Darinel Ruiz (México) - El acuerdo

Había tanto rencor en su mirada que fui incapaz de ver su rostro por más de unos segundos. Sus facciones se habían ajustado, sus gestos dudaban, como si quisieran ocultarse.

9/4/2025

Fotografía:

Mimeógrafo #148
Septiembre 2025

El acuerdo

Sub

Darinel Ruiz
(México)

Cita

I

Había tanto rencor en su mirada que fui incapaz de ver su rostro por más de unos segundos. Sus facciones se habían ajustado, sus gestos dudaban, como si quisieran ocultarse. Su voz comprimía el sonido de las palabras; cada una surgió como si llevara años esperando a ser pronunciada.

Cuando sus labios callaron, su voz quedó resonando en mis oídos. No había nada que contestar, solo asentí con un tímido movimiento de cabeza. Su cuerpo dio vuelta y se adentró en la penumbra de la noche.

Tras su partida mi cuerpo quedó anclado al suelo por unos segundos. Pensé en su Padre, sentí la rabia quemar mi pecho, luego lástima. En cuanto mi cuerpo logró dar movimiento a mis piernas, caminé rumbo al centro. Durante buena parte del trayecto sentí como si la rencorosa mirada me vigilaba, como si contara cada uno de mis pasos. Dos o tres veces tuve que corroborar que mi sombra estaba sola.

Mientras caminaba sentía que el rostro me delataba, como si todos estuvieran al tanto de cada uno de mis movimientos. El dispositivo apenas indicaba las nueve. Entré a un café y pedí un expreso doble para volver en sí. Mientras preparaban mi bebida traté de pensar en lo que ocurriría, pero no logré hilvanar coherentemente ni una idea. Decidí que lo mejor sería actuar y no pensar tanto.

Después de salir del café caminé con algo de resignación en los pasos, alcancé a recordar la tarde en que nos conocimos. La noche en que me hundí en su temeroso cuerpo comprendí el por qué de ese silencio. En el momento menos esperado compartió ese secreto que la había estado ahogando desde pequeña. Esa misma noche el acuerdo quedó pactado.

Quizá ha pasado una hora de nuestro encuentro, su voz todavía resuena en mis oídos, su mirada aún atraviesa la frágil materialidad de mi cuerpo. El metal es frío, imponente y rencoroso. La sentencia será justa; el amor al prójimo anulado.

II

La noche los sorprendió abriendo la húmeda tierra. Rígido, álgido, un pálido cuerpo que apenas horas antes se desplazaba por sí mismo, no es más que un despojo, un saco de materia en temprana descomposición. Un orificio en el pómulo izquierdo le confería un extraño gesto al inerte rostro, dos orificios más se incrustaban en el pecho.

Enterrar el cuerpo fue un trabajo más difícil de lo esperado, pues ninguno había cargado con el peso de un muerto antes. Los dos se movían con torpeza entre la tenue claridad de la noche, sus pasos eran discretos, buscaban con insistencia sus miradas para atenuar el remordimiento.

El rocío nocturno cubrió de pequeñas gotas la hierba del campo, la brisa sacudió las ramas más delgadas de los árboles. Por sus intersticios la luz se filtró proyectando débiles sombras. El silencio era entrecortado por el estridente sonido de una pala.

Cuando cavaron lo suficiente dejaron caer el cuerpo a la fosa, emergió un sonido seco que los contrarió por un momento. Regresaron la tierra a su lugar, conforme cubrían el cuerpo el arrepentimiento se fue agolpando. Cubierto el sepulcro, esperaron unos minutos como para asegurarse que el muerto no fuera a escapar.

Ambos habían creído que la muerte afianzaría la unión, pues justa era la causa. Para su sorpresa sucedió lo contrario. A los pocos días la culpa comenzó a consumirlos, a filtrarse en las palabras y hasta en los recuerdos. No podían verse sin ver el rostro del difunto. Decidieron andar por caminos diferentes para dividir así la culpa. No volverían a encontrarse nunca más, aunque siempre estarían unidos por ese cuerpo que de a poco, se convertiría en tierra fermentada.

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