Max Aub (España) - Hablaba y hablaba

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar.

Indice:

Cuento: Max Aub (España) - Hablaba y hablaba
Ensayo:
Hablaba y hablaba de Max Aub: El eco vacío de las palabras
Bibliografía

Hablaba y hablaba

Max Aub
(España)

(Cita)

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.

Hablaba y hablaba de Max Aub: El eco vacío de las palabras

B. Itzamná

Abstract
El presente ensayo propone una lectura hermenéutica del cuento Hablaba y hablaba de Max Aub, explorando el modo en que el autor transforma el exceso verbal en un símbolo del aislamiento humano. A través de un análisis dividido en seis secciones, se examina el valor del título, la figura del personaje principal, el papel del lenguaje como encierro, el vacío del discurso y la dimensión simbólica de la palabra, el encierro y el eco. El cuento, lejos de ser una simple anécdota, funciona como una alegoría contemporánea del desgaste del lenguaje y la desconexión entre hablante y oyente. En lugar de presentar un discurso explícito, Aub apela al silencio y al vacío como potentes vehículos de sentido, invitando al lector a una reflexión sobre los límites de la comunicación en una sociedad saturada de palabras. El análisis concluye con la afirmación de que la verdadera tragedia del personaje —y quizá del sujeto moderno— no es hablar en exceso, sino hablar sin ser escuchado.

Max Aub, la palabra y el exilio

Max Aub fue un escritor marcado por el desplazamiento, por la fractura entre lenguas, países y realidades. Nacido en Francia, de padre alemán y madre francesa, pero criado en España, su vida dio un vuelco definitivo tras la Guerra Civil Española, que lo llevó al exilio en Francia y luego a México. Esta condición de exiliado no fue solo geográfica: también fue lingüística, cultural y, en cierto modo, existencial. Desde esa perspectiva, la palabra para Aub no es algo neutro ni transparente: es un campo de batalla, un lugar de ambigüedades, un vehículo que puede tanto revelar como ocultar, tanto conectar como aislar.

En ese contexto, el cuento “Hablaba y hablaba” puede leerse como una síntesis irónica y sombría de esa obsesión: ¿qué significa hablar cuando ya no hay nadie que escuche? ¿Cuándo lo dicho no comunica, no transforma, no toca al otro? En pocas líneas, el cuento encierra una crítica al uso banal del lenguaje, al ruido que se disfraza de discurso, y al poder que las palabras pierden cuando se vuelven rutina o compulsión.

A través de un personaje que habla sin cesar, sin detenerse ni siquiera ante la soledad, Aub dibuja una figura trágica en clave de humor negro: alguien condenado por sus propias palabras, que ha perdido la capacidad de callar y, por tanto, también la de decir algo con sentido. El título mismo, Hablaba y hablaba, funciona como una pista irónica: nos promete acción, discurso, relato; pero en realidad, nos entrega su disolución.

Este análisis propone una lectura profunda del cuento, atendiendo no solo a su argumento, sino también a sus símbolos, paradojas y silencios. A través de esta breve pero potente fábula moderna, Aub nos enfrenta con una pregunta tan antigua como urgente: ¿para qué sirven las palabras, cuando ya no comunican?

Decir sin decir: una reflexión sobre el lenguaje vacío

Desde la primera línea del cuento, Max Aub nos lanza sin rodeos al corazón de su paradoja: un personaje que habla sin cesar, que no puede detener su discurso, que llena el espacio con palabras... pero que, en el fondo, no dice nada. La repetición del título —Hablaba y hablaba— ya advierte una especie de letanía, una acción que se perpetúa sin finalidad, sin transformación, sin interlocutor. En este gesto, el hablar se vuelve automático, mecánico, un acto sin contenido.

