El arte que florece y se desvanece: La Infiorata di Noto como ritual efímero de belleza y comunidad
En el arte efímero de la Infiorata, cada pétalo es un acto de fe en la belleza del instante.” — Tradición oral de Noto


El arte que florece y se desvanece:
Sabak' Ché
La Infiorata di Noto como ritual efímero de belleza y comunidad
En el arte efímero de la Infiorata,
cada pétalo es un acto de fe
en la belleza del instante.”
— Tradición oral de Noto
Cada primavera, en la tercera semana de mayo, la ciudad de Noto, al sureste de Sicilia, se transforma en un escenario encantado donde la piedra y la flor se dan la mano para crear un espectáculo único en el mundo. Allí, sobre el mármol dorado de la Via Nicolaci, brotan imágenes monumentales compuestas íntegramente de pétalos de flores, hojas, semillas y otros materiales vegetales. Este fenómeno, conocido como la Infiorata di Noto, no es simplemente una exposición de talento artesanal: es una obra de arte efímero, una liturgia visual, una manifestación poética de la comunidad y una ofrenda colectiva a la belleza.
La Infiorata no surge en un vacío: nace en el cruce de caminos entre la tradición religiosa, el impulso artístico y la necesidad humana de celebrar la renovación de la vida. Como tantas otras fiestas populares mediterráneas, combina lo sagrado y lo profano, lo ancestral y lo contemporáneo. Pero en el caso de Noto, este encuentro se potencia por el contexto monumental en que ocurre: una ciudad barroca reconstruida tras el gran terremoto de 1693, cuyos templos, palacios y calles son testimonio de una visión estética que aún dialoga con el presente.
Más allá de su dimensión estética, la Infiorata encierra significados profundos. El hecho de que estas obras tan meticulosas y grandiosas duren apenas unos días —y a veces solo unas horas— le confiere un carácter simbólico muy particular: nos habla de la fugacidad de la existencia, de la belleza como acto de resistencia frente al olvido, y del poder de lo colectivo para crear algo que trascienda lo individual. Así, esta celebración se convierte en una metáfora viviente del tiempo, del arte y del espíritu humano.
Este artículo tiene como propósito explorar con profundidad la Infiorata di Noto: su historia, sus raíces culturales, el proceso artesanal que la sostiene, su relación con el entorno urbano y con las dinámicas sociales contemporáneas. A través de esta exploración, buscamos comprender cómo una festividad aparentemente sencilla puede revelar verdades complejas sobre nuestra relación con la naturaleza, la tradición, el arte y lo efímero.




Orígenes de la Infiorata (versión extendida)
La práctica de crear imágenes decorativas con flores no es una invención moderna ni un mero ejercicio estético: hunde sus raíces en las más antiguas tradiciones de la humanidad. Las flores, desde tiempos remotos, han sido un símbolo de lo sagrado, de lo cíclico, de la transitoriedad y de la belleza. En el mundo grecolatino, eran utilizadas para honrar a los dioses, para cubrir los caminos en las procesiones y para marcar el paso de las estaciones. De esta herencia milenaria nace, siglos más tarde, la tradición de las infiorate.
La Infiorata como se conoce hoy, sin embargo, tiene su génesis más inmediata en la Roma barroca del siglo XVII, en particular en el contexto de las festividades religiosas del Corpus Christi. Este ritual, que celebra la presencia real de Cristo en la Eucaristía, se caracterizaba por su despliegue ceremonial y visual: altares ornamentados, andas doradas, incienso, música sacra… y flores. Muchas flores. Fue en este contexto que artistas florales como Benedetto Drei y su hijo Pietro, activos en la Basílica de San Pedro, comenzaron a componer auténticas “pinturas florales” en el suelo, utilizando pétalos de diferentes colores para crear figuras simbólicas y ornamentales. Este gesto combinaba la devoción religiosa con la teatralidad barroca, tan característica de la época.
Desde Roma, esta tradición se extendió progresivamente por otras regiones de Italia, especialmente en el centro y sur, donde encontró ecos en localidades como Genzano di Roma, considerada una de las pioneras en formalizar el evento tal como lo conocemos hoy. En estas comunidades, las infiorate adquirieron una función de expresión colectiva: no solo eran ofrendas florales, sino también manifestaciones del orgullo cívico, del ingenio artesanal y de la sensibilidad estética del pueblo.
