El legado (1959)
Distinguidas Señoras Doña Juana María Bazzano i Muslera i Doña María Olga Montani: Me llamo Esteban Loyardo i mi nombre está ligado a la historia de vuestra casa, que ocupan en la calle General Belgrano número 403, en razón de haber sido el anterior propietario de dicha finca.
NARRATIVA


Mimeógrafo #134
Julio 2024
El legado (1959)
Mariano Ruiz Montani
(Argentina)
Desde “Miralrío"(historias de una quinta de San Fernando).
Carta de Don Esteban Loyardo a Da. Juana María Bazzano y Muslera de Montani y Da. María Olga Montani Bazzano.
Buenos Ayres, a los veinte días del mes de enero del año del Señor de 1959.
Distinguidas Señoras Doña Juana María Bazzano i Muslera i Doña María Olga Montani:
Me llamo Esteban Loyardo i mi nombre está ligado a la historia de vuestra casa, que ocupan en la calle General Belgrano número 403, en razón de haber sido el anterior propietario de dicha finca.
No debe alarmarlas, os lo suplico, el hecho de recibir una carta mía; quizás si yo hubiera podido comunicarme con vosotras antes, el corazón no me pesaría tanto.
Vendí la finca a Don Cayetano Montani, finado ya, en el año de 1898, si no me ha de engañar la memoria.
Vosotras, según confirmación aportada por mi bisnieto Estebitan Loyardo i Yáñez, sois las parientes más cercanas de Don Cayetano, a quien Dios tenga en su Santa Gloria por merecerlo.
Veo la casa con las características del pasado siglo, aunque el huerto con sus frutales i colmenares ya no existe; tampoco existe el brocal del pozo frente al zaguán, según pude atisbar a través de la nueva cancela; i se ha agostado, sin duda, la vieja parra frente al refectorio; pero el sugerente i evocador patio conserva todo el encanto i el misterio del tiempo ido.
Os sorprenderá, me lo he de imaginar i lo comprendo, que haya sobrevivido a casi tres generaciones, pues he visto morir a casi todos mis seres queridos i cerrado los ojos de todos aquellos a quienes he amado, sólo me queda Estebitan, que es mi consuelo, pero no tiene descendencia.
Solicítoles, abusando de vuestra generosidad, que para mi próximo viaje a la Ciudad San Fernando, me permitáis visitar esa casa entrañable, tan cargada de historia i tan rica en sugerencias.
Impulsa mi pedido la necesidad de cumplir un extraño imperativo, que es como un mandato póstumo, consecuencia de una vieja i itrágica cojura familiar, cuya larga i conmovedora trama he de contaros a continuación.
Dicen que confesarse es quitarse un fardo de encima de los hombros. Sé que no podré despojarme de él fácilmente, porque está tan atado a mí que se alza sobre mi espalda y suele derrumbarme a cada paso. Tal es su evidencia, que me sorprende que sólo ahora lo haya percatado. Con todo, a medida que escribo siento que se aligera mi angustia.
Cuento con un establecimiento llamado “La Virginia”, ubicado en el Paraná Bravo i Arroyo Negro, en la provincia de Entre Ríos. Mi bisnieto Estebitan ha de residir allí por lo menos el año venidero para palear con su trabajo personal los graves perjuicios que las actuales inundaciones le han acarreado.
El nombre de Virginia fue impuesto a ese establecimiento agrícola-ganadero cuando yo lo fundara, in memorian de vuestra tía, mujer de inconmesurable belleza, de quien me enamorara perdidamente. Yo me alejé de ella ignorando que mis sentimientos eran correspondidos, a causa de las diabólicas maquinaciones de un comerciante de Barracas, Don Ghiglione, quien luego la desposó, ostentando una falsa prosperidad, con la intrigante ayuda de Isabelina Hall, su amante de ocasión.
La dolorosa muerte de Virginia, años después i joven aún, significó para mí otro golpe de una rudeza tal que nunca más pude sobreponerme, i selló el ocaso de todas mis ambiciones.
