El sacerdote
No supimos superar la muerte de nuestro hermano, quien cursaba la secundaria. Lo malo que fue una muerte trágica, pues lo atropellaron en su moto, además el auto que lo hizo al tratar de huir lo volvió a aplastar. Si hubiera vivido, no hubiera tenido piernas para poder valerse por sí mismo.
Fotografía: Carlos Abraham
Mimeógrafo #136
Septiembre 2024
El sacerdote
Carlos Abraham
(México-Líbano)
No supimos superar la muerte de nuestro hermano, quien cursaba la secundaria. Lo malo que fue una muerte trágica, pues lo atropellaron en su moto, además el auto que lo hizo al tratar de huir lo volvió a aplastar. Si hubiera vivido, no hubiera tenido piernas para poder valerse por sí mismo.
En casa nunca superamos el duelo, y aunque nuestro amigo sacerdote de la infancia siempre nos decía: “No jueguen con cosas fuera de la religión cristiana”. No sé si hicimos caso, pues la verdad nos pusimos a jugar a la ouija todas las tardes, la sacábamos del closet y en familia la jugábamos para poder hablar con nuestro pequeño y consentido hermano. Le gritábamos a la tabla: “por favor, tráelo presente, necesitamos saber que está bien, por qué nos tuvo que dejar”.
Así pasaron varios meses y tardes encerrados en casa, todos metidos en el comedor. La nana que seguía trabajando con nosotros, pues era parte de la familia, ya nos veía con cara de “what”, de qué tanto hacen. Nos decía: “deben de tener fe y dejarlo descansar”.
De repente, una tarde comenzó a cambiar, sentimos y vimos cómo el ambiente se puso frio y cosas pequeñas comenzaron a moverse. Victoria había dejado sus zapatos a un lado de la silla, y los zapatos aparecieron junto al primer escalón de la escalera; todos nos pusimos fríos del susto.
Otro día se desapareció un calcetín cuando lo llevaban a la lavandería, pero optamos por ayudar a buscarlo. Todos caminábamos y buscábamos por el camino del recorrido del canasto a la lavadora, nadie lo veía, días después lo encontramos en el balcón de la recamara de nuestro hermano fallecido.
Otros días al estar jugando la ouija, sentimos esa frescura de un ambiente extraño; como jugábamos con algunas velas prendidas, se escuchaba el “fuuuu” que hacía que se apagaran.
La verdad, como no sabíamos nada y no entendíamos, llegamos a pensar que nuestro hermano era el que nos trataba de asustar o decirnos algo, pero nosotros seguíamos tratando de comunicarnos con él.
Dejábamos de hacer nuestra vida social por estar jugando con esa tabla. La cocinera ya no sabía que hacernos de comer, pues distraídos nos la pasábamos sin ganas de probar alimentos. Un día, Yaya nos gritó: “Oigan, niños, ¿invitaron a comer a un niño güerito?, porque acaba de pasar por la cocina caminando, pero no me fijé para dónde jaló”.
Creo que comenzamos a acostumbrarnos al movimiento de las cosas en casa, así como al cambio de temperatura del ambiente; todo lo sentíamos normal, por lo que continuamos pensando en que Jorge, nuestro hermano nos hacía todo.
Pasaron un par de años, y Victoria tuvo un hijo hombre, no sabía y sentía que Jorge se había metido a su cuerpo durante el embarazo, por lo que optó poniéndole el nombre de nuestro hermano Jorge.
Nuestro amigo sacerdote se quedó pensando por qué le pondrían el nombre del difunto. Una tarde llegó a casa y Yaya lo dejó entrar, ya que es como nuestra familia, pero hubo un problema, nos encontró a todos sentados sobre el comedor jugando a la tabla. Ese día terminamos regañados fuertemente y mojados por tanta agua bendita con las que nos bendijo y bendijo por pecadores, quien también nos gritaba: “están abriendo las puertas del infierno dentro de su casa. Ese ser no es Jorge, es uno de los demonios del mal que quiere apoderarse de cada uno de ustedes para que le sirvan en este mundo de armonía y felicidad”.
Creo que Francisco, nuestro amigo sacerdote nos metió un susto tremendo, por lo que terminamos llevando la tabla a un convento franciscano para que ellos se encargaran de desaparecerla y nosotros no termináramos desintegrados como familia, por ello cada uno comenzó a hacer sus actividades en las tardes y ya nunca regresamos a estar reunidos en nuestro inmenso comedor.