El club de los hombres buenos

En este país ocurre un sinfín de problemas que orillan a la gente a la desesperanza, y es que vivimos una época donde escasean las personas buenas, en especial hombres. Hay algunos que se harán la pregunta obvia: “¿Por qué?” En esta tierra nos embarraron de mierda y nos quedamos con ella hasta quedar podridos, tanto por fuera como por dentro.

Irving Antonio Aréchar (México)

12/26/2024

Mimeógrafo #139
Diciembre 2024

El club de los hombres buenos

Irving Antonio Aréchar
(México)

Las ambiciones excesivas,
o fracasan, o se pagan caro.”
CARLOS FUENTES

En este país ocurre un sinfín de problemas que orillan a la gente a la desesperanza, y es que vivimos una época donde escasean las personas buenas, en especial hombres. Hay algunos que se harán la pregunta obvia: “¿Por qué?” En esta tierra nos embarraron de mierda y nos quedamos con ella hasta quedar podridos, tanto por fuera como por dentro.

Desde chamaco mis padres me impusieron los buenos valores, siempre haciendo el bien a toda costa y repudiando el mal, a diestra y siniestra. Mi verdadera recompensa llegaría cuando recibí la invitación del afamado “Club de los hombres buenos”, cuyo fundador y dueño del mismo, el señor Arturo López Cienfuegos, llegó a mi casa, personalmente, para darme la invitación. Más tarde organizamos una fiesta con mi familia y amigos para celebrar lo que consideraba como el mayor logro de mi vida. A la semana, partiría a la ciudad de México, la sede del club.

Mi primera experiencia como miembro oficial fue igual al de alguien que empieza una nueva etapa estudiantil. El señor López me presentó ante los demás miembros, gente mayor, cuyo prestigio se debía por sus buenas acciones para el país y su gente. Compartir mis experiencias con ellos era gratificante, me llenaba de orgullo. Los mismos miembros me elogiarían por mis logros, pero igual me indicaron que ya no era necesario vanagloriarme de ellos ahora. Que lo siguiente que haría sería más grande y mejor.

En dos meses dentro del club me hice amigo de tres miembros, Martín Flores, Diego Serrano y Eduardo Gómez. Martín era un tipo de 50 años, quien se creía aún en sus 30’s, coqueteando con las chicas en cada convivio que invitaba el señor López, aunque con una inteligencia que lo imaginábamos igual que un mesías. Diego sí estaba en sus 30’s, era tan listo como Martín pero más preocupado, siempre tratando de ser precavido de ocultar los posibles percances que yo y el resto de los miembros pudiésemos causar. De Eduardo no puedo decir que no fuera ni listo ni tonto, era más analítico, siempre evaluando las posibilidades de cualquier acción antes de llevarse a cabo; a diferencia de Martín que era un gallardo empedernido y Diego un capacitador brillante, mi tercer amigo era más un auxiliar, ayudaba a cualquiera que lo necesitara, incluyéndome, y lo mejor es que lo hacía por las razones más desinteresadas. Éramos un cuarteto único, y eso al señor López le llamó la atención.

Nuestras acciones que nos ayudaron a entrar al club tenían razones y circunstancias diferentes. Pero los cuatro estábamos coludidos bajo un interés en común: El bien de nuestra gente. A Martín le interesaba ayudar a los jóvenes recordar el pasado con verdad y consciencia, Diego tenía el deber de inculcarle a la gente el verdadero sentido de la justicia en el país y Eduardo, la intención de ayudar a las viejas generaciones a maniobrar las nuevas tecnologías. Yo, por otro lado, tenía el objetivo de sembrar el gusto por el arte. Siempre he pensado que un país sin arte, es un país sin humanidad. Mi pueblo albergaba un mundo de barbarie y crimen, por lo tanto, tenía el deber moral de ayudarlos a salir de ese infierno.

