Axel Nuricumbo (México) - Estrella distante
De todas las estrellas en el cielo, puedo ver sólo la tuya. Esas palabras aún retumban en mi cabeza y disparan el recuerdo de aquel momento.

Mimeógrafo
#151 | Diciembre 2025
Estrella distante
Axel Nuricumbo
(México)
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We’re all just following the light of long dead stars
Finn Andrews
De todas las estrellas en el cielo, puedo ver sólo la tuya. Esas palabras aún retumban en mi cabeza y disparan el recuerdo de aquel momento. Aún puedo vernos con claridad, recostados en el techo de su casa. En silencio nos decíamos todo, nadie osaba romperlo, si quiera respirar era un atrevimiento. Luego, de la nada, entre besos, sin intención alguna de parar, sabíamos en qué terminaría esa noche.
Aquella vez en su casa, despertó mi vida o, mejor dicho, me despertó a la vida. Cuando recuerdo esa noche, confirmo que en ninguna otra ocasión me sentí tan diferente. Su voz, su sonrisa, su manera de mirarme y ya su beso, eran formas nuevas, todo tenía un sabor a vivo, cada detalle escondía algo, podía escuchar mis latidos, el aire que expulsaba de mi boca, el viento sobre mi cara. Desde entonces veo todo con mayor atención, si algo me enseñó, es que cada instante vale.
Ese día, después de la escuela y antes de llegar a su casa, pasamos por el parque. Nos sentamos sobre el pasto a ver la tarde correr. No hablamos, ella no solía decir mucho. Escuchamos música de su celular, puso un audífono en mi oído y de inmediato colgó los ojos en la nada como acostumbraba hacerlo. Jugaba con sus dedos, seguía con sus manos el compás de la canción y las dejaba golpear ligeramente su abdomen, mientras yo hacía lo mismo, pero con mi pie sobre la hierba.
Al término de un par de canciones, caminamos hasta su casa. Su padre pasaba la mitad del tiempo fuera de la ciudad debido al trabajo y su madre no regresaba hasta ya entrada la noche. Entramos a la casa vacía entre sonrisas y, sin decirme nada, arrojó las mochilas sobre el suelo y me llevó hasta la azotea. Fue la primera vez que fui más allá de la sala, poco más recuerdo que su mano jalando de la mía y su caminar escaleras arriba.
Ya en las alturas de la casa, cuando la noche entraba, se quitó los zapatos, se acostó y me dijo:
-Cuéntame algo.
–Algo de qué. Le dije.
–Algo, de lo que quieras. Respondió sonriendo.
No se me ocurrió otra cosa que mirar al cielo e inventar un montón de tonterías sobre las estrellas, que si su luz nos llegaba tarde, que si era una enana azul o roja, que si tal constelación era esto o aquello, bla… bla… bla... como si de verdad supiese de lo que hablaba. Creo que sabía mentir y eso fue lo que le gustó de mí.
Cada que decía algo, ella sólo asentía y sonreía en complicidad conmigo. Su mirada alternaba entre lo que le decía y el cielo. Le gustaba escucharme hablar y aún mejor, le gustaba callarme, con una mano tapaba mi boca presionando mis labios con sus dedos y bajaba mis párpados con su otra mano. Me tomaba del cuello y me besaba con dulce autoridad, con una seguridad irresistible, me besaba como si quisiese revelarme un secreto y, al mismo tiempo, dejarme con la duda.
Luego de la sesión de astronomía imaginaria, me calló como de costumbre, tomó mi mano y me llevó a su recámara. Una vez allí, sin decir absolutamente nada, me fue envolviendo en ella, nos desnudó y cerró mis ojos, bebimos nuestras bocas, nos conocimos labio a labio, un súbito calor me subió hasta el cuello, una tensión de la que sólo podía liberarme con su cuerpo, supe por primera vez qué es lo opuesto a estar solo.
Lo que pasó después, puede recordarlo con lucidez mi cuerpo, no así mis ojos. A oscuras, todo un espectáculo de estruendo y quietud, de pálpitos acelerados y contorsiones improbables. Al final del acto, muerto de sueño, no hubo más que un abrazo y su voz diciéndome de todas las estrellas en el cielo, puedo ver sólo la tuya. No pude más que sonreír y dejar caer los párpados pesados.
Luego de los novecientos segundos de descanso más profundos, desperté con su voz diciendo mi mamá ya viene. Nos vestimos con apuro, bajamos de prisa y entre risas al comedor. Su mamá, entretanto, abría la puerta, apenas si pudimos encender el televisor, no recuerdo en qué canal ni qué programa, sólo recuerdo a su madre decirnos:
-Es tarde, debemos llevarte a tu casa, hijo.
No pude más que asentir entre nervioso y apenado.
De camino a casa, no recuerdo demasiado, vagamente una conversación con su madre. Sólo me acuerdo del final del trayecto, mi casa a oscuras, ella tomando mi mano y regalándome una sonrisa como en complicidad, como si me revelara aquel secreto que guardaba en aquel beso.
Esa fue la última vez que la vi, el lunes llegó, pero ella no a clases y así pasaron martes, miércoles, y los días vacíos. No supe más de ella hasta un par de semanas después. A su padre lo transfirieron fuera del país y tuvieron que mudarse. Poco me quedó de ella, el recuerdo de aquella noche y una que otra canción grabada en la cabeza.
Cada que veo al cielo, reconozco las tres mismas estrellas alineadas, puedo ver el orden de un caos brillante. Y al reconocer el cielo, reconozco también su rostro, sus ojos clavados en la nada, pensando quién sabe en qué tantas cosas, reconozco la caída de su cabello al lado izquierdo de su frente, su olor, su sonrisa apenas perceptible. Recuerdo el silencio, muy parecido a este que me permite escuchar el mismo viento, las mismas luces, el mismo murmullar de la ciudad en que me he estancado, y ella, distante, entre otras luces, entre otros cuerpos, pero bajo el mismo manto de diamantes blancos, bajo el mismo cielo de luces encendidas.
Me pregunto si ella también me recuerda así, si cuando está bajo la noche, mirando cielo arriba me busca entre las estrellas. Me pregunto, si como yo, cada que hay cielo desnudo, sonríe porque sabe, que cuando ve hacia aquella estrella, ve también el recuerdo de aquella tarde en que fuimos uno y ya no dos.
Cita

