La prueba de jade o la peregrinación del asombro
Lenguaje húmedo de colores de la tierra; poesía mineral: sustrato para palabras vegetales que respiran un dialecto de faunas prodigiosas: así es La prueba de jade (Buenos Aires Poetry, 2024) del poeta colombiano Edinson Aladino. Esta obra, compuesta por cuarenta y cuatro poemas, es «una prisión del agua donde se despereza el pájaro hoguera, deshaciendo el fuego en gotas», una elucubración intensa sobre los móviles comunicativos del habla y del silencio.


Mimeógrafo #142
Marzo 2025
La prueba de jade
Arturo Hernández González
(Colombia)
o la peregrinación del asombro
« (...) la sílaba detenida entre el río que impulsa
y el espejo que detiene»
JOSÉ LEZAMA LIMA
Lenguaje húmedo de colores de la tierra; poesía mineral: sustrato para palabras vegetales que respiran un dialecto de faunas prodigiosas: así es La prueba de jade (Buenos Aires Poetry, 2024) del poeta colombiano Edinson Aladino. Esta obra, compuesta por cuarenta y cuatro poemas, es «una prisión del agua donde se despereza el pájaro hoguera, deshaciendo el fuego en gotas», una elucubración intensa sobre los móviles comunicativos del habla y del silencio.
Este poemario celebra en igual medida la ortoepía y el dechado protagórico de todas las medidas del mundo: en el primer texto (Gastón Baquero se convierte en pez), por ejemplo, el autor suscita una remembranza biográfica del escritor cubano haciéndolo pez infinito, cardumen de sí mismo, mar de su propio ser ante la historia. También con el ajedrecista José Raúl Capablanca, quien monologa desde el poema su vida probable, sus obsesiones y búsquedas: «Como un animal que aprieta un limón de oro / he buscado en las crecidas ventanas del invierno / el posible sueño fugitivo de la rosa / y las breves llamaradas de palabras / que ciñe el rocío al amanecer». En ambos casos el mecanismo es idéntico: insistir con la mirada en el ser humano al que ficciona y encomia. Podría, claro, haber perpetrado un poema dedicado al ajedrez como Rosario Castellanos, Jorge Luis Borges o Ida Vitale, pero prefiere positivamente detenerse —un instante—, en el hombre, en el ejercicio de su admiración secreta: «Me he vestido de común silencio / para contemplar (...) / el rostro del horizonte apenas respirado / por la nieve y el páramo». Esta moral de lo humano trascendida en verso se afirma en otros lugares con igual belleza; «Mi ojo -negra abeja insomne- / apenas otea el aljibe y la ceniza. / Apenas oye el mar revoloteando / en la copa de la tinta» (p. 28) o «La sangre, la misma sangre / que fluye desde lo alto, recoge en su pulso la tarde» (p. 56).
En esta obra hay algo del amoroso instinto de Lizalde, del juego de lo inusitado de Arreola, de la evocación de las geografías de la memoria de Bustos Aguirre y, claramente, del movimiento total hacia el erotismo alegórico de Lezama Lima. A este último se debe tanto el título del libro como una prudente influencia temática, perceptible en algunos pasajes de la segunda sección de la obra (Bitácora de un pintor), en la que se ensaya con gran lucidez una erótica mítica que confabula la crónica menor de la carne con el límite de los elementos naturales: «La espina dorsal como un surco, los senos de maíz / donde sonoro permanece el mar» (p.44); «[Pinté su cuerpo desnudo] sintiendo la tierra de sus venas / que nadie había deletreado» (p.42); «Escucho caer alfileres / y pájaros nocturnos a la señal de la cruz // Allí donde el regalo de los dones / pierde la forma del rocío» (p.46).
Edinson Aladino vive la lectura como una vocación (goce) ineludible, de ahí que La prueba de jade abarque con gran belleza todas las artes vivas sin importar su origen. El poema que más me impresionó de la primera sección de la obra es El maestro y el tokonoma (p. 14), en cuyos versos, un viejo sabio que reposa en el tokonoma, habitación ritual de estilo japonés, contempla un kakemono, una pintura decorativa que se nos dice, es «como la seda del vacío». A la contemplación sigue la transmutación, el milagro del color que cobra vida. Así como en el cuento de Akutagawa, en el que un artista se pierde en la pintura que ha realizado en un biombo, el sabio de Edinson Aladino aprehende la función reactiva y mágica del jade: hacer de los opuestos unidad sosegada, transformar las dos caras de la moneda en tránsito constante sobre una cinta de Moebius.
«La fragilidad del monstruo es su esplendor» (p.55), nos dice el autor, advirtiendo que quizá, ante la voracidad del tiempo y su concurso de ruinas, incluso los poderes sobrehumanos involucionan a la vulnerabilidad inconsciente y sin embargo luminosa de aquello que pervive en el aire y luego muere. El mundo es un sueño narcótico, soñado por seres homéricos y masticado luego «por los dientes del cansancio» (p.24). En La prueba de jade asistimos a una peregrinación entre la epopeya reescrita por una imaginación maravillada y la etopeya de los lugares en los que fue feliz el alma; de la gran tradición del mundo a la escritura del yo poético, el itinerario que nos propone Edinson Aladino es uno de asombro y luz natural. La página siempre nos inicia (p.31), parece susurrar el poeta desde su brillante premonición del pasado, su remembranza del cencio futuro.