Este personaje podría ser cualquiera. No tiene nombre, edad ni rostro. No importa quién sea porque su drama no es individual, sino universal. Es el sujeto moderno atrapado en el lenguaje: alguien que, en su necesidad desesperada de afirmarse, de existir a través de la palabra, pierde el sentido de lo que dice. Su monólogo —aunque no lo oímos en el cuento, pero lo intuimos— es probablemente un conjunto de frases sin dirección ni profundidad. Y sin embargo, no puede callar. Como si el silencio fuera peor que el sinsentido. Como si el lenguaje, aun vacío, le diera una forma de existencia.

Aub no nos muestra los discursos del personaje. No importa lo que diga; lo que importa es que habla. Y eso es lo trágico: el lenguaje ha dejado de ser puente para convertirse en barrera, en ruido, en encierro. Hablar aquí no es comunicarse; es encerrarse en uno mismo, repetir sin pensar, llenar el aire de palabras para no enfrentar el silencio.

La ironía del cuento es afilada. Mientras el personaje cree estar cumpliendo su función —decir, narrar, expresarse—, en realidad está cayendo en un abismo de incomunicación. Sus palabras no llegan a nadie. Quizá, incluso, ya no hay nadie que las escuche. Pero él sigue hablando, como si la maquinaria no pudiera detenerse. Este retrato refleja también cierta crítica social: el mundo contemporáneo, saturado de discursos, opiniones, declaraciones constantes, pero donde rara vez se escucha o se dice algo verdaderamente profundo.

En ese sentido, el cuento puede leerse como una metáfora del mal moderno del lenguaje: hablamos demasiado, decimos poco. Y, en el proceso, nos volvemos sordos al otro, e incluso a nosotros mismos.

Silencio como condena: paradojas del castigo

En Hablaba y hablaba, la mayor ironía aparece hacia el final del cuento, cuando comprendemos que ese incesante hablar no es solo una costumbre o una manía, sino un castigo. Max Aub invierte aquí una idea que suele parecer natural: que el silencio es una forma de represión, y el habla una forma de libertad. Pero en este caso ocurre lo contrario. El personaje ha sido condenado, no a callar, sino a hablar sin parar. Lo que normalmente consideraríamos un derecho, una facultad humana —el habla— se transforma en una prisión.

¿Quién lo ha condenado? El cuento no lo dice. No hay tribunal, no hay juez, no hay testigos. Solo se insinúa una figura externa —“le advirtieron”— que marca una frontera invisible: si no se calla, será expulsado. Y lo es. El castigo es simple: alejarlo. Y aun así, él sigue hablando. Es como si la condena no viniera de fuera, sino de dentro. Como si no pudiera dejar de hablar porque ha perdido la capacidad de callar. Aquí el castigo no es una pena impuesta, sino una condena ontológica, una condición del ser.

Este detalle transforma al personaje en una figura trágica: ya no es solo alguien que molesta, sino alguien que está preso en su propio mecanismo de lenguaje. Hablar, en vez de abrirle el mundo, lo encierra. Es un eco que solo él oye, una compulsión sin respuesta. En el fondo, el cuento nos plantea una pregunta inquietante: ¿qué ocurre cuando el lenguaje deja de ser un puente y se vuelve un bucle?

En ese sentido, el castigo no es simplemente hablar: el castigo es no poder parar. Y con ello, se rompe la posibilidad del diálogo. La palabra, sin pausa, sin escucha, sin silencio, se vuelve un monólogo insoportable. Hablar por hablar es como caminar sin dirección: uno puede avanzar, pero no llega a ninguna parte.

Aub nos recuerda, de forma sutil pero poderosa, que el silencio es parte esencial del lenguaje. Solo en el espacio entre palabras se construye el sentido. El que habla sin cesar está excluido de esa posibilidad: no hay espacio para la pausa, para el otro, para la reflexión. El personaje está solo, no porque nadie lo acompañe, sino porque ha perdido la posibilidad de compartir el mundo con otro a través del lenguaje.

