Diálogos de ópera

—¿Todas las noches de gala viene con su soledad lagrimosa? / —Sí, soy viudo desde antes de nacer, por naturaleza trágico. / —Lo pensé, el don Juan de la escena dramática, mirándome enamoradizo. / —No. Le miro siendo otro personaje sin ópera, ni mujer destinada. / —No me lo creo, soy una viuda de su especie, con una pasión incrédula ante seres como usted, extraños hasta para sí mismos. / —Es posible tenga razón, ya vengo del infierno y usted apenas aspira a deshacerse del paraíso esclavo de ilusiones efímeras.

NARRATIVA

Círdan Ápeiron (México)

2/7/2023

Mimeógrafo #117
Febrero 2023

Diálogos de ópera

Círdan Ápeiron
(México)

—¿Todas las noches de gala viene con su soledad lagrimosa?
—Sí, soy viudo desde antes de nacer, por naturaleza trágico.
—Lo pensé, el don Juan de la escena dramática, mirándome enamoradizo.
—No. Le miro siendo otro personaje sin ópera, ni mujer destinada.
—No me lo creo, soy una viuda de su especie, con una pasión incrédula ante seres como usted, extraños hasta para sí mismos.
—Es posible tenga razón, ya vengo del infierno y usted apenas aspira a deshacerse del paraíso esclavo de ilusiones efímeras.
—Ahora Mozart armoniza a nuestro presente teatral, donde la muerte es la guionista, el amor de ella escapista, es destino inevitable para los amantes más solitarios, indeseados.
—¿Viuda? ¿Viva a que muerto ama tanto, para no volver a enamorarse de mí u otro huésped de teatro?
—No pregunte con tanto miedo en su voz barítona. Usted hace tiempo que muere pensando vive. En las pasadas noches de ópera, me pregunta lo mismo, queriendo en secreto con mi palabra le mate, pero ya está muerto.
—Estamos muertos. Usted no me pregunta sobre mi viuda, pero me mira con tal ansia de hacerlo, que sé, vive para morir en la verdad de unas palabras inmortales.
—Le amo. Muero por mí misma para vivir imperecedera en su silencio, de ambos verdadero; hemos sido viudos de nuestros seres dispersos o soledades tardías.
—Ya se bajó el telón, pero Mozart sigue dramatizándonos con esa música lacrimógena. El amor, aun en el infierno de los mortales, de nuevo comienza a cantar querúbico, paradisíaco.
—Cállame con un beso sin tiempo ni muerte giratoria; vibra la luz latida en un instante esperado en este presente del ayer modernizado.
El teatro estaba hace tanto tiempo deshabitado que para los seres nocturnos sin techo ni quien les amasé, era un invisible palacio del drama elegante, más verdadero que humano. Un par de vagabundos se encontraban sentados en primera fila, vestidos con trajes de gala hechos a sacos de harina, pintados con grasa negra de boleros sin azar ni sentido existencial. Descalzos con una juventud chamagosa, se besaban, imaginándose actores en otro mundo donde la tragedia todavía se admiraba con visión estética, siendo esta, un sentido revoluciona lo absurdo, de la humanidad indiferente de sí. Una hilera de ratas blancas postradas frente al telón tinto jamás levantado; mojaban sus mejillas mugrientas al mirarlos en encarnada escena natural. En dos patas paradas, parecían aplaudir del humano lo más trascendente y bello. Ellos morirían de inanición, las ratas se los comerían, muriendo envenenadas o devorarían a las ratas para luego morir de una infección mísera; al menos el amor pudo escenificarlos, la guionista inmortal, impotente de no morir, seguirá relatando a otros enamorados míseros, sin poder enamorarse de ellos; entonces Mozart seguirá latiendo sanguíneo en aquellos personajes mundanos, solo pueden escucharlo cuando por fin se aman para saber que morirán.