En Sicilia, la recepción de esta tradición fue más tardía, aunque muy significativa. Las islas suelen absorber las influencias externas para resignificarlas, y la Infiorata no fue la excepción. En Noto, esta manifestación no aparece hasta el año 1980, cuando un grupo de artistas y ciudadanos, inspirados por la infiorata de Genzano, decidieron recrear la experiencia en su propia ciudad. Pero lo hicieron con una particularidad decisiva: enmarcar la celebración dentro del esplendor arquitectónico de una de las ciudades barrocas más importantes del sur de Europa. La idea fue rápidamente acogida por la comunidad, y en apenas unas décadas, la Infiorata di Noto se consolidó como una de las expresiones artísticas y culturales más importantes de Sicilia.
Este origen reciente no le resta valor a la celebración, sino que subraya su carácter de tradición viva, capaz de reinventarse y dialogar con el presente sin perder su vínculo con el pasado. Lo que comenzó como una importación artística se ha convertido en una marca de identidad para Noto, en una de sus postales más representativas y en una experiencia que sintetiza la espiritualidad barroca, la creatividad popular y la sensibilidad contemporánea hacia lo efímero.
Además, la elección de realizar la Infiorata en mayo —mes dedicado a la Virgen María en la liturgia católica y asociado al florecimiento natural— no es accidental. Esta coincidencia temporal refuerza la conexión entre lo divino y lo natural, entre la estética de las flores y el sentido profundo del renacer. Mayo es, en este sentido, el mes donde la tierra se abre, se expresa y se celebra. Y la Infiorata es una de las formas más hermosas de traducir esa apertura en arte colectivo.
Noto y el Barroco: contexto histórico y artístico
Para comprender plenamente la profundidad cultural de la Infiorata di Noto, es esencial detenerse en el escenario que la acoge: la ciudad misma. Noto no es simplemente el lugar donde se celebra este evento; es su protagonista silenciosa, su marco narrativo y su alma barroca. Caminar por sus calles durante la Infiorata es recorrer una sinfonía de piedra y flor, donde cada elemento urbano parece participar en el mismo ritual de belleza efímera. La ciudad y la festividad se funden en un todo indivisible.
El nacimiento de una ciudad barroca
La historia de Noto está marcada por un cataclismo. El 11 de enero de 1693, un devastador terremoto asoló el sureste de Sicilia, destruyendo casi por completo numerosas ciudades, entre ellas la antigua Noto, ubicada en lo alto de una colina. En lugar de reconstruir sobre las ruinas, las autoridades decidieron fundar una nueva ciudad a unos diez kilómetros al suroeste, en un terreno más amplio y de geografía más amable. Fue una decisión visionaria: se trataba de aprovechar el desastre para diseñar una urbe moderna según los principios del urbanismo barroco.
Así nació la actual Noto, concebida no solo como un espacio funcional, sino como una obra de arte integral. Arquitectos como Rosario Gagliardi y Vincenzo Sinatra trazaron calles amplias, alineadas según criterios escénicos y simbólicos, con una jerarquía visual que conducía la mirada hacia los templos, las plazas y los edificios de poder. Todo fue diseñado para producir una experiencia sensorial envolvente, donde el visitante se sintiera inmerso en un orden estético elevado. La ciudad se convirtió en una representación física del ideal barroco: exuberante, armoniosa, teatral.
El barroco como lenguaje simbólico
El barroco no es solo un estilo arquitectónico; es una manera de entender la relación entre el arte, lo divino y lo humano. Surge en pleno siglo XVII como respuesta emocional a las crisis de la época —las guerras de religión, la Reforma protestante, la Contrarreforma católica— y se manifiesta como un arte de la persuasión, del asombro y del exceso. Su propósito no es simplemente agradar, sino conmover, inquietar, elevar.
En este contexto, la arquitectura barroca se vuelve casi litúrgica: todo está pensado para dramatizar el espacio y generar una vivencia trascendente. Las fachadas se curvan, los interiores se inundan de luz dorada, los altares se recargan de símbolos. En Noto, este espíritu se encarna en construcciones como la Cattedrale di San Nicolò, el Palazzo Ducezio, la Chiesa di San Carlo al Corso y, por supuesto, la Via Nicolaci, epicentro de la Infiorata.
