y rostro deformado. Entre más tiempo pasaba, crecía en tamaño hasta reventar su camiseta a cuadros.

—¡Ay-Ayuda…! —gimoteó de manera inhumana, gutural.

Lorena no pudo evitar pensar en el organismo metamórfico. Pensar en lo que les hacía a los seres vivos, asimilaba la biomasa, transformaba la genética. Obviamente reconoció aquella persona como parte de ese proceso inhumano.

—¡Ya está aquí…! —expresó nerviosa y tragó saliva. Sintió un grueso nudo en la garganta que impidió que la saliva continuara su trayecto, o que pudiera encadenar otras palabras.

Esa persona mutada, agarró otra persona cercana para despedazarla como si fuese un pedazo de papel. Otros mutantes aparecieron, y pronto la puerta se convirtió en una piscina de sangre, vísceras y huesos. Muchos gritos de pánico inundaron el espacio, entremezclándose en una secuencia cacofónica. Poco a poco los números de personas sanas fueron en decremento a cambio de mutados.

—¡Debemos salir de aquí! —expresó André.

—Vamos por detrás de la cocina —señaló Lorena.

—¡Sí!

Pasando el área pública estaban el restaurante y la cocina, desde ahí otras puertas conducían a las habitaciones y a las escaleras. Tenían que usar las escaleras porque sin un flujo constante de electricidad, usar ascensores resultaría riesgoso, además de prohibido. Justo en las escaleras podrían acceder a las bahías de evacuación.

Lorena y André corrieron hacia la cocina entre tanto las personas eran destrozadas y asimiladas por las monstruosidades. Cuando llegaron a la cocina, Lorena, ante la mirada de André, tomó un cuchillo grande de carnicero, prácticamente un hacha capaz de cortar un coco de un solo tajo.

—No sé si sirva, pero mejor esto que nada.

André tomó un sartén de hierro fundido de largo mango y alzó ambos hombros ante la mirada de Lorena, porque no había otra arma mejor que una contundente sartén de hierro.

Salieron de ahí para encontrarse al doctor Carter que deambulaba sin rumbo fijo, parecía confundido.

—Salida. Debo salir —repetía el doctor Carter. Parecía estar en shock.

—¿Doctor… Carter? —preguntó Lorena, acercándose despacio.

—¿Lo-Lorena? —habló Carter que orientó su mirada hacia los dos. Movió el cuello de forma inhumana, crujiente. Eso causó alerta en Lorena: quedó estática.

—¡No! —chilló André.

—¿Qué…? ¿Qué pasó doctor?

—Ocurrió… Ocurrió un brote. Una… Una muestra del organismo metamórfico se… —antes que Carter consiguiera culminar de hablar, su cabeza se reventó en ocho partes igual que una flor de loto: similar de lo ocurrido en la superficie de Gaia. Siguió hablando de manera gutural, agregando palabras sin conectores—: Evolución. Adaptación. Nuevos genes.

—¡Ay! —chilló Lorena.

Ambos intentaron retroceder, pero los cambios en Carter sucedieron demasiado deprisa. Surgieron largos y gruesos apéndices desde sus brazos: látigos; con los que intentó agarrar a Lorena.

André empujó a Lorena hacia un costado y consiguió evitar que la atrapasen.

Carter, ahora monstruo, lanzó latigazos que rasgaban el viento. Viajaban más rápido que la velocidad del sonido, si eran golpeados se terminaba todo.

—¡Mierda! —lamentó André cuando observó el monstruo acercándose hacia él.

Empero la cabeza del monstruo explotó en un impacto de plasma. Restos de hueso, carne y sangre, mezclados con verde, volaron por los aires. Aunque no alcanzaron a Carter o a Lorena.

Tres soldados llegaron, entre ellos quien disparó al monstruo-Carter. André y Lorena estaban a salvo.

—¡Vámonos! —replicó uno de los soldados—. ¡Rápido! ¡Estamos en un infierno!

André ayudó a levantar a Lorena, y corrieron todos juntos al pasillo que llevaban hacia las escaleras. Los soldados habían instalado una torreta cinética en el inicio de las escalas.

A espaldas se atendían muchos gritos de pánico, de terror, de muerte, asimismo chillidos y rugidos guturales, porque los monstruos estaban asimilando todo cuanto podían en su monstruoso e imparable avance.

—¡Suban! —habló uno de los soldados. Señaló las escaleras.

Lorena y André empezaron a subir peldaño por peldaño —rápido— porque las bahías de evacuación estaban arriba; pero los soldados se quedaron para intentar retener los monstruos. Mientras ellos subían, varios soldados bajaban. Prácticamente descendió un batallón.

