Irving Antonio Aréchar (México) La prueba del olvido

Hoy es el gran día, me encuentro parado en la puerta principal del palacio de justicia, esperando que llamen a todos los demás que estamos aquí, para dar inicio el tan esperado momento. He trabajado duro este año para lograr tener la oportunidad de tener una gran vida, como mi familia siempre quiso.

4/23/2025

Mimeógrafo #143
Abril 2025

Fotografía:

La prueba del olvido

Irving Antonio Aréchar
(México)

El sistema es injusto y los pobres
se llevan la peor parte”.
SUZANNE COLLINS

Hoy es el gran día, me encuentro parado en la puerta principal del palacio de justicia, esperando que llamen a todos los demás que estamos aquí, para dar inicio el tan esperado momento. He trabajado duro este año para lograr tener la oportunidad de tener una gran vida, como mi familia siempre quiso. Sin embargo, no me siento ilusionado con esto. El estómago me revuelve por dentro, siento un dolor punzante en la cabeza y un hastío que me llena todo mi ser. Presiento un mal augurio.

Con los nervios de punta llenándome de los pies a la cabeza, hago un recuento de todo lo que pasó en este año que me preparé para este día. Trescientos sesenta y cinco días, leyendo, memorizando y reflexionando sobre cada uno de los aspectos que podían venir en la mentada “prueba del olvido”. ¿Por qué le dicen así? Bueno, agradezcamos a nuestro querido expresidente, Luis Echeverría, quien tras el legendario “halconazo”, se le ocurrió una manera radical de hacernos entender a nosotros los jóvenes, que debíamos olvidar todo tipo de rebeldía barata, lo cual iba en contra de lo verdaderamente importante, como la educación, el respeto, la solidaridad y la patria; según el gobierno, tras lo ocurrido en el 68 y el 71, nos alejamos de lo primordial en la sociedad mexicana: familia, respeto y tradición. Por eso existe la prueba del olvido, para dejar a un lado las malas costumbres. ¿Cuáles malas costumbres? ¿Consciencia y libertad? ¿Eso es lo que quieren que olvidemos? Lo han logrado, hasta ahora.

Recuerdo mis años en la universidad, adoptando una actitud radical ante mis profesores y compañeros de escuela. Todos me adoraban porque luchaba contra el sistema, incluso en el palacio de justicia, donde daba mi servicio social y tendré mi prueba en cualquier momento, la gente de alto mando se emocionaba por la forma en que me mofaba del sistema, cuyo propósito verdadero es que nos transformemos en una nación de salvajes, olvidando lo que eran los verdaderos valores. Eso a mis padres no les entusiasmó. Creyeron que ya era un vago, y temieron que podría salir peor. En cuanto me recibí de Ciencias Sociales, mis padres decidieron anotarme como participante para la elaboración de la prueba. Y aquí me tienen.

Según las reglas que nuestro querido expresidente Echeverría dictó en su informe de gobierno, un año después del “halconazo”, sólo quienes no posean ningún antecedente delictivo, o estén exentos de entrar a cualquier organización criminal, serán aceptados para realizar la prueba. Ésta sería encaminada por varios procesos, donde cada uno encerraba un desafío, el cual los participantes debían resolver correctamente, de lo contrario, estabas fuera. Aquellos que intenten realizar la prueba, en caso de fallar a la primera vez, tendrían dos oportunidades más para lograr obtener un buen resultado. Es para no desanimarse y caer en tentaciones radicales. ¡Qué alivio!

Desde que se inauguró la prueba, todo el país está al tanto, año tras año, esperando la noticia que anuncie su llegada. Miles de jóvenes se adentran en la convocatoria, como si fuera una estampida, buscando desesperadamente una oportunidad de poder hacer esa prueba. ¿Por qué? ¿Cuál es la recompensa?