Via Nicolaci: escenario y símbolo
La elección de la Via Nicolaci como escenario principal de la Infiorata no es casual. Esta calle, de pendiente ascendente, está flanqueada por elegantes palacios nobiliarios del siglo XVIII, entre los cuales destaca el Palazzo Nicolaci di Villadorata, famoso por sus balcones ricamente ornamentados con figuras mitológicas, sirenas, caballos alados y rostros grotescos. Estas esculturas, suspendidas como un friso teatral, refuerzan la dimensión onírica del lugar.
Durante la Infiorata, esta calle se transforma en una pasarela vegetal que asciende hacia la Chiesa di Montevergine, ubicada en el extremo superior, como si se tratara de un eje de elevación espiritual. Las imágenes florales, dispuestas en hileras paralelas, dialogan visualmente con las fachadas barrocas y refuerzan la ilusión de estar caminando dentro de un tapiz viviente. La piedra dorada de Noto, al reflejar la luz del atardecer, amplifica este efecto mágico.
Noto como obra de arte total
La Infiorata di Noto se inscribe en una concepción barroca de la ciudad como obra de arte total, una idea que anticipa las nociones wagnerianas de la Gesamtkunstwerk. Todo —la arquitectura, la luz, el perfume de las flores, el rumor de los visitantes, el sonido de las campanas— coopera en la creación de una experiencia multisensorial. En este sentido, la Infiorata no es una “decoración” añadida, sino una extensión natural del alma barroca de Noto.
Además, el hecho de que esta manifestación contemporánea dialogue tan armónicamente con un entorno arquitectónico de más de tres siglos de antigüedad habla del poder de ciertas formas culturales para trascender el tiempo. Noto no es una ciudad-museo: es un organismo vivo que, a través de rituales como la Infiorata, sigue generando significado, belleza y memoria.




La Infiorata di Noto: proceso artesanal y ritual colectivo
Cada año, durante la tercera semana de mayo, la ciudad de Noto se convierte en un taller a cielo abierto, donde la paciencia, la precisión y la pasión se conjugan para dar vida a uno de los espectáculos más efímeros y hermosos del mundo: la Infiorata. Aunque su resultado final deslumbra por su colorido y magnitud, el verdadero corazón de la celebración late en el proceso artesanal que la hace posible, en la entrega silenciosa de decenas de manos que trabajan durante días y noches para transformar la calle en un lienzo vegetal.
Diseño temático: arte y mensaje
Todo comienza meses antes, con la elección de un tema general que guiará la edición anual. Este puede estar vinculado a eventos históricos, homenajes culturales, figuras religiosas, valores universales (como la paz, el amor, la naturaleza), o incluso a intercambios culturales con otros países invitados. Esta dimensión temática convierte a la Infiorata no solo en un espectáculo visual, sino también en una forma de narración colectiva, donde cada imagen floral es un capítulo visual del relato compartido.
Una vez definido el tema, artistas locales y foráneos —dibujantes, diseñadores, ilustradores— son convocados para crear los bocetos que se convertirán en las alfombras florales. Estos bocetos se piensan teniendo en cuenta los colores disponibles, la dimensión del espacio, la legibilidad desde la altura y el simbolismo del motivo representado. En muchos casos, estos dibujos poseen una calidad artística notable, lo que evidencia la fusión entre arte plástico y arte efímero.
Preparación de las flores: la alquimia del color
El trabajo con las flores es quizás la parte más laboriosa y delicada del proceso. En las semanas previas a la Infiorata, se recolectan toneladas de pétalos de distintas especies: claveles, geranios, margaritas, crisantemos, violetas, rosas, acianos, entre muchas otras. Cada flor aporta un color, una textura, una fragancia. Los pétalos se seleccionan, se secan o se hidratan según la técnica, se trituran si es necesario para lograr matices, y se almacenan por tonalidades en cajas o sacos que luego serán utilizados in situ.
Este proceso implica una verdadera alquimia del color natural, donde no hay pinturas ni pigmentos artificiales: toda la paleta cromática surge de la diversidad botánica. En ocasiones también se incorporan semillas, cortezas, hierbas o incluso arena de colores, para lograr efectos específicos o dar profundidad a la imagen.
Ejecución de las alfombras: un acto colectivo
La noche anterior a la inauguración de la Infiorata, la Via Nicolaci se convierte en un escenario de concentración y trabajo. Sobre el pavimento se colocan plantillas a escala real con los contornos del diseño, que sirven como guía para los equipos de trabajo. Las cuadrillas, integradas por voluntarios, artesanos, artistas y vecinos, se organizan por secciones. Cada equipo se encarga de una parte del tapiz floral, siguiendo el boceto original con exactitud milimétrica.
