M.S. Alonso (Venezuela) - Amor desesperado
Recuerdo la primera y única vez que leí los diarios de mi madre. Yo era tan solo una niña de ocho años. Desde muy pequeña, palpitó en mí el fuego de la curiosidad.


Mimeógrafo #144
Mayo 2025
Amor desesperado
M.S. Alonso
(Venezuela)
Cita
Recuerdo la primera y única vez que leí los diarios de mi madre. Yo era tan solo una niña de ocho años. Desde muy pequeña, palpitó en mí el fuego de la curiosidad. Un rasgo de personalidad, que me traería problemas a los largo de la vida, y que, más sin embargo, en ese momento me haría comprender que existen hechos, que no nos corresponde conocer, y mucho menos a tan corta edad.
Aquella mañana transcurría tranquila. Yo me encontraba de vacaciones escolares por Navidad y veía los dibujos animados, en la TV de mi habitación. Madre, preparaba el desayuno: huevos revueltos con queso y arepas. Recuerdo claramente lo que era, pues ella solía preparar mis desayunos favoritos cuando yo estaba en casa.
–ALTAIS, VEN A DESAYUNAR. –Llamó Madre.
Rápido me levante de la cama, y fui hasta la cocina, lugar donde solíamos desayunar. Ambas comimos y tomamos jugo de durazno, mi favorito por aquellos días. Cuando terminamos, madre me dijo que saldría un momento. Necesitaba comprar un frasco de pasta de tomate, para preparar carne en salsa para el almuerzo y la cena. Yo asentí, y me fui otra vez a mi habitación.
Como los dibujos animados eran programación de años anteriores, ya los había visto. Fue entonces, cuando por aburrimiento, decidí ir a la sala y comencé a revisar un mueble con gavetas donde mis padres solían guardar papeles importantes como, título de propiedad de la casa, facturas, partidas de nacimientos, exámenes de sangre viejos, garantías de electrodomésticos, y una que otra agenda de años anteriores.
Desde muy pequeña, leía todo lo que tenía letras. Desde notas sin importancia en pequeños papeles, hasta las grandes vallas publicitarias en la autopista. Camino al Parque Nacional Morrocoy desde Valencia, todo quería leerlo. La persona artífice de tan notable hecho, es madre. Antes de entrar a preescolar, cuando contaba con tres años, ella comenzó a enseñarme a leer y a escribir las vocales, el abecedario y algunas palabras, con la ayuda de un libro de educación inicial cuyo nombre era, “Mi Jardín”. De esa manera, con tres años, comenzaba a leer, escribir y también sabía rezar. El Padre Nuestro y el Ave María, eran las oraciones, que noche a noche rezábamos juntas. Algunas palabras se me olvidaban al principio, pero con las semanas comencé a rezar yo sola.
Por ello, aquella mañana comencé a leer cada nota, cada papel en carpeta que encontré en ese mueble con gavetas, y por supuesto, cada agenda. Fue en lo que creí era una agenda y que en realidad era un cuaderno, el lugar donde encontré lo que no debía leer.
El cuaderno no estaba forrado, era marca CARIBE. Uno de los que vendían por aquellos años. Tenía por fecha 1980 – 1981 y estaba sin nombre. Supe que era de mi madre al ver su firma en la primera página.
Ella no llegaba, así que me senté en el suelo y me puse a leer hechos de su vida que, por aquel entonces, no comprendí del todo. Leer lo que hubo escrito de su puño y letra, sobre acontecimientos que por ser una niña me eran desconocidos, me hizo comprender a tan corta edad, que Madre no solo era mi mamá, sino que también era hija, hermana y amiga.
De todo lo que hube leído aquella mañana, un párrafo se quedó grabado a fuego en mi mente:
“El medico dijo que yo soy la del problema. Debo hablar con mi esposo, decirle que no me importa, que vaya y tenga un hijo con otra mujer. Puede tenerlo, y que luego me lo dé a mí. Yo lo querré como mío. Será mi hijo y no de ella”.
Justamente, fue ese párrafo lo que me hizo dudar, durante poco más de diez años, que yo hubiera nacido de su vientre. Desde mi visón infante, Madre, había plasmado en papel, su deseo de tener un hijo a toda costa, sin importar el cómo. No pensó en la adopción. Amaba tanto a papá, que deseaba un hijo que llevara su sangre, que se pareciera en todo a él. Su plan era pedirle que engendrara un hijo con otra mujer, y cuando el niño naciera, se lo diera a ella para criarlo. El motivo de aquel pequeño texto se debía a que los médicos habían dicho que los problemas de infertilidad venían dados por ella.
Para una niña de ocho años, que jamás vio fotografías de su madre embarazada, era un evidente indicador de que ella no era su madre, al menos no biológica. Cuando comencé a preguntar por qué no había fotos de mamá embarazada, la respuesta de mi padre fue que él no había comprado cámara fotográfica, porque yo no había nacido. Y en efecto, la primera cámara fotográfica de papá, fue comprada quince días después de mi nacimiento, para tener recuerdos de mí, mientras crecía.
El tiempo transcurrió, y yo seguí con la duda de que ella fuera mi madre biológica. La acción de dudar, a su vez, me parecía un hecho tan ajeno, pues madre me había contado que, la noche antes de morir abuelo, ella sintió que él le acariciaba el vientre en embarazo, tal y como hacia cada vez que la veía. Madre jamás mentía o miente al hablar de su padre. Él fue el primer amor en su vida.
Cada vez que madre se enfadaba conmigo por algo, yo pensaba que no era su hija. Jamás lo dije en voz alta, pues si lo hacía, quizás el hecho podría volverse una realidad dura y amarga de aceptar.
A lo largo de mi vida, un miedo sustituyó al otro. El miedo de que ella no fuera mi madre biológica se vio sustituido a los diez años, por el miedo a la perdida de la niñez. Con diez años tuve mi primera menstruación, algo que no me hizo sentir cómoda conmigo misma, durante muchos años. Luego, llegó el miedo por iniciar bachillerato, después fue el acoso escolar por ser hija única y tener sobrepeso. Finalmente, dentro de todo ese caos, llegó el miedo al ingreso de la universidad.
Cierto día, cuando estaba en la veintena fuimos a un médico que conocía a mis padres desde jóvenes. Ese médico, cuyo nombre era Francisco Castillo, resultó ser hijo del ginecólogo que trató a madre y remitió a padre a un médico especialista en urología, dando así con el problema de infertilidad. Tanto mamá como papá, se habían sometido a tratamientos, acordes a la época; de esta manera madre logró quedar embarazada. Creo que nunca alcanzó a decirle la idea que hubo escrito en su diario.
Hoy, que camino por la sala de esta casa, que madre comenzó la senectud de sus días, puedo comprender con madurez plena lo que ella esperaba. El camino que transitó para tenerme estuvo lleno de dolor y desespero. Madre nunca fue mala persona, hoy tampoco lo es. Únicamente era una mujer, que amaba inmensamente a su esposo, aun lo hace, y creyó desde el ímpetu que nos otorga la juventud, que si mi padre engendraba un hijo con otra mujer, él se lo daría a ella. Algo de lo que yo no estoy tan segura, pues que en cuarenta y cinco años de casados, mi padre jamás le ha sido infiel.
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