De fogatas y casas abandonadas

Miguel del Moral era famoso en la Escuela por ser el alumno más revoltoso que hubiera transitado por esas aulas. La buena voluntad de docentes y directivos junto a la participación activa de su padre, hicieron posible que el niño llegara a sexto grado sin ser expulsado a pesar de los méritos que él hacía para lograrlo.

Miguel Ángel Acquesta (Argentina)

1/29/2025

Mimeógrafo #140
Enero 2025

De fogatas y casas abandonadas

Miguel Ángel Acquesta
(Argentina)

Desapareció sin más... Como un puño al abrir la mano.
"El halcón maltés" (1930), DASHIELL HAMMETT

Núñez. Capital Federal. Invierno de 1961.

Miguel del Moral era famoso en la Escuela por ser el alumno más revoltoso que hubiera transitado por esas aulas. La buena voluntad de docentes y directivos junto a la participación activa de su padre, hicieron posible que el niño llegara a sexto grado sin ser expulsado a pesar de los méritos que él hacía para lograrlo. El papá era uno de los cuatro médicos del barrio, delgado, de estatura media y cabello lacio color castaño generalmente despeinado, que formaba parte y colaboraba con la Cooperadora, ayudaba a organizar los actos, escribía guiones de breves obras teatrales en las que actuaban los alumnos, generalmente Miguel era la estrella principal en tales eventos y no dejaba día sin concurrir al establecimiento. De su madre no se sabía nada. Al parecer nadie la conocía en el barrio ni en la comunidad escolar. Sin embargo una tarde Manuel escuchó a su madre diciéndole a Felisa:

“Pobre el doctor, la mujer se le fue con otro a Brasil y el hijo le saca canas verdes”.

Si bien vivía sobre Cuba pasando Pedraza, fuera del radio del barrio infantil que tenía no más que cuatro manzanas de extensión, el niño venía siempre a jugar con Los de siempre. No era bueno en casi ninguna actividad por lo que solía perder siempre. No aceptaba de buen grado esos resultados adversos y ya fuera jugado a la pelota, a las bolitas, a las figuritas, a los autitos o a cualquier otro juego, casi siempre todo terminaba en algunas desordenadas escenas de box entre Miguel y el eventual culpable de su derrota.

Si bien los niños de la barra lo aceptaban, ninguno era muy amigo de él. Para todos “estaba loco” y convenía seguirle la corriente pero evitar un trato muy profundo. Del Moral lo sabía y de vez en cuando decía que no le importaba mucho ser amigo de ellos ya que en cualquier momento se iría a vivir a Brasil.

“Un lugar lleno sol, playas, mar azul y alegría” decía y se le iluminaban los ojos azules.

Una tarde gris, a comienzos del invierno, llegó a la esquina de Arcos y Campos Salles donde estaban Los de siempre, conversando animadamente. Mario, Luís, Coco, Alfredo, Marito, Manuel, Roberto, Gigi, Carlitos y Alcaraz –el tercer Mario que tuvo que usar por ello su apellido-. Se terminaba el otoño y había que organizar la juntada de madera para la fogata de San Pedro y San Pablo y el lugar donde guardarla. Debía ser un lugar seguro para evitar que las otras barras se las robaran. Las casas de ellos estaban descartadas de plano. Ninguna madre permitía que le llenaran patios, terrazas o jardines de troncos, pedazos de muebles y cajones de verdura. Hasta el año anterior usaban el baldío de Cuba y Guayra, que además servía de cancha de fútbol, pero en marzo cerraron el lugar con chapas. Al parecer iba a empezar una obra en ese terreno.

Miguel se sumó a la charla y enseguida propuso que usaran la casa abandonada de Núñez y Obligado. Estaba muy cerca de su casa, los demás no la registraban. Miguel les explicó que era un chalet muy lindo que estaba abandonado desde un par de años atrás. Allí vivía una pareja de viejitos que de un día para el otro desaparecieron del lugar y nunca más se vio movimiento, les explicó. Él solía entrar por la ventana del fondo y se quedaba largas horas, revolviendo las cosas que habían quedado en la vivienda. De paso evitaba encontrarse con la novia de su padre que se instalaba en su casa casi a diario. Les dijo entusiasmado que quería irse a vivir allí. A la casa abandonada. Que no se iría a Brasil hasta que fuera más grande.

“Es muy linda. ¡No saben¡ Hay sillones, mesas, sillas, roperos con mucha ropa de gente grande, libros, cuadros, una radio y muchas cosas más. Lo malo es que no hay luz, pero el farol de la calle ilumina todo el comedor. Agua hay y es más rica que la de mi casa” describió entusiasmado.

Todos lo escuchaban con atención pero cargados de dudas. Si el pibe era loco no se podía creer mucho en los que les decía.

“Vengan conmigo ahora y les muestro como es la casa. ¡Van a ver si no les dan ganas de quedarse a vivir ahí! Seguro que es más linda que las casas de todos ustedes. Que la tuya Coco y la tuya Manuel seguro. Yo me voy a mudar ahí de paso cuido la madera que vamos guardando”.