El ritmo es intenso: en apenas unas horas, los dibujos deben completarse antes del amanecer. Este momento tiene algo de rito silencioso, de vigilia creativa. Se trabaja a la luz de focos y faroles, con movimientos medidos y manos firmes. La ciudad duerme mientras se gesta su esplendor. El resultado final es un conjunto de entre 16 y 20 imágenes, de unos 6 metros de largo por 4 de ancho cada una, alineadas como un códice ilustrado que fluye calle arriba.
La inauguración y el paso del pueblo
Al día siguiente, se inaugura oficialmente la Infiorata con un desfile, discursos y actos públicos. Las autoridades locales, la curia, los artistas y el público en general participan de la ceremonia, que combina elementos religiosos y cívicos. La Via Nicolaci se convierte en un museo efímero al aire libre, y miles de visitantes pasean con respeto entre las alfombras, sin pisarlas, fotografiándolas y contemplándolas con admiración.
Este acto de caminar junto a las flores es también un ritual de comunidad, donde se reconoce el esfuerzo conjunto y se celebra la belleza compartida. La fragancia de los pétalos, el murmullo del público, el reflejo del sol sobre la piedra y el color vibrante de las imágenes crean una experiencia sensorial inmersiva y emocional.
La destrucción: símbolo de lo efímero
Pero, como todo arte efímero, la Infiorata está destinada a desaparecer. En los días siguientes —a veces al cabo de tan solo 48 o 72 horas— el paso del tiempo, del viento, de los insectos, e incluso del propio pueblo, comienza a disolver lentamente las figuras. En ocasiones, los niños del pueblo son autorizados a correr y jugar sobre las flores, convirtiendo la destrucción en un acto lúdico y liberador.
Esta disolución final no es una tragedia, sino una parte esencial del ritual. En su fugacidad, la Infiorata recuerda la impermanencia de todas las cosas, la necesidad de valorar lo bello mientras existe, y la posibilidad de recomenzar cada año. En palabras de un florista de Noto:
“Solo lo que se va puede volver a nacer. La flor nos lo enseña cada primavera.”
El simbolismo de lo efímero
La Infiorata di Noto, como obra de arte efímero, posee una carga simbólica que trasciende su apariencia espectacular. Su belleza no reside únicamente en el virtuosismo técnico ni en la armonía cromática de las alfombras florales, sino en su carácter transitorio, en el hecho de que está destinada a desaparecer. Es precisamente esa fugacidad la que la dota de profundidad filosófica y convierte esta celebración en una experiencia estética y espiritual de gran densidad.
La flor como metáfora del tiempo
Desde la antigüedad, la flor ha sido símbolo de la juventud, de la belleza que florece y se desvanece, de la vida en su instante de plenitud. En muchas culturas —desde la Grecia clásica hasta el budismo zen—, la flor representa lo efímero por excelencia. No es casual que las coronas funerarias se hagan con flores, ni que los ritos de paso estén llenos de pétalos. La flor nos recuerda que todo lo vivo está en tránsito.
En la Infiorata, esta simbología alcanza su máxima expresión: flores cortadas, ya separadas de la raíz, que componen imágenes destinadas a desaparecer. Las alfombras son hermosas precisamente porque están hechas de algo que no perdura. Su esplendor es una forma de consagrar la fugacidad. Como ocurre con las mandalas tibetanas —otra forma de arte efímero ritual—, el acto de creación y destrucción es inseparable del mensaje.
Belleza y pérdida: el arte como acto de entrega
En nuestra época obsesionada con la conservación, la repetición y la digitalización de todo, la Infiorata nos propone una experiencia contracultural: un arte que no pretende durar, que no se puede poseer ni comprar, que solo existe en un lugar y en un momento. Verla en fotografías o vídeos no transmite su esencia. Hay que estar allí, en el calor de mayo, con el perfume en el aire y la luz del mediodía sobre los pétalos, para comprenderla.
Esta experiencia invita a una forma de presencia plena, a habitar el instante. Nos obliga a contemplar, no a acumular. Nos recuerda que el arte no tiene por qué aspirar a la eternidad para tener valor. De hecho, lo efímero puede conmover más profundamente que lo permanente, porque nos enfrenta con nuestra propia temporalidad.