Mi momento llegó cuando al señor López se le ocurrió organizar lo siguiente: entre los miembros del club se crearon pequeños grupos donde realizaríamos acciones buenas con la gente de la ciudad, logrando buenos comentarios de los propios habitantes. Mi equipo ya lo tenía concertado: Martín, Diego y Eduardo. La meta era ser tan buenos para la ciudad, para más tarde ser lo mismo para el país.

La travesía duró seis meses, con apoyo de las autoridades locales y ayuda del señor López, logramos establecer escuelas para los niños y jóvenes de bajos recursos, donde se les enseñaría historia, arte y computación, no sólo lo básico como el español, matemáticas y ciencias naturales. También pudimos construir un par de bibliotecas en algunas localidades, donde la gente de todas las edades recibiría cursos de lectura para personas analfabetas, con el propósito de conseguir en ellos el gusto por la lectura y el conocimiento; también se les ofrecería en las mismas bibliotecas salas de computo, donde también se les daría cursos para aprender a llevar el uso de las máquinas. Al final, logramos la meta soñada, fuimos el mejor grupo, y con ello, se nos ofreció una recompensa mayor del que teníamos concertado los cuatro.

El señor López nos ofreció una campaña para realzarnos como hombres buenos en la república. Los cuatro no cabíamos en nuestros cinco sentidos. Nomás había un detalle. Esa campaña era para los cuatro por separado. Martín, Diego, Eduardo y yo no entendíamos a qué se refería el señor López con ese aspecto. Luego nos explicó lo siguiente:

-Cada uno irá a su respectiva tierra para realizar su campaña. Se les asignará un grupo de gente seleccionada bajo mi tutela, para ayudarlos a cada uno a sembrar simpatía y orgullo en la gente. Ya demostraron que son los más buenos del club. Ahora es que traten de ser los más buenos para el país.

Tras terminar de explicar las indicaciones quedamos los cuatro en silencio. No cabíamos de la impresión por lo que el señor López nos acabó de decir en ese momento. Pero era más un silencio de incomodidad que de felicidad. Lo habíamos hecho bien juntos, que nos parecía absurdo, incluso insensato, hacerlo por separado. Pero entonces recordé lo que me dijo Martín el primer día que trabajamos juntos: “Un líder brilla más cuando está solo que acompañado”. Una lección bastante serena que venía de un hombre moralmente desmedido. Pero tenía sentido para mí en ese momento, por lo que acepté el desafío, los demás también. Esa misma noche partí a Chiapas y puse en marcha mi plan de campaña, donde viviría el comienzo del fin.

El principio denotaba una postura de esperanza que me hacía creer que podía llegar a obtener el objetivo soñado. Pero fue entonces, cuando el señor López me presentó a quienes conformarían mi equipo de campaña. Eran personas que en apariencia parecían ser muy inteligentes y capaces para llevar a cabo mis ambiciones. Pronto descubrí la calaña que albergaba en cada una de sus mentes y almas. Mis antiguos compañeros tendrían el mismo problema en sus respectivas casas, no podían ocultar su descontento por quienes les ayudaban a tratar de ser el hombre bueno mayor. Era como si intentásemos más hacerle el trabajo al señor López que el nuestro. Fue cuando le pedimos una reestructuración al jefe y él se negó.

-Sólo pueden intercambiar la gente que ya tienen con las demás campañas, si presentan un reporte que justifique la razón de su intercambio.-declaró el señor López tajantemente.

Al principio no me parecía una buena estrategia, pues los estimaba demasiado a mis antiguos compañeros de equipo, como para hacerles la malicia de compartirles mi gente podrida. Pero las reglas eran absolutas y no podíamos hacer nada. Hicimos el reporte y se los pasamos al señor López. A la semana nos dio el comunicado, anunciando su visto bueno a nuestras peticiones. Hicimos el intercambio, y fue que conocí a la única mujer en el medio que llenaría mi mundo.