En realidad encontrar un lugar seguro para guardar los materiales para la Fogata era prioritario de modo que pese a la incertidumbre que causaban los dichos de Miguel todos decidieron acompañarlo a visitar la Casa Abandonada. Recorrieron las cuatro cuadras intercambiando bromas, pateando cuando objeto fuera susceptible de serlo y hablando en voz alta. Miguel se iba acercando a cada uno de ellos. Mientras agarraba al circunstancial interlocutor del brazo o la cintura les decía casi al oído:

“Vas a ver que linda que es la Casa Abandonada. Venite a vivir conmigo ahí. Total podes ir a visitar a tus viejos todos los días. No te vas a arrepentir. ¡Dale no seas miedoso¡”.

Los demás niños lo escuchaban simulando cierto interés y sin saber como sacárselo de encima. A excepción de Luís que sacó su mano de la cintura y le contestó casi gritando:

“Pero dejate de joder Miguel, Vos estás loco. Yo estoy bien en mi casa, mirá si voy a ir a vivir ahí. Debe ser un rancho abandonado como la Colonia” refiriéndose a la antigua colonia para estudiantes universitarios de la calle O Higgins frente a la vía que estaba abandonada desde el golpe del 55 y por ello casi destruida.

Llegaron a la casa. Se la veía realmente linda, ocupaba toda la esquina en la parte interna del lote y estaba rodeada por un jardín grande cubierto de troncos, hojas y un gran pastizal. Atravesaron esa mini selva y entraron a la casa. La inspección resultó positiva. Todos concordaron que ese sería el lugar para almacenar maderas, papeles y combustible para la Fogata. Miguel fue designado encargado del lugar y responsable de su cuidado. Amagó una leve protesta en el sentido de que necesitaba ayuda de los demás en esa tarea de cuidado pero todos dijeron que vivían lejos de allí y no podrían ir a la noche. No insistió más, estaba feliz, tenía ahora un motivo incuestionable para que su padre le permitiera ir todas las noches a la casa abandonada a cumplir su tarea de centinela del tesoro.

Los días se sucedieron con normalidad. Por la tarde al salir de la escuela, en la que Miguel desplegaba todas sus habilidades para generar peleas y desorden generalizado, después de almorzar se reunían todos en Cuba y Campos Salles y emprendían la caminata por las calles del barrio juntando cuando elemento combustible encontraban. Al caer la tarde llevaban todo lo reunido a la casa abandonada y lo acomodaban en una habitación del frente.

Ese 29 de junio la fogata de Arcos y Campos Salles fue la mejor del barrio. Muchos vecinos se acercaban a las llamas que ganaban altura e iluminaban la noche invernal. Algunas papas y batatas se iban cocinando en su interior. Todo era bullicio. Felices mirando la luz hipnótica del fuego. La estructura en forma de pirámide resistió un tiempo y luego se desmoronó. Las llamas fueron perdiendo fuerza y quedó finalmente reducido a cenizas humeantes. Lentamente se fue disgregando el grupo. La noche estaba muy fría y apagado el fuego se hacía difícil permanecer al aire libre. Cada uno se fue a su casa, Miguel caminó apurado hacia la Casa Abandonada.

Fue la última vez que lo vieron. Al día siguiente no concurrió a la escuela, al otro tampoco. Cuando pasó una semana se empezaron a preguntar que pasaba con Miguel. Tal vez estuviera enfermo. La señorita Julia no dijo nada cuando Marito le preguntó. Una tarde cuando ya se acercaban las vacaciones de invierno Manuel, Marito, Alfredo y Alcaraz fueron hasta la casa de la calle Cuba. Tocaron varias veces el timbre pero nadie contestó. Era raro que el padre no hubiera ido nunca a la escuela como era habitual en él para preparar la fiesta del 9 de julio. Y que nadie abriera la puerta del PH.

“Es tan loco este Miguel que capaz está viviendo en la Casa Abandonada”. Dijo Manuel. “Vamos a ver si está ahí”.

Caminaron media cuadra hasta la esquina del chalet que tanto quería Miguel. Atravesaron el alambrado en la zona que estaba suelto. Llegaron a la puerta del fondo por la que entraban en la época previa a la fogata y la encontraron bloqueada con material. Lo mismo ocurría con las ventanas y la puerta delantera. No se podía ingresar por ningún lugar a la vivienda. Seguro los dueños habían vuelto a recuperar el lugar, tal vez para venderla. Se retiraron cabizbajos y preocupados.

¿Donde estaba Miguel del Moral?

Pasaron los días y los meses, y la pregunta murió en el olvido.

La vecina de la casa de enfrente al tiempo comentó en la panadería de Cabildo que la noche del 30 de junio dos personas entraron al chalet abandonado y enseguida salieron llevando a los tirones a un chico. Lo subieron al auto negro que habían estacionado sobre Obligado y salieron rumbo a la General Paz. Nunca se pudo comprobar la veracidad del relato de esa señora que en barrio tenía fama de fabuladora.

Los primeros días de julio a Joao le llamó la atención ver desde su Loja, a la argentina, que había llegado con su marido el año anterior a Torres, llevando de la mano a un niño muy blanco y delgado. Enseguida se olvidó del tema ya que no volvió a cruzar ni a la mujer ni al niño.