El doctor que sonríe al final de la sala
Alejandro, siendo muy joven, termina su carrera de Medicina, pero sin antes realizar su pasantía rural en un hospital alejado y algo viejo de su ciudad natal. Aquel centro de salud llevaba el nombre de Nueva Esperanza, hecha de madera carcomida por los isópteros que allí se hospedaban, acompañada,
NARRATIVA
Mimeógrafo #131
Abril 2024
El doctor que sonríe al final de la sala
Fran Aristizábal
(Colombia)
Alejandro, siendo muy joven, termina su carrera de Medicina, pero sin antes realizar su pasantía rural en un hospital alejado y algo viejo de su ciudad natal. Aquel centro de salud llevaba el nombre de Nueva Esperanza, hecha de madera carcomida por los isópteros que allí se hospedaban, acompañada, además, por grandes matojos de selva virgen; tan triste se veía, que daba la leve impresión del paso de un huracán por aquel lugar por su llana forma de abandono.
Así fue analizando y observando cómo se encontraba el hospital que lo iría a hospedar por más de un año, no dudando asustarse por aquel terreno tan abrumante.
Un día, ingresó a su consultorio sin antes saludar a cada paciente y acompañante que yacía en aquel sitio. Alejito, como era llamado por todos y, tan querido hasta por los animales del pueblo, llegaban a Nueva Esperanza, e ingresaban con el único objetivo de saludar al doctor, para luego retornar a sus lugares de origen; sea una finca o las mismas calles abandonadas. Así transcurría el diario vivir del Joven médico, entre la selva, la sonrisa de perros, niños y personas adultas.
Dentro de tantos casos que Alejo debía atender; un día, se topó con un niño que no superaba los cinco años de edad. Aquel pequeñito ligeramente se observaba triste y confundido a pesar de que su señora madre le acompañaba en el Hospital. El “doc” le saludó un día común y corriente sin prestarle mucha atención al caso.
Pasaron tantos días para el niño en aquel hospital que, Alejandro, no dudó una tarde soleada en acercarse y preguntarle:
—¿Cómo te llamas?
—Me llamo Fabio.
—¿Qué tienes Fabio?, ¿por qué llevas tanto tiempo aquí en este lugar?
—Mi mami dice que tengo una enfermedad algo rara y que nadie puede saber su nombre ni cómo se cura.
Alejandro en ese instante se quedó observando a la señora con una mirada fija y angustiada que lleva por la vida un campesino desahuciado, tal vez, por el abandono. En ese momento, el doctor se despide haciéndole señas a ambos. Se marchó con una serie de pensamientos confusos sobre la piel rara y la tos que muchas veces emitía el pequeño Fabio mientras intentaba hablar.
El doctor, como cada mañana, llegaba saludando y sonriendo a las personas que en Nueva Esperanza mantenían. Y seguía al final del pasillo donde se encontraba su humilde consultorio.
Durante esta jornada mientras atendía a más niños, niñas, mamitas en gestación y ancianos que llegaban para que fueren revisados, Fabio se paseó durante varios minutos por los alrededores donde el doctor se mantenía, intentado saludarle como forma de acompañamiento a la soledad que mantenía Alejo.
Así transcurrían los días y muchas semanas; hasta que un día, Alejandro emitió el comunicado que dentro de muy poco debía marcharse para terminar sus estudios en la capital. Todos los comensales se entristecieron frente a lo expuesto por el casi médico, Alejandro; pero, sobre todo, por quienes sentían su fiel compañía, Fabio y su madre. Alejandro lo percibió en los rostros de ambos.
Esto hizo que el médico se afanara por averiguar qué medio le facilitaría para ayudar al pequeño menguar un poco su rara enfermedad. Al fin de cierto tiempo e intentar a través de la lectura, logró encontrar algo que ayudaría a mejorar la calidad de vida del niño. Mientras alistaba unas hierbas en el mismo consultorio y sonreía al final de aquel viejo y despiadado hospital.
De repente sintió que lo llamaban a lo lejos; en ese momento algo lo golpeó.
—¡Levántate, debemos ordeñar las vacas, que ya pronto pasa el señor de la Leche! —le dijo el padre al pequeño Alejandro, quien quizá el sueño no lo dejaba madrugar ese día.