Eso también fue un aspecto muy grato, apuesto que fue lo primero que se le ocurrió a nuestro antiguo gobernante. La dichosa recompensa es, nada menos, que la oportunidad de vivir cómodamente en una cabecera municipal, con una casa lo suficientemente cómoda para la persona y su familia, con gastos pagados de por vida por parte del gobierno. Esa persona y sus seres queridos no tendrían que preocuparse por vivir por un sueldo miserable que podría crecer o no. Brillante, ¿no lo creen?

Ya falta media hora para que comience la prueba, estoy desde la primera hora del día, hay algunos que están desde una noche antes, preparándose un poco más para enfrentar su destino. Como si eso les fuera a dar una ventaja sobre quienes llegaron el mero día. Eso me viene a la mente cuando me registré (me registraron) para llevar a cabo todo esto. Me dieron mi permiso, que debo tener en el bolsillo del pantalón, y un montón de libros y folletos viejos, como material didáctico que me serviría para estudiar. Los temas que contenían cada uno de esos documentos, son tan viejos y obsoletos, que en vez de recordar lo aprendido, terminaba olvidando. ¿Irónico, no lo creen? Alrededor mío puedo ver a varios familiares, amigos y conocidos que realizaron la prueba en ocasiones pasadas. Supongo que no la pasaron sus primeras veces por el mismo problema con el contenido didáctico. Ojalá esta sea mi primera y única vez que tenga que hacer esta mierda.

El tiempo ha terminado, las puertas se abren y hay varias personas uniformadas que salen rápido pero en orden. Ellos nos toman del brazo y nos dirigen al interior del palacio, nos llevan a lo que será el lugar de la prueba.

Llegamos a un salón pequeño, con el aire acondicionado encendido en toda su capacidad. Por su dimensión, no creo que puedan entrar más de veinte personas. Me dejan allí juntos con otros aspirantes, quienes estaban demasiado cerca de mí, lo que les resultó prudente para nuestros guías dejarnos en ese salón. Los demás aspirantes van a otras habitaciones, donde es seguro que les aguarde lo mismo que a mí y la gente que está conmigo.

En el salón hay varias sillas con su paleta que sirve de soporte para acomodar nuestro material, o en este caso, nuestra prueba. Elegimos un asiento y nos sentamos en él. En frente de nosotros, hay un anciano, vestido de manera pulcra, quien está sentado en una silla igual a la mía, con la diferencia de que lo que le sirve de soporte es una gran mesa de escritorio. Nos mira detenidamente, denotando una seriedad que incomoda a la mayoría de la gente en el salón. Termina su revisión y nos da los buenos días. Nos pregunta si estamos listos y nosotros le contestamos con un fuerte y sonoro “sí”. El anciano asiente y enmarca una sonrisa en su rostro, que lo hacía ver como un demente a punto de soltar una bomba.

Esperamos unos cinco minutos antes de que nos traigan la prueba. Nadie dice nada durante ese lapso de tiempo. Todo mundo se mira con atención. Algunos intentan decir unas cuantas cosas, pero nadie presta atención y se callan de inmediato. Clarito se puede notar la tensión en el ambiente. No es de esperar. Incluso para algunos que puedan tener otras oportunidades para realizar la prueba, como yo, no hay garantía de que puedan lograrlo después de esta ocasión.

Se abre la puerta del salón, entran varias personas con el mismo uniforme que nuestros guías de hace un momento, con paquetes de hojas, sostenidas por cada uno. Ellos lo dejan en un respectivo espacio del escritorio del anciano, asienten entre ellos y se marchan en seguida. El anciano se levanta y nos dice a todos que tomemos nuestra prueba. Nos levantamos de nuestro asiento y uno por uno toma su respectiva hoja. Nos volvemos a sentar y es cuando realmente empezamos la prueba del olvido.

Leo cada una de las preguntas que hay en la prueba y la impresión en mi rostro se deja notar por los demás aspirantes en el salón, quienes denotan la misma reacción. Cada interrogante trata temas que nunca antes aprendimos en el material didáctico que nos dieron el día del registro. Nuestra confusión nos abruma, al punto de pedir al anciano una explicación. Él sólo evade la responsabilidad con la siguiente excusa: “-Yo no sé nada. Sólo soy uno más en esta mierda”. ¿Qué hacer entonces?

