El mensaje

Amanecí maltratado y no tenía alguna actividad por hacer esta mañana, en la isla. Buscando en las redes sociales, descubrí un lugar donde dan masajes. Envié un mensaje por WhatsApp para hacer mi cita y me la dieron a la una de la tarde, entonces hice mi rutina de ejercicio como siempre, nadando en mar abierto, disfrutando de ese movimiento de sus olas, viendo algunas especies marinas que se encuentran en el fondo del océano.

NARRATIVA

Carlos Abraham (México-Líbano)

7/25/2024

Fotografía: Carlos Abraham

Mimeógrafo #134
Julio 2024

El mensaje

Carlos Abraham
(México-Líbano)

Amanecí maltratado y no tenía alguna actividad por hacer esta mañana, en la isla. Buscando en las redes sociales, descubrí un lugar donde dan masajes. Envié un mensaje por WhatsApp para hacer mi cita y me la dieron a la una de la tarde, entonces hice mi rutina de ejercicio como siempre, nadando en mar abierto, disfrutando de ese movimiento de sus olas, viendo algunas especies marinas que se encuentran en el fondo del océano.

Disfruté sudar con los ejercicios como casi todos los días; me duché con agua muy fría y al terminar me vestí de inmediato, con un pantalón de mezclilla gris y una playera negra de AE. Me gusta esa textura de sus playeras, además de calzarme unos tenis nuevos que se están utilizando de Purificación García. Chequé la ubicación del estudio, que me enviaron en mapas, y me fui pedaleando mi bicicleta. Lo padre es que no pesaba mucho porque ahora sus marcos están hechos de aluminio.

Después de unos minutos llegué a la zona donde está el estudio. Me encantó ver esa construcción de casa antigua, en color terracota, con altura alta. Me paré en el frente de la dirección y chequé bien que fuera la puerta, porque había varias muy parecidas, era una construcción con varias puertas de diferentes estudios, con dos frentes.

Toqué a la puerta, la cual tenía una campana de carillones para el viento, se escuchó tan increíble que desde ahí me sentía ya relajando. Se abrió la puerta y miré a un chavo tonificado de 1,67 metros de altura, con una piel de un color exquisitamente apiñonada, se le veía su piel tan suave, como la de los lugareños. Tenía unos ojos de color gris claro, su barba era de tres días, le quedaba bien, y me le quedé viendo por unos segundos; además, portaba un corte de cabello corto, traía puesto un pantalón similar al mío gris, pero con una playera del mismo color.

Me gustó el estilo con el que decoró su estudio, que es a doble altura, la cama de masaje del lado derecho y un sillón de piel negra del lado izquierdo, al frente unos estantes para colocar los accesorios que uno lleva. Está la puerta del baño, además de distinguirse un rincón a la derecha, con un pequeño banco donde se sienta para que desde ahí atienda los mensajes de los interesados por los tratamientos.

Me retiré mis tenis, me fui quitando la ropa y la doblé rápidamente, tal como me enseñaron desde pequeño, como si estuviera en una tienda departamental, me quedé en trusa, después la bajé suavemente y la puse hasta arriba de la ropa, que ya estaba colocada sobre ese sillón de color negro.

Di unos pasos para recostarme boca abajo sobre la cama de masajes, el colocó su celular sobre su bocina, empezándose a escuchar música suave y relajante adecuada para masajes. Procedió a colocarse aceite en sus manos, me llegó un aroma a exquisitas especies y comenzó el masaje, pasando sus manos sobre mi espalda; en cierto momento sentí esa dulzura del movimiento de su tacto cuando encontró un nudo de contractura en mi espalda, donde tuvo que apretar un poco más para desaparecerlo.

Trabajó sobre mi espalda, en la parte superior, relajando mi cuello, y bajó suavemente sus manos para después pasar al brazo izquierdo. Continuaba escuchando la música tranquila, el que supiera tocar mi cuerpo y, con el exquisito aroma del aceite, me fui relejando más. En un momento voló mi imaginación, pasó suavemente sus manos por mi otro brazo y llegó a tocar suavemente mis dedos, después mi palma, ahí intercambiamos algo de nuestra energía, sentí ese calor que se logra con la energía que traemos dentro de nuestro cuerpo.

Apretó su mano con la mía, ese pequeño apretón me hizo caer hasta el fondo alterno de una fresca sensación, el éxtasis de mi cuerpo. Continúo tocando mis glúteos, y con sus nudillos deshacía las contracciones que llevaba a través de un ritmo circular en sus movimientos.

Sus suaves manos bajaron para pasar por los músculos de mis piernas, llevándolas suavemente hasta la parte baja, hasta llegar a la planta de mis pies; llevando sus dedos por la palma de mi pie, sentí cómo iba trazando unas líneas direccionales, rectas y después curvas. Tomó firmemente mi pierna para doblarla con una dirección vertical, quedando flexionada; lo realizó tres veces, liberando esas contracturas que traía por el ejercicio que realizo al trotar por algunos kilómetros al día. Perdido bajo esa armonía, movió suavemente mi pierna con dirección lateral para dejarla flexionada, y con su suave mano empujó tres veces hacia abajo mi rodilla. Enderezó después mi pierna y la colocó suavemente sobre la almohada especial.

Realizó el mismo procedimiento con mi otra pierna, se colocó más aceite en sus manos, las frotó y subió suavemente por mi espalda, sentí cómo me prendía hasta llegar a erizar mi piel. Sentí en mi oído su respiración y escuché que me dijo: “voltéate suavemente”, me excitó en ese momento regresar al mundo, pues su voz se escuchó tan angelical, esa presencia que porta me encanta.

Procedió a taparme los ojos con una pequeña toalla roja, alzó mi cabeza para poder pasar atrás sus manos y jalar la toalla, de forma que pudiera quedar tensa y así no pudiera ver lo que pasaba a mí alrededor, solo sentirlo. Me encantó este juego del masaje, donde solo puede uno sentir lo que el masajista desea que uno sienta, ¡suena excitante!, todo es un juego de tocar, rozar y tener sensaciones imaginarias, volar la imaginación.

Comenzó masajeando una de mis piernas, llevando sus manos por la parte superior y bajándolas; quitaba cada vez las molestias que hubiera tenido. Después de haber realizado el masaje por mis piernas, subió a mi pecho, ahí sufrió un poco por el vello que tengo, realizando movimientos circulares tal como va la musculatura del pecho. Sin querer, sentí una excitación en mis pezones, y si acaso se dio cuenta de lo que me pasó, continuó como si nada hubiera pasado, moví la cabeza un poco para que la toalla no me apretara y se bajara un poco, así podría observarlo.

Realizaba unos movimientos de reflexología sobre mi pecho y sentía ese calor que desprendía su palma, Llegó el momento en el que me dijo: “relájate unos minutos y después te levantas”, por lo me quedé descansando desnudo de ese delicioso masaje. Procedí a sentarme sobre la mesa de masaje y comenzar a platicar un rato con él. Lo miré a los ojos, estaba yo tan relajado que casi caigo sobre sus brazos, pero me levanté y pasé a vestirme. Primeramente, me puse la trusa azul, para después el pantalón, los calcetines, los tenis y la playera; me levanté y caminé para acercarme a él, le di un fuerte apretón de manos, le pagué el masaje y me despedí, pero no aguanté despedirme con un fuerte abrazo, que es uno de esos abrazos que uno dice: no volveremos a vernos, o me encanta tu masaje y regresaré lo más pronto posible, no te olvidaré jamás, eres súper.