(Guiños y parpadeos)

Carlos Suchowolski
(España)

El individuo se contempló seriamente unos minutos, observando sus facciones con detalle, para por fin ponerse a hacer morisquetas delante del espejo, añadiendo de vez en cuando un espontáneo sonido gutural. Así, se vio sucesivamente con cara de mono, de gnomo burlón, de viejo dolorido, de malo malísimo, de tonto, de mucho más tonto, y así más y más... Llevaba haciendo mil y una expresiones diferentes, sin que pareciera dispuesto a abandonar, evidentemente obsesionado por superarse en cada intento. Parecía disponer de un arcón sin fondo, lleno de máscaras que iba reemplazando unas a otras en el reflejo, obrando de ese modo mutaciones sin descanso. Por su parte, el espejo comenzó a temblar bajo la superficie del cristal, acusando los esfuerzos a los que era sometido con un creciente dolor de sus cristalinos músculos faciales. Aquella sucesión vertiginosa de gestos que se veía obligado a copiar amenazaba con resquebrajarlo en mil pedazos. De haber tenido garras lo habría estrangulado o desgarrado, de disponer de voz le habría gritado «¡Basta!», incluso «¡Basta, por compasión!», si hubiese podido contar con gestos propios le habría devuelto al menos un mudo pero expresivo gesto de repulsa, en todo caso de súplica, como le pedían las entrañas. En ese momento, al borde de la desesperación y la locura, se encontró teniendo que reproducir una pose que consiguió en el acto evitar que fuera sustituida por cualquiera que le habría podido seguir, y, con el rostro terrible que el otro, seguro de no correr riesgo alguno que lo refrenase, le facilitara, extendió las fauces reflejadas y se tragó de un instantáneo bocado.