Su nombre era Georgina Palacios, una mujer recién salida de la universidad, ambiciosa como el resto de la gente que conformaba el club. Le expliqué mi proyecto y las intenciones que tenía para llevar a cabo cada uno de mis objetivos. Ella quedó contenta con lo que le expliqué, que hubo una especie de admiración desmedida hacia mí, la cual accedí con ciertas condiciones, las cuales aceptó sin problema, hasta que ocurrió el desastre que le dio fin.

Diego, Martín y Eduardo llevaban a cabo sus campañas con todos los recursos que tenían a la mano, poniendo a la práctica sus conocimientos y habilidades, logrando resultados considerables. Yo tampoco me quedaría atrás. Fui a todas las comunidades conocidas y desconocidas de Chiapas, donde hice pláticas con los dueños de los pueblos y su gente, afirmando lo que pretendía lograr con mi presencia. Georgina sería mi apoyo inconmensurable. Como hija de abogados, sabía cómo calmar el ímpetu de la gente, como también tratar a los insoportables, era mi mano derecha para los momentos buenos y malos.

Sin embargo, tras el primer mes de campaña, el señor López presentaba los resultados, y Martín iba a la cabeza por mucho, en segundo estaba Eduardo, tercero era Diego y por último, yo. Mis metas eran claras pero mis acciones no llenaban los intereses de la gente. Y es que cómo podía lograr que se interesaran por el arte, cuando por mucho tiempo sólo han vivido la angustia y desesperación, aspirando nada más que llevar algo de comida a sus familias.

Aun así, no desistí, yo entendía que por ser miembro directo del club, podría quedarme por un tiempo considerable. Podría llevar a cabo mis proyectos para más adelante. Georgina sin necesidad de explicarle mis condiciones en ese momento, entendió mi situación. Se quedaría conmigo. Era una compañera leal y una amiga estupenda, aunque no estaba seguro en ese momento si debía considerarla algo más. Para eso necesitaba más tiempo. La pregunta sería si ella me esperaría y si aquello le resultaría satisfactorio a la larga.

Volviendo al juego de las campañas, me puse a platicar con los jefes de las organizaciones estudiantiles y artísticas, con el objetivo de darles mi apoyo e incentivar el arte en el medio. Ellos estaban encantados de que pudiesen contar con mi apoyo, y yo más de poder contar con la de ellos. Por desgracia, eso no cambió mucho mi situación en la campaña. A pesar de haber sobrepasado a Diego y Eduardo, Martín llevaba un trecho demasiado alto. Y es que, aquel arqueólogo empedernido y mujeriego a morir, tenía suficiente carisma para captar la atención, no de un estado, sino de toda una nación. Yo tenía mi constancia inconmensurable pero no era suficiente para llegar al mismo nivel que mi compañero, amigo y contrario. Y fue en ese momento donde empezaron las tragedias.

A la gente buena le interesa el bienestar de ella y sus semejantes, pero la gente mala se la vive haciendo sufrir a los demás, logrando que el país siga de ignorante y sumiso. Y cuando ellos supieron lo que hacíamos y por qué, no tardaron en mandarnos la advertencia. Desde hacer añicos las escuelas y bibliotecas que habíamos hecho para la gente de bajos recursos, hasta mandar amenazas a nuestras casas con nuestras familias, en caso de continuar con el juego. Le pedimos una explicación al señor López y él nos dijo lo siguiente:

-Este juego incluye gente registrada y no registrada. De la segunda no tengo control absoluto. Es el peligro de formar parte de este club. Por eso somos un grupo reducido. Sólo unos cuantos pueden decir que han salido beneficiados para relatar su historia de éxito. Por eso es su deber que traten de salir de esto lo más vivos posibles. Ya que de lo contrario, pues, están fuera.-aquellas últimas palabras nos hundieron en absoluto. Podía sentir en mi cara correr un sudor frío, que me helaría cada centímetro de mi ser.