5.3. El ciclo natural: muerte, disolución y renacimiento
La desaparición progresiva de las alfombras florales no es una tragedia, sino una repetición simbólica de los ciclos de la naturaleza. Así como las flores nacen, se marchitan y vuelven a florecer, así también la Infiorata muere para renacer al año siguiente. Este patrón cíclico nos conecta con una visión del mundo más orgánica, menos lineal: la del eterno retorno.
En este sentido, la Infiorata funciona como un ritual de renovación. La comunidad se entrega cada año a la misma tarea, sabiendo que su obra se desvanecerá. Esta entrega no es vana: al contrario, es una afirmación de continuidad, una forma de plantar belleza donde solo había piedra. La flor, por efímera que sea, vence por un instante a la muerte, y ese instante basta.
Comunidad, memoria y legado
Lo efímero, paradójicamente, puede dejar una huella más duradera que lo permanente. La Infiorata no permanece en el suelo, pero sí en la memoria de quienes la vivieron. Se convierte en recuerdo compartido, en relato transmitido entre generaciones, en vínculo emocional con la ciudad y con sus habitantes.
Este tipo de arte genera comunidad. No hay artistas individuales firmando las obras; hay un colectivo que crea, celebra y destruye. La autoría se diluye en el gesto común. Es un arte del nosotros. Y su legado no está en un museo, sino en el corazón de quienes participaron en el rito, de quienes vieron a sus hijos colocar pétalos, o de quienes lloraron al ver disolverse una imagen particularmente bella.
En este sentido, la Infiorata di Noto no es solo una fiesta: es una escuela de sensibilidad. Enseña a mirar, a valorar lo efímero, a celebrar sin poseer, a participar sin esperar recompensa. En una sociedad que valora el éxito medible y la duración como sinónimos de valor, esta celebración propone una ética estética del instante: lo breve también puede ser eterno, si deja una huella en el alma.




Comunidad, identidad y turismo cultural
La Infiorata di Noto, más allá de su dimensión estética y simbólica, cumple un papel central como motor de identidad comunitaria y de dinamización turística y cultural. Se trata de un evento que fortalece los lazos sociales, afirma la memoria colectiva e impulsa el desarrollo económico local. En su despliegue, esta fiesta floral demuestra cómo una manifestación de raíz artesanal y religiosa puede integrarse armónicamente en las dinámicas contemporáneas del patrimonio y del turismo sin perder su autenticidad.
Tejido social y participación colectiva
Uno de los aspectos más notables de la Infiorata es el grado de implicación comunitaria que moviliza. Desde la elección del tema hasta la ejecución de las alfombras florales, decenas de ciudadanos —niños, jóvenes, adultos y mayores— participan activamente en las distintas etapas del proceso. Las escuelas, asociaciones culturales, colectivos artísticos, parroquias y familias se convierten en protagonistas, consolidando un sentido de pertenencia intergeneracional.
Esta participación no solo implica trabajo físico y dedicación, sino también la transmisión de saberes. Técnicas de selección floral, esquemas de diseño, métodos de conservación natural del color, o maneras de ensamblar pétalos y semillas forman parte de un conocimiento transmitido de forma oral, práctica y afectiva. La Infiorata, en este sentido, funciona como un laboratorio de saber comunitario, donde la herencia se actualiza sin institucionalizarse.
Además, este trabajo común refuerza los valores de colaboración, diálogo y paciencia. Frente a una cultura individualista y acelerada, la Infiorata representa un acto colectivo de construcción lenta y simbólica, donde cada gesto suma, y donde el todo es mucho más que la suma de sus partes.
Identidad local y orgullo patrimonial
Noto es una ciudad que ha sabido construir su imagen pública en torno a su patrimonio barroco, pero también ha logrado convertir la Infiorata en un símbolo de identidad distintiva. Esta festividad no es una simple atracción estacional, sino un ritual profundamente arraigado en la vivencia local, que expresa los valores, las creencias y la estética de la comunidad. La flor se convierte así en signo de una identidad abierta, que dialoga con el mundo sin perder sus raíces.
En este sentido, la Infiorata actúa como una herramienta de reafirmación cultural. Frente a la homogeneización global, la fiesta proyecta una imagen de Sicilia vinculada a la creatividad, la belleza, la hospitalidad y el respeto por la naturaleza. Es una forma de narrarse a sí misma, de contarse en imágenes florales y de reconocerse como comunidad que celebra la vida con arte.
Además, los habitantes de Noto experimentan un orgullo legítimo por esta expresión que año tras año es objeto de atención nacional e internacional. Muchos de ellos participan como guías voluntarios, anfitriones espontáneos, informadores callejeros, o simplemente como custodios de la tradición oral, mostrando con entusiasmo la riqueza de su ciudad y su fiesta.