Durante las próximas cuatro horas que dura la prueba, tratamos de responder las preguntas como podemos. Algunos logran quedarse el tiempo suficiente para contestar con calma la prueba, otros no aguantan la presión de no saber nada y se marchan, algunos se indignan por “la forma que se burlaron de nosotros” y se van a quejar con la máxima autoridad. Intento ser de los que terminan la prueba completa. Para fortuna mía, algunas preguntas conozco su posible respuesta, algunas no tanto, otras de plano no sé nada. Es cuando recuerdo una conversación que escuché entre dos aspirantes que estuvieron cerca de mí mientras esperábamos que nos abrieran las puertas, recuerdo que uno de ellos le dijo al otro: “-Responde como crees que ellos lo harían”. ¿De quienes hablaba? ¿De los creadores de la prueba? Esa idea se me vino a la mente durante diez minutos y, convencido de ello, lo llevé a cabo. Pero no se me ocurría una forma de entender cómo podrían responder las preguntas que yo no podría en ese momento. O tal vez sí, pero resultaría totalmente absurdo. Pero luego entendí que es realmente como contestarían ellos: con pura mierda.

Sólo me quedan veinte minutos para terminar la prueba. Me falta responder cincuenta preguntas de cuatrocientas. Una travesía bastante pesada, aunque no imposible. Con la idea de hace un momento en mi cabeza, contesto a gran velocidad, sin siquiera tomarme tiempo de leer la pregunta. ¿Por qué lo haría? De por sí las preguntas están hechas mierda, ¿por qué no lo estarían también las respuestas?

Se termina el tiempo, el anciano nos recuerda aquello y nos señala que dejemos la prueba en su escritorio. Por fortuna, terminé justo cuando da la indicación, me paro de mi asiento y dejo mi prueba. Salgo del salón, con la vista cansada de estar viendo únicamente un papel, con más mierda escrita que la propia constitución. Doy un saludo indiferente a la gente que tengo cerca y me voy de allí.

Un mes ha transcurrido desde que hice el examen, recibo un mensaje por correo electrónico por parte del gobierno con los resultados de la prueba. Pasé arrolladoramente. Estaba en lo cierto con mis presentimientos, esa prueba era pura mierda. Le comento a mi familia la noticia y todos están felices. Por fin podré ser profesional, también tendremos una gran vida como me prometieron. Otra mierda más.

En el correo me notificaron la cabecera municipal al que daría mis servicios. Si creí que mi vida podría cambiar tras haber pasado la prueba, ahora puedo retractarme. La situación es deplorable donde quiera que uno lo vea en esta tierra desolada, lejos de la civilización, no hay comunicación, tampoco vivienda aparte de la nuestra, ni recursos donde pueda uno subsistir. Pero eso sí, hay mucho dinero. En eso el gobierno no me quedó mal.

Por desgracia, ese dinero no nos sirve en donde estamos, no hay tiendas cercanas en la inmensa casa donde nos instalamos. Tenemos que ir a los pueblos vecinos, mi familia y yo, para conseguir siquiera un poco de comida, y para llegar, tienes que cruzar inmensos cerros, donde desconoces los posibles peligros que te aguardan. Buena vida, para nada. Esto es peor que la misma mierda.

Y sobre el trabajo, tampoco es una novedad, el jefe para quien trabajo es un burócrata-dictador, que abusa constantemente de su poder para subirte y bajarte el sueldo cuando se le pegue la gana. Los compañeros de trabajo son unos pesados conmigo, se la viven torturándome durante la jornada laboral, haciendo que vivir aquí sea peor que el infierno. Pero no me puedo retractar. Esto es lo que habíamos deseado mi familia y yo. Y lo hice posible. Por contestar pura mierda. Es cuando me doy cuenta del verdadero significado de la prueba: olvido. Es por ello, que debo aguantarme todo lo que me lancen y dejar a un lado lo ocurrido, no me queda de otra, pues pelear no sirve de nada; ya nadie lucha ni pelea, sólo olvidan.

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