El espejo del lector: lo que no se dice

En Hablaba y hablaba, lo más potente no está en lo que el personaje dice —porque nunca sabemos exactamente qué dice—, sino en lo que el cuento calla. Max Aub elige no reproducir ni una sola palabra del protagonista. El lector no escucha su discurso, solo lo imagina. Este vacío es deliberado: el cuento nos confronta con un hablante invisible, cuya verborrea infinita debemos completar en nuestra mente. En ese silencio narrativo, somos empujados a interpretar, a imaginar, a ocupar el espacio vacío con nuestras propias voces interiores.

Aquí es donde el cuento se convierte en espejo del lector. ¿Qué imaginamos que dice ese personaje? ¿Una perorata política? ¿Un monólogo doméstico? ¿Un sermón sin fin? ¿Un discurso narcisista? El cuento no lo especifica, porque su fuerza simbólica radica precisamente en esa omisión: el personaje que habla sin decir puede representar cualquier forma de discurso vacío. Y en ese gesto, Aub abre la puerta a una crítica más amplia: la palabra hueca está en todas partes, y quizá también en nosotros.

Esta técnica también activa la complicidad crítica del lector. Nos preguntamos no solo qué dice el personaje, sino por qué no puede parar. ¿Le teme al silencio? ¿Está solo? ¿Cree que lo que dice importa, aunque nadie lo escuche? En esa figura hay algo del bufón, del loco, del profeta ignorado o incluso del hombre común, obsesionado con llenar el vacío con palabras. El cuento no juzga abiertamente, pero sí nos hace mirar al personaje con una mezcla de ironía y compasión, como si intuyéramos que su cháchara inagotable es también una forma de defensa contra el vacío.

Max Aub no necesita explicar todo. Su economía narrativa es precisa y aguda. En apenas unos párrafos, logra que el lector se sienta incómodo, interpelado, incluso reflejado. ¿Cuántas veces hablamos solo para no escuchar? ¿Cuántas veces repetimos discursos heredados, sin pensar lo que decimos? El personaje que “hablaba y hablaba” no es solo un caso extremo: es una figura que nos devuelve una imagen inquietante de nosotros mismos.

En este silencio cargado de sentido, el cuento opera como una alegoría del exceso verbal contemporáneo, pero también como una advertencia: hablar sin pausa no es comunicar, es diluir el sentido.

Simbología: palabra, encierro y eco

El cuento Hablaba y hablaba, aunque breve y sencillo en apariencia, está cargado de símbolos profundos que nos invitan a leer más allá del argumento. Max Aub, con su estilo conciso y agudo, deja caer pistas simbólicas que enriquecen el texto y amplían su resonancia. Tres símbolos destacan con fuerza: la palabra, el encierro y el eco.

La palabra como símbolo de poder (y de pérdida)

En muchas culturas, la palabra es símbolo de creación, de vínculo, de humanidad. “En el principio fue el verbo”, dice el Evangelio. Pero Aub subvierte ese principio. En su cuento, la palabra no crea, no comunica, no libera. Todo lo contrario: encierra. Se convierte en una forma de alienación, de clausura del mundo. Es una palabra que ha perdido su carne, su sentido, su dirección. En lugar de tender puentes, construye muros. Así, el personaje ya no domina el lenguaje: es dominado por él.

Esta inversión del valor simbólico de la palabra revela una visión crítica y melancólica. Hablar ya no es un acto sagrado ni humano: es una rutina, una compulsión, una condena. La palabra se ha vaciado de contenido, y con ella, el sujeto que la pronuncia se ha vaciado también.

El encierro como figura existencial

Aunque el cuento no menciona una celda ni una cárcel, el protagonista está encerrado. Es un encierro simbólico, sí, pero tan real como el de una prisión. Está aislado por su hablar constante, por su incapacidad de detenerse, por la imposibilidad de escuchar. Nadie lo entiende, nadie lo soporta, nadie lo acompaña. Su castigo es la exclusión, y él mismo es su propio carcelero.