Turismo cultural y desarrollo local
La Infiorata di Noto es también uno de los eventos más importantes del calendario turístico siciliano. Cada año, atrae a decenas de miles de visitantes, tanto nacionales como extranjeros, que llegan para disfrutar de la fiesta, conocer la ciudad y explorar el sudeste de Sicilia. Este flujo tiene un impacto significativo en la economía local, beneficiando a sectores como la hostelería, la restauración, el comercio artesanal y los servicios culturales.
Lejos de convertirse en un espectáculo superficial, la Infiorata ha sabido integrarse en un modelo de turismo cultural sostenible, que pone en valor no solo la fiesta en sí, sino también su entorno patrimonial, su historia, su gastronomía y sus tradiciones. Los visitantes no solo “consumen” la belleza de las alfombras florales, sino que también acceden a una experiencia inmersiva que los conecta con la vida local.
Este enfoque ha sido respaldado por políticas de valorización del patrimonio y por una creciente conciencia ciudadana sobre la necesidad de preservar la autenticidad del evento. Gracias a ello, la Infiorata no ha sido “comercializada” en exceso, y ha logrado mantener un equilibrio entre apertura y respeto. En lugar de diluir su significado, el turismo bien gestionado ha contribuido a difundir el valor de lo local en clave global.
Proyección internacional y hermanamientos culturales
En los últimos años, la Infiorata di Noto ha dado lugar a intercambios culturales con otras ciudades italianas y extranjeras, que a su vez celebran sus propias infiorate. Se han realizado colaboraciones con Genzano di Roma, Spello, Brugnato y también con urbes fuera de Italia, como Tokio, Malta o Ciudad de México. Estos hermanamientos han reforzado la dimensión diplomática y simbólica de la fiesta, convirtiéndola en una forma de arte relacional entre culturas.
Asimismo, la participación de artistas internacionales en la creación de las alfombras ha enriquecido el lenguaje visual del evento, abriendo el imaginario floral a nuevas iconografías. Esta dimensión cosmopolita no solo amplifica el prestigio de la Infiorata, sino que también reafirma su vocación universalista: la flor como símbolo de belleza, diálogo y respeto entre los pueblos.
La Infiorata di Noto no es solamente una fiesta: es un arte vivo, un acto colectivo de belleza y memoria, una plegaria vegetal ofrecida a la tierra y al cielo. En su tejido de flores se entrecruzan la tradición y la renovación, el trabajo y la contemplación, lo local y lo universal. Cada año, la ciudad se entrega con paciencia y fervor a la creación de estas efímeras obras maestras, sabiendo que su destino es desaparecer, pero que su huella quedará grabada en quienes las vivieron.
Esta celebración no solo embellece el espacio urbano, sino que lo transforma simbólicamente. La calle deja de ser un lugar de paso para convertirse en un templo de arte popular. El color, el perfume, la textura y la geometría floral activan una experiencia estética que es, al mismo tiempo, sensorial, espiritual y comunitaria. En este sentido, la Infiorata es una forma de resistencia cultural: frente al ruido, la prisa y la banalidad de lo cotidiano, propone un tiempo lento, manual y compartido.
Además, su valor no radica únicamente en lo que muestra, sino también en lo que enseña. La Infiorata educa la mirada, afina la sensibilidad, cultiva la paciencia, exalta el trabajo colectivo y nos recuerda la belleza de lo transitorio. En su fugacidad, hay una lección profunda sobre la vida: que nada es permanente, y sin embargo todo puede ser hermoso mientras dura.
Como expresión de identidad, la Infiorata proyecta a Noto al mundo no solo como ciudad barroca, sino como comunidad creativa, hospitalaria y orgullosa de sus raíces. Como atracción cultural, muestra que es posible un turismo respetuoso, que valore la autenticidad por encima del espectáculo. Como rito contemporáneo, recupera la dimensión sagrada del gesto humano, incluso en una época que muchas veces olvida lo esencial.
En un mundo cada vez más virtual, la Infiorata nos reconcilia con lo real. Y lo real, aquí, está hecho de flores, de tierra, de manos, de tiempo, de luz. Como dijo un visitante anónimo, maravillado ante las alfombras:
“No hay flor que dure para siempre, pero hay flores que uno no olvida nunca.”
Bibliografía
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