Estábamos fastidiados. Ya no sólo nos había sentencia definitivamente por nuestro exceso de ambición, sino también la advertencia de echar él solo a todo aquel o aquella quien supiera de lo que se trataba este juego retorcido y macabro. Por primera vez pensé en Georgina y la oportunidad de llevar a cabo una nueva fase en nuestra relación.

Para desgracia mía, y creo también para ella, ocurrió lo impensable. Al final de la campaña, me elegirían como hombre bueno mayor. ¿Cómo fue posible? Sencillo. Los otros candidatos no pudieron llegar a las últimas instancias. Martín, el contrincante acérrimo de los cuatro, con su gran carisma que se le caracterizaba, no tardó en recibir el adiós definitivo a partir de una banda de asesinos que lo esperarían tras salir de su casa de campaña, para impactarle un sinfín de proyectiles de varios calibres, dejándolo tirado en medio de la calle, muerto, en medio de un charco de sangre que tardó en salir del pavimento por una semana.

Diego, el tercero en la lista pero el segundo más carismático de los cuatro, obtuvo un cese parecido al primero. Sólo que en esta ocasión, sería volado en pedazos por una bomba que instalaron en su auto, mientras le daba marcha para salir de su casa. Su familia, por desgracia, sería testigo de ver a su esposo y padre siendo despedido en el cielo, en miles de partes, con su auto volviéndose una bola de fuego.

A Eduardo no tuvieron que obligarlo a nada. Él entendió el peligro que corría, a diferencia de los primeros dos, él y yo no éramos tan gallardos. Anunció su abandono a la candidatura y su salida del club. No tuvo el tiempo, y yo creo que tampoco el valor, para despedirse de mí personalmente. En su lugar, hubiera hecho lo mismo, de haber tenido el mismo valor que mi amigo y buen contrario.

Sólo quedé yo. Como dije antes, me faltó tiempo o tal vez valor para dejar mi puesto y darme a la fuga, igual que Eduardo. El señor López viajó a Chiapas para darme las felicitaciones. Al día siguiente fuimos juntos la ciudad de México, para presentarme a los demás miembros del club, ahora como el hombre bueno mayor, el mandamás. Sin embargo, aquel momento de felicidad y gratitud se vio ensombrecida por un sentimiento de culpa e indignación. En México dicen que las formas no cuentan en ninguna parte, excepto en la política. Tenían razón.

Después de toda esa algarabía sólo estuve un día. A la mañana siguiente tomé un vuelo de regreso a Chiapas. No podía quedarme allí después de saber lo que esa gente había hecho para que pudiese estar donde estaba. Pero tampoco podía salirme. Sabía que si lo hacía me harían lo mismo que a mis dos amigos muertos, o algo peor. Tampoco podía contarle nada a nadie de mi situación. Ni siquiera a Georgina.

Días antes de mi presentación, le di el cese a la mujer que me dio su apoyo, su lealtad y más que eso, su amor. Georgina quedó destrozada. Se marchó sin decir una palabra. Yo tampoco diría nada. ¿Qué se debe decir después de saber que tú ya no eres el hombre bueno que eras antes de esta malicia a la que por un año formé parte sin ninguna posibilidad de salida inmediata? Era lo mejor para ella. El mundo albergaba hombres mucho mejores que yo, ahora que me convertí en basura humana.

Ahora mi mundo alberga nada más que miseria, presentándome ante gentes que lograron su lugar ante acciones similares o peores que yo. No cabe duda que pisé la mierda que ellos me arrojaron, la sostuve y la mantuve por mucho tiempo, hasta estar totalmente podrido, con algo tan insignificante como un nombramiento como “Hombre bueno mayor”, un reconocimiento tan pobre como la gente que lo aclama, y mucho peor, quienes lo reciben, sin la oportunidad de protestar al respecto. Bendito seas vida y también México.