Desde ese día no viví. Desde ese día no vivo. Toda mi existencia cambió, i en ocasiones el dolor me sofoca. Pero si he querido poner orden en mis ideas i entretener mi mente i mi corazón de una prisión que durará probablemente lo que mi paso por este ingrato mundo, es menester que me atenga estrictamente al relato.
No debo, no quiero dejar por ende que transcurra esta oportunidad sin expresarles a Vuestras Mercedes el real motivo de estas líneas. Existe un pequeño i antiguo cofre emparedado en la medianera de la finca que fuera propiedad de Don Ricardo Mases, quien casó con Doña Rosa Montani i murió en una larra olvidada lejos de su terruño, allá por los pagos del Rosario. Este cofre está situado a tres o cuatro varas a contar de la línea municipal hacia el Oeste i media vara de profundidad por debajo del nivel del suelo.
Yo ayudé, siendo ya mozo, a Don Cayetano para su ocultamiento, i fue testigo de este hecho el R. P. Maximino Pérez, dilecto fiel amigo de vuestro abuelo.
Fue salvado de este modo con su contenido de unos pérfidos primos de Don Cayetano, quienes en connivencia con un tal Rossi, hombre adinerado i de refinados modales, pero tan ávido de riquezas como duro de corazón, pretendían despojarlo de todo.
Este cofre contiene, además de los títulos, escrituras, certicados i actas de matrimonio pertenecientes a la familia Montani i la del comendador Galperoli, el testamento i última voluntad de Doña Flora Montani de Gallini, a cuya ahijada Doña María Olga dejó en herencia la quinta de las barrancas.
Quizá lo más lógico, para la comprensión plena de lo que escribo, hubiese sido que les hablara el Reverendo Padre acerca de la quinta que llamaron luego Miralrío i que quedara desde entonces bajo custodia de las monjas de la Orden Saleciana Hijas de María Auxiliadora. ¡Cuánto me intriga a mí ver ahora la casa cerrada!
La antigua constucción colonial está ubicada en lo alto de la zona de lo que antaño fuera Montes Grandes. Caleada de blanco en su totalidad, con su mirador, sus ventanas i postigos bien conservados, sus portones, rejas i cerraduras de sólido hierro, no difiere mucho de las casas de la ciudad. Una ancha galería que da al río, crea una columnata de aire italiano que jerarquiza el exterior. Grandes árboles como algarrobos, magnolios, cedros i aguaribáis conforman un bosquecillo nativo donde crecen junto a talas, coronillos, aromos i molles.
Este jardín que ha brotado casi libremente, está atravesado por caminos i canteros; se descubren de vez en cuando alguna que otra estatua i desgastados jarrones de terracota. Un agua clara i helada llena la fuente. Los arcos de las glorietas están cubiertos por glicinas, buganvilias i jazmines.
Ya con algunos años encima supe pasar varios veranos allí. La casa estaba siempre resonante de visitas, siempre trémula por el entrar i salir de coches. Entrecerrando los ojos en nostálgica evocación, aún me parece percibir la fragancia de los viejos rosales; aún resuenan en mis oídos los ladridos del fiero Sollimán; i todavía escucho la voz de Don Gallini dando las últimas instrucciones al personal que partía de madrugada hacia la chacra de las lomas, mientras que yo desayunaba en el refectorio con una gratificante infusión de yerba mate azucarada con sus talina miel i acompañada con rodajas de blanco pan recién horneado bajo la maternal vigilancia i cariñoso celo de Doña Flora.
Los años i las circunstancias nos han alejado, distinguidas Señoras, pero nada podrá impedir que cumpla con mi deber. No os he incomodado antes por prudencia i respeto, pues comprendía también la gravedad del secreto revelado. Esta vez la voluntad que desde mi juventud me mueve ha avasallado mi discreción. Es menester que continúe en este sentido allende mis angustias i tormentos sin que se quebrante mi ánimo.
En ansiosa espera de la visita que os he comunicado, contanando desde ya con vuestra benevolente aquiescencia a fin de dar con la ubicación del mecionado cofre i cumplir con el legado, os anticipo mi humilde admiración i el más grande de los respetos hacia Vuestras Mercedes. Que la gracia de Dios os ilumine les desea de todo corazón
S. S. S.
Esteban Loyardo.