Este encierro no necesita barrotes: está hecho de palabras. Palabras que se multiplican y que, como ladrillos, lo rodean, lo aíslan, lo inmovilizan. El lenguaje que debería conectarlo con el mundo lo ha separado de él. Y en ese sentido, el encierro es también una metáfora del exilio —tema central en la obra de Aub—: no solo el exilio geográfico, sino el exilio del lenguaje, de la comunidad, de la escucha.

El eco como residuo del sentido

Si el personaje habla sin cesar, pero nadie lo escucha, entonces su voz no es diálogo: es eco. Un eco no comunica, solo repite. No tiene dirección, solo rebota. El eco es el residuo de una palabra que ya no encuentra interlocutor. Y ese eco se convierte en una especie de fantasma: un sonido que se perpetúa sin cuerpo, sin alma, sin respuesta.

El personaje es, en el fondo, una voz que se ha convertido en eco de sí misma. Repite compulsivamente una serie de frases que ya no afectan al mundo. Como un eco que se multiplica en el vacío, sus palabras no construyen ni destruyen: solo resuenan, una y otra vez, hasta que ya no significan nada. En esta figura del eco, Aub condensa la tragedia del hablante moderno: tener voz, pero no interlocutor; tener palabras, pero no sentido.

La tragedia del lenguaje sin pausa

Hablaba y hablaba, de Max Aub, es un cuento breve, casi anecdótico en su superficie, pero de una profundidad inquietante. Su fuerza no está en la acción, sino en la repetición; no en el contenido del habla, sino en su exceso. Con una economía verbal admirable, Aub construye una parábola moderna sobre el desgaste del lenguaje, el aislamiento del sujeto moderno y la tragedia de hablar sin ser escuchado.

El protagonista no es un personaje en el sentido clásico: es una voz sin cuerpo, una función sin identidad, un símbolo de todos los que, por hablar sin medida, terminan por quedarse solos. La palabra, en lugar de salvarlo, lo condena. Y es ahí donde reside la ironía esencial del cuento: el lenguaje, que debería ser puente, se vuelve prisión.

A través de su silencio narrativo —pues nunca sabemos lo que dice el personaje—, el cuento obliga al lector a ocupar ese vacío, a proyectar sus propias inquietudes, y a preguntarse si alguna vez ha hablado demasiado, sin decir nada; si alguna vez ha sentido que su voz no alcanza al otro; si el ruido que genera es solo una forma de no enfrentarse al silencio.

Hablaba y hablaba no solo retrata a un hablante condenado: retrata una época, una condición, una sociedad saturada de palabras, donde la abundancia de discurso ya no garantiza sentido, ni comprensión, ni comunidad. Es una crítica sutil pero poderosa al ruido del mundo moderno, donde el verdadero gesto subversivo tal vez no sea hablar más, sino saber callar a tiempo.

Con este cuento, Max Aub nos recuerda que el lenguaje, si no va acompañado de escucha, de pausa, de silencio compartido, pierde su esencia. Y en esa pérdida, el ser humano corre el riesgo de quedar atrapado en un laberinto de palabras vacías, donde nadie —ni siquiera él mismo— puede ya oír el sentido de lo que dice.

Bibliografía

  • Aub, Max. Crímenes ejemplares. México: Joaquín Mortiz, 1957.

  • Aub, Max. Manuscrito Cuervo. Valencia: Pre-Textos, 2003.

  • Cixous, Hélène. La risa de la Medusa. Madrid: Anthropos, 1995.

  • Todorov, Tzvetan. La literatura en peligro. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2007.

  • Barthes, Roland. El susurro del lenguaje. Madrid: Paidós, 1994.

  • Paz, Octavio. El arco y la lira. México: Fondo de Cultura Económica, 1956.

  • Blanchot, Maurice. El espacio literario. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2005.