
Enrique Arias Beaskoetxea (España) – País de niebla
La existencia del ser no es un paisaje / a describir, a analizar; / para llegar a su centro / se necesita sustraer / todo aquello que es accesorio / lo que impide, distrae / la atención, lo que aleja.

Mimeógrafo #143
Abril 2025
País de niebla
Enrique Arias Beaskoetxea
(España)
Y tengo que partir para saber
Quién soy, para saber cuál es el nombre
Del profundo existir que me consume
En este país de niebla y de no ser.
(SOPHIA DE MELLO BREYNER ANDRESEN)
El Ser
Sin duda hay cosas que no pueden expresarse en palabras.
Se manifiestan solas. Son algo místico.
(LUDWIG WITTGENSTEIN)
La existencia del ser no es un paisaje
a describir, a analizar;
para llegar a su centro
se necesita sustraer
todo aquello que es accesorio
lo que impide, distrae
la atención, lo que aleja.
La dimensión del Ser
es el espacio del no-lugar,
el tiempo sin relojes,
el aire detenido,
el flujo del agua
remontada a contracorriente
alejándose del mar.
Y la quietud del Ser
allá donde no es forma
construida por el pensar,
no es, sino profundo sentir
del alma descarnada
—con serenidad, sin esfuerzo—
quedando la síntesis
intocable, inefable
de aquello que se comenzó
a buscar con pasión.
El bosque no es un muro
de protección, sino fondo
de paisaje engañoso
—pues oculta y no enseña—
los arbustos son estorbo
que ralentiza la marcha,
refrena el pensamiento.
Los senderos no son rutas,
sino bifurcaciones que alejan
al turbado individuo
de su búsqueda capital.
El claro del bosque
está allá donde el viento
acaricia la mano,
donde el silencio
se enfrenta al reflejo
de los árboles distantes.
El claro del bosque
es reconocible solo
por quien ha abandonado
el rastro del cazador,
la exploración del suelo
carente de señales en la tierra.
Solo está al alcance
de quien desprovisto
de afanes secundarios
esté dispuesto a mirar
con otros ojos a la luz
y la sombra, y percibir
en su confluencia
un punto que permanece
sin soporte, desatento
a desvaríos y delirios.
Desaliento
Así habló Arjuna en el campo de batalla;
y dejando a un lado su arco y sus flechas,
con su alma inundada por la desesperación
y la pena, se desplomó abatido sobre el asiento de su carro.
(BHAGAVAD GITA I.47)
El desaliento anega
la extensión de la mente,
no hay cielo ni sol,
no hay este ni oeste,
solo la lenta pérdida
de sonidos externos,
el hundimiento del ser
en un abismo de quietud
y desesperanza muda.
Semejante a un corazón infartado
la mente no funciona
en ese instante inmóvil
por la falta de aliento,
entonces el corazón golpea
el pecho angustiado
para recordar que aún
hay vida escondida.
Sin fortaleza para actos
deliberados, pues el ser
flota en una bruma gris
donde ni cuerpo ni mente
son conscientes de su quietud,
del fallo de respiración,
forma autómata
de funcionamiento vital.
Sin haber sido rozado
por el ángel caído,
un alivio, una súplica
entre los ojos cerrados
se dirige a la estatua
que es uno mismo.
Pasan las horas lánguidas,
indistintos día y noche
hasta que el cansancio
llega a ser un suspiro
retenido, pendiente
de un grano de fuerza.
No hay reloj ni brújula,
maldición o debilidad,
el desaliento se alimenta
de sí mismo, para sí mismo.
A oscuras, en silencio,
insomne, inapetente,
sin codiciar nada
ni siquiera el frescor
de una mano blanca
que roce las sienes
y amortigüe el dolor.
Sin ánimo para desear
el final de este destino,
sin variar la postura,
pues se convierte
en vértigo marino
arrojado a ambos lados
de un barco invisible,
camino del naufragio.
Naturaleza
Donde sea que esté
yo soy el que falta.
(MARK STRAND)
La naturaleza exterior
surge desde el este
con un bosque negro
que apenas impide
vislumbrar la aurora.
Un mar emanando al norte
casi iluminado por el sol
nonato y siempre evento;
un barco enorme detenido
en la línea del horizonte.
Otro bosque al oeste
formando el semicírculo
de la bahía, verde agua,
desde la que soñar partir
con la mirada miope
hacia otros mundos.
La naturaleza interior
es la orquídea morada
del color de los labios
de la mujer amada.
Es la orquídea blanca
del color de piel sedosa
de la mujer habitante
de sueños recurrentes.
Y la orquídea rosa
del color de la corteza
entreabierta de un cuerpo
entregado y rendido.
La naturaleza íntima
es ese jardín apartado,
del que habla el emperador,
que ha de ser cuidado,
mantenido en su esplendor
para el día necesario
en que nos retiremos
del ruido y la furia,
del mundo envilecido.
Que sea estancia de calma,
reflexión y cuidado del ser.