—¡Corre! ¡Corre! —repetía Lorena a André.

—¡Voy!

Llegaron arriba y encontraron un tumulto de personas. Cientos.

—¡Oh! ¡Dios! —lamentó Lorena oteando la tumultuosa escena.

El problema con las bahías de evacuación es que estaban diseñadas para permitir evacuaciones controladas. Por desgracia, en una situación como la que se estaba viviendo en ese momento, casi no había control, muchas personas estaban peleándose entre ellas para intentar abordar capsulas con capacidades para cinco personas. Ya la situación estaba patas arriba, pero se agravó cuando los disparos surgieron en incontables cuantías, explosiones, gritos de soldados, rugidos y chillidos, luego más rugidos y chillidos que los primeros, finalmente solo lo segundo.

La gente empezó a empujarse, a golpearse, a insultarse. Cayeron varios al suelo y fueron pisados brutalmente por la multitud.

Lorena y André estaban hasta el final, eran carne de cañón en esa ubicación.

—¡Córranse! —gritó Lorena.

—¡Avancen! ¡Avancen! —continuó André.

Continuaron empujando mientras los rugidos y los chillidos empezaron a escucharse demasiado cercanos.

Pronto llegaron arriba varios monstruos pequeños, del tamaño de personas, de muchas extremidades alargadas y cabezas. Horridos. También llegaron unos de mayor tamaño, prácticamente sumatorias de cuerpos. Empero fue con el ultimo monstruo que Lorena sintió su cordura romperse en miles de pedazos, igual que un vidrio. Apareció una especie de ciempiés gigante que en vez de patas de insecto tenía extremidades humanas: pies y manos; muchos ojos humanos y una enorme boca con diente de huesos: fémures y costillas.

—¡Ay no! ¡Corran…!

Todo fue caótico. Sucedió rápido. André fue alcanzado por una monstruosidad quien se lo devoró enteró con una enorme boca. Otra criatura, igual que Carter mutado, con látigos agarró la mano derecha de Lorena.

—¡Suéltame!

La criatura apretó más y más.

Lorena entendió que, si no hacía algo, sería su final. Por lo que tomó el cuchillo de carnicero y lanzó varios tajos en la altura de su codo derecho. Resonó un crujido y Lorena chilló. Su extremidad terminó separándose del resto del cuerpo, apenas atada por pequeños hilos de carne. Empezó a sangrar demasiado, pero gracias al impulso de la adrenalina, consiguió levantarse y correr a través de la multitud. Mientras corría se quitó el cinturón y consiguió hacerse un torniquete, mientras se movía en un acto que podría considerarse insólito, ¿quién se hace un torniquete mientras corre?

Consiguió frenar el flujo de sangre y asimismo entrar en una de las capsulas de evacuación.

Quienes vieron entrar a Lorena: tres mujeres, porque otro hombre estaba arrinconado, gimoteando. Mostraron pánico por las heridas.

—¡Estoy bien! ¡Estoy bien! —repitió Lorena. Quien ingresó. Se acomodó en el asiento y aseguró su cinturón.

Empero ya no había tiempo, por lo que la capsula fue disparada al exterior sin más dilaciones.

Decenas de capsulas volaron fuera de la estación espacial como una lluvia de meteoritos.

Mientras volaban, Lorena observó, en pánico, a través de la ventanilla que una gigantesca bestia hibrida de insecto, humanos y animales, con muchas patas caminaba encima de la estación espacial. Otras criaturas ampliamente diversificadas estaban alrededor de la instalación, y de las naves cercanas, que intentaban combatir de manera infructuosa la amenaza. Explotaban naves, capsulas y partes de la estación espacial. Estaban siendo avasallados.

Y para terror absoluto, incalculable, inefable, Lorena visualizó una gigantesca criatura calamar, como los Calamerus de Ursar 2, aunque obviamente no era un calamar ni nada relacionado porque tenía partes de otras criaturas en su horrida extensión, envolvió la instalación con sus enormes tentáculos y empezó a apretar poco a poco, más y más.

La estación espacial explotó y pronto la onda liberada arrastró la capsula.

—¡Ay! —gritaron la mayoría.

Todas las luces estaban parpadeando en rojo, empero la capsula utilizaba un sistema de inteligencia artificial que se encargaba de dirigir la capsula cerca de puntos de rescate. Pronto las luces volvieron a color verde.

—Estaremos a salvo… —declaró Lorena quien miró su muñón y lloró—. ¡Ay! Sobreviviré.

Fue en ese momento que el hombre que estaba arrinconado empezó a mutar, varias extremidades como cuchillas reventaron su camisa y atacó de forma violenta a todas en el interior. Lorena solo alcanzó a gritar